En la calle Obispo, frente al Museo de la Ciudad, radica la Casa de la Orfebrería, donde se atesora un importante patrimonio elaborado en sus días con exquisiteces manuales. Hace varios años se exhiben variados exponentes de metales en ese inmueble colonial.
A La Habana llegaron el oro y la plata del continente americano en las bolsas de los marinos y oficiales del sistema de flotas. A partir de esto, algunos individuos pondrían talento y habilidad sobre los metales hasta alcanzar formas funcionales.
Las salas de orfebrería del Museo de la Ciudad acaban de abrirse al público en uno de los primeros espacios repartidos a los vecinos para sentar la villa de San Cristóbal de La Habana junto al puerto Carenas. El inmueble marcado ahora con el número 115 de la calle del Obispo pasó en 1707 a manos del platero Gregorio Tabares, quien estableció allí su casa y taller.
La casa de acuñaciones oficiales ocuparía después este edificio de dos plantas, tan privilegiado por su proximidad al Palacio de los Capitanes Generales. Gracias a la restauración vuelven los nobles metales, esmeradamente trabajados con ese instrumento puntiagudo que también permite sacar la burilada, es decir, las virutas suficientes para comprobar la ley o pureza.
A La Habana llegaron el oro y la plata del continente americano en las bolsas de los marinos y oficiales del sistema de flotas. La primera acta que se conserva del cabildo habanero (31 de julio de 1550) menciona ya a Juan de Oliver como responsable de marcar los objetos de plata. Luego vendrían obras significativas como la hermosa cruz de filigrana que elaboró Gerónimo Despellosa en 1666 con destino a la parroquia canaria de Icod de los Vinos. Entrado el siglo XIX puede anotar el viajero Samuel Hazard que la ciudad «es particularmente notable por sus establecimientos de joyerías y platerías (...) con sus espléndidos escaparates de cristales, llenos de bisutería y anaqueles con hermosos objetos de plata, todo a la vista del transeúnte». En este siglo continuaría la tradición, pero con más dedicación a la joyería en general que a las artes propias de la plata.
La casa de acuñaciones oficiales ocuparía después este edificio de dos plantas, tan privilegiado por su proximidad al Palacio de los Capitanes Generales. Gracias a la restauración vuelven los nobles metales, esmeradamente trabajados con ese instrumento puntiagudo que también permite sacar la burilada, es decir, las virutas suficientes para comprobar la ley o pureza.
A La Habana llegaron el oro y la plata del continente americano en las bolsas de los marinos y oficiales del sistema de flotas. La primera acta que se conserva del cabildo habanero (31 de julio de 1550) menciona ya a Juan de Oliver como responsable de marcar los objetos de plata. Luego vendrían obras significativas como la hermosa cruz de filigrana que elaboró Gerónimo Despellosa en 1666 con destino a la parroquia canaria de Icod de los Vinos. Entrado el siglo XIX puede anotar el viajero Samuel Hazard que la ciudad «es particularmente notable por sus establecimientos de joyerías y platerías (...) con sus espléndidos escaparates de cristales, llenos de bisutería y anaqueles con hermosos objetos de plata, todo a la vista del transeúnte». En este siglo continuaría la tradición, pero con más dedicación a la joyería en general que a las artes propias de la plata.