Desde su misma fachada, este hotel constituye un genuino reservorio de la mejor plástica cubana. Ella contribuye a que sea una de las instalaciones turísticas mejor ambientadas de la capital.
Obras artísticas de diferentes generaciones de creadores cubanos ocupan las áreas del hotel Habana Libre, como pinturas, murales, cerámicas... Todas están distribuidas en el interior de esta edificación de los años 50.

 Desde su nacimiento como proyecto a finales de la década de los años 50, el actual hotel Habana Libre Tryp fue concebido como una instalación que, a partir de la propia fachada, respirara arte por todos lados.
Para lograrlo, los encargados de ejecutar la maqueta original instaron a un grupo de pintores y ceramistas del patio a dejar su impronta en lo que constituye en la actualidad un genuino reservorio de la plástica cubana contemporánea.
No obstante algunas involuntarias omisiones, y a pesar de los avatares del tiempo y de ciertas circunstancias adversas, la mayoría de esas obras –verdaderas joyas– permanecieron en sus sitios hasta nuestros días.
El Habana Libre Tryp se yergue, prioritario, en el barrio habanero del Vedado. Para acceder hasta él desde el Centro Histórico de la capital cubana, hay que desandar más de la mitad de los siete kilómetros de extensión del Malecón que bordea el litoral, una de las principales vías de comunicación de la parte antigua con el oeste de la ciudad.
Con una torre de 27 pisos, este hotel está emplazado en una de las arterias más importantes de la capital, sobre una ligera elevación natural del terreno, a más de 150 metros sobre el nivel del mar.
Tal ubicación permite que pueda ser observado desde diversos sitios de la ciudad –constituyendo punto de referencia para cualquier caminante despistado– e incluso que su silueta pueda divisarse allende los mares, cuando se llega a la capital cubana por barco.
En el entorno inmediato del Habana Libre Tryp están la heladería Coppelia, singular proyecto del arquitecto cubano Mario Girona; el Instituto Cubano de Radio y Televisión; el Centro Cultura Yara, con su cine, sala de video y galería de exposiciones; la bicentenaria Universidad de La Habana, así como librerías, restaurantes, cafeterías... enmarcado todo en la zona conocida por La Rampa.
 Inaugurado el 19 de marzo de 1958, este rascacielos está compuesto por un basamento, que ocupa la totalidad de la manzana, y un bloque vertical apoyado sobre el mismo. Financiado con los fondos de la Caja del Retiro de los gastronómicos, el hotel fue arrendado por la entidad norteamericana Hilton Hotel Internacional. Con el triunfo de la Revolución en 1959, fue sede temporal del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, y el 16 de junio de 1960 fue rebautizado como Habana Libre.
En la década de los 90 pasó a manos del grupo hotelero cubano Gran Caribe y, desde 1995, la cadena española Tryp tiene a cargo su administración y comercialización.

PATRIMONIO ARTÍSTICO
Tres son los murales que hoy decoran el hotel Habana Libre Tryp. Ocupando el frontispicio, está el de Amelia Peláez (1896-1968), una impresionante naturaleza muerta que, confeccionada con la técnica del mosaico veneciano, confiere un toque de identidad y colorido no sólo al edificio sino también a toda la confluencia de las céntricas calles de L y 23.
Fue restituido en 1997 luego de meses de trabajo de especialistas cubanos (del Centro de Diseño Ambiental) y mexicanos, quienes rescataron la obra de 69 metros de largo por 10 de alto, conformada por seis millones 700 mil pequeñas piedras de pasta de vidrio que combinan ocho tonos de azul, además del blanco, negro y gris.
El original, hecho en Italia, debió ser retirado 14 meses después de inaugurado el hotel porque el material adhesivo careció de fuerza para soportar el peso, lo que provocó desprendimientos y percances.
Otro mural del pintor Cundo Bermúdez (1940) cubría la fachada lateral por la calle 23, abarcando la pared desde el restaurante El Polinesio hasta la calle M, pero éste desapareció. Igualmente, como parte de una remodelación en 1994, al ser modificadas y ampliadas las habitaciones, se eliminaron las terrazas donde estaban colocadas las mesas que decorara la escultora y ceramista Marta Arjona (1923).
Dentro del edificio, en el bar Las Cañitas, se encuentra el mural cerámico –de terracota esmaltada, tocado con pintura– de René Portocarrero (1912-1985). Conformado por once paneles, se denomina Historia de Las Antillas y tiene 19, 30 metros de largo por 4, 50 de alto. Tanto la obra de Amelia como la de Portocarrero datan del momento mismo de la puesta en funcionamiento de la instalación, o sea, de 1958.
Posteriormente, en 1973, a la entrada del restaurante buffet Las Antillas, se colocó el tercer mural: el antológico Carro de la Revolución, de Alfredo Sosabravo (1930), que consta de 525 piezas de arcilla roja esmaltada.
El propio pintor y ceramista catalogó esta creación como una especie de compendio de toda Cuba: las letras significan la campaña de alfabetización de 1961; las armas representan la lucha defensiva en que está inmerso el país, y el resto, la industrialización. Incluyó elementos de la flora y la fauna, en especial, la mariposa y el pez.
A las puertas del Salón de la solidaridad, también en el segundo lobby, hay cuatro cuadros, de gran formato –unos 2, 5 por 1, 5 metros cada uno– de la pintora cubana Flora Fong (1949), cuya temática son las vegas de tabaco.
Desde 1997, en el amplio vestíbulo está situada la fuente electroacústica llamada Clepsidra, de la escultora cubana Rita Longa (1912-2000). Tal como indica su nombre, evoca el reloj de agua que usaron los griegos y romanos antes de que existiera el reloj de arena. De nueve metros de alto y un metro de diámetro, en su confección se empleó el acero inoxidable y el cristal. Con un núcleo central de metal, tiene doce piezas de cristal que representan las horas del día. Segundos antes de cada hora, se pone en acción su combinación de luces, sonido y agua: se escucha una pieza del músico electroacústico Juan Blanco y se enciende la luz en el cristal correspondiente.
Óleos de Portocarrero, Mariano Rodríguez (1912-1990), Bermúdez, Hugo Consuegra (1929) y Roberto Fabelo (1950) decoran la afamada suite La Castellana, en el piso 22, que fuera desde enero hasta marzo de 1959 «una de las ocasionales moradas de Fidel (Castro) y sus más íntimos colaboradores», según narra Antonio Núñez Jiménez en su libro En marcha con Fidel.
Razones de sobra tiene este establecimiento turístico para que, después de disfrutarlo, muchos de sus ilustres huéspedes le hayan conferido la merecida condición de «hotel para el arte».

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