Con la gala de opereta La vida es bella en la Basílica Menor de San Francisco de Asís, concluyeron anoche las presentaciones en Cuba de una pareja de bailarines de ballet y solistas del Teatro de Opereta y Musical de Bucarest que, acompañados por una orquesta de cámara bajo la batuta del maestro Lucian Vlâdescu, actuaron el martes 21 en el teatro Milanés de Pinar del Río. Ambas funciones formaron parte de la Jornada de la Cultura rumana en nuestro país que incluyó también un homenaje al poeta Mihai Eminescu y la exposición personal «Introspección» de Aurel Patrăşcu que cierra mañana sábado 25. Por tal motivo, Opus Habana reproduce el artículo que sobre este pintor escribiera la crítica rumana Victoria Anghelescu.

La evolución de Aurel Patrăşcu es, tal como recordaba antes, orgánica. Los cambios aparecen en periodos de tiempo relativamente amplios, cada leit motiv está investigado y recorrido hasta la última posibilidad. Los motivos pasan de un ciclo a otro, evidentemente tras metamorfosis.

En la cumbre de su carrera, el pintor y gráfico Aurel Patrăşcu , tuvo una evolución orgánica desde sus inicios, que se remontan al periodo de estudiante preuniversitario y llega hasta hoy. Su incontestable talento nato, su gran amor a las imágenes y a los artistas consagrados, cuyas obras contemplaba cada vez que le era posible, fue atraído al principio por las tonalidades del color negro. Interesado en el valor mágico-romántico de este color, pero también recordando un poco intencionalmente los modelos de su tiempo. Se trata, tengámoslo presente, de los años 70 del pasado siglo. Un impresionante número de pinturas y diseños gráficos, sobre papel cartón y cañamazo, presentan signos casi abstractos, estructuras con visos geométricos, pero también objetos. Normalmente objetos humildes, siendo el cristal, el más usado. La técnica siempre es mixta: acuarelas, temperas, aguadas, ocres, pasteles con pinceladas de tinta china o plumilla.
Ochenta de esas obras ovaladas o rectangulares se exhiben en el vestíbulo del Teatro de la Opera Rumana, provocando la curiosidad y el interés del público y de los especialistas en la materia. Se podría llamar a este periodo creativo de su quehacer artístico como «el periodo negro»  pero, a pesar de su pasión por el caballete, estudiará en el Instituto Politécnico, sin cesar, por supuesto, de enviar de manera constante sus creaciones a las exposiciones anuales organizadas por la Unión de los Artistas Plásticos, donde son aceptadas y exhibidas. Hay también un cambio de tema, los signos y las estructuras casi abstractas son reemplazadas por el interés que muestra en los retratos. Aparecen así, una serie de obras, de pequeño y mediano formato, mostrando una serie de retratos imaginarios. Sus poses son de alguna manera afectadas, teatrales, con rasgos de la corriente expresionista, el tamaño casi natural de los retratos acentúa la sensación de extraños, raros, de estas obras, donde el cuidado para la solución plástica de la imagen es excesivo, a veces. Una gama dominante de marrones y ocres, subrayan el dramatismo de los personajes, e imprimen un aire un poco «a lo Fellini» de ese período.
Estas primeras dos secuencias de su actividad plástica, fueron consecuencia de la gran influencia que recibió de Nicolae Savin, profesor de la Escuela Popular de Arte y según las confesiones del propio Pátra§cu, a ese maestro le debe la capacidad de pensar y apreciar el valor de los signos ya que fue este, el que le desarrolló la capacidad imaginativa, además de mostrarle como equilibrar en sus obras la lucidez y los sentimientos.
En los años 90, el artista autodidacta, decide pasar los cursos del Instituto de Artes Plásticas «Nicolae Grigorescu». Asiste durante tres años a los cursos de la sección de escenografía, aprendiendo el rigor de la creación de un espectáculo. Esta experiencia le va servir después para la puesta en escena de algunos espectáculos combinados de teatro-danza, para los que crea los decorados y el movimiento escénico. Después de esos tres años, se decide por la pintura de caballete y asiste a los cursos del profesor Nistor Coita, en un cambio de programa y también de visión, se siente ahora cercano a un artista rumano de primer rango, Ion Gheorghiu, al cual lo ata también lazos familiares, y del cual aprenderá, esencialmente, los secretos del oficio. Atiende la estructura y la consistencia de la imagen, la aplicación de los colores, al brillo de los mismos que sobrepone uno tras otro, o a la juiciosa intervención del blanco.
Al mismo tiempo, se vislumbran, dos series que marcarán por entero su creación en el último decenio del siglo XX: «Las Quimeras»  y  «Las Puertas».
En la gráfica o en las pinturas, «Las Quimeras» o los emparentados «Cimpani» —término creado por el artista para las imágenes gráficas que recuerdan refinadas trasposiciones de algunos motivos esenciales y estilizados del folclor rumano—  alegra la vista y provoca la imaginación. Una fina red de líneas de color, vibra sobre la blanca superficie del papel, en sus trabajos gráficos, normalmente de grandes dimensiones. El brillo de los azules, de los rojos, es potenciado por el blanco del papel, que, Aurel Pátra§cu, sabe utilizar juiciosamente, dándole una trepidante luminosidad, mediante la combinación de la textura del papel, el fondo y la forma de la obra. Las formas lanzadas, elevan la visión hacia las alturas, siendo la dirección ascendente una constante en estas obras gráficas.
En la pintura, «Las Quimeras»  adquieren un aire más grave. Las formas tienden hacia lo horizontal, la paleta cromática es sobria, compuesta de marrones suavizados por ligeros toques de rojos o matizados, casi dramáticamente, por azules. De vez en vez, brota una divertida sonrisa, que tiende hacia lo lúdico, lo que será su signo característico en el siguiente decenio.

Imágenes superiores: obras de la serie «Las quimeras» (técnica mixta). Imagen inferior: obra de la serie «Las Puertas» (óleo sobre lienzo).


En la segunda serie «Las Puertas», la obra de Aurel Patrăşcu  entra en una nueva dimensión: lo sacro, que en algunas obras está presente de forma explícita: la presencia de la cruz lo pone de manifiesto, pero independiente del signo en sí, «Las Puertas»  son las señales del paso entre dos mundos. Por la parte del espectador están cubiertas de una red de líneas y signos, que tienen como finalidad recordar el mundo material  —en la idea de la obra— y dar ritmo a las grandes superficies coloreadas, con tendencias monocromáticas. La parte superior del diseño es a veces circular, como recordando vagamente la cúpula de una iglesia y otras veces un circulo roto que encuadra las formas semicirculares, trasformando de hecho la puerta propiamente dicha en una entidad incluida dentro de otra puerta, apenas sugerida por un fina cenefa de gamas grises.
Con un fuerte matiz «religioso»  cuando se presenta con la forma de una cruz anticipando el plano tricónico de una iglesia, «La Puerta» de Aurel Pátra§cu está en la mayoría de los casos, impregnada de una carga filosófica. La metáfora del paso, indiferentemente si es de un mundo a otro o de un estado a otro, parece preguntar y a veces responder, mediante la solidez de la imagen, las inquietudes fundamentales de la existencia humana.
Paralelamente, a estas dos series, continúa pintando los retratos en tamaño natural con un claro matiz expresionista. Estamos en la presencia ahora de parejas, las figuras aparecen en una extraña relación, muchas veces con evidente matiz de perversidad. Las extrañas composiciones, aparecen como una contraparte a la espiritualidad y la serenidad de los dos anteriores ciclos, estas  «escenas»  de dos personajes atraerán un gran número de admiradores, muchas fueron compradas por extranjeros, sobre todo de Gran Bretaña.
Alrededor del año 2000, un nuevo personaje aparece en la creación del artista: UBU. Obsesionado por este personaje de la literatura, Aurel Patrăşcu , lo carga de todo su potencial humorístico, lúdico, incluso sarcástico. Realizados en técnica mixta muchas veces, las pinturas de este nuevo ciclo ponderan a un personaje forjado, caricaturizado, que posa ante los espectadores o inmerso en una actividad superflua, como por ejemplo andar en bicicleta o pasear bajo la sombra de una inmensa sombrilla. Existe, El Señor o la Señora UBU, las obras de grandes o pequeñas dimensiones, son figuras recordando vagamente cabezas de animales o haciendo muecas. La gama cromática es viva, cálida, a veces incluso exuberante. Rojos combinados con verdes, amarillos y marrones con matices de rojo, verde o violetas refinados. Las composiciones exuberantes en expresiones y colores, tienen sin embargo, una perfecta «compostura» en sus combinaciones cromáticas. La pasta es preciosa, los grises añaden finura y equilibrio.
La evolución de Aurel Patrăşcu es, tal como recordaba antes, orgánica. Los cambios aparecen en periodos de tiempo relativamente amplios, cada leit motiv está investigado y recorrido hasta la última posibilidad. Los motivos pasan de un ciclo a otro, evidentemente tras metamorfosis.
La última serie, igual que las pausas que de tiempo en tiempo se otorga, para «jugar» con naturalezas estáticas o paisajes al estilo clásico, nos hace creer que el artista nos reserva otras sorpresas. Independientemente del «accidente temático»: la pasión por los colores, por la expresividad de las líneas, por la solidez de la construcción plástica, es evidente y clara.

Victoria Anghelescu

Crítica rumana de arte

(Palabras al Catálogo para una exposición personal de Aurel Patrăşcu exhibida en 2011 en la galería Casa Luxemburgo de Sibiu, ciudad rumana que, en 2007, fue declarada junto con Luxemburgo, Capital Europea de la Cultura).

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