Este surrealista, soñador irrefrenable, ha creado un imaginario propio que integra elementos del paisaje, personajes antropomorfos con caracteres sexuales definidos, figuras pulcramente delineadas, formas geométricas, componentes mitológicos... entre otros rasgos que lo definen.
Moreira no se limitó solo a trabajar sobre papel o tela; amplió los soportes y las técnicas para la ejecución de las obras. También se destaca en la ilustración de libros y revistas, así como grabados, serigrafías y portadas de diferentes publicaciones.
Arriba: La virgen (1993). Acrílico sobre tela (54 x 65 cm). Izquierda: Venus africana (1992). Acrílico sobre tela (40 x 51 cm). | |
Un hombre en quien se funden la realidad y la fábula, la vida cotidiana y la leyenda. Un artista que lleva a la creación la admirable riqueza de su mundo interior. La obra de Juan Moreira resulta indispensable en el arte cubano.
Se define como habanero, nacido el 27 de diciembre de 1938 «y criado en La Habana», en el Cerro, donde residió y cursó sus primeros estudios; más tarde, en unión de su familia se trasladó al barrio de Santos Suárez y, a los 11 años, se incorpora a un taller de publicidad tras visitar casi a diario aquella instalación.
En los primeros tiempos era el muchacho de la merienda, de los cigarros, de la limpieza..., pero junto a eso puso atención en cómo confeccionar plantillas para letras, mientras se hacía una idea de la visión de los colores que impregnaban la retina con insistencia, de la distribución espacial, del peso y carácter de la línea. Se esmeró con suma dedicación al trabajo, prestó interés por todos y cada uno de los detalles y a cuanto se vinculase con la realización de las vallas anunciadoras: se hizo rotulista; más adelante y, a solicitud del dueño, se atrevió a reproducir unas figuras para situar en una valla, con muy buen resultado. Así comenzó a desempeñarse como pintor comercial.
Para entonces contaba con unos 15 años. Corrían los años 50 del siglo XX y La Habana se llenaba de grandes carteles publicitarios de cigarrillos, líneas aéreas, útiles del hogar, urbanizaciones, juguetes, centros de diversión… El colorido de aquellas enormes pinturas era un llamado a la atención de potenciales compradores, posibles consumidores en una sociedad de venta y competencia.
En aquel taller conoció y se relacionó con artistas, diseñadores, creadores... que, con el paso de los años, se destacarían en el arte cubano: Raúl Martínez, Mayet y Luis Martínez Pedro. A este diario quehacer, se unió la formación profesional, por lo que su interés y aptitud lo llevaron en 1958 a estudiar en la Escuela Superior de Artes y Oficios de La Habana. Por fortuna, tomó e imprimió tales imágenes con una pequeña cámara fotográfica. Eso permitió que, años más tarde, pudiese hacer con ellas una excelente exposición.
Enero de 1959 trae consigo cambios también para Moreira, quien amplía sus horizontes y se vincula a las acciones que se desarrollan vertiginosamente en el país. Se preocupa por incrementar sus lecturas y desarrolla habilidades en la pintura y el dibujo. En 1960 estudia Dibujo Comercial en la Escuela Martín Studio, y matricula en 1962 en la Academia San Alejandro. Entretanto, la intensidad del momento histórico lo absorbe. Funge como dirigente de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, luego Unión de Jóvenes Comunistas; participa en la recogida de café en las montañas orientales con un grupo de alumnos, donde coincide con su amigo Fowler, con quien, al concluir las labores cotidianas hace bocetos y pinta retratos y paisajes. Al regreso de estos dos meses de trabajo, las obras son expuestas con el título «Imágenes de dos estudiantes de Artes Plásticas en la recogida de café», en la Galería Galiano, el propio 1962.
Como provechosa experiencia durante estos años resalta el trabajo en calidad de colaborador con el pintor chileno José Venturelli, en la realización de dos murales en La Habana en el transcurso de los años comprendidos entre 1960 y 1962: uno en el Hotel Habana Libre y el otro en el edificio del Retiro Médico, actual Ministerio de Salud Pública.
En 1963 concluye sus estudios en San Alejandro; de esta etapa de formación y búsqueda del muy joven artista es una serie de dibujos y acuarelas a las que denominó «Apuntes de la Industria Pesquera», que realiza tras su vinculación con un navío de pesca llamado Orión 9011, que lo llevó a un recorrido marinero. Las obras ejecutadas durante estos meses de travesía se aprecian en el Centro de Arte Internacional, en 1964. Las artes de pesca, el barco, el mar, los peces, los tripulantes de la nave Orión..., nada escapa al ojo atento ni a la mano segura del pintor, que enriquece su visualidad mientras adquiere mayor dominio técnico.
Perfeccionar el dibujo, constante preocupación por el uso del color, todo en aras de llevar a la cartulina o la tela su visión del entorno y las fabulaciones que se derivan de la observación de la realidad palpitante. La crítica le resulta muy favorable desde estas primeras presentaciones; la escritora Loló de la Torriente expresa en el periódico El Mundo, del 27 de febrero de 1964: «Varios apuntes, realizados en Batabanó, en relación con la industria pesquera y de la esponja son de gran expresión artística y en realidad constituyen un material en el cual no habían escrutado los artistas cubanos hasta el presente. Moreira penetra en la sensibilidad y “apunta” actitudes y disposiciones que le dan rica veta para trabajos posteriores muy ricos y reveladores. Va por caminos nuevos guiado, principalmente, por su intuición».
A esta misma muestra hace referencia el periodista, poeta y crítico Víctor Casaus, en Hoy del 13 de septiembre del propio 1964: «Para un pintor obtener el máximo es naturalmente pintar lo más y tocar y penetrar los mejores temas posibles. Para un pintor joven esto se convierte en una necesidad. Es el tiempo de la búsqueda, del hallazgo ese diario que sorprende y alegra. Juan Moreira vive en ese tiempo…».
Los cuatro años posteriores a su graduación los dedica a la experiencia docente, cuando se integra como profesor, primero, en la entonces Isla de Pinos, y más tarde, en Güines. La diversidad temática y su constante afán de lecturas y actualización de la información lo conduce a una nueva serie vinculada a la lucha de los afronorteamericanos por la igualdad de derechos. Investiga, lee, se documenta para convertir las noticias más destacadas en obras de arte, los enfrentamientos por diferencias raciales en esta época, las rebeliones callejeras, las marchas por los derechos del negro... son recreados en pinturas y dibujos de esmerada factura, convertidos en una serie temática que bajo el título «La Lucha del negro», fue expuesta en la Galería Habana, en 1969.
También en esta ocasión la crítica resultó muy favorable al joven artista, destacando de manera muy especial no solo el tema de actualidad, sino el trabajo con las texturas visuales, veladuras, contrastes, las figuras estilizadas, grotescas, convulsas para lograr un efecto de dolor, ira, tristeza y agresividad.
Para simplificar el estudio de la obra de Juan Moreira, se habla de varias etapas en su creación, atendiendo a las características generales de las piezas en diferentes momentos. Así, desde las primeras creaciones, de 1959 hasta principios de los 70, resulta un primer período que se ha dado en llamar la etapa de aprendizaje y búsqueda. En estos años sus obras fueron vistas en dos exposiciones personales y participaron en tres muestras colectivas, la primera en 1957, y una en Montreal, Canadá, en 1965.
Ya en los 70, el artista traslada su residencia a Mercaderes número 2, en La Habana Vieja, un espacio que, tras la retirada de los bufetes de abogados que allí tenían sus locales, fue ocupado por pintores y escritores, lo que le valió el mote de «Solar de los intelectuales». Participa con una obra en el «Salón 70», muestra colectiva presentada en el Museo Nacional de Bellas Artes.
A solicitud del diseñador José M. Villa, Villita, Moreira ilustra una nueva edición de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Era la primera vez que un pintor cubano ilustraba el más conocido libro de la literatura española. El resultado causa admiración, pues la desbordante y fecunda imaginación del artista conjuga con los soberbios textos de Don Miguel de Cervantes. La limpieza de las líneas, su estilo sencillo y sintético se traducen en un resultado impecable y dotado de una poética propia, porque el manchego aparece rodeado de una vegetación tan poblada y exuberante como las ideas del personaje cervantino. Las obras originales, creadas a manera de ilustraciones, se presentaron en una exposición personal «Para Ilustrar un Libro», en 1973, en la galería Galiano.
Esta nueva etapa creativa, conocida como la del realismo mágico, abarca hasta 1984, aunque siempre hay alguna obra que se adelanta, o que lleva aún elementos de la etapa que le precede. Pero ahora el trazo es fuerte, bien delineada la figura humana, bien definida la abundante vegetación exótica que le acompaña, con un sol o una luna corona la composición. Intensos colores planos aislados por un continuo delineado, dan efecto de carteles y lo vinculan con el pop art.
Destaca como retrato antológico el Homenaje a Masiques, obra a la memoria del pintor cubano José Masiques (1940-1968), donada al Museo Nacional de Bellas Artes en hermoso gesto de desprendimiento para el disfrute de quienes frecuenten sus salas. En los retratos, Moreira casi siempre sitúa al personaje de la historia, la política o la literatura, al centro de la composición o en medio de una tupida vegetación que se apropia de la superficie de la tela o la cartulina.
Esta etapa incluye la serie de carácter épico en la que, junto a personajes de la historia cubana, héroes de las luchas independentistas en diferentes latitudes e ideólogos de doctrinas sociales, coloca imágenes de su hija y su sobrino en franco acto de desmitificación. Dibujar las figuras, insinuar cuerpos sin hacer uso del color, solo sus contornos, como ilustraciones, o a la manera de los cuadernos para colorear, o de lo contrario: el uso audaz del color intenso, feroz, plano, es una opción poética que a Moreira le sienta bien.
Por estos años, a finales de los 70 y principios de los 80, viajó a Cuba el cineasta sueco Ulf Hultberg, reconocido por haber dirigido el filme El clavel negro, sobre el papel que desempeñó el embajador de Suecia en la salvación de militantes de la Unidad Popular tras el golpe fascista en Chile en septiembre de 1973. Su intención era dirigir una serie de televisión que debía mostrar a los espectadores de su país la historia de Cuba y cómo esa historia se reflejaba en la formación y las actitudes de los niños. Solicitó la participación de artistas cubanos para enriquecer la visualidad de la narración, y correspondió a Moreira el relato martiano «Los tres héroes», que aparece en La Edad de Oro. El pintor recreó las figuras de los próceres exaltados por Martí: el mexicano Miguel Hidalgo, el argentino José de San Martín y el venezolano Simón Bolívar, próceres de la primera independencia latinoamericana, y en constante diálogo con ellos, nuestro Apóstol.
Las piezas de Moreira pueden y deben leerse como escenas de un retablo de maravillas, que dan cuenta de la historia narrada desde la sensibilidad de la imaginería popular. Esto último se halla también determinado en buena medida por lo que el artista coloca al fondo de las figuras humanas: ejemplares de la flora y la fauna continental, asumidos de manera alegórica, con una minuciosa realización tanto en la aplicación acertada del color plano como en el firme trazo de una línea de contornos. El pintor consigue impregnar de un tono mítico sus realizaciones, pero sin alejarlas de la escala humana. La colección original estaba integrada por 16 obras, ejecutadas en acrílico sobre cartulina, y serían expuestas tres décadas después en Suecia y, más tarde, en La Habana.
Moreira no se limitó solo a trabajar sobre papel o tela; amplió los soportes y las técnicas para la ejecución de las obras. También se destaca en la ilustración de libros y revistas, así como grabados, serigrafías y portadas de diferentes publicaciones. Ejecuta murales para instituciones de carácter social y para los pisos de La Fuente de la Juventud, realiza un mosaico hexagonal, cuyo dibujo original está silueteado con flejes de metal que fijaron al granito de vivo color.
En este cruce de los 70 a los 80 participó en el evento nacional Arte en la Carretera, organizado por la Dirección de Artes Plásticas. No se limitó a la ejecución de su pieza; recreó las vallas de las obras de Mariano Rodríguez, Luis Martínez Pedro y René Portocarrero. Durante estos años realiza seis exposiciones personales, de las cuales una es en Cuba y las restantes en Moscú, Plovdiv y Houston, Texas. Entre las muestras colectivas participa en la Primera Bienal de La Habana con tres obras de gran formato (130 x 162 cm) en óleo sobre tela: Amanecer, El día y La Noche.
A partir de 1984 se incrementa en su quehacer la intensidad en los colores planos, con resultados que le aproximan a los carteles. Las figuras son ejemplares de una flora sinuosa, engañosa, en clara y abierta alusión al sexo, algo enmascarado, refinado, muy elegante, pero que está presente. Estas piezas son ejecutadas en diferentes dimensiones y materiales, siempre dentro de los mismos patrones visuales, que las hace inquietantes al espectador.
Durante la Segunda Bienal de La Habana, en noviembre de 1986, se presentó en el Comité Estatal de Finanzas la muestra de Moreira «Pinturas, Dibujos, Grabados y Esculturas», con un total de 36 obras. En el catálogo de modesta factura que acompañó la exhibición, el investigador y crítico José Veigas incluye un acertado análisis de la creación del artista hasta esa fecha. Acerca de «Pinturas...», uno de los más importantes representantes del arte contemporáneo, Julio Le Parc, declaró sentirse satisfecho con la visión que ofrece este pintor cubano tras esos sus cuadros «viviendo sus inquietudes pictóricas en una actitud de aguda búsqueda que sin lugar a dudas irá sorprendiendo…».
Otro importante criterio, del también artista y crítico de arte Manuel López Oliva, aparece en el catálogo de la exposición «Pintura y Grabado», en febrero de 1988: «Sin darse cuenta el pintor retoma las enseñanzas internacionales de la abstracción geométrica de Alberts y Rothko, y de ese sutil efecto de vibración óptica dentro de un mismo tono extendido en el arte contemporáneo por los “minimalistas”. Decidido finalmente por la evocación y no por la descripción; dispuesto ya a recorrer un distinto anillo en su aventura de artista; dedicado a transformar a la vagina en flor y al cuerpo en paisaje...».
Durante esos años participó en más de cinco muestras colectivas, entre otras, la Bienal del Cairo, Egipto, en 1988, y presentó exposiciones personales en Cuba y una en Houston, Texas. Una de las obras de aquella etapa, Metamorfosis de una flor No. 2 (1984), realizada en óleo sobre tela (130 x 163 cm), fue adquirida por el Museo Nacional de Bellas Artes y expuesta en el verano de 2013 como parte de la muestra colectiva «Almacenes Afuera», donde se exhibieron las piezas más sobresalientes de los creadores cubanos que permanecían fuera de las salas permanentes de esa institución.
El constante quehacer y la riqueza imaginativa condujeron al artista a otras formas de expresarse: su dibujo bien marcado, unido al acertado uso del color, le llevan a una nueva etapa de inspiración africanista o indigenista, en la que desde 1989 hasta la actualidad se ha mantenido trabajando. Desde entonces persiste en el delineado bien marcado de las formas y la representación de figuras totémicas, híbridos entre animales, humanos o deidades tutelares de civilizaciones ignotas. Llama la atención que en casi todas estas figuras estilizadas queda evidenciada o insinuada su sexualidad. Ellas sobresalen por sus elementos físicos voluptuosos, los cuales concentran la atención de quien en ellas aprecia una carga sensual y hedonista. Otra de sus características es el empleo de elementos geométricos: triángulos y círculos que integran las composiciones espaciales realizadas en su casi totalidad en acrílico sobre tela.
Si algo se mantiene desde sus primeras obras y lo distingue a pesar de todas estas etapas a las que se hace referencia en sus telas y cartulinas es la limpieza del diseño, la pulcra manera de expresarse sobre los diversos soportes.
Este surrealista, soñador irrefrenable, ha creado un imaginario propio que lo identifica: elementos mínimos de paisaje, personajes antropomorfos con caracteres sexuales definidos, figuras pulcramente delineadas, presencia de formas geométricas, componentes mitológicos... en fin, Juan Moreira ha viajado de la realidad cubana, a la que se siente enraizado, a un mundo de fabulación en el que se destaca su riqueza imaginativa, su dominio de la técnica y su inmenso humanismo.
Durante estos años se ha mantenido en constante actividad, lo que ha permitido que conozcamos nuevas obras suyas en una veintena de muestras personales, así como en un centenar de colectivas. Moreira ha expuesto en importantes espacios tanto dentro como fuera de Cuba.
Más allá de las obras para ser expuestas, Moreira se ha vinculado a proyectos de carácter social y político, entre los que se encuentran el Proyecto Arte y Moda —que incluye la interpretación por diseñadores de obras plásticas—, murales conmemorativos, subastas humanitarias y cartas menú, entre otras acciones.
Como elemento a destacar, en 2011 inauguró en la galería Villa Manuela, en La Habana, la exposición «Hit Parade», en la que recicló las añejas imágenes fotográficas que testimoniaron su temprana incursión publicitaria. Las fotos impresas sobre tela de un conjunto de vallas anunciadoras, dispuestas de inteligente y original manera, constituyeron su especial forma de recordar sus inicios en el mundo del arte. Resultó de una pasmosa contemporaneidad el conjunto de lienzos impresos en blanco y negro, donde, además de la referencia original, se apreció algún que otro fragmento del entorno en que estuvieron situadas, lo cual enriqueció la perspectiva contextual.
La integralidad de este creador se reafirmó durante la Oncena Bienal de La Habana, con la presentación de su libro de poemas De la orilla y de la esquina, con fotos de Alicia Leal. Cuestionamientos y afirmaciones sobre preocupaciones humanas e inquietudes de carácter social se presentaron a través de la iconografía personal de la pintora, retratos de personajes bien diversos y objetos disímiles. Conocida y reconocida como una de las más importantes artistas de la plástica cubana, Alicia Leal incursionó en la fotografía, mostrando obras que mantienen un estrecho vínculo temático con la poesía de Moreira. Son fotos y poesías. Imágenes y textos que se complementan.
A estas alturas podemos afirmar que la obra de Moreira ha ido en constante desarrollo desde sus inicios en la confirmación y la aventura. Porque a su logrado oficio, largamente desarrollado, le asiste un espíritu indagador que no cesa.
Virginia Alberdi Benítez
Periodista y crítica de arte
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