Hoy viernes 13 de marzo se cumplen 100 años de la visita a la Isla de la insigne bailarina rusa —afincada en nuestro continente al igual que otros grandes artistas, como consecuencia de la Primera Guerra Mundial—, quien una vez consolidado su éxito en Norteamérica decidió expandir sus actuaciones a otros países de la región, idea gracias a la cual Cuba se sumó a su legendaria trayectoria artística.

«Las temporadas de Anna Pávlova en Cuba catalizaron, en alguna medida, el desarrollo del arte del ballet entre nosotros en las primeras décadas del pasado siglo».

 

En el centenario de debut de Anna Pávlova en Cuba (1915-2015)

Una de las consecuencias derivadas de la Primera Guerra Mundial fue la ola de artistas que emigró a tierras de América, no solo con el fin de salvar sus vidas, sino, asimismo, con el propósito de continuar sus carreras dramáticamente tronchadas debido a la conflagración. Uno de ellos fue la bailarina rusa Anna Pávlova, quien, como tantas celebridades de la época, viajó a los Estados Unidos con la esperanza de conseguir en ese país la aceptación de su quehacer escénico y, de manera consecuente, la renovación de sus ya habituales y resonantes triunfos. Una vez consolidado el éxito en Norteamérica, la artista decidió expandir sus actuaciones a los países situados al sur del continente, idea gracias a la cual Cuba se sumó a su legendaria trayectoria artística. De esa forma, la Isla se convirtió en el primer país hispano visitado por la ya entonces mítica diva.
   El debut de Anna Pávlova y su compañía en Cuba tuvo lugar en el teatro Payret, en La Habana, el 13 de marzo de 1915, oportunidad en que centralizó los ballets Amarilla y La noche de Walpurgis, e interpretó además varias «miniaturas» indisolublemente unidas a su leyenda, entre ellas el famosísimo solo El cisne —luego llamado La muerte del cisne, obra por medio de la cual el público criollo tuvo un primer acercamiento a la obra coreográfica de Mijaíl Fokin— y Bacanal de otoño, un pas de deux en el que fue acompañada asimismo por Alexander Volinine, su partenaire por la fecha.
    A pesar de que el público cubano de la época no estaba familiarizado con el ballet, una gran concurrencia acudió curiosa al coliseo y, sinceramente emocionada con el arte de la bailarina, la ovacionó en cada una de sus presentaciones. Ese éxito también quedó reflejado en la mayoría de las críticas aparecidas en periódicos de la capital al día siguiente de la función, como fue el caso de la suscrita por El Músico Viejo (seudónimo de Miguel González Gómez) con el título de «El debut de la Pavlowa [sic] en Payret», publicada en el Heraldo de Cuba:
«Fue un suceso y obtuvo un éxito resonante [...]. Pocas veces han sido más justificados los elogios y la fama mundial de que viene precedida artista alguna. La Pavlowa es algo extraordinario; es bailarina en combinación con grandes disposiciones de actriz, además de graciosa, ingenua y encantadora en sus gestos, ademanes y movimientos rítmicos, de una exactitud matemática. En ella se dan todas las complejidades del arte de Terpsícore, desde lo alado y lo vaporoso, hasta lo denso y crispante, ligereza de danza frágil e ímpetus violentos de trágicas sacudidas; todo en cuerpo de mortal.
   «En la protagonista del baile de carácter Amarilla, se mostró en todo su talento y facultades de danzarina, para quien no existen pasos difíciles, en su ejercicio de puntas, trenzado, y «paso a dos», de asombrosa exactitud en los movimientos, haciendo de ellos una creación por su estilo, elegancia y agilidad de sus pies alados, que apenas rozan las tablas de la escena.
   «La noche de Walpurgis le valió a la eminente, a la simpar artista, la ovación más ruidosa de la velada, compartida, es muy justo consignarlo, con el primer bailarín clásico Alexander Volinine, gran artista y una de las figuras más salientes de la compañía.
   «En los entretenimientos, interpretó como ella sólo puede hacerlo, El cisne [...], La mariposa y La bacanal de otoño —con Volinine—, escena en la cual es un prodigio de agilidad en sus movimientos prestísimos, sin discrepar en ningún momento de la música, brillante, viva y llena de colorido que el compositor ruso Glazounoff escribiera para esa escena de bacante. […]».
   Más allá de ciertos percances que tuvo que enfrentar la Pávlova durante aquella gira que comprendió La Habana, Cienfuegos y Matanzas, el éxito (al artístico puede sumársele, sin duda, el social) fue la tónica predominante a lo largo de una temporada concluida el 28 de marzo de 1915, luego de ofrecer un total de quince funciones —la del 22 en el teatro Luisa, en la Perla del Sur, y la del 26 en el Sauto, en la llamada Atenas de Cuba. En aquellos espectáculos, la artista rusa, además de los títulos mencionados, dio a conocer en el país obras tan importantes de su repertorio como La muñeca encantada, El despertar de Flora, Raymonda y Chopiniana, entre otras, con las cuales consiguió hechizar de manera sostenida lo mismo a su ferviente público que a los más reacios periodistas que ejercían aquí por la fecha.   
   Las temporadas de Anna Pávlova en Cuba —a la arriba someramente descrita hay que sumarle las ofrecidas en 1917 y en 1918-1919— no solo constituyen uno de los grandes momentos en la historia del baile teatral en la Isla en todos los tiempos, sino que asimismo catalizaron, en alguna medida, el desarrollo del arte del ballet entre nosotros en las primeras décadas del pasado siglo.

Francisco Rey Alfonso,
historiador del Gran Teatro de La Habana.

Imagen superior: Anuncio en el periódico Heraldo de Cuba del viernes 12 de marzo de 1915, anunciando el debut de la bailarina rusa Anna Pávlova en el Teatro Payret de La Habana. Debajo, a la izquierda: la artista en la obra Bacanal de otoño. Imagen derecha:durante su interpretación del solo La muerte del cisne.




 

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