Independencia, competencia y laboriosidad son los requisitos necesarios –ún el articulista– para lograr ser un excelente juez o magistrado.
No pueden estar más claras y precisamente determinadas las cualidades morales que el juez necesita poseer, resumidas todas en su independencia.
¿Cuáles son los requisitos esenciales para ser buen juez o magistrado?
En mi modestísima opinión tres: independencia, competencia, laboriosidad.
La independencia es el requisito moral, sin el que los otros dos requisitos resultan inútiles o perjudiciales.
De la independencia del juez o magistrado ha dicho el Presidente del Tribunal Supremo en reciente discurso: «Cuando comienza el ejercicio de la función judicial, el juez viene a ser en el acto de su inicio, el funcionario titular de aquella que pudiera llamarse eminente prerrogativa. La independencia del juez depende de la condición moral del sujeto que lleva este nombre... su independencia en la actuación está regida por su voluntad. Investido de la dignidad del cargo y conocedor de los deberes que el mismo le impone, ha de comprender necesariamente, con una comprensión que tiene la naturaleza de lo elemental, que la independencia es indispensable a la justicia y que su independencia como juez, no depende fundamentalmente de otra cosa que del aprecio que él tenga de su propio honor».
No pueden estar más claras y precisamente determinadas las cualidades morales que el juez necesita poseer, resumidas todas en su independencia.
Ahora bien; en la práctica esa independencia puede afirmarse que sólo la poseen muy contados jueces y magistrados; falta de independencia, que es voluntaria en ellos, y que consiste en prosternarse servilmente ante cualquiera superior a ellos, ya en su carrera, ya en el Gobierno, ya en la política, ya en la esfera del dinero. Estos serviles jueces y magistrados hacen por el contrario alarde de rectitud. Su rectitud consiste en tratar despreciativa y groseramente a los pobres y desgraciados procesados que ante ellos acuden en demanda de justicia, a sus empleados y a cuantos consideran que no pueden hacerle daño o serles útiles.
Conozco esto al dedillo porque he tratado de cerca de «los señores del margen». ¡He conocido cada uno! Echando a un lado los que públicamente tenían fama de venales y refiriéndome tan sólo a los que hacían alarde de honorabilidad, me quedo con los anteriores antes que con estos. Recuerdo a uno, paticojo, por cierto, de cuya rectitud se decía que era «de colilla de cigarro», porque consistía únicamente en registrar detrás de las puertas y en los rincones por si había colillas de cigarro, denunciadoras de falta de limpieza de los alguaciles, a los que castigaba de manera pública y grosera. Pero este mismo magistrado, ¡como se humillaba ante cualquier político prominente, gobernante o pariente del Jefe de estado! Y su «rectitud» llegó en cierta ocasión a pasar por alto, en cierta causa política, una comunicación de la policía en que entre otras cosas se daba cuenta de estar preso y no sometido a los tribunales un funcionario electivo al que, por la Constitución, no se le podía encausar sin autorización del Cuerpo al que pertenecía. El «bueno y recto» señor encargado de administrar justicia, pasó por alto ese delito que se estaba cometiendo y esperó a que el jefe del Estado le diera orden de poner en libertad y sacar del secuestro en que se encontraba, a ese legislador.
En cambio, he conocido jueces y magistrados – muchos, desde luego– de una independencia inquebrantable a toda clase de dádivas, influencias y amistades, porque, por encima de todo, eran hombres de honor, y como dice el Presidente del Tribunal Supremo, la independencia del juez, no depende fundamentalmente de otra cosa «que del aprecio que él tenga de su propio honor».
Esa independencia de jueces y magistrados es indispensable para que los ciudadanos encuentren en el Poder Judicial de su país la garantía y el amparo a sus vidas y a sus propiedades y es indispensable a la Nación porque la que posee jueces y magistrados independientes se verá libre de los atropellos, abusos, extralimitaciones de sus gobernantes. La ley obliga al juez y al magistrado no sólo a juzgar aquellos casos que los particulares y los agentes policíacos le traen, sino aquellos otros también de que tienen conocimiento y es vox populi que están cometidos por los poderosos y los fuertes; y ante esos hechos delictuosos, no deben cruzarse de brazos y cerrar los ojos, haciendo la vista gorda y hasta hablando en privado, ¡horrorizados!, de tales barbaridades que se cometen (histórico), porque, si esos hechos quedan impunes es por la falta de independencia de tales jueces y magistrados, o sea, parafraseando al Presidente del Tribunal Supremo, por el poco aprecio que tienen de su propio honor.
La competencia es otro requisito esencial también, pero que ocupa lugar siguiente, a la independencia, para ser buen juez o magistrado.
La competencia o capacidad tampoco abunda mucho.
El catedrático de la Universidad doctor Gustavo Gutiérrez, en su Proyecto de Reorganización de la Enseñanza del Derecho, proyecto que ya ha sido implantado en la Facultad de derecho se expresa así: «Si nos trasladamos del campo de la simple especulación científica al de la realidad objetiva y observamos las condiciones del foro y la judicatura cubanos, no nos quedará más remedio que admitir – que por ello tenga que ofenderse nadie– que el número de abogados ignorantes y de jueces incompetentes es realmente desconsolador a pesar de las frases laudatorias propaladas por algunos grandes abogados, cuyos éxitos profesionales acaso dependan en gran parte de la ignorancia de sus contrarios y de la estulticia de los juzgadores».
Esta ignorancia llega a veces hasta a la carencia de ortografía, y no han faltado magistrados que en sus minutas de sentencias, cuando ignoraban si una palabra se escribía con c o s, con b o v ponían una encima de otra para que le pobre empleado eligiera la oportuna. ¿De Derecho? Bueno, el derecho es lo que menos necesita saber un juez o magistrado, y como la mayoría de los abogados lo ignoran, también, no hay peligro.
La laboriosidad, ocupa el tercer lugar en los requisitos para ser buen juez. Como los anteriores, es también muy difícil encontrar esta cualidad, ya que lo que abunda es la haraganería, el «salir del paso», el no estudiar en particular cada caso, sino seguir la rutina, aplicar lo que se hizo en otro caso parecido.
¡Cuánto se podría seguir diciendo sobre estos tres requisitos que se necesitan para ser buen juez o magistrado, y que muy pocos poseen! Ya volveremos sobre el asunto en otra ocasión. Datos y ejemplos, vistos y oídos, nos sobran. Ahora lo que nos falta es espacio... Hasta luego.
En mi modestísima opinión tres: independencia, competencia, laboriosidad.
La independencia es el requisito moral, sin el que los otros dos requisitos resultan inútiles o perjudiciales.
De la independencia del juez o magistrado ha dicho el Presidente del Tribunal Supremo en reciente discurso: «Cuando comienza el ejercicio de la función judicial, el juez viene a ser en el acto de su inicio, el funcionario titular de aquella que pudiera llamarse eminente prerrogativa. La independencia del juez depende de la condición moral del sujeto que lleva este nombre... su independencia en la actuación está regida por su voluntad. Investido de la dignidad del cargo y conocedor de los deberes que el mismo le impone, ha de comprender necesariamente, con una comprensión que tiene la naturaleza de lo elemental, que la independencia es indispensable a la justicia y que su independencia como juez, no depende fundamentalmente de otra cosa que del aprecio que él tenga de su propio honor».
No pueden estar más claras y precisamente determinadas las cualidades morales que el juez necesita poseer, resumidas todas en su independencia.
Ahora bien; en la práctica esa independencia puede afirmarse que sólo la poseen muy contados jueces y magistrados; falta de independencia, que es voluntaria en ellos, y que consiste en prosternarse servilmente ante cualquiera superior a ellos, ya en su carrera, ya en el Gobierno, ya en la política, ya en la esfera del dinero. Estos serviles jueces y magistrados hacen por el contrario alarde de rectitud. Su rectitud consiste en tratar despreciativa y groseramente a los pobres y desgraciados procesados que ante ellos acuden en demanda de justicia, a sus empleados y a cuantos consideran que no pueden hacerle daño o serles útiles.
Conozco esto al dedillo porque he tratado de cerca de «los señores del margen». ¡He conocido cada uno! Echando a un lado los que públicamente tenían fama de venales y refiriéndome tan sólo a los que hacían alarde de honorabilidad, me quedo con los anteriores antes que con estos. Recuerdo a uno, paticojo, por cierto, de cuya rectitud se decía que era «de colilla de cigarro», porque consistía únicamente en registrar detrás de las puertas y en los rincones por si había colillas de cigarro, denunciadoras de falta de limpieza de los alguaciles, a los que castigaba de manera pública y grosera. Pero este mismo magistrado, ¡como se humillaba ante cualquier político prominente, gobernante o pariente del Jefe de estado! Y su «rectitud» llegó en cierta ocasión a pasar por alto, en cierta causa política, una comunicación de la policía en que entre otras cosas se daba cuenta de estar preso y no sometido a los tribunales un funcionario electivo al que, por la Constitución, no se le podía encausar sin autorización del Cuerpo al que pertenecía. El «bueno y recto» señor encargado de administrar justicia, pasó por alto ese delito que se estaba cometiendo y esperó a que el jefe del Estado le diera orden de poner en libertad y sacar del secuestro en que se encontraba, a ese legislador.
En cambio, he conocido jueces y magistrados – muchos, desde luego– de una independencia inquebrantable a toda clase de dádivas, influencias y amistades, porque, por encima de todo, eran hombres de honor, y como dice el Presidente del Tribunal Supremo, la independencia del juez, no depende fundamentalmente de otra cosa «que del aprecio que él tenga de su propio honor».
Esa independencia de jueces y magistrados es indispensable para que los ciudadanos encuentren en el Poder Judicial de su país la garantía y el amparo a sus vidas y a sus propiedades y es indispensable a la Nación porque la que posee jueces y magistrados independientes se verá libre de los atropellos, abusos, extralimitaciones de sus gobernantes. La ley obliga al juez y al magistrado no sólo a juzgar aquellos casos que los particulares y los agentes policíacos le traen, sino aquellos otros también de que tienen conocimiento y es vox populi que están cometidos por los poderosos y los fuertes; y ante esos hechos delictuosos, no deben cruzarse de brazos y cerrar los ojos, haciendo la vista gorda y hasta hablando en privado, ¡horrorizados!, de tales barbaridades que se cometen (histórico), porque, si esos hechos quedan impunes es por la falta de independencia de tales jueces y magistrados, o sea, parafraseando al Presidente del Tribunal Supremo, por el poco aprecio que tienen de su propio honor.
La competencia es otro requisito esencial también, pero que ocupa lugar siguiente, a la independencia, para ser buen juez o magistrado.
La competencia o capacidad tampoco abunda mucho.
El catedrático de la Universidad doctor Gustavo Gutiérrez, en su Proyecto de Reorganización de la Enseñanza del Derecho, proyecto que ya ha sido implantado en la Facultad de derecho se expresa así: «Si nos trasladamos del campo de la simple especulación científica al de la realidad objetiva y observamos las condiciones del foro y la judicatura cubanos, no nos quedará más remedio que admitir – que por ello tenga que ofenderse nadie– que el número de abogados ignorantes y de jueces incompetentes es realmente desconsolador a pesar de las frases laudatorias propaladas por algunos grandes abogados, cuyos éxitos profesionales acaso dependan en gran parte de la ignorancia de sus contrarios y de la estulticia de los juzgadores».
Esta ignorancia llega a veces hasta a la carencia de ortografía, y no han faltado magistrados que en sus minutas de sentencias, cuando ignoraban si una palabra se escribía con c o s, con b o v ponían una encima de otra para que le pobre empleado eligiera la oportuna. ¿De Derecho? Bueno, el derecho es lo que menos necesita saber un juez o magistrado, y como la mayoría de los abogados lo ignoran, también, no hay peligro.
La laboriosidad, ocupa el tercer lugar en los requisitos para ser buen juez. Como los anteriores, es también muy difícil encontrar esta cualidad, ya que lo que abunda es la haraganería, el «salir del paso», el no estudiar en particular cada caso, sino seguir la rutina, aplicar lo que se hizo en otro caso parecido.
¡Cuánto se podría seguir diciendo sobre estos tres requisitos que se necesitan para ser buen juez o magistrado, y que muy pocos poseen! Ya volveremos sobre el asunto en otra ocasión. Datos y ejemplos, vistos y oídos, nos sobran. Ahora lo que nos falta es espacio... Hasta luego.