{mosimage}El de jugar con dos categorías eternas: el espacio y el tiempo, es uno de los atractivos de este proyecto expositivo del artista Leo D' Lázaro.
Obras que están hechas de otras obras, que sugieren nuevas obras: restauración permanente, como la del hombre genérico, que le da asunto.
{mosimage}Según el diccionario, Mimetismo significa «adaptación antidepredadora desarrollada por algunos animales y que se basa en adaptar aspectos, colores y formas de movimiento que hacen que pasen más desapercibidos frente a sus potenciales enemigos».
A esta buena palabra recurrió el artista Leo D' Lázaro (La Habana, 1965), para titular un proyecto expositivo que, entre otros atractivos, tiene el de jugar con dos categorías eternas: el espacio y el tiempo. Para ello, concibió una exposición en varias galerías de la ciudad.
Leo ha hecho suyo el interés humano y el de la especie toda a partir de una suerte de, según su propia designación, seres objetuales que permiten hacer de cada receptor parte activa del espacio-tiempo de la muestra mediante la relación con una realidad donde cada línea o color, cada forma reconocible o desvirtuada, tiene por última finalidad reconstruir el personaje hombre.
De esa manera lo que a primera vista puede ser una forma o expresión abstracta, concluye por avenirse a cierto interés figurativo, más o menos objetivo, para luego devenir, previa experiencia con la cambiable relación tiempo-espacio, propuesta de una restauración ideal de sus semejantes.
Restauración, he aquí la palabra clave: restauración de voluntades, de experiencias, de hallazgos... La instalación y el cuadro, en un pas de deux, parecen sostenerse entre sí, en una suma de fragmentadas identidades. La unidad en la diversidad. Obras que están hechas de otras obras, que sugieren nuevas obras: restauración permanente, como la del hombre genérico, que le da asunto. Dicho en otras palabras, aun cuando las obras se transformen él aspira a que permanezcan. ¿Contradicción? Digamos movimiento, vida, contraste...
La capacidad de darle vida a lo inanimado desde formas supuestamente elementales, acerca al artista a las posiciones de la sabiduría primera, tan hija de los elementos de la Naturaleza como de los rituales del grupo. De ahí su capacidad de sugerir, de mutar, tanto metal y carne, como plástico y cieno, herido tronco y óleo.
Adicto a la transformación de las cosas, bien por yuxtaposición o por adjetivación, Leo no capitula ante el arte efímero. Su búsqueda de espacio, de contexto, le es tan vital a esta obra como el ideal de belleza más puro.
A esta buena palabra recurrió el artista Leo D' Lázaro (La Habana, 1965), para titular un proyecto expositivo que, entre otros atractivos, tiene el de jugar con dos categorías eternas: el espacio y el tiempo. Para ello, concibió una exposición en varias galerías de la ciudad.
Leo ha hecho suyo el interés humano y el de la especie toda a partir de una suerte de, según su propia designación, seres objetuales que permiten hacer de cada receptor parte activa del espacio-tiempo de la muestra mediante la relación con una realidad donde cada línea o color, cada forma reconocible o desvirtuada, tiene por última finalidad reconstruir el personaje hombre.
De esa manera lo que a primera vista puede ser una forma o expresión abstracta, concluye por avenirse a cierto interés figurativo, más o menos objetivo, para luego devenir, previa experiencia con la cambiable relación tiempo-espacio, propuesta de una restauración ideal de sus semejantes.
Restauración, he aquí la palabra clave: restauración de voluntades, de experiencias, de hallazgos... La instalación y el cuadro, en un pas de deux, parecen sostenerse entre sí, en una suma de fragmentadas identidades. La unidad en la diversidad. Obras que están hechas de otras obras, que sugieren nuevas obras: restauración permanente, como la del hombre genérico, que le da asunto. Dicho en otras palabras, aun cuando las obras se transformen él aspira a que permanezcan. ¿Contradicción? Digamos movimiento, vida, contraste...
La capacidad de darle vida a lo inanimado desde formas supuestamente elementales, acerca al artista a las posiciones de la sabiduría primera, tan hija de los elementos de la Naturaleza como de los rituales del grupo. De ahí su capacidad de sugerir, de mutar, tanto metal y carne, como plástico y cieno, herido tronco y óleo.
Adicto a la transformación de las cosas, bien por yuxtaposición o por adjetivación, Leo no capitula ante el arte efímero. Su búsqueda de espacio, de contexto, le es tan vital a esta obra como el ideal de belleza más puro.