Generosa y vehemente, definitivamente seductora, la obra de Flora Fong consigue atraparnos gracias a la vitalidad del trazo, la singular recreación de elementos naturales y la magia de tantos colores que danzan sobre el lienzo.
En mi pintura me he sentido atraída en especial por la cultura china. Yo sentía que podía hacer algo, que podía aportar a la pintura cubana otro enfoque, este que mucho tiene que ver con la civilización oriental.

 Si alguna vez ha tenido en las manos un catálogo de su obra, o enmarcada cualquiera de sus serigrafías, o incluso navegado por las pantallas de alguna multimedia interactiva que albergue sus trabajos en versión digital, en realidad puede haber visto mucho y haber visto muy poco. Los cuadros de Flora Fong tienen que contemplarse en vivo, allí donde sigilosamente te apabullan, donde te sorprenden embelesado ante la inmensidad plástica que tiene delante.
En ese primer cruce más vale dejar que nos roben todas las defensas porque poco aportan claves interpretativas precedentes. Al final siempre el lienzo nos vence, porque antes Flora lo venció a él, tan —a la vez— blanco, enigmático, temible y cautivante.
Noble y temperamental, colorida pero equilibrada, así es la obra que la artista ha engendrado en las dos últimas décadas. Abriga la mística de quien posee una permanente vocación por el rencuentro con su estirpe y expresa la obsesiva fascinación que produce el descubrimiento perpetuo. Este torbellino se vislumbra en la fuerza de sus trazos, las escenas en movimiento, la intensa policromía de una paleta que resueltamente nos conmueve y la poderosa línea negra que nos recuerda los límites, esos límites a donde es posible llegar, pero también desde donde es posible partir. Su creación es orgánica porque tantas inquietudes propias allí terminan hilvanándose en posibles respuestas. El ejercicio pictórico como práctica emancipadora. Por eso Flora ya no puede sobrevivir sin sus cuadros, mas tampoco sus cuadros serían tan acabados si Flora no confrontara en ellos la complejidad de su más íntimo universo.
A los que hoy rozamos los 30, quizás nos es difícil imaginar que durante toda la vida esta artista no haya fantaseado con elementos de la naturaleza, bajo ese estilo formal que tanto la distingue en la escena plástica cubana. Cierto que sus jardines, girasoles y platanales, frutas, gallos, hojas de tabaco, bosques, montañas y marinas, vienen desfilando en sus telas desde los inicios de los años 80. Sin embargo, atrás quedaba una obra con otros ámbitos temáticos, menos conocida —tal vez— y más autobiográfica; menos cromática y más técnica mixta, en la que las historias de su niñez alcanzarían mayor protagonismo. La figura humana que, raras veces aparecería posteriormente en forma explícita, entonces la encarnaban africanas, guardias, novios y también sus hijos Li y Liang.
Sólo que el interés por conocer más sobre la civilización de sus ancestros también acapararía la atención de Flora, una camagüeyana de madre criolla que —a su vez— descendía de españoles y de padre chino de Cantón, fusión que pronto sería suficientemente tentadora para la artista, según ella misma explica:
«Por supuesto, en la medida que pasa el tiempo una va cambiando su forma de pensar, de hacer en el arte. Indudablemente para quien conoció mi obra de los años 70 hasta los 80 y pico, aquélla es una obra donde todavía está la figura humana, la realidad cotidiana; los temas eran más intimistas y los expresaba con mucho lirismo y hasta con algo de surrealismo. Pero todo eso fue cambiando alrededor de esos años, quizás porque ya mi padre estaba muy viejo y yo tenía cierta preocupación por recrear muchas cosas que él me enseñó de niña. Por ejemplo, las cometas, esas lindas cometas en forma de pájaros que movían sus alas y también cantaban. Eso me dejaba encantada mirando hacia el cielo. Yo pensaba que todos los chinos sabían hacer cometas, pero no era cierto. Es decir, mi padre tenía esa peculiar habilidad manual. Por eso en aquellos años le pedí que me ayudara a rescatar lo que él hacía para nosotros cuando éramos niños. Y fue así como —poco a poco— me introduje en ese mundo fabuloso del arte oriental. Eso me llevó a estudiar un poco el idioma chino que, aunque no lo sé como deseo, me sirvió para coger destreza en el estudio del gesto caligráfico, el sentido del ideograma, y de toda la estructura compositiva y la belleza de esas letras.

¿Cuándo viajó usted por primera vez a China? ¿De qué manera ese contacto con la tierra de sus ancestros influyó en su vida?

En 1989 realicé mi primer viaje a China, y fue muy importante para mí porque allí encontré respuestas a muchas cosas que estaba estudiando y a otras tantas inquietudes que tenía dentro. En el Museo de la Caligrafía pude ver cómo los japoneses —por ejemplo— están agradecidos de la caligrafía china, que consideran la madre. Mirando la riqueza de los palacios imperiales, redescubro el sentido estético y el enfoque espiritual que ellos tienen; logré entender por qué era así ante esa cosa increíble que son las costumbres. Esto me hizo pensar. Recuerdo que mi padre era de poco hablar, entraba en un mutismo absoluto por un día entero, se quedaba meditando. Cuando los ocho hermanos —cinco hembras y tres varones— éramos niños, le gustaba comprarnos ropa; de momento él llegaba a la casa con vestidos lindísimos, pero todos idénticos. Mi mamá le preguntaba por qué los compraba todos iguales, y él sencillamente respondía: «porque en China es así». Y entonces ese misterio, ese modo de ver las cosas, sus prácticas filosóficas tan ancestrales, me fue dejando mucha curiosidad por conocer a fondo todo eso.

¿Cuánto se reflejó en su producción plástica esa afición que usted comenzó a sentir con nuevos bríos por la sabiduría y sensibilidad del mundo oriental?

Mucha. En mi pintura me he sentido atraída en especial por la cultura china. Lamentablemente —y esto siempre lo digo— nosotros recibimos una influencia muy occidental en la enseñanza en nuestras escuelas de arte. Y yo sentía que podía hacer algo, que podía aportar a la pintura cubana otro enfoque, este que mucho tiene que ver con la civilización oriental. Es así como —poco a poco— lo he conseguido; me ha llevado más de diez años. Estuve mucho tiempo trabajando para encontrar rasgos que me remitieran a hacer lo que yo quería, desde el punto de vista caligráfico y, a la vez, crear un sello de identidad muy caribeño y nacional. Ya a estas alturas está presente en mi obra; prácticamente es una identificación. Me costó mucho, porque tenía que encontrar el gancho para coger como pretexto lo que quería hacer en determinados temas. Me quedaba muchas horas reflexionando sobre esto. Hasta que el tema de «Remolinos y ciclones», motivo de una exposición completa en la Galería Habana en 1985, me posibilitó encontrar —por primera vez— toda la composición gestual del arte caligráfico chino. Y hallé también una manera lineal de expresión que me fascinó. Ya te digo, era un tema muy caribeño pero que me permitía, al mismo tiempo, enlazar bien los dos objetivos que perseguía.

 Algo similar sucedería un poco más adelante con el tema «Jardines y bosques», y después con los hermosos y vehementes «Girasoles...»

Sí, la primera fue una temática que desarrollé en 1986, cuando también hice un grupo de obras en las que pude incorporar lo que ya estaba haciendo con los ciclones, pero desde una mirada de primer plano. En medio de todo ese deseo de expresarme, también surgió la serie «Grandes paisajes del Caribe» y, luego, «Ancestros», que fundamenta toda la incorporación de las caligrafías chinas. Hasta que más tarde vendría «Girasoles», donde el motivo no era pintar las flores por pintarlas, sino encontrar, hacer una referencia a toda la pintura china, cuyos cultores son impecables y evidencian mucha maestría, cuando se dedican a pintar flores utilizando la técnica de las aguadas, a tal punto que se pueden pasar toda la vida pintando flores. Pues bien, utilizo mucho en mi obra, esa experiencia sensorial que logran, ese enfoque diferente del análisis de perspectivas que —te repito— no tiene nada que ver con el que nosotros hacemos a partir del Renacimiento italiano, que fue lo que nos enseñaron en la escuela de arte...
Con los girasoles encontré dos cosas: la técnica al óleo, tradicional, textualmente elaborada, pero integrada con un concepto chino de la composición.

Entonces, ¿le parece que de alguna forma desafía el encuadre tradicional con la incorporación de estos elementos?

Siento que el que mira el cuadro puede suponer que está situado sobre una nube, que tiene una vista privilegiada. Parado frente a la obra se puede decir: sí, hay una referencia de la naturaleza. Pero, luego, pasa a otro grado de comprensión del proceso creativo donde todo puede acontecer en el lienzo, sin ataduras de ningún tipo.

Las palmas son otro elemento recurrente en su obra, muchas palmas, grandes, diminutas, barrigonas, traviesas, embravecidas, desperdigadas... ¿La palma, en fin, como símbolo necesario para expresar la cubanía?

Efectivamente, en muchos de mis paisajes está la palma, bien sea en un primer plano o más distante, pero casi siempre aparece. Las palmas en su origen tienen que ver con el caracter chino de «bosque», y éste —a la vez, en su trazado caligráfico— tiene mucho que ver con las palmas. Hago mis palmas con mucho movimiento, como siento el propio gesto caligráfico de esta palabra. Eso sin contar que no concibo hacer referencia al paisaje inmediato sin que se sienta el aire, sin que haya movimiento. De modo que para mí es un elemento de mucha cubanía que —además— me permite connotar movimiento. Cuando hice la serie «Marinas», puedo decir que ya las palmas estaban sedimentadas en mi obra.

¿Qué temáticas desarrolla en la actualidad?

En los últimos día he sentido la necesidad de expresar un reclamo a favor de que la belleza no se destruya como consecuencia de toda esta actitud guerrerista que seguimos viendo hoy. Por eso What happen?, una obra que recien acabé. Ahora trabajo en un cuadro grande donde están presentes fuertes contrastes entre la luz y la sombra; lo bueno y lo malo; la guerra y la paz. Es una obra que responde a cierta convulsión interior ante el estremecimiento que padece la naturaleza; es un reclamo de espiritualidad y reflexión sobre el drama de la vida humana en momentos tan difíciles como los que hoy vive la humanidad. No obstante, soy de las que pienso que, a pesar de las situaciones caprichosas, siempre se debe intentar sortear las dificultades, crecerse ante los problemas, seguir adelante pensando que el futuro será mejor. Al mismo tiempo continúo trabajando inspirada en el Feng Shui, que es el arte de la orientación, de los ambientes, de los lugares que me rodean. Tiene que ver con la serie de los «Manglares» que ahora desarrollo, basada esencialmente en nuestra plataforma insular. El primer cuadro fue muy realista, pero a partir de ahí la mano suelta, la ironía... Por ejemplo, hay un cuadro que se llama El Pes-cado, donde el pez más grande está dentro de una pecera en el fondo marino, y el más pequeñito está por fuera. Ahora estoy haciendo uno que se llama Ocho peces rojos y uno negro, y el último terminado se nombra Uno negro y ocho rojos. Este cuadro esta inspirado en el Feng Shui, viento y agua, dos elementos que dan una energía positiva tremenda. Es muy simpático; yo me entretengo muchísimo con esto.

¿Entonces el Feng Shui vendría siendo como una suerte de fe personal, de filosofía de vida?

Definitivamente. Aunque haya quien no lo crea, necesitamos de todas esas energías que la naturaleza nos brinda. Si una sabe encauzar todas esas energías, las cosas pueden irle mejor. En el Feng Shui se dice que siempre es bueno tener en la casa una fuente de agua, y que ocho peces rojos van a representar siempre las cosas buenas; pero como siempre hay dificultades es conveniente poner uno diferente, en este caso lo simbolizo a través del negro, no por racismo ni mucho menos, sino por marcar la diferencia, además de que el rojo y el negro son colores muy fuertes que los chinos emplean mucho. El ocho y el nueve son números de suerte, aconsejables.

¿Considera que las tradiciones de la comunidad china se han perpetuado lo suficiente dentro de la sociedad cubana?

No, creo que más bien ha sido de manera aislada. Cuando triunfó la Revolución, los chinitos del Barrio Chino ya estaban viejitos y, poco a poco, se han ido muriendo. Esa población que inmigró, si bien no fue muy numerosa ni tenía por lo general alto nivel cultural, sí venía con costumbres muy marcadas. De hecho, se reunían en sociedades porque se querían mantener unidos. Creo que a la comunidad china le ha costado más trabajo insertarse en la cultura cubana que a la española, por ejemplo. La integración se ha producido de manera compleja, menos natural. Luego hay una segunda generación que es a la que yo pertenezco, algunos incluso muy inquietos por rescatar la cultura oriental. Pero es muy difícil porque el idioma es una barrera; mi padre mismo allá en Camagüey casi no tenía con quien hablar chino. Actualmente existen aquí en La Habana como cuatro lugares donde se puede aprender el idioma; a través del Grupo promotor del Barrio Chino se realizan múltiples actividades de rescate de las tradiciones.
 También habría que mencionar la labor de Roberto Vargas Li en el desarrollo del arte marcial como algo muy exitoso. En fin, puedo decir que hay una voluntad general, pero sin chinos naturales viviendo acá es imposible hablar de perpetuidad de las tradiciones chinas dentro de nuestra sociedad.

Cuando Pedro Pablo Oliva, Nelson Domínguez, Choco, Ernesto García Peña y, por supuesto Flora Fong, coincidieron en la Escuela Nacional de Arte, estaban lejos de sospechar que pocos años después comúnmente se les nombraría «la generación de los setenta». Ellos, junto a otros destacados artistas que se formaron por esos años, entonces vivieron días de experimentación, de riesgos, de intensa confrontación. De esa voluntad colectiva que se inclinaba por la búsqueda, florecieron diversidad de estilos que se afianzarían en el panorama plástico de la Isla.
Hoy Flora sigue compartiendo este protagonismo con los consagrados, pero también con otros artistas jóvenes, y no tanto, que a partir de los 90 han nutrido la escena cubana desde la multiplicidad de expresiones y tendencias, a tal punto que mucho se ha hablado de un boom de la plástica en estos años en nuestro país.
Las escuelas de arte han desempeñado un papel importante al encargarse de preparar a muchos de estos nuevos artistas. Enseñan al alumno a abordar la obra desde diferentes enfoques, a ir por otras vías. Creo que en la actualidad hay muchos caminos nuevos pero también ciertas retrospectivas; por eso, pienso que todo cabe. Me gusta mucho, por ejemplo, el arte digital, las cosas maravillosas que se pueden hacer en ese mundo mágico de la computación que, aunque siento que no lo puedo asumir, le reconozco todos sus valores. Además, las pautas las van a marcar el desarrollo tecnológico —que día a día avanza— y los progresos de la ciencia. Porque todo eso le brinda al artista un abanico de posibilidades cada vez mayor, que hay que tener en cuenta. Igual siento que el artista cubano es un artista inquieto; lo más importante es la actitud que tenga hacia su propia inquietud y que siempre encuentre los mecanismos a través de los cuales expresarla.

¿Y le parece que los mecanismos institucionales son eficientes?

Mira, si algo ha sido muy bueno en este país es el apoyo que han tenido los jóvenes por parte de las instituciones culturales. Es algo que he podido comprobar porque no me he movido de aquí; he estado atenta a todos los acontecimientos de la plástica cubana, los he podido ver. Y ha sido una decisión inteligente. Se ha llegado a un equilibrio, y hay una mayor conciencia de la apertura necesaria, lo cual también se manifiesta en la diversidad de expresiones plásticas y de las artes visuales en general. Los artistas debemos mantenernos siempre atentos porque esa apertura siempre exista y se entienda cuál es nuestro espacio en la sociedad. Por supuesto, la organización global del sistema te da esa cosa integradora que cualquier país envidiaría; es algo que todo el que llega se sorprende, porque de verdad que es admirable la cantidad de talentos que tenemos. En cualquier lugar del mundo, donde menos te lo imaginas, hay una obra de un cubano.

¿Cuáles son los principales retos que enfrenta el quehacer de las artes plásticas cubanas a la hora de posicionarse fuera de la Isla? ¿Cree que siempre el talento es el congratulado?

Creo que saldrán adelante los verdaderos talentos. Ese mecanismo diabólico que obedece al sistema capitalista, es complicado. Para llegar a ferias o bienales, el artista cubano tiene que ser bueno y andar con un poco de suerte, pero también tiene que haber una estructura que lo apoye, un soporte de trabajo coordinado que lo ayude, porque si no, es realmente muy difícil. Y como siempre se hará referencia al lugar de origen..., pueden suceder 20 manipulaciones que están muy lejos de la intención artística. Por eso tiene que estar fogueado, preparado para cualquier eventualidad. Ya uno deja de ser aquel artista con aquella ingenuidad absoluta, que de alguna forma tenía predeterminado salir adelante... Sí creo que tiene que ser un buen artista porque la gente sabe apreciar y valorar cada vez más la obra de calidad. Muy lejos de premiaciones y de toda esa cosa factual y manipulada dentro de ferias y eventos, para mí lo más importante es lo que pueda hacer cada artista por tratar de desarrollarse plenamente. En medio de las contradicciones del mercado tenemos que seguir trabajando, porque es injusto —incluso— que por el hecho de permanecer aquí se nos tilde de una manera determinada.
El arte bueno no tiene fronteras, está por encima de todo eso, por encima de ideologías, de criterios... Eso es lo que a mí me tranquiliza.

Su obra se colecciona en numerosos rincones de diversas latitudes, lo mismo en Francia, Holanda, Suiza, Italia, España, que en China y Corea del Sur, o en Chile, México o Estados Unidos. En realidad puede decirse que ha llegado a mercados muy diferentes y valiosos. Pero bien, ¿han condicionado a Flora los dictados del gusto ajeno?

La primera cosa es que pinto lo que me da la gana. Si lo que hago lo puedo llevar a las bienales, y es aceptado, y está bien, perfecto. Pero lo único que no voy a hacer es cambiarlo por mandar algo que otros quieran, aunque me quede sin ninguna posibilidad. Ya, afortunadamente, he probado en diferentes lugares que mi obra tiene una aceptación a nivel internacional. Estoy tranquila. Si hay manipulaciones, me siento como ajena, como que no está en mí; no lo puedo controlar. Son factores externos que están ahí, que pertenecen a este momento en que se vive —tan complicado— que lamentablemente hacen que ciertos artistas no sean... No sé, es pura imaginación. El artista debe ser sincero consigo mismo, creer en lo que está haciendo. En definitiva todos cabemos en el mismo mundo. Mientras no existan seres extraterrestres..., muchas cosas se podrán conciliar aquí.

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