Tras recibir el Premio Nacional de Artes Plásticas 2002, Adigio Benítez concedió esta entrevista, que es síntesis de varios años de consagración al arte, a la enseñanza, a la creación.
«La poesía tanto como la pintura es una gran pasión. Decidí tomar el camino de las artes plásticas porque tal vez se ajustaba más a mi vocación».

 Mi íntimo compromiso de más de 50 años es trabajar por y para la cultura de mi país», me confesó Adigio Benítez, pintor, grabador, ilustrador, diseñador, dibujante y profesor, horas después de darse a conocer oficialmente que el Consejo Nacional de las Artes Plásticas le había conferido el Premio Nacional, máximo reconocimiento que cada año otorga esa importante institución encargada de regir la manifestación en la Isla.
Con su habitual y probada modestia, Adigio Benítez, uno de los grandes maestros de las artes plásticas contemporáneas cubanas, aceptó conversar sobre diversos temas; de ahí que comenzáramos por sus inicios como creador, en esta suerte de intento de dibujarlo con la palabra.
«El interés por las artes plásticas surgió desde mi infancia y cuando alcancé la adolescencia y cumplí la edad requerida, matriculé en la Academia de Artes de San Alejandro de la cual egresé en 1949.
»En la década de los años 40, siendo aún estudiante, comencé a colaborar con la prensa escrita, especialmente con un magazine que editaba la Juventud Socialista. Posteriormente a mi graduación, me solicitaron hacer caricaturas en el periódico Hoy donde permanecí hasta su clausura en 1953.
»Durante todo este tiempo me vinculé con el Partido Socialista Popular y mis trabajos –como dibujante político– aparecían en la clandestina Carta Semanal. En varias ocasiones la policía del entonces dictador Fulgencio Batista realizó registros en mi casa e interrogó a mi familia.
»En 1958 me secuestraron y durante una docena de días permanecí incomunicado hasta que me soltaron el 4 de septiembre, tres meses antes del triunfo revolucionario del 59».

¿Cuánto influyó la caricatura política en su obra posterior?

Desde la etapa de estudiante hice dibujos políticos; al graduarme y comenzar la vida de pintor mi mecanismo de creación estaba muy urgido de transmitir mensajes de contenido social que, desde luego, no tenían el mismo lenguaje de la caricatura, pero la pobreza, la delicada situación política que atravesaba el país y la figura de algunos mártires se reflejaron en mi quehacer.
En 1953 empecé a pintar y los cuadros poseían un profundo contenido social. Los personajes y protagonistas eran por excelencia los trabajadores, los pobres, los niños; también realicé retratos a líderes de los movimientos obrero y estudiantil como Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena y otros mártires.
En enero del 1959 ya tenía preparada una exposición completa, pero sólo después del triunfo de la Revolución es que exhibí, junto a otros tres artistas con los cuales tenía afinidad política y artística.
Los cuatro mostramos por primera vez nuestro arte en la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, donde tenía sus oficinas el entonces Comandante de la Revolución Ernesto Che Guevara.

En su vida de pintor ha habido varias etapas, por ejemplo, en la década del 70 se inclina por el arte pop?

Sí, después del triunfo de la Revolución realicé una serie social y continué haciendo trabajos que reflejaban distintos momentos de la cambiante realidad cubana. La situación había variado políticamente y traté que esa atmósfera apareciera en mi obra.
 Así surgió Milicianos e hice la serie titulada Soldadores (unas 15 obras). Posteriormente intenté dirigirme por sendas o caminos que me llevaran a un tipo de pintura inclinada hacia la metáfora; algo más poético y menos directo, pero siempre sobre la línea figurativa.
Experimenté con el pop e intenté hacer una figuración proveniente de la misma abstracción tomando formas como si ejecutara la pintura abstracta, pero dentro de la figuración. También hice ensayos con el pop art aunque no me detuve de forma pura en ninguna de esas expresiones.
Toda esa experimentación me sirvió para encontrar un lenguaje propio. Comencé a hacer elementos que parecen de papel –los cuales denominé papiroflexia o papirolandia– y que consisten en representar la misma realidad, pero de una manera más poética.
Así estuve varios años trabajando la pintura y el dibujo con estos personajes de papel que llamo papirotes. Estos personajes –que a veces son humanos y, en otras ocasiones, animales o cosas– los llevé al lienzo y la cartulina. Inicialmente partí de las figuras de papel que hacen habitualmente los niños, pero hago una transformación posterior hasta que logro un sentido artístico.

En 1987 fue distinguido como Profesor de Mérito del Instituto Superior de Arte (ISA). ¿Qué valor le concede a la docencia?

La enseñanza artística reviste una importancia capital, comparable con el proceso evolutivo que ha tenido la educación en Cuba y que empezó con la Campaña de Alfabetización.
En el plano de las artes plásticas fue esencial la creación de un sistema para el aprendizaje de las distintas manifestaciones. Muchos talentos se hubieran malogrado de no ser por esta metodología que dio la oportunidad a jóvenes que residían en el interior de la Isla, e incluso en regiones apartadas de la geografía cubana, de venir a la capital y estudiar en la Escuela Nacional de Arte, en el ISA, en San Alejandro y en otros niveles de la enseñanza media.
Fue un movimiento muy importante que ha producido resultados extraordinarios; hoy contamos con artistas de mucho talento surgidos de esas aulas.

Tiene publicados cuatro cuadernos de poseía; lo que siente ¿prefiere decirlo con palabras o con el trazo?

No hay duda que preferí decirlo con el trazo y el color. Pero la poesía tanto como la pintura es una gran pasión. Decidí tomar el camino de las artes plásticas porque tal vez se ajustaba más a mi vocación.
Siempre he tenido a la pintura en un altar tan alto que nunca la he podido abandonar. He sentido varias veces la imperiosa necesidad de escribir y ahí está mi segundo oficio.

¿Son las apropiaciones una suerte de pretexto creativo?

Las apropiaciones que realizo –y en las cuales mezclo elementos del arte universal con figuras mías– no las hago con un sentido irreverente. Todo lo contrario. Me parece que estoy haciendo mi humilde homenaje a esos artistas de los cuales me apropio para hacer mi trabajo. En mi obra hay humor, pero no irreverencia.  Existen artistas que tienen determinadas obras que se prestan para hacer un contraste humorístico; entonces, los traslado a una situación que no es la real, sino ideada por mí, pero no destruyo las figuras, al contrario, las copio para esa apropiación, las traspongo en su forma natural, como son ellas.
Puede que lo haga en otro color, pero siempre respeto la obra original. Las situaciones sí tienen un poco de humor, pero las figuras de las cuales me apropio las respeto mucho.

Usted utiliza el color en toda plenitud y su obra transmite alegría, ¿un juego?

Es, precisamente, como un juego. Pretendo hacer un contraste entre mis figuras hechas de papel, junto a otras del arte universal, que las trato con otro tono. Mantengo el dibujo, el claro-oscuro, pero cambio el color.
Por ejemplo, una figura griega puede ser hecha de color azul y eso es un juego del color, de la temática, del contraste, de la situación que se presenta; una situación que es imposible en la realidad. Solamente se puede reflejar en la pintura porque aparecen figuras de cualquier lugar, de cualquier continente o época.
Tengo cuadros en los que aparece una romería con personajes de diversos lugares y distintas épocas junto a campesinos cubanos. Utilizo los colores muy fuertes. Hay gentes que gustan de cosas más sobrias, me lo han dicho, pero hay otras que no.
Lo que sucede es que muchos de los temas que abordo tienen algo de humor, son –a veces– encuentros en los que me hago un autorretrato con una de esas grandes figuras de la pintura universal y en algunos casos hay un poco de humor también.
Se ha dicho que los cubanos vivimos en un país del trópico, que el color es muy brillante por el sol. Trato de hacer cuadros alegres, ninguno es deprimente. Ni siquiera abordo temas muy serios, por eso es que acentúo la viveza del color.

¿En qué movimiento se incluye?

No me incluyo en ninguna escuela determinada. He enfrentado muchos cambios y siempre he poseído una guía interior de lo que quiero hacer, pero nunca he sido muy fiel a las corrientes. En ese sentido soy algo promiscuo.
En la década de los 90 estuve bastante metido en la corriente de la posmodernidad, según la veo yo. Existen planteamientos estéticos dentro de esta forma de ver el mundo que he adoptado. Desde el momento que soy posterior a la modernidad, ya soy y me siento un posmoderno.
Sin embargo, difiero de otros argumentos de algunos de sus más destacados exponentes por su nihilismo, su quietismo en lo político social, en la proclamación del fin de la historia, de las ideologías y de los antagonismos, etc.
O sea, lo hago en un sentido de apropiación de la gran y extensa obra que han realizado los genios, los grandes maestros en cualquier parte del mundo. Los pongo como un contraste, pero de una manera en que se vea bien la temática; trato de buscar la unidad entre esas figuras del arte universal y las mías.

La Habana, Santiago de Cuba, ¿hasta qué punto están en su obra?

San Cristóbal de La Habana es una ciudad bella. Posee muchos lugares hermosos para el disfrute de los cubanos y de los que nos visitan; cuenta con edificaciones, murallas y castillos que datan de la época colonial. En todo el mundo se reconoce a La Habana como una ciudad deslumbrante, pero no olvido a Santiago de Cuba, que también es una urbe impresionante y que tiene una historia patria muy sobresaliente. Como es la cuna donde nací, no la olvido tampoco.
En mi obra siempre trato que en el fondo de una situación, exista de base una escena cubana. Pretendo unir a nuestro país con el resto del mundo. En mis apropiaciones me esfuerzo porque aparezca Cuba, que exista una base de la cultura que me ha dado la razón de ser y de trabajar. Esa cultura está cimentada en la realidad de ser cubano, de vivir en esta maravillosa isla.

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