Desde pequeña decidió ser maestra y ese deseo infantil la llevó a que se convirtiera, con el decursar de los años, en profesora universitaria de muchos cubanos devenidos historiadores, críticos de arte, creadores, maestros, promotores de cultura, periodistas e intelectuales de distintas disciplinas.
«El profesor tiene que tener dos condiciones: conservar el amor a la vida y acordarse de que fue joven. Si tiene estas dos cosas, se lleva perfectamente con sus alumnos», expresaría cierto día esta cubana que tanto amó el magisterio y la Universidad.

 «Ustedes están locos», me dice con un tono de reproche que la claridad de sus ojos subraya, mientras le hablo del proyecto de mi libro, El rosario mágico de la Novoa, que ganó el Premio Memoria, del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau...
«Todos ustedes están locos... Mirta, Arnaldo, tú... Yo soy así. Yo no he hecho nada en particular...» Y se escuda tras la modestia de más de 65 años, dedicada a la enseñanza de la Historia del Arte en la Universidad de La Habana, sueño que ella vio cristalizar, primero como cátedra, luego como departamento y después como licenciatura, donde está la presencia, que para ella jamás será una ausencia, de su mentor Luis de Soto.
Es cierto que Mirta Yáñez, Arnaldo Rivero y yo hemos creado una ciencia, la novoística, que encuentra muchos adeptos porque nace del corazón, donde ella, la Novoa, no sólo sembró maestros, o dejó la huella de su memoria de elefante, o el recurso metafórico de su rosario, sino que trajo al mundo, como se suele decir de las madres, a muchos hijos e hijas, los que nacieron de su espíritu laborioso y de su poética docente, signada por la ética.
Es la misma mujer que nos deslumbra sobre el surco, guataca en mano, de las montañas del Escambray, sobre aquella cuasi infernal experiencia de Banao, donde una fresa colmada de tierra era un placer infinito para los sentidos. Es la maestra que no abandona el machete y que nos impone su ejemplo y que nos sirve de silencio y que nos hace trabajar como bestias mientras ella se mantiene fresca, no como una lechuga sino como ese sinsonte que trina sobre la yagruma, en su natal Pinar del Río. Y la que me inspira estas líneas en las cuales también le rindo virtual homenaje, con el cariño que nos dejó para siempre entre las piedras del edificio Dihigo, donde su voz resuena entre diapositivas y preguntas adolescentes que se abren con nuevos ojos a la vida, gracias al intelecto de esta profesora, insólitamente iconoclasta, y por eso tan joven como sus imberbes alumnos.

UNA MUJER DIFERENTE
¿Rosario Novoa es una mujer difícil o sencilla? ¿Cómo usted de autocalificaría?
Una persona muy difícil de manejar, lo cual no es bueno para las relaciones con la gente. Cuando uno es un poquito manejable son más fáciles los nexos interpersonales. Yo he sido muy rebelde toda la vida... muy rebelde.

¿Y se considera una mujer agresiva?, insisto porque me gusta buscarle las cuatro patas gatunas a esta mujer pequeña de estatura pero inmensa que me mide cuando me observa, igual que si estuviéramos las dos en aquella Escuela de Letras donde fue mi maestra.
El tono mío parece que es agresivo. Recuerdo cuando se hicieron aquellas clases por la televisión que uno de los sonidistas me lo apuntó... En aquella etapa no había grabación. Todo era en vivo y en directo.

Y la siento por el aula, moverse nerviosa como un tomeguín. Me maravillo cuando la veo, todavía, subir las escaleras de la Facultad, no perderse ni siquiera una reunión del departamento, asistir a su monográfico sobre arte español, con la misma voluntariosa energía, y la misma exigencia académica de aquellos inicios suyos, después de crecerse tras su graduación universitaria, y de formarse, con grandes exigencias, para asumir la docencia no como el pan ganar de los mediocres, sino con ese espíritu de artista que ha poblado siempre sus noches y sus días.

¿Cuál ha sido su camino, doctora, como docente? La pregunta puede parecer simple, pero no lo es. Deseo descubrir el universo de su magia, la sustancia, la almendra de su vigencia, el caudal de la experiencia que la mantiene viva y útil, y entonces me acuerdo de Onelio Jorge Cardoso y de sus cuentos y siento, como Francisco, que la muerte sólo le llega a los que se cansan, a los que no saben sacar fuerzas de sus flaquezas y a los que son incapaces de entregarse a su prójimo, y eso que yo sí sé de su ateísmo, de su racionalidad irreverente, de cómo un día dejó la fe porque ninguno de sus amigos sacerdotes, ni sus lecturas, ni siquiera sus propias reflexiones pudieron explicarle el dogma. Y así la dejo nuevamente, dueña absoluta del verbo para que nos diga en qué reside su poética:
La sensibilidad, porque todavía hoy les digo a los alumnos que, aunque yo quisiera agotar la información está en los libros, pero la experiencia se las da la vida. Yo sólo soy el puente entre esos dos elementos para que ellos puedan funcionar, y trato de sensibilizarlos. Yo he descubierto que si el profesor crea en el alumno la necesidad de la materia que explica, no importa la signatura que sea, puede ser Química, Matemáticas..., lo que importa es crear la necesidad del conocimiento. Lo que se hace con dedicación y con amor siempre llega.

 ¿Rosario Novoa ha creado una escuela?, le inquiero, y durante unos segundos la hago reflexionar. Muchos críticos de arte, historiadores del mundo de la plástica y creadores, maestros y profesores, promotores de la cultura, periodistas e intelectuales cubanos de distintas disciplinas han sido formados por esta pedagoga.
Bueno, si no es una escuela, por lo menos es una línea de trabajo. Y algunos, como Adelaida de Juan, que es la que está más cerca, la más antigua de mis alumnos... ésa sí la formamos directamente Luis de Soto y yo.

¿Tiene usted alguna clave secreta para lograr esa comunicación con tan numerosas y distintas generaciones? Desde los años 30 –coetánea que fue de Julio Antonio Mella, al que apasionadamente admiró también llevada por su belleza viril–, con la experiencia de los 40 y el bonche universitario, y después bajo la dictadura de Batista y de la lucha clandestina, y con la alborada del 59 y su entrega total al proceso revolucionario, esta mujer siguió siendo maestra, como aquellos romerillos de la Colina que ella ascendía en su juventud, antes de existir la escalinata que hoy la simboliza, y que ahora sigue lanza en ristre, diariamente, realizada entre las aulas y fuera de ellas en el contacto con la juventud cubana.
El profesor tiene que tener dos condiciones: conservar el amor a la vida y acordarse de que fue joven. Si tiene estas dos cosas, se lleva perfectamente con sus alumnos. Yo nunca he tratado de disfrazar nada y si he tenido que decir algo lo he dicho como es... como dicen en el campo: «Al pan, pan y al vino, vino». El profesor que no tiene carisma no llega, porque no hay comunicación.

¿Y no es posible montar la clase con el oficio o con la técnica, sin necesidad de apelativos emocionales? Sé que la provoco, pero es necesario hacerlo para que salte y se dispare, como la flecha del arquero de Sagitario, su signo, el que la vio nacer un 11 de diciembre.
Como tú dices, la técnica y el oficio le sirven a uno para muchas cosas, pero no para anquilosarlo. La técnica nunca puede llevarme a mí a meterme en una camisa de fuerza, y el oficio también a veces hay que olvidarlo, hay que tratar de no recordar que uno tiene oficio, tratar de volver a empezar, de verlo todo de nuevo... Cada día uno tiene sorpresas en la vida... No puede repetirse porque todos los días son diferentes.

Hay siempre un plano íntimo que se nos escapa a los alumnos, y a los entrevistadores. Y yo no quiero dejar en la sombra a esa calidad humana. Ir al espacio de su otredad, sin olvidar su mismidad, es fuente de búsquedas porque sé cuánto misterio hay en el ser esencial de Rosario Novoa.

LA VIDA POR ASALTO
¿Usted se ha aburrido alguna vez en sus 94 años, casi 95...?
Yo no me he aburrido nunca en la vida... Yo veo gente decir: «¡Ay, qué aburrida estoy!» Yo nunca estoy aburrida. Yo siempre tengo algo que me gusta hacer. Sea lo que sea, de cualquier tipo.
La lectura ha sido mi pasión y la descubrí desde muy chiquita porque a los 12 años leí una cantidad de cosas que no leía nadie ni siquiera a los 18. Y siempre me he tenido como una lectora muy constante. Después de leer, me gusta el cine; el teatro, menos. Yo era una de las que iba al cine dos y tres veces a la semana. Pero ahora la televisión me ha cambiado el ritmo, y es más fácil para mí ver las películas en el televisor que salir a la calle...
Pero lo que más me gusta es bailar... Yo digo, cuando me invitan a algún lugar, que no voy si no me sacan a bailar... La última fiesta a la que fui, en uno de esos centros recreativos, me sacaron a bailar. Y alguien que estaba allí, con una compañera de trabajo, se admiró porque entonces yo tenía 91 años. «¿Y todavía baila?», preguntó, y le respondieron: «¡Sí, tú no la conoces... La verás hacer muchas más cosas, no solamente bailar!», y así fue...


¿Cuál es su ascendencia, maestra? Porque ese acento suyo, esas maneras, esa fuerza interior también responden a sus ancestros, y sé que en su formación intelectual, en su educación y en su cultura está la huella del entorno familiar, el peculiar hogar que la vio crecer y que nos dio, de cierta manera, la Rosario que todavía, longeva, nos cautiva.
La ascendencia de mi padre es andaluza... el abuelo mío era de Huelva. Y por parte de madre todos son canarios.

¡Ahora comprendo que usted sea una mujer con tanta luz! No puedo impedir el asombro y mi alegría. Yo también declaro mi amor entrañable por mis raíces hispanas.
Me escucha y se sonríe. Y con igual ingenio me replica:
¿Yo? Yo me considero un lucero apagado... Y aunque a ti te parezca que no, entrar en un salón lleno de gente, para mí, es un trauma.

Me niego a ese segundo depresivo. No quiero esa imagen aunque la comprendo, porque cansa tanto vivir, y tanta lucha... Y vuelvo a su memoria y a mis recuerdos y la recupero para todos los que lean esta entrevista, donde La Habana le devuelve su cariño a una mujer que creció como flor silvestre entre sus calles y sus barrios y aquí vive para que seamos felices, junto a ella.
La siento volver a su juventud, a su espléndida adolescencia, a aquella cabellera larguísima suya, y la siento correr de brazo en brazo en un baile y quiero que ella nos entregue esos recuerdos:
El son vino a La Habana en la década del 20... Temprano, y fue un escándalo... Cuando llegó el son a La Habana era un baile casi indecente... Me acuerdo que fui a una fiesta. Fuimos dos o tres parejas y mi padre fue de chaperón... Y me dieron las entradas en la Universidad... Éramos estudiantes... y entre los jóvenes había un muchacho de Oriente, Papito Herrera, que era primo de uno que era compañero nuestro, Alejandro Herrera, y él me sacó a bailar... y mi padre me vio... y me sacó de allí.

Quizás esta entrevista no resulte protocolar ni tampoco sea formal. Declaro solemnemente que no me interesa hacerla así. Soy de quienes la admiran como profesora, pero sobre todo de quienes la aman como maestra y en esto hay una diferencia sustancial, como decía Luz y Caballero, porque instruir cualquiera podría medianamente hacerlo, pero educar sólo quien es un evangelio vivo aunque, también lo sé, la Novoa no admite que yo le dé semejante calificativo y reniega de mi manía de buscar paradigmas para vivir y no acepta que la endiose, afortunadamente, porque hasta en eso demuestra su sapiencia, y sobre todo su discreta humanidad.
Quiero adelantar una anécdota riquísima que está en mi libro El rosario mágico de la Novoa. Es referida a aquella escuela, en Norteamérica, donde se reunieron dos de mis más queridas maestras. Camila Henríquez Ureña y Rosario Novoa Luis.
A Camila la conocí en un curso de verano, durante seis semanas, en Estados Unidos, y la valoré muchísimo, más de lo que la tenía valorada. Era muy mujer, muy completa, muy completa... y era una persona que tenía muchas facetas, inclusive bailaba el son, y con una gracia totalmente caribeña...
 Y las veo a las dos, de sobremesa, cuando tratan de enseñar a bailar a los pedagogos norteamericanos, en el salón de estar... y siento el güiro, la clave, el tres, las guitarras desgranadas de los Matamoros, mientras dos hermosas y traviesas mujeres, nacidas una en Santo Domingo y otra en Cuba, giran al compás del orientalísimo son, el de la loma, que ellas bailan en llano...

HOMENAJE UNIVERSITARIO
En 1994, al cumplirse seis décadas de los inicios de la doctora Novoa en la docencia universitaria, la Universidad de La Habana publicó el volumen Sembró maestros, de Arnaldo Rivero. Muchos de sus antiguos discípulos, así como colegas en la labor académica fuimos convocados a entregar textos para esa compilación sobre Rosario. Quiero aprovechar la ocasión para, como colofón de este trabajo, dar a conocer fragmentos de las palabras que escribí entonces:
«Si algún adjetivo sirviera para calificar a Rosario Novoa, ése sería nervioso, porque nervioso es su acento, su paso por el aula, su saludo, su verbo, rápido como la luz. Igual que su entusiasmo, que esa potencia generosa que inspira su alma y que transmite en el diálogo, en las manos que se mueven sobre nuestros hombros a manera de apoyo filial.
»...la veo, ágil a pesar de sus años, en cada movilización, en esos trabajos de campo que solíamos hacer estudiantes y profesores, hermanados en la misma utopía, en la Escuela de Letras y Artes que entonces dirigía otra maestra singular: Vicentina Antuña y bajo la égida política de Mirta Aguirre.
»La Novoa, como solíamos llamarle, a la manera de una actriz (...) era de las actrices mayores, ya había perdido la figura de damita joven. (¿La tendría alguna vez?) Pero tampoco era la avariciosa señora que se imponía en las tablas a fuerza de golpe, tipo doña Perfecta... Era un avecilla, como un tomeguín del pinar que saltaba travieso, por encima de las escolásticas salutaciones del claustro y de la retórica académica, para ganarse la risa de los alumnos y establecer el diálogo cordial con un grupo de muchachos que muchas veces resultábamos impertinentes, autosuficientes...
»...Después, por esas cosas que tiene el destino –a alguien hay que achacarle la culpa– caí en sus garras de dirigente sindical cuando integré el claustro de la Escuela de Letras y me vi, de pronto, en su grupo de trabajo, pendiente de la emulación y de toda esa papelería que nos inventamos para parecer muy serios y formales aunque no sepamos nunca qué hacer con tantos datos y cifras. Pero la Novoa se movía, incluso sobre el tapete verde del sindicato, como un pez en el agua, y trataba de trabajar con tantos descreídos, como yo, y de infundirnos su velocidad, aunque confieso que nadie podía seguir el paso de esta mujer. Nosotros teníamos la velocidad del sonido, aunque éramos los jóvenes, y ella, que ya era anciana, la de la luz...»



María del Rosario Novoa Luis (Mariel, Pinar del Río, 1905) pasó apenas dos años en su pueblo natal, un puerto del occidente cubano. Muy pronto, la familia se trasladaría para La Habana. Sin embargo, tal como confesaría a Mirta Yáñez, en su libro Una memoria de elefante (Editora Abril, La Habana, 1991), siempre guardó la imagen de aquel hogar, sobre todo, los olores: «Mi recuerdo primero es de la casa del Mariel, en la calle Real. Tenía dos años, y me acuerdo de una ventana, de unos escalones, y sobre todo de un olor. Con el tiempo, supe que aquella casa tenía luz de carburo, una luz muy blanca, muy linda. Y ese olor de mi memoria era el carburo».
En La Habana, residieron primero en la calle Florida y luego en la esquina de Salud y Santiago. En 1910, empezó a ir a la escuela. Estuvo en varias, pero como desde entonces ya tenía en mente ser maestra, le recomendaron matricularse en la llamada Escuela Anexa para desde allí estudiar magisterio.
A los quince años, Rosario vivía en la calle Galiano, por donde desfilaba todo lo importante que acontecía entonces en la ciudad: entierros, caravanas políticas y las divertidas fiestas de carnavales, cuyos bailes ella disfrutaba, sobre todo, por la posibilidad de asistir disfrazada.
En 1934 comienza su vida profesional y entra a la Universidad mediante concurso, en la categoría de Ayudante graduado, para trabajar al lado del doctor Luis de Soto, quien inmediatamente le entregó un grupo de estudiantes a los cuales impartiría un curso de pintura del Renacimiento. Cuando el doctor De Soto le asigna la docencia, ya Rosario poseía cierta experiencia y pudo comenzar a trabajar rápidamente. Mantuvo la categoría de Ayudante hasta que, en 1937, surge la plaza de Profesor Agregado, a la cual accedió sin hacer ningún ejercicio, dado que había logrado su incorporación a la Universidad a través de un concurso con prueba.
Junto a la labor docente, en la segunda mitad de la década del 30, comienza también a elaborar –a partir de sus cuidadosas notas de clase– la redacción de los que llegarían a ser los primeros libros de texto (Ars) sobre Historia del Arte en Cuba. Primero saldrían como folletos y luego como libros. En 1952 se inaugura el edificio Dihigo en las calles de Zapata y G. El local asignado al Departamento de Historia del Arte, en la planta baja, es originalmente concebido por De Soto y la Novoa, quienes además diseñan y costean sus funcionales mesas de trabajo. Tan sólo tres años después fallece De Soto, ella pasa entonces a ser Profesora Titular.
En 1964, se crea la Licenciatura en Historia del Arte y es Rosario Novoa quien estructura e inicia los nuevos planes de estudio, con el mismo entusiasmo con que 30 años antes había participado en el desarrollo del departamento. En esa época sólo quedaban dos profesoras de Historia del Arte en el país. La Novoa se multiplica como nunca antes: cubre cursos, dicta conferencias, redacta planes de estudio y accede a cuanta petición considera necesaria. De ahí que haya sido colaboradora y asesora de varios ministerios e instituciones culturales. Entre otras muchas distinciones, es poseedora de la condición de Profesora de Mérito de la Universidad de La Habana, la orden Félix Varela, la distinción por la Cultura Nacional y la medalla Alejo Carpentier.

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