Inaugurada este viernes 8 de octubre por el Historiador de la Ciudad en la galería de su sede —Palacio de Lombillo—, la muestra «Pequeña retrospectiva» de Vicente Hernández permite apreciar la obra de este joven talento, quien no exponía en Cuba desde 1999.

«Hoy la Ciudad acoge a un pueblecito que, según dicen algunos, antes la vio nacer», escribió Vicente Hernández en el catálogo de esta muestra, que reúne piezas de sus últimos diez años.

 Con una paleta de colores que recuerda las viejas pinturas marinas flamencas y holandesas, o los grabados cubanos del siglo XVIII y XIX, Hernández aborda el paisaje de su pueblo natal —Surgidero de Batabanó— con tal derroche de imaginación, que sus cuadros pudieran inscribirse en una suerte de costumbrismo fantástico.
Al reflexionar sobre los orígenes y motivos de su pintura, el joven artista expresó en esta entrevista: «mi obra se mueve en torno al realismo mágico, a lo real maravilloso…»

Argel Calcines (editor general de Opus Habana): Vicente, siempre he tenido una curiosidad por tus orígenes como pintor… Sobre todo porque eres graduado del Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona y, si bien estuviste relacionado con la apreciación de las artes plásticas, una cosa es apreciar, sugerir, criticar… y otra —por supuesto— es pintar y, sobre todo, pintar bien…

Vicente Hernández: Yo tengo motivaciones desde niño con la pintura, y siempre tuve inquietudes que me acercaron a descubrir lo que me rodea, fundamentalmente pensando en que —por algún azar de la vida— yo nací y vivo en Batabanó… Son las experiencias diarias, la convivencia en ese lugar, las que básicamente me han inspirado siempre: ese sur, esa cara de nuestro paisaje que apenas se conoce, con sus colores específicos que también son cubanos, con toda su gente, sus poblaciones pesqueras, en algunas de las cuales no se puede definir el límite del mar porque en ocasiones se une al pueblo, al visitar sus aguas las casas…

AC: Es algo así como el sentimiento de incertidumbre inherente a todos los pueblos costeros del mundo y que tan magistralmente cultivaran los pintores marinistas flamencos y holandeses como Jan Van Goyen, por citar alguno.
A su vez, las escenas cotidianas de tus cuadros remiten a los grabados cubanos de Durnford, Mialhe, Sawkins… Sólo que en tu caso es como si nos asomáramos a una suerte de costumbrismo fantástico, a una mezcla de apocalipsis y jolgorio… Así, ante la inminencia de un ciclón, todo el pueblo se monta en un gran barco o en un zeppelín…, mientras que —en otros lienzos— el hormigueo de sus pobladores parece muy acostumbrado a hechos insólitos como el varamiento de una enorme pez abisal en medio del caserío o la irrupción de un navío gigante…
¿Cómo sucede en la vida real cuando Surgidero de Batabanó se encuentra amenazado por un huracán?


VH: De pronto la gente empieza a entender que todo lo que está sucediendo, no obstante su carácter apocalíptico, puede ser también una fiesta. Se conmociona el pueblo, la gente se mueve, se traslada de un lado a otro, mientras el agua empieza a subir, a entrar a las casas…Entonces las personas empiezan a ser cada vez más solidarias unas con otras… comienzan a compartir sus experiencias y sus cosas, de modo que esa misma desgracia sirve para que se unan un poco más. Y es así como el marinero intercambia su saber con los hombres simples de oficio: el carpintero, el artesano… que viven dentro de cada casa.
Quien viniese de afuera se llevaría una imagen de algarabía, de todo un espectáculo… Es así como se vive el problema de los ciclones en Batabanó, de una manera diferente a como es aquí, en la ciudad… Y es que allá tenemos la tierra y el mar unidos.

 AC: Hay quienes definen tu obra como surrealista…

VH: Como decía, sucede que —casi siempre— las personas que viven fuera de esos parajes, por decirle de alguna forma, desconocen determinados mitos y leyendas que existen allí y que, al potenciarse dentro de la gente, se van divulgando, transmitiendo como realidad misma.
Ya que el surrealismo puede funcionar como la búsqueda de lo absurdo, de lo interior, desde esta perspectiva la pintura mía puede parecer surrealista, y no es un desacierto entenderla como tal. Pero básicamente mi arte se mueve en torno a lo real maravilloso, al realismo mágico, porque en Batabanó todas las cosas que puedan parecer absurdas para los citadinos, allí son comunes, son cotidianas…

AC: ¿Comparten esa cultura otros pueblos del sur de la provincia de La Habana como el Cajío, por ejemplo?

VH: Sí, creo que en alguna medida hay bastantes puntos de contacto, pues son poblaciones vecinas que sufren los mismos avatares. Pero lo que sucede es que Surgidero de Batabanó es la población más antigua que sobrevive en esa zona, además de ser el asentamiento más grande; por eso se notan más esas cosas.
Compartimos todo ese ambiente de mangle, de costa baja, de grises, de constantes tormentas… Allí no existe la palma real y, sin embargo, es el paisaje cubano también.

AC: Uno de tus primeros premios como artista, en 1996, fue en un Encuentro de Paisaje de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Pero… ¿te consideras realmente un paisajista?

VH: Bueno, cuando se habla de paisaje como concepto se tiene en cuenta la representación del espacio natural, pero en mi caso no es un paisaje descriptivo el que yo represento, no es un paisaje contemplativo, sino se trata más bien de un paisaje cultural, impactado por el hombre a la par que ha sufrido el embate natural… Yo represento cómo quedan las casas rendidas unas sobre otras, pero —a la vez— cómo sus habitantes coexisten y se interrelacionan unos con otros…

AC: Pienso que otra característica a mencionar de tu paisaje cultural sería su representación casi constante como ínsula…

VH: En efecto. Esas representaciones de Batabanó pueden ser las de cualquiera de los pueblos costeros cubanos de los que somos oriundos y desde donde se emigra a la ciudad: Caibarién, Nicaro…
Además de que, geográficamente, como país somos una isla, también está presente la idea de que esos pueblos costeros también son como islas, pues sus pobladores se crean su propio mundo y, por cuestiones de la vida misma, nunca salen del lugar prácticamente a nada. Entonces van creando un tipo de barrera a su alrededor, de manera que el paisaje aparece siempre inmutable en el centro, mientras lo que cambia es lo externo según la concepción que tenga cada cual de lo que es el gran mundo, la gran ciudad que hoy está acogiendo esta exposición retrospectiva.

 AC: ¿Desde cuándo no exponías en La Habana?

VH: Desde 1999, cuando expuse en La Acacia. Y ahora, luego de tanto tiempo de ausencia, esta «Pequeña retrospectiva» viene a ser algo así un resumen de diez años, con algunas obras que han prestado los amigos, y otras piezas nuevas para poder un poco entrar otra vez dentro del ambiente habanero, al que —como quiera que sea— le debemos tanto, porque viene a ser el resultado de la emigración de muchos pobladores de otras partes de la ciudad, incluida Batabanó.

VH: Bueno, como tú bien conoces, se afirma que los primeros habitantes de la villa de San Cristóbal de La Habana se asentaron allí…

VH: Sí, eso se dice siempre. A favor de esa tesis, podemos tomar en cuenta que el Surgidero de Batabanó es la población más antigua de las que hoy están establecidas en el sur, en una franja costera bastante grande…Y aunque no se pueda precisar el punto exacto, ya que ese asentamiento humano estuvo un tiempo muy breve como para dejar ruinas, se mencionan hallazgos de vasijas y otros utensilios…
También hay que tener en cuenta el peso de la tradición oral, pues debieron quedar colonos que contaran cómo allí se asentó el hombre blanco a principios del siglo XVI…
No quiero meterme en ese campo, pero ninguna otra población —salvo Surgidero de Batabanó— puede esgrimir algo así con fundamento…

AC: Se dice que una de las cuestiones por las que se traslada la ciudad hacia el norte es por la gran cantidad de mosquitos que hay en esa zona de Surgidero…

VH: Sí, porque es una costa pantanosa. Aunque también se plantea, como otro de los motivos, que esa costa baja impedía la estancia de los barcos de gran calado, lo cual limitaba el comercio. De ahí que los primeros habaneros se trasladaran hacia acá, hacia el norte…

AC: ¿Has pensado tú alguna vez en emigrar de Batabanó?

VH: No, no debe suceder. Yo lo digo en las palabras que escribí para el catálogo: «muchos nos quedamos para contar que hasta hoy el sur existe…» Evitaré a toda costa renunciar al lugar donde nací, no sólo porque puedo encontrar en él una tranquilidad para vivir, sino porque encuentro motivaciones en su mundo mágico a pesar de ser un lugar aparentemente tranquilo, en el que no sucede nada…

AC: ¿Crees entonces que tu obra girará siempre alrededor de tu pueblo natal?

VH: En ese sentido, me gustaría pensar de una manera más abierta. Creo que en mi obra reflejo el mundo del hombre del sur, de ese hombre que no es precisamente el campesino sino el pescador, el pescador de cualquier pueblo, ya no sólo de Cuba sino también de cualquier nación latinoamericana…
Surgidero de Batabanó es sólo un pretexto para ilustrar universalmente lo que sucede en cualquiera de esos pueblos cuyo destino depende del mar.

(Entrevista transmitida en vivo, el martes 5 de octubre de 2004, en la revista Del arte eterno de la emisora CMBF Radio Musical Nacional.)

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