A propósito del 148 aniversario del inicio de las luchas por la independencia de Cuba, la Academia de la Historia ofreció una sesión solemne en el Aula Magna del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana, el martes 11 de octubre. Durante la cita fueron dados a conocer los nuevos académicos Concurrentes y Correspondientes Nacionales, así como el Premio Nacional de Crítica Historiográfica Enrique Gay Calbó. El colofón estuvo a cargo del académico de Número, Dr. Gustavo Placer Cervera, quien ofreció la conferencia: Carlos Manuel de Céspedes: una aproximación a su pensamiento naval, la cual hemos publicado integramente en nuestra página web.

 CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES: UNA APROXIMACIÓN A SU PENSAMIENTO NAVAL


Pudiera parecer inusitado referirse al pensamiento naval de Carlos Manuel de Céspedes cuando es bien conocido que en el momento en que protagonizó el alzamiento del 10 de Octubre de 1868, dando inicio así a la lucha armada por la independencia de Cuba, no tenía ni formación teórica ni experiencia práctica como militar y mucho menos como marino.
Sin embargo, negarle a Céspedes un pensamiento militar que, al igual que el de otros jefes cubanos, fue desarrollándose bajo la influencia de la práctica combativa, seria desconocer que la ciencia militar es mucho más que Táctica y que las cuestiones relacionadas con la Estrategia y la Construcción Militar de un país conducen necesariamente a la formación de un pensamiento militar tanto como la dirección de las acciones combativas. Unido a ello, en el caso de Cuba su condición de insularidad y la necesidad apremiante de adquirir, en aquellos inicios de la contienda, armamento y pertrechos en el exterior —que debían ser traídos por mar, burlando o forzando el bloqueo marítimo español—, conllevó a la formación de un pensamiento naval.
Una prueba de lo anterior es lo expresado por Céspedes en fecha tan temprana como el 12 de enero de 1869, transcurridos apenas dos meses del inicio de la contienda y al otro día del incendio de Bayamo, en una carta a José Morales Lemus, quien fungía en ese entonces como representante en Washington de la Junta Revolucionaria de La Habana:
«Deseo, como ustedes deben suponer, que todas las expediciones que se nos remitan lleguen con felicidad. Apruebo la compra de los dos buques de guerra de que me hablaron; pero no por eso desistan de comprar siquiera un monitor, porque aunque aquellos puedan prestar grandes servicios a la causa, éste sería un golpe de muerte a nuestros enemigos».1
Lo anterior denota, además, que Céspedes estaba familiarizado con las últimas novedades de la construcción naval. El monitor2 a que se refiere en su carta era un buque de guerra blindado, armado con cañones de grueso calibre que fuera empleado por ambos bandos durante la Guerra de Secesión norteamericana recién terminada. España no poseía, en esos momentos en aguas cubanas buques capaces de enfrentársele con éxito.3 Dos buques de ese tipo habían sido vendidos a la República del Perú por el gobierno estadounidense y dadas las simpatías que el gobierno de esa nación había manifestado por la causa cubana se abrigaba la esperanza de un posible traspaso de esas unidades a manos cubanas.
Céspedes sería insistente respecto a la adquisición de los monitores. El 17 de febrero de 1869, desde el cuartel general de La Larga, Riberas del Cauto, vuelve a escribir a Morales Lemus en estos términos:
«(....) ustedes tienen razón, los artículos de primera necesidad para la insurrección son armas y pertrechos, pero no crean que son menos necesarias algunas formidables máquinas de guerra marítima para romper el bloqueo, pues carecemos de ropa, de calzado, de víveres y sobre todo de sal, todo lo cual podría venir con más seguridad si lo convoyase un buque de guerra. Lo mismo puede decirse de las armas y los pertrechos. Ya he respondido a la primera diciendo que necesitamos armas, pertrechos, ropa, calzado, víveres y sobre todo sal. Agregué a todo esto dos monitores y un ariete4». 5
Lo que Céspedes preveía respecto a la vulnerabilidad de las expediciones se vio confirmado poco después, el 15 de marzo de 1869, cuando unidades españolas apresaron en aguas británicas de Bahamas a la goleta Mary Lowell con un cargamento de armas y pertrechos para los insurrectos cubanos. Este revés motivó a Céspedes a dirigirse de nuevo a Morales Lemus a través del entonces Secretario de Relaciones Exteriores, Cristóbal Mendoza, en carta fechada el 23 de abril de 1869:
«(...) La experiencia ha demostrado recientemente en el caso de la Mary Lowell, cuan eventuales y arriesgadas son con la activa vigilancia que ejerce la Marina española en estas costas, las expediciones no convoyadas.
En esta virtud, el compañero Presidente llama por conducto del Secretario que suscribe la atención de usted hacia la conveniencia de adquirir, de los primeros fondos que logre usted levantar, uno o más buques mayores monitores o fragatas blindadas, que convoyen aquellas y con los cuales se hallaría además la República en la posibilidad de adquirir y sostener algún puerto que hiciera más importante su situación respecto al extranjero».6
Como puede apreciarse, Céspedes seguía insistiendo en la necesidad de adquirir buques de guerra modernos para formar una Marina. Y más allá, su amplia cultura y su visión del papel del mar en la contienda que se libraba se ponen de manifiesto además al enunciar su proyecto de ocupar y mantener un puerto. Esta idea fue el inicio de un plan encaminado a ocupar una de las bahías de la costa norte oriental. Se pensó en Puerto Padre, Manatí o Bañes, a la cual se le situaría una línea de defensa terrestre, organizada con tropas seleccionadas de infantería y artillería y otra línea hacia el mar, donde se ubicarían líneas de minas detonadas eléctricamente desde tierra para rechazar así los ataques y bloqueo marítimo del adversario. A esos efectos, se adquirieron las minas y se contaba con personal preparado para operarlas. Esta plan se frustro cuando la expedición del vapor Lilliam en cuyo cargamento estaban incluidas las minas y traía a los operarios fue detenida por las autoridades británicas en las Bahamas el 23 de octubre de 1869 y su carga incautada. Se trataba de la mayor expedición que se preparó durante la Guerra de los Diez Años.
Respecto a este nuevo revés, el Secretario de Relaciones en funciones, Eduardo Agramonte Piña, siguiendo indicaciones de Céspedes escribió a Morales Lemus:
« (…) La idea de asegurar uno de nuestros puertos en extremo importante bajo todos los conceptos dada nuestra situación geográfica. Pero para ello es indispensable una marina numerosa o cuya potencia supla el número que lo defienda contra los ataques por mar... De todos modos mientras no haya marina que lo apoye es imposible».
Pero no es sólo Céspedes quien comprende la importancia del mar y de una Marina en la contienda que se libraba. Sirva de muestra el siguiente fragmento de una carta de Pedro (Perucho) Figueredo, el autor de nuestro Himno Nacional, dirigida a Ambrosio Valiente y fechada el 20 de julio de 1869:
« (....) Necesitamos monitores ¿por qué no los han de facilitar Chile y Perú? Tan pronto consigamos seis u ocho buques de guerra de primera clase, la lucha habrá terminado. El mar es quien sostiene a España».7

La primera acción naval cubana
Influido por los éxitos alcanzados con el empleo del corso en las luchas independentistas de Latinoamérica, Céspedes consideró su utilización como una necesidad lógica de autodefensa y como vía para dificultar las comunicaciones marítimas del adversario. A tales efectos se redactaron las instrucciones correspondientes, se estableció un tribunal de presas y se expidieron patentes de corso en blanco firmadas por Céspedes.
La necesidad apremiante de obtener barcos para armarlos y emplearlos como buques de guerra hizo surgir en un grupo de conspiradores constituido en el Club Revolucionario de La Habana la idea de apoderarse del vapor español Comanditario perteneciente a la Compañía General Cubana de Navegación y que efectuaba un viaje semanal con carga y pasaje entre los puertos de La Habana y Cárdenas. Varios de los oficiales y tripulantes del vapor participaban de las labores conspirativas, a ellos se sumaron un grupo de miembros del Club que embarcarían en calidad de pasajeros. A los participantes en la acción se les dotó de una de las patentes de corso mencionadas para legalizar el acto.
El plan se puso en marcha el 23 de marzo de 1869. Una vez capturado el barco, pusieron proa al Banco de Cayo Sal en uno de cuyos cayos dejaron al capitán y a los tripulantes y pasajeros no implicados con víveres y agua para varios días y después se le cambió el nombre al buque por el de Yara, se izó la bandera cubana en el palo mayor y se puso rumbo a Bahamas, donde con la colaboración de la colonia cubana armarían al buque para la guerra. Sin embargo, después de varios días llenos de vicisitudes fueron localizados, el 31 de marzo —cuando se dirigían a Ragged Island para ponerse bajo la protección de un monitor peruano que allí se encontraba— en aguas británicas de Bahamas por la cañonera española Luisa. En esas circunstancias, los tripulantes del Yara vararon el vapor, le quitaron el collarín y cajetas de la hélice para que se inundara y abandonaron la nave, logrando escapar. En la huida uno de los botes zozobró perdiendo la vida dos de los captores, Francisco González Guerra e Ignacio Núñez, primeros mártires de la lucha por la independencia en el mar.
Como respuesta inmediata y precipitada a la audaz acción del Comanditario (Yara) el Capitán General de la Isla, Domingo Dulce, dictó un decreto sobre piratería, según el cual los buques españoles podrían apoderarse en alta mar de cualquier nave sospechosa. Esto dio lugar a fuertes protestas por parte de Inglaterra, los Estados Unidos y otros países, lo que colocó al gobierno español en una difícil situación política y diplomática viéndose obligado a abolir el controvertido decreto poco tiempo después.
Al gobierno de la República de Cuba en Armas la captura del Comanditario le tomó por sorpresa y como según los informes que recibió Juan Bautista Osorio aparecía como el principal de los captores, se le otorgó a este una patente de corso y el nombramiento como Capitán de Fragata. Ambos documentos se fecharon convenientemente. Juan Bautista Osorio es por tanto, el primer Capitán de Fragata de la Marina de Guerra Cubana.
Aunque esta acción no alcanzó los objetivos propuestos, es justo señalar que los participantes en ella se vincularon de una u otra manera en casi todas las expediciones y acciones navales de los patriotas cubanos durante la Guerra de los Diez Años.

El primer buque de guerra cubano
Prosiguiendo los esfuerzos alentados por Céspedes por formar una Marina, la Junta Revolucionaria Cubana de Nueva York adquirió, en junio de 1869, el vapor Hornet para armarlo en guerra. Todo el proceso de compra se efectuó con la mayor discreción por el ciudadano estadounidense de origen cubano Femando Macías a un costo de 60 mil dólares, obtenidos en su mayor parte en colecta pública efectuada entre los emigrados.
El buque adquirido había sido empleado, con el nombre de Lady Sterling, durante la Guerra de Secesión por los sudistas como forzador de puertos bloqueados. Desplazaba 1 800 toneladas; su eslora (largo) era de 240 pies, su manga (ancho) de 26 pies y calaba 24. Tenía ruedas de palas movibles, dos máquinas oscilantes, cuatro calderas horizontales con dos chimeneas y generaba 400 caballos de fuerza. Era de buen andar, pudiendo, sin mucho esfuerzo, hacer 16 nudos.
La Junta, no se conoce por qué motivos, no ofreció el mando de la nave a cubanos, que algunos había de experiencia técnica y naval, y prefirió buscarlo entre marinos estadounidenses que habían participado en la recién concluida Guerra de Secesión y se dirigió al almirante norteamericano David Porter, al parecer «muy amigo de la causa cubana» en busca de consejo. El alto oficial estadounidense propuso para ocupar el cargo de Comandante del Honet a Edward Higgins, al cual se nombró Comodoro (Comandante en Jefe de las Fuerzas Navales de la República) con un sueldo de 10 mil dólares anuales y un por ciento de las piezas obtenidas en la mar.
Cuando el Honet se aprestaba a salir al mar desde el puerto de Filadelfía con destino a Halifax, Canadá, comenzaron las complicaciones con las autoridades norteamericanas, que lo detuvieron por 11 días bajo torpes acusaciones. En Halifax no lo esperó mejor suerte, pues el cónsul español se empeñó en crear todo tipo de dificultades en lo concerniente al buque.
Para evitar problemas con las autoridades estadounidenses y cumplir con las estipulaciones del convenio de neutralidad que ese país tenía firmado con España, se armó al Honet, con ocho cañones de diferentes calibres, en aguas internacionales, donde se le cambió el nombre por el de Cuba.
Sin haber cumplido su primera misión, Higgins, su comandante, alegó que tenía falta de carbón y fondeó el 2 de octubre de 1869, en las proximidades de un fuerte norteamericano en Wilmington, el que informó de la presencia de un buque sospechoso. Las autoridades de Wilmington enviaron rápidamente a una unidad naval que detuvo al buque cubano. Los oficiales fueron llevados a juicio, el buque se desmanteló y comenzó un dilatado proceso judicial durante el cual los cubanos tuvieron que invertir esfuerzos y recursos. El Honet sólo pudo emplearse en una expedición que desembarcó en Punta Brava, Las Tunas, el 7 de enero de 1871.
Al resumir los hechos relacionados con el Hornet, el historiador español Emilio Soulere expresó:
«Sea de ello lo que quiera, no es posible desconocer que el gobierno de Washington acaba de prestar un nuevo servicio a la causa de España en Cuba».8

La solidaridad peruana
La amenaza de una restauración del imperio colonial en América y las simpatías que despertaban en los sectores populares la lucha que libraban los patriotas cubanos, determinaron que la mayoría de los países latinoamericanos ofrecieran el apoyo moral y material, que cabía dentro de sus posibilidades, a la revolución cubana. Las repúblicas de Chile (30 de abril de 1869), Venezuela (11 de mayo de 1869), Perú (11 de mayo de 1869), Bolivia (10 de julio de 1869), Colombia (14 de mayo de 1870), El Salvador (9 de septiembre de 1871) y el Imperio de Brasil (9 de septiembre de 1871), reconocieron el derecho beligerante del pueblo cubano. La República del Perú dio un paso al frente y el 13 de agosto de 1869 le extendió su reconocimiento de nación libre y soberana a la Cuba revolucionaria. Este decreto fue de suma importancia pues incorporaba al gobierno de la República en Armas a la comunidad jurídica internacional. Pocos meses después del reconocimiento el gobierno peruano entregó al primer representante diplomático cubano en Lima, Ambrosio Valiente, la cantidad de 80 000 pesos.
También como se ha señalado anteriormente, se realizaron negociaciones con el gobierno peruano para la obtención de buques de guerra. En los contactos sostenidos por Valiente con el Presidente Balta, este último se manifestó dispuesto a entregar a los cubanos los monitores Atahualpa y Manco Capac y la corbeta Unión; además, preparó y garantizó la emisión de una serie de bonos cubanos por valor de 5 millones de soles que se utilizarían en la compra de los buques de guerra, y el resto serviría para la adquisición de material de guerra su ulterior envío a Cuba.
Los monitores, construidos en los Estados Unidos, aún no habían sido entregados al Perú. El gobierno norteamericano al tener noticia de cuál sería el destino de esas naves condicionó su entrega a que no fueran empleadas para hostilizar a España. Con esta medida el gobierno del presidente Ulises Grant demostraba, una vez más su apoyo a la presencia colonial de España en Cuba.
Al saberse de las presiones norteamericanas, se intentó la variante de que el Perú cediera los buques a Nicaragua, y ésta, a los cubanos. Pero el gobierno estadounidense, también mediante presiones, lo impidió. De todo aquel proyecto, sólo pudo lograrse el traspaso a los cubanos del vapor Rayo, realizado por intermedio del nicaragüense Lorenzo Montufar. Este buque no pudo ser empleado por los independentistas permaneciendo en puertos sudamericanos hasta el fin de la guerra.
De los monitores sólo quedó la ilusión de obtenerlos y la arribada forzosa de uno de ellos —el Manco Capac— a bahía de Naranjo, en la costa norte de Oriente, zona controlada por los patriotas, sirvió para que las tropas de los generales Marcano y Peralta confraternizaran con su tripulación. Después de reabastecerse de víveres y combustible, se alejó de las costas cubanas. El hecho motivó una carta de Céspedes a Morales Lemus, fechada en Guáimaro el 15 de abril de 1869, en uno de cuyos párrafos expresaba:
«(...) Según parece el Gobierno peruano trata de deshacerse de esa magnífica máquina de guerra y abrigo la convicción de que adquirida por nosotros no era dudoso el triunfo más rápido y completo».
Una prueba más del apoyo a la causa cubana por parte del gobierno del Perú fue la solicitud que hizo al gobierno de los Estados Unidos del embargo de la entrega de las 30 cañoneras que, a partir del 19 de mayo de 1869, se construían para España en astilleros norteamericanos y que habían sido proyectadas especialmente para su empleo en aguas cubanas. El gobierno peruano fundamentaba su petición en el hecho de que aún estaba vigente el estado de guerra entre su nación y España y las cañoneras podían utilizarse en hostilizar las plazas costeras del Perú o, en última instancia, liberar buques de mayor porte en Cuba que podían ser trasladados al Pacífico para realizar actividades navales contra ellos.
En esas circunstancias, el gobierno norteamericano se vio obligado al embargo de las cañoneras el 3 de agosto de 1869, pero a pesar de ello se continuó su construcción a un ritmo acelerado. El 10 de diciembre de ese propio año, cuando «casualmente» estaban casi todas las cañoneras listas para zarpar hacia Cuba, el embargo fue levantado. Las primeras cañoneras, para júbilo de españoles e integristas, arribaron a La Habana a mediados de ese mes.

Un balance final
Los proyectos navales del Padre de la Patria cubana, Carlos Manuel de Céspedes no pudieron materializarse. Los sucesivos percances sufridos por los revolucionarios cubanos en sus intentos de crear una marina de guerra, junto a un sistema de corso que asegurara el abastecimiento de armamentos, municiones y vituallas, tuvieron su causa en un conjunto de factores entre los cuales se pueden considerar como principales:
I. El indiscutible poderío de España y su experiencia, en especial la de sus servicios secretos.
II. La actitud a veces dual y otras veces francamente hostil del gobierno de los
Estados Unidos.
III. Los manejos de los elementos anexionistas y reformistas que se adueñaron de la diligencia de la emigración.

Respecto a la conducta de los estadounidenses expresó Céspedes en carta a José Manuel Mestre:
«(…) Por lo que respecta a Estados Unidos, tal vez esté equivocado pero en mi concepto su gobierno a lo que aspira es a apoderarse de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación».
Respecto a la conducta de los anexo-reformistas resulta esclarecedora la denuncia del patriota José de Armas y Céspedes en su discurso del 3 de febrero de 1870 en Nassau, Bahamas:
“(…) Remitir a Céspedes armas en pequeñas cantidades (...) impedir que salgan corsarios y buques de guerra (...) y atender solamente la cuestión diplomática para cuando estén destruidos los españoles y nuestros enemigos, entregamos a los americanos (...) no convenía que hubiese un buque de guerra en la mar y convinieron con el comandante del Cuba que lo metiera en un puerto de los Estados Unidos».

 

Gustavo Placer Cervera
Académico de Número
de la Academia de la
Historia de Cuba

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1. Colección Coronado.
2. Monitor: Buque blindado, de poco calado, armado con escaso número de cañales, pero de gran calibre. El primer buque de este tipo fue el Mérrimae empleado en la Guerra de Secesión norteamericana por las fuerzas del Sur para batir a los buques del Norte que bloqueaban Hampton Roads. El barco que dio nombre a esta clase, construido por las del Norte, fue el Monitor, con blindaje de 200 mm, en el costado hasta debajo de la línea de flotación y armado de una torre giratoria de 280 mm. Este barco batió al Merrimac en el mismo sitio de su resalante victoria.
3. Al iniciarse la guerra, los buques con que contaba el Apostadero Naval de La Habana eran 5 fragatas, 1 corbeta y 14 vapores de diversas caracterísítcas táctico-técnicas. Estas fuerzas eran insuficientes para efectuar de manera efectiva el control y vigilancias de las costas cubanas y sus mares adyacentes.
4. Ariete: Buque de vapor, blindado y con un espolón muy reforzado y saliente, para embestir caí empuje a otras naves y echarlas a pique.
5. Colección Coronado.
6. Colección Coronado, Legajo XXI, doc. 7.
7. Colección Coronado.
8. SOULERE, Emilio: Historia de la insurrección en Cuba.

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