El Museo Colonial tuvo la iniciativa de exponer en su vestíbulo desde el pasado día 8 de mayo, como Muestra del mes, una pieza auténtica, una hermosa bata de fino hilo enriquecida por alforzas e incrustaciones de encaje.
El vestuario aporta elementos expresivos de la historia, la sociedad y la cultura de cada época; por eso no sólo en los museos especializados en el traje se atesoran piezas de este tipo, sino también en los de Arte e Historia. Nuestro Museo Nacional tuvo en la época de su fundación vestidos decimonónicos de los que se conocía autor y propietario, pero luego, durante años, hemos tenido que limitarnos a la contemplación de imágenes o a la lectura de textos para conocer como vestían los cubanos de otras épocas. En nuestra escena —teatro vernáculo, zarzuela y cabaret— la bata cubana tradicional se convirtió en otra cosa más cercana al folklore andaluz que a nuestra tradición. Agradecemos que el Museo Colonial haya tenido la iniciativa de exponer en su vestíbulo desde el pasado día 8 de mayo, como Muestra del mes, una pieza auténtica, una hermosa bata de fino hilo enriquecida por alforzas e incrustaciones de encaje, la clásica bata que, en el siglo XIX y aún a principios del siglo XX, vestían las señoras cubanas en sus casas.
Al narrar las experiencias de la visita que realizara a Cuba en 1864, el pintor británico Walter Goodman dejó constancia del uso común de la bata como prenda doméstica, pues cuando la esposa de Don Benigno, su anfitrión santiaguero, lo recibe en su casa «se envuelve en una bata suelta de hilo que cae como un saco, sin cinturón, ininterrumpidamente, desde sus hombros hermosos a sus zapatos notables por la pequeñez.»1 Aunque se derivan de una prenda íntima de origen francés, el negligée, estas batas, que cubrían todo el cuerpo y se superponían a otras piezas, también de hilo y engalanadas con labores de aguja, resultaba apta para que una distinguida señora recibiera visitas en su hogar; una licencia motivada por nuestro cálido clima.
En la confección de tales piezas y otras como mantelería y ropa de cama empleaban gran parte del tiempo nuestras mujeres de la época colonial; para ello se entrenaban desde niñas, pues entonces esas labores constituían más un entretenimiento que un trabajo; Recordemos que era orgullo de toda joven realizar su propio ajuar de boda auxiliada por familiares y amigas.
Renée Méndez Capote dejó constancia de la fascinación que las niñas experimentaban por las batas «privilegio exclusivo de las señoras casadas, aquellas batas criollas que el teatro, en su afán de estilización equivocada, ha convertido en una cosa indecente y ridícula, aquellas batas de holán de hilo llenas de alforcitas, de aplicaciones, de vuelos y de bordados, con sus largas mangas perdidas y la moña de cinta prendida al final del escote moderado».2
Notas
1Goodman, Walrter: Un artista en Cuba, Editora del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1965.
2Méndez Capote, René: Memorias de una cubanita que nació con el siglo, Ediciones UNION, La Habana, 1964.
Al narrar las experiencias de la visita que realizara a Cuba en 1864, el pintor británico Walter Goodman dejó constancia del uso común de la bata como prenda doméstica, pues cuando la esposa de Don Benigno, su anfitrión santiaguero, lo recibe en su casa «se envuelve en una bata suelta de hilo que cae como un saco, sin cinturón, ininterrumpidamente, desde sus hombros hermosos a sus zapatos notables por la pequeñez.»1 Aunque se derivan de una prenda íntima de origen francés, el negligée, estas batas, que cubrían todo el cuerpo y se superponían a otras piezas, también de hilo y engalanadas con labores de aguja, resultaba apta para que una distinguida señora recibiera visitas en su hogar; una licencia motivada por nuestro cálido clima.
En la confección de tales piezas y otras como mantelería y ropa de cama empleaban gran parte del tiempo nuestras mujeres de la época colonial; para ello se entrenaban desde niñas, pues entonces esas labores constituían más un entretenimiento que un trabajo; Recordemos que era orgullo de toda joven realizar su propio ajuar de boda auxiliada por familiares y amigas.
Renée Méndez Capote dejó constancia de la fascinación que las niñas experimentaban por las batas «privilegio exclusivo de las señoras casadas, aquellas batas criollas que el teatro, en su afán de estilización equivocada, ha convertido en una cosa indecente y ridícula, aquellas batas de holán de hilo llenas de alforcitas, de aplicaciones, de vuelos y de bordados, con sus largas mangas perdidas y la moña de cinta prendida al final del escote moderado».2
Notas
1Goodman, Walrter: Un artista en Cuba, Editora del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1965.
2Méndez Capote, René: Memorias de una cubanita que nació con el siglo, Ediciones UNION, La Habana, 1964.
Pedro Contreras
Historiador del Arte
Historiador del Arte