Tradicionalmente los judíos, como grupo social y religioso, se han asentado en barrios separados con sus propias normas y costumbres. Fue durante el Medioevo donde esta realidad se hizo más evidente al desarrollarse, a partir del siglo XII, barrios judíos o juderías por toda Europa: también denominados guettos —o aljamas en el caso de la Península Ibérica—, donde transcurría la vida judía separada del resto de la sociedad. Esa independencia se debía a la necesidad propia de los judíos de cercanía comunitaria para llevar a cabo con éxito su vida cotidiana, regida por las prescripciones de la Halajá, aunque debido también al estatus de separación respecto a la sociedad cristiana impuesto por la Iglesia desde 1179 en el III Concilio de Letrán.

Así, desde finales del siglo XI se tienen noticias de la existencia de varios espacios urbanísticos habitados por judíos, entre ellos el de Barcelona, conocido como el Call, una judería en Toledo y un «arrabal de judíos» en Andalucía. A diferencia de Europa y otros lugares del cercano Oriente y Norte de África, los asentamientos urbanos de judíos en el Nuevo Mundo se fueron conformando en fechas muy posteriores, sobre todo en el siglo XIX, a medida que las diferentes oleadas de inmigrantes arribaron a ciudades como Buenos Aires o Ciudad México; o en fechas tan tardías como las primeras décadas del siglo XX, como es el caso del llamado Barrio judío de La Habana Vieja.

EL BARRIO JUDÍO DE LA HABANA
Aunque la mayoría de los estudiosos coinciden en que la presencia judía en Cuba data de los tiempos de Cristóbal Colón, no existen nexos entre los precursores de los siglos coloniales y la comunidad hebrea que habría de formarse —con mayor grado de concentración en La Habana— a principios del siglo XX por diferentes oleadas migratorias, fundamentalmente de judíos sefarditas, provenientes del imperio turco otomano, y ashkenazíes de Europa oriental.
Fue La Habana Vieja la que albergó los inaugurales asentamientos de hebreos —tanto de sefardíes como de ashkenazíes—, irónicamente en calles denominadas Inquisidor, Santa Clara, Picota, Egido y Mercaderes, entre otras aledañas al puerto y al ferrocarril, zona urbana que ofrecía posibilidades de alojamiento económico y facilidades para las operaciones comerciales. Fue allí –como en otros asentamientos judíos en América– que los recién llegados establecieron su propio entorno cultural, tratando de reproducir los ambientes originales de sus lugares de procedencia con sus sinagogas, restaurantes, carnicerías, panaderías, colegios y escuelas. Sin embargo, existen notables diferencias entre un clásico barrio judío medieval y lo que con una ponderación típica de cubanos llamamos «barrio judío» de La Habana Vieja.
Si tomamos como ejemplo de barrio judío al Call barcelonés, cuya ubicación espacial sigue la norma del resto de las juderías europeas, podemos hacer un análisis comparativo tanto urbanístico como en el orden histórico y social con respecto al original asentamiento hebreo de La Habana, propio de inmigrantes del siglo XX.
Estatus jurídico diferente: El Call barcelonés tenía el «privilegio» de ser autónomo en su organización y administración, rigiéndose internamente por la ley judía. La colectividad judía asentada en La Habana Vieja, como en el resto de América, no tuvo un estatus jurídico diferenciado al resto de la sociedad. Como cualquier otro grupo social se regía por la constitución vigente, con sus respectivas disposiciones tanto para ciudadanos cubanos, como para extranjeros residentes o de paso por la Isla, afectados estos últimos por las referidas a extranjería, inmigración y nacionalización.

Recinto amurallado: Como la mayoría de las juderías europeas de la Edad Media, el Call Mayor de Barcelona estaba dentro del recinto de la antigua muralla romana. En cambio, el núcleo originario judío en La Habana Vieja, si bien se encuentra emplazado dentro de lo que se conoce como la ciudad intramuros, fue lugar de asentamiento tanto de hebreos como de cubanos. El hecho de que los judíos escogieran La Habana Vieja y las cercanías del puerto como locación inicial responde mayormente a razones prácticas, sin obviar la tradición que los distingue como grupo inmigratorio: establecerse en las cercanías del puerto por donde desembarcan.
Ataques antisemitas: Como casi todas las juderías europeas durante la Edad Media, el Call barcelonés sufrió múltiples ataques que trajeron consigo muertes, saqueos, éxodo de muchos y la conversión de otros, hechos que erosionaban la relativa «buena convivencia» que eventualmente podía existir entre judíos y cristianos en la sociedad medieval europea. En Cuba, por el contrario, a pesar del atisbo en determinados momentos de los que Fernando Ortiz llamó «corrientes de racismo (…) promovida por insanas gestiones extranjeras», no ha existido antisemitismo ni pogromo. Antes bien, los hebreos siempre fueron tratados con cordialidad y respeto. Como apunta la investigadora Maritza Corrales, «el paso del tiempo y la característica hospitalidad de los naturales (…) hicieron un milagro (…) la existencia de judíos cubanos, no ya de judíos en Cuba». Tampoco ha existido antisemitismo posterior a 1959.
Abandonados por diferentes razones: la expulsión en 1492 de la aljama barcelonesa provocó el éxodo masivo o la conversión de las pocas familias que quedaban. En general, los judíos de la península se repartieron por la geografía mediterránea y europea gracias a los vínculos comerciales que tenían. En cambio, el desplazamiento residencial del núcleo original hebreo de La Habana Vieja se corresponde con el avance económico que experimentaron como grupo social y el grado de inserción en el contexto socio-económico de la época: de peddlers (vendedores ambulantes) a comerciantes in situ hacia el centro de la ciudad vieja en las calles Acosta, Cuba, Merced, Luz, San Ignacio y Muralla, y de ahí hacia repartos más exclusivos como Santo Suárez, El Vedado y Miramar. Aunque el grupo más observante y menos exitoso desde el punto de vista económico permaneció relativamente concentrado en La Habana Vieja.
Pero indiscutiblemente, hay un elemento que iguala estos dos colectivos: la cultura e identidad judía, condicionada por la necesidad de cercanía comunitaria que hace posible el éxito de la vida cotidiana, siguiendo sus propias normas rituales y dietéticas; festividades y tradiciones, resultado del «bagaje étnico y cultural común» que los distingue como pueblo. Y quizás sea este elemento determinante a la hora de referirnos —de manera coloquial y sin reparos— a la compacta trama de seis manzanas enmarcadas por las calles Santa Clara, San Ignacio e Inquisidor como Barrio judío de La Habana.

UN COLECTIVO HUMANO DOCUMENTADO
Un periodista cubano de la época se refería al «típico olor a cebollas fritas en aceite, papas y cueros curtidos» en el Barrio judío de La Habana Vieja, el mismo olor que —con sus variaciones— debió existir en el Call barcelonés. Tal información reza en un amarillento recorte de prensa aparecido en un legajo del fondo Abraham Marcus Matterin.
Tras el fallecimiento de Matterin, el 2 de mayo de 1983, Adela Dworin, colaboradora y amiga, actual presidenta de la Comunidad Hebrea de Cuba, contactó con el Dr. Eusebio Leal para garantizar la preservación de los libros, fotografías, recortes de prensa y otros documentos personales de ese intelectual judío, surgiendo así el fondo Abraham Marcus Matterin en el Archivo Histórico de la Oficina del Historiador.


Pero, ¿quién fue Abraham Marcus Matterin? Escritor, periodista, bibliógrafo y, sobre todo un promotor cultural hebreo-cubano, Matterin nació en Kaunas, Lituania, y llegó a Cuba junto a su familia en la masiva oleada migratoria de 1924. La labor intelectual que desplegó, no solo dentro de la comunidad hebrea, sino también en la sociedad cubana, dando a conocer los valores universales de la cultura judía y los aportes de este grupo social al patrimonio nacional, le valieron el calificativo de «figura de mayor relevancia de la intelectualidad hebreo-cubana» y «el judío más integrado de Cuba».9 Fue socio colaborador de la Sociedad Colombista Panamericana, de la Institución Hispano Cubana de Cultura, miembro de la Asociación de Escritores y Artistas Americanos, colaborador del periódico El Mundo y de otros diarios y revistas sobre temas hebreos, tanto cubanos como extranjeros. Desde 1955 fue director de la Biblioteca del Patronato de la Casa de la Comunidad Hebrea de Cuba hasta su muerte en 1983, donde desarrolló una labor encaminada a instruir a las nuevas generaciones de hebreos-cubanos. En 1950 fue galardonado con la Orden del Centenario de la Bandera Cubana y en 1958 designado Caballero de la Orden Nacional Carlos Manuel de Céspedes, por su labor en pro de la fraternidad hebreo- cubana. El sentir de Matterin hacia su patria adoptiva y, a la vez, la permanencia de su identidad hebrea pueden aquilatarse en la entrevista personal que concediera en 1982 —un año antes de su muerte—, atesorada por el mismo fondo: «Cuba es un país pequeño, sin embargo sus grandes realizaciones… lo sitúan fuera del contexto de los países pequeños (...) Es cierto que Cuba no tiene una historia milenaria como Israel… pero es una historia apasionante.
En el pueblo cubano, judíos y cubanos se complementan. ... Puedo decir que soy un judío cubano». Al analizar el fondo documental, sobresale el interés de Marcus Matterin por las comunidades sefarditas. Aunque el asentamiento hebreo de La Habana Vieja fue tanto de sefarditas como de ashkenazíes, cabría preguntarse por qué no dedicó igual atención a recopilar información sobre las comunidades ashkenazíes. Las dos ramas fundamentales del judaísmo se nos presentan en la historia judía cubana como «comunidades dentro de una comunidad». Sin embargo, como investigador y hombre de amplia visión, para Matterin el judaísmo era un fenómeno cultural imposible de separar; una pertenencia histórica que remite a una comunidad de orígenes, tanto religiosos, como étnicos, lingüísticos y de tradiciones.
No obstante, cuando en su manuscrito inédito Breve Historia de los hebreos en Cuba habla del aporte económico de los judíos, se nota cierta preferencia a mencionar el de la rama ashkenazí, relegando a un segundo plano el de los hebreos sefarditas. ¿Acaso estos últimos no formaron parte de la urdimbre económica del llamado Barrio judío? ¿O acaso su énfasis estuvo dado más bien en el elemento religioso? Aunque siempre se ha señalado que, en términos económicos, los hebreos sefarditas oscilaron más que los ashkenazíes entre la prosperidad y el estancamiento, a fines de los años 50 del siglo XX también estuvieron en condiciones de erigir un magnífico templo —el Centro Sefaradí— en el capitalino barrio de El Vedado.
Aún hoy, permanece la huella de la presencia mezclada tanto de «turcos» (sefarditas) como de «polacos» (ashkenazies) en el Centro Histórico de la ciudad, en los inmuebles de lo que fuera la primera sinagoga sefardita Shevet Ahim (1914), o en el local desvencijado del antes próspero restaurante Moshé Pipik; en la panadería Flor de Berlín, el Café Lily, o la Carnicería Kosher, aún en funciones para la actual comunidad hebrea cubana.
En el fondo se conserva el Álbum Almanaque Conmemorativo del 25 Aniversario de la que fuera la decana de las organizaciones hebreas radicadas en Cuba: el Centro Israelita, fundado en 1925. Mientras otras organizaciones comunitarias abrazaban objetivos más limitados, el Centro Israelita se propuso satisfacer las necesidades de la comunidad judía en su totalidad, organizarla y representarla ante el mundo exterior, por lo que bien pronto se convirtió en el eje principal de la comunidad judía, nucleando asociaciones de índole económica, benéficas y educativas.


Fundó la Asociación de Vendedores Ambulantes y el Comité Antituberculoso y de Protección a los Enfermos Mentales, así como un internado para mujeres que mostraba el interés por la moral y las buenas costumbres. Tuvieron hasta clubes deportivos, bibliotecas y salas de conferencias donde se desarrolló, en esencia, la vida comunitaria de los judíos habaneros hasta que se inauguró el Patronato de la Casa de la Comunidad Hebrea en 1955. Publicó también revistas como Oifgang y el Estudiante Hebreo. La mayoría de los artículos en yiddish del mencionado álbum conmemorativo evidencian el arraigo cultural de los inmigrantes europeos en el núcleo originario de La Habana Vieja.
Otro almanaque conmemorativo editado en 1952, esta vez celebrando los tres lustros de existencia de la Caja de Préstamos de la Asociación Femenina Hebrea de Cuba, habla del papel de esta temprana organización de género dentro de la colonia, enfrascada en ayudar a todos aquellos recién llegados que necesitaban dinero para subsistir o para montar sus pequeños negocios en la vieja ciudad.
Tanto el hogar de Marcus Matterin como la editorial del periódico Vida Habanera se revelan a través del fondo como verdaderos centros de promoción cultural de la colonia hebrea habanera. El legajo 276, con 21 expedientes, es uno de los más interesantes. El primero de ellos está compuesto por un certificado de asistencia, dado por la Oficina del Historiador de la Ciudad el 27 de febrero de 1942, tras haber participado en las clases del curso libre sobre la Historia de la Independencia en América ofrecido por dicha institución, bajo los auspicios de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales. Está firmado por el entonces Historiador de la Ciudad, Dr. Emilio Roig de Leuschsenring, y el profesor que lo impartió: Herminio Portell Vilá.
El segundo y tercero también contienen certificados de asistencia, al curso libre de Prácticas de Clasificación y Catalogación de Bibliotecas, impartido en los meses de mayo a julio de 1942, y el tercero al curso de Introducción a la Bibliotecología, dado en los meses de abril y mayo de 1943, ambos expedidos por la Oficina del Historiador. Por las fechas, no hay dudas de que se tratan de los cursos impartidos por el paleógrafo canario Jenaro Artiles.
El interés de los hebreos por la figura de José Martí y los símbolos patrios cubanos puede aquilatarse por la cantidad de folletos dedicados al Apóstol editados por la Agrupación Cultural Hebreo-Cubana, de la cual Matterin fue director y editor. En especial, fueron significativos los homenajes que rindió la colonia hebrea al centenario del Apóstol en 1953 y de la bandera cubana (1950). Además de celebrar actos solemnes en sus principales instituciones, fue publicado el libro Martí y la comprensión humana, de Marco Pitchon, prologado por Fernando Ortiz. «Las páginas de este libro serán de las mejores en la historia de los judíos cubanos (...) llevará el mensaje de Martí a muchos ámbitos dónde éste es desconocido (...) Esto debe llevarnos a los cubanos a reconocer cuan imperdonable es la negligencia al no haber preparado y publicado todavía la oficial, definitiva y anotada edición de las obras completas de José Martí».
La cultura promovida por Matterin desde el seno de la comunidad hebrea fue una cultura militante. Así lo atestigua la actuación de la juventud hebrea que, el 21 de octubre de 1941, en pleno apogeo de la Segunda Guerra Mundial, convocó a un mitin antifascista. Junto a Matterin, presidente de la Unión Juvenil Hebrea, participaron los comunistas Aaron Radlow y Abraham Simjovich (Fabio Grobart), así como destacadas personalidades intelectuales y políticas cubanas. Otro ejemplo de esa cultura militante se halla en una foto con fecha del 26 de julio de 1959 con una nota en el reverso escrita por Marcus que reza: «Campamento Estado de Israel, bienvenido a tu casa campesino: durante la concentración del 26 de julio de 1959 la Casa de la comunidad Hebrea de Cuba recibió y albergó a los campesinos que vinieron a La Habana».

ADRIANA HERNÁNDEZ GÓMEZ DE MOLINA
docente del Colegio Universitario San Gerónimo.

Descargar aqui PDF (Artículo publicado en Número Especial Revista Opus Habana )

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