El articulista analiza algunas de las cualidades humanas del cubano y lo caracteriza como «… presuntuoso o fantasioso o farolero o fantoche: exageradamente vanidoso, y su vanidad se manifiesta en todos los órdenes de la vida, lo mismo en lo privado que en lo público...»

Los literatos y periodistas son los maestros de exhibicionismo criollo, que, a estos efectos, no reza con tales señores el refrán "en casa del herrero, cuchillo de palo".Si son periodistas y literatos los que manejan el botafumeiro, cómo no iban a utilizarlo en beneficio propio? iY bien que lo saben utilizar!

 No puede negarse que el cubano es presuntuoso o fantasioso o farolero o fantoche: exageradamente vanidoso, y su vanidad se manifiesta en todos los ordenes de la vida, lo mismo en lo privado que en lo público, en el hogar como en la sociedad o la política o las letras, llevándolo a graves excesos que perjudican a la propia persona y a sus semejantes.
Un desmedido afán de exhibicionismo priva entre nosotros, el que tiene su más cabal consagración en las crónicas sociales y los autobombos periodísticos. Para el estudio de las primeras remitimos al lector al trabajo que publicamos en la revista ‘’Social’’-La razón de la sinrazón de la crónica social en junio de 1932, con motivo de la muerte del máximo cronista social, Enrique Fontanills. En las crónicas se autobombea por la pluma del cronista -desde el "competente" funcionario, "notable" profesional o "acaudalado” comerciante, hasta la "distinguida" y "respetable" dama y la "encantadora" señorita. En la crónica tiene la fantochería criolla insuperable válvula de escape, apropiado desahogo. El vanidoso puede satisfacer gratis o muy barato su egolatría, adjudicándose los más rimbombantes adjetivos, que no escatimará tributarle el cronista, siempre dispuesto al elogio, ya que su misión, más que de registrador de acontecimientos sociales, es la de dispensador de frases encomiásticas. Y por saberla dispensar como no las hubiera podido escribir mejor el interesado, alcanzó Fontanills durante su larga carrera periodística la celebridad extraordinaria de que gozó en nuestra aldeana sociedad capitaleña. Este exhibicionismo periodístico criollo llega a extremos tales que no se detiene ante las menudencias insignificantes de lo más íntimo de la vida familiar, y así registra el "éxito" del niño que sufre un examen, el catarro del funcionario, las coronas enviadas al difunto y los regalos hechos a los novios.
Fuera de las crónicas también se manifiesta el delirio de exhibicionismo por medio de la prensa, en los sueltos, artículos encomiásticos y retratos, publicados con cualquier pretexto o motivo o sin la menor excusa justificativa, por el simple hecho de haberse retratado, o realizado un viaje de La Habana al interior de la República.
Son los políticos y gobernantes los que con más intensidad cultivan esta clase de exhibicionismo, utilizando a los reporteros de las secciones políticas o de los distintos
departamentos u oficinas del Estado, las Provincias o los Municipios, para ponderar sus supuestos triunfos, sus discursos, trabajos o proyectos, que en muchas ocasiones no son obra del 'ilustre" personaje, sino de algún amigo, secretario o auxiliar.
Los profesionales -médicos, abogados, ingenieros, especialmente- utilizan con no menos devoción que políticos y gobernantes el exhibicionismo periodístico, desde que empiezan sus estudios en el Instituto -pues ya desde entonces se revelan una "indiscutible promesa'' hasta que "genios" y "consagrados", marchan en la vida por sobre "ininterrumpidos éxitos",
haciéndole ver al público que cada defensa es un criminal salvado del patíbulo, cada caso un enfermo arrancado de las garras de la muerte y cada marquesina una obra de arte.
Los literatos y periodistas son los maestros de exhibicionismo criollo, que, a estos efectos, no reza con tales señores el refrán "en casa del herrero, cuchillo de palo".Si son periodistas y literatos los que manejan el botafumeiro, cómo no iban a utilizarlo en beneficio propio? iY bien que lo saben utilizar! Aunque justo es reconocer que tal vicio es no sólo de los criollos, sino de los periodistas y literatos de todos los tiempos y de todos los lugares. Mas es también justo confesar que el autobombo ha encontrado en Cuba el terreno maravillosamente abonado. La crítica, propiamente dicha, se ha cultivado apenas entre nosotros, sustituida por los bombos mutuos, por el "te elogio hoy a ti para que tú me elogies mañana". Y periódicos y revistas rechazan críticas imparciales y se niegan a mantener secciones fijas de crítica, por la amistad de los directores o redactores con los criticados, o por el temor de que estos tomen la revancha contra directores y redactores. Cuando el autor de un libro pide la "opinión" sobre su obra, lo que demanda en realidad es el bombo, y la mejor prueba de ello es que si el crítico hace verdadera crítica, se ganará un enemigo. "iAtacar mi libro ese ignorante, qué atrevimiento! " Se manifiesta también en algunos esta vanidad literaria y periodística: a la inversa, o sea no encontrando nunca buena ninguna obra de los demás o censurando sistemáticamente todo cuanto los demás alaben.
Otro de los aspectos más interesantes de la fantochería criolla es la facilidad con que cualquier quídam pretende o acepta puestos para los cuales carece de toda competencia y en los que no puede hacer sino el ridículo. Así encontramos a secretarios de Despacho
o ministros y subsecretarios o subministros que han recorrido casi todas las Secretarías o los Ministerios con la mayor desfachatez, o a funcionarios que permanecen como lapas en sus cargos, importándoles poco las críticas y los ataques de la opinión pública. ¿Qué criollo resiste los atractivos de un cargo público que lleva aparejado "figurao", mando sobre otros, aunque sea sobre un pobre conserje, saludo de los subalternos o aspirantes a entrar en la nómina? No se diga nada de los títulos, condecoraciones y otras zarandaja por el estilo, que se buscan y se exhiben con fruición altanera entre nosotros, tanto más, cuanto más mediocre sea el individuo. ¡Con qué gusto nos oímos llamar doctor, profesor, ministro, secretario, general! Y no es fácil que rechace, el que no lo sea, el título de doctor con que lo saluden o mencionen al encontrarlo en la calle o hablar de él en los periódicos, o el aumento en grado militar de la guerra de independencia, apropiándose ya para siempre
esos títulos de que carece en absoluto o esa alta graduación que no llegó nunca a alcanzar en nuestras guerras libertadoras, ni siquiera con el "grado de gracia" que concedió la Asamblea de Santa Cruz, y los grados que a sí mismos se aumentaron los veteranos de ‘’la de agosto" o ‘’la de febrero’. El único cubano que "fue general sin saberlo y dejó de serlo en cuanto lo supo", fué José Antonio González Lanuza, según relató en uno de sus más regocijados "cuentos de camino". Esta vanidad de títulos y honores lleva a convertir a algunos individuos en coleccionistas o acaparadores de los mismos. Doctor hubimos en esta capital que lo era en Medicina y Cirugía, en Derecho Civil y Canónico, en Ciencias, en y Letras, y todos estos títulos, mas los incontables de socio correspondiente de academias cubanas y extranjeras, los exhibía en sus libros y folletos. Y por ostentar honores se ha llegado entre nosotros -según hemos expuesto en otras Habladurías- a comprar títulos de nobleza españoles o papales, o a seguir usando aquéllos en Cuba después que en España el régimen republicano los abolió totalmente. Lanuza conservaba en su interesantísima "colección de infundios" algunos notables ejemplos de este exhibicionismo de títulos, y entre otros los de un "ex pasajero de primera del vapor "Alfonso XII" y un "secretario del secretario, particular del secretario de. . .’’
La fantochería lleva a nuestros fantoches a lo que dice Juan Montalvo llaman los solitarios de Puerto Real, "egotismo", y nosotros llamamos "yoísmo", y en estos últimos tiempos "darse lija", o sea el no hablar más que de si mismo en conversaciones o en artículos. Y existen personillas que si se les pide un trabajo sobre determinada materia científica, literaria, histórica o política, se concretan a relatar lo que ellos han trabajado sobre el asunto o su actuación en el mismo, prescindiendo por completo de realizar el estudio que se les solicitó. Este afán de hablar de si mismo, siempre en elogio, como es natural, lleva necesariamente a hablar mal de los demás, levantando al efecto cuantas calumnias se crean convenientes para rebajar la personalidad del correligionario, colega, compañero o amigo, a quien?, a veces "quieren mucho, pero. . .’’
Debemos también citar como otra típica manifestación de la fantochería criolla el hablar de lo que no se sabe ni se entiende, emitiendo con gran prosopopeya opiniones sobre todas las materias y combatiendo la opinión ajena aunque sea expuesta por un verdadero técnico o especializado en el asunto. Graves daños ocasionan a la colectividad estos fantoches cuando ocupan cargos públicos y tienen que resolver sobre materias en las que son completamente legos, pero sobre las cuales no admiten el sano criterio de los capacitados.
Por último, como afirma Francisco Figueras en su nunca bastante ponderada obra Cuba y su evolución colonial, es también la fantochería, o sea la vanidad, "la principal instigadora de la ambición de poder y su más efectivo acicate". Amamos el poder no sólo por la explotación y la granjería, sino también por el poder mismo, por lo que éste tiene de ostentación, de vana pompa, de exhibicionismo, y porque desde él pueden satisfacerse cumplidamente la vanidad, la arrogancia, la altanería, el fausto.. . la fantochería, la farolería, la lija.

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964

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