Criollos ustedes, y por lo tanto, listos, capaces de adivinar dónde el jején puso el huevo y por qué lugar le entra el agua al coco, habrán adivinado ya que en el presente ensayo me he querido reservar el papel extraordinario y presuntuoso, pedante, como criollamente se dice, de dignificar, de encumbrar la palabra relajo.
Como la palabra que sirve de tema a este ensayo costumbrista se presta a muy variadas y disímiles interpretaciones, y no quiero que ustedes se sientan defraudados por mi enjuiciamiento y desenvolvimiento del asunto, y saboteen o tiren a relajo al ensayo y al ensayista, voy a examinar previamente los diversos significados castellanos y cubanos del vocablo relajo.
Ni siquiera como cubanismo o americanismo acepta todavía el Diccionario de la ahora nuevamente Real Academia Española la palabra relajo, no obstante haberle dado carta de ciudadanía criolla Esteban Pichardo en su Diccionario Provincial casi razonado de voces y frases cubanas, y haber recogido la definición de Pichardo, José Miguel Macías en su Diccionario Cubano, etimológico, razonado y comprensivo, así como algunos diccionarios nciclopédicos, y entre ellos el de España, y desde luego el Vocabulario Cubano de Constantino Suárez.
Para Pichardo, relajo es: «depravación; costumbres, palabras u obras indecentes», y al pie de la letra así lo aceptan Macías y España; pero Macías establece en seguida las relaciones y derivaciones de ese cubanismo con otras palabras netamente castellanas, como relajar y relajamiento.
En efecto, para la Academia Española de la Lengua, real, republicana o franquista, relajar es un verbo sustantivo que significa «aflojar, laxar o ablandar», usándose también como reflexivo; como segundo significado, en sentido figurado: «esparcir o divertir el ánimo con algún descanso»; en tercero, también figurado: «hacer menos severa o rigurosa la observancia de las leyes, reglas, estatutos, etc.»; en cuarto, usado en lenguaje forense: «relevar de un voto, juramento u obligación»; en sexto: «aliviar o disminuir a uno la pena o castigo»; y en noveno: «viciarse, distraerse o estragarse en las costumbres»; no interesándonos los significados quinto, séptimo y octavo.
Relajar viene del latín, relaxare.
De ese modo, relacionado el cubanismo relajo con las diversas significaciones, ya expuestas, de su voz castellana de origen, relajar, podemos apreciar debidamente las amplísimas aplicaciones y la significación trascendente que no sólo en el lenguaje sino de modo especial en la historia y en las costumbres de nuestros país tiene la palabra relajo, y la necesidad de ampliar su definición, no limitándola a la «depravación; costumbres, palabras u obras indecentes», que nos da Pichardo, sino que debemos seguir el camino señalado por Macías, a fin de recabar para ella todos los importantes usos y aplicaciones a que tiene derecho por su linaje hispano, y que Pichardo ha querido negarle, relajeando, por decirlo así, la propia palabra relajo, que él recogió del lenguaje criollo.
No más considerado con esa voz fue Constantino Suárez, pues después de repetir lo de «depravación», y agregar el nuevo equivalente de «pornografía», que efectivamente se le ha dado en los últimos tiempos, aplicándola a libros, palabras, cuentos y películas «de relajo», o sea, pornográficos, lo cual no lo creo suficientemente generalizado entre nosotros para darle ese nuevo equivalente. Sí lo están los de «alboroto, desorden, escándalo: la fiesta concluyó con el gran relajo», que con acierto recoge Suárez. De igual manera ha ampliado uárez —tomándolo del acervo popular contemporáneo— las nuevas proyecciones de relajo; relajear; y relajeadura: acción y efecto de relajear; y relajeador y relajón; la persona de costumbres depravadas o aficionada a relajear y a cosas de relajo.
Pero Suárez, como se ve, tampoco ha tomado en serio la palabra relajo e insiste en degradarla, en relajearla.
Criollos ustedes, y por lo tanto, listos, capaces de adivinar dónde el jején puso el huevo y por qué lugar le entra el agua al coco, habrán adivinado ya que en el presente ensayo me he querido reservar el papel extraordinario y presuntuoso, pedante, como criollamente se dice, de dignificar, de encumbrar la palabra relajo.
Y así es, amigos: convertido en apologista del relajo, pretendo poner un poco de orden en el relajo existente sobre la palabra relajo y estudiar la trascendencia interpretativa que ella tiene en el desenvolvimiento de la historia y las costumbres cubanas. Hablaré, sí, del relajo, pero de un relajo con orden.
Relajo, pues, para mí, y ahora para ustedes, mientras tengan la paciencia de leerme, será esa relajación, flojera o laxitud de costumbres y de leyes, de principios de moral humana, de frenos sociales, que se observa y da tonalidad y carácter a toda la historia de Cuba, desde los días iniciales de la conquista y colonización, hasta los presentes de amenazas de una tercera guerra mundial con bombas atómicas y de hidrógeno y de la agudización de la falta de probidad de nuestros politiqueros y desgobernantes.
Presentaré, analizaré y estudiaré ante ustedes y para ustedes, cómo en Cuba, por obra y virtud o desgracia y maldad del relajo, de tal modo ha llegado a hacerse menos severa o rigurosa la observancia de las leyes, reglas, estatutos, etc., de que habla el Diccionario de la Academia Española, al definir la palabra relajar, que prácticamente, la ley jamás ha existido para aquellos que la han hecho o la aplican; y los castigos o penas se han aliviado o disminuido hasta hacerlos desaparecer, para los poderosos y los influyentes; registrándose, or último un estrago total de las costumbres públicas y privadas.
Nuestra historia, es por tanto, la historia del relajo, y la tierra del relajo bien puede ser llamada, Cuba.
Al explicar la Academia de la Lengua Española en su Diccionario, uno de los significados de la palabra relajar —gloriosa antecesora castellana de nuestra voz relajo, ofrece el vocablo laxismo, como el «sistema o doctrina en que domina la moral laxa o relajada», denominándose, según la propia autoridad lingüística, «laxista al partidario o secuaz del laxismo».
Aplicando a nuestro país esos dos términos, y teniendo en cuenta las afirmaciones que acabo de hacer, lógicamente llegaremos a la conclusión de que si la historia de Cuba es la historia del relajo y Cuba la tierra del relajo, los cubanos son laxistas, porque mantienen y practican como doctrina moral, el laxismo, o sea, el relajo, o ausencia total de moral.
Antes de entrar en materia quiero dejar esclarecido —a fin de poner a salvo la susceptibilidad patriótica de mis lectores— que las anteriores conclusiones previas que he formulado y me propongo demostrar en seguida, no envuelven menosprecio ni ofensa para Cuba y para los cubanos, pues la tierra, cuna del relajo, no es nuestra fermosísima Isla, sino que esa gloria le corresponde al Edén bíblico, el Paraíso Terrenal; y fueron nuestros primeros padres —Adán y Eva— los iniciadores, protohéroes y protomártires del relajo en la historia de la humanidad cristiana.
Seguramente, muy pocos de ustedes, si ya pasan, como este ensayista, de la media rueda, han leído la Biblia, pero no habrán olvidado esa Historia Sagrada, que en los fines de la época colonial tuvimos que aprender de memoria, al abra por palabra, sin faltar puntos ni comas, y recitar como papagayos, en los colegios o en las escuelitas de barrio, donde los hijos de buenas familias, más o menos acomodadas, aprendimos las primeras letras — o sea el Catecismo, la ya referida Historia Sagrada, el «Cristo, A, B, C,. . .», las cuatro reglas y la Historia y la Geografía de España con algunas preguntas y respuestas referentes a esta su más rica colonia antillana— bases únicas de la enseñanza en tales centros educativos, en los tiempos de «la siempre fiel isla de Cuba», que se pasó luchando 30 años por merecer el calificativo de «siempre infidelísima».
Pues bien, amplia y detalladamente en el primer libro de Moisés, llamado comúnmente Génesis, del Antiguo Testamento, y en la Historia Sagrada, se encuentran los más salientes particulares de la creación por Dios de los cielos y de la tierra, de su descanso el séptimo día, y de cómo, el octavo, después del bien ganado reposo, formó Jehová «al hombre del polvo de la tierra», y sopló en su nariz soplo de vida; y fue el hombre «en ánima viviente», olocándolo en el huerto de Edén y dándole la primera ley divina y humana de que se tiene memoria: la prohibición de comer del árbol de ciencia de bien y de mal, so pena de que el día que comiera, moriría.
Ya promulgada ésta la más antigua de las cartas fundamentales, y por su brevedad nada semejarte a la nuestra de 1940, aunque si semejante a ella en su inutilidad, procedió Jehová a darle compañía al hombre, al que contemplo muy solo, y bajo un sueño hipnótico, tomándole una de sus costillas, la convirtió en mujer, a la que denominó Varona.
La Biblia advierte que aunque «estaban ambos desnudos, Adán y su mujer no se avergonzaban».
No he de detenerme, porque ni tiempo tendría yo, ni paciencia ustedes para tan larga disquisición, en el esclarecimiento de dónde se encontraba el Paraíso Terrenal, pero sí conviene recordar que Cristóbal Colón lo buscó en estas tierras de las Indias Occidentales; tampoco trataré de averiguar qué planta era la del árbol del bien y del mal, aunque se ha dicho que fue precisamente la planta del tabaco el árbol del bien y del mal, como aparece en la obra de C. Johnston, Travels in Southern Abyssinia, publicada en Londres el año 1844.
Pero volvamos a Adán y Eva, que los hemos dejado, desnudos y sin avergonzarse, como en un campo nudista contemporáneo, en el Paraíso Terrenal. Ocurre a poco la tentación de la mujer por la serpiente para que comiese de la fruta del árbol prohibido. Y aquí, en esos momentos trascendentes de la vida de la primera pareja humana, encontramos el primer relajo en la historia de la tierra, por Dios Jehová creada: Eva cae en la tentación de la serpiente y hace caer a Adán. Uno y otra quebrantan la disposición divina y comen la fruta del árbol prohibido del bien y del mal. Uno y otra, tratando de atenuar el relajo en que habían incurrido, se culpan mutuamente; pero el Supremo Juez desoye sus excusas, los arroja del Paraíso y los condena a exilio por esos que, desde entonces, más que mundos de Dios, lo eran del diablo.
Este primer relajo de la especie humana, tuvo, como se ve, terrífica sanción, pues, por este pecado original, por este relajo original penamos todos los descendientes que han sido, son y serán de nuestros primeros y muy relajones padres, Adán y Eva.
Nada tendría de extraño que el Paraíso Terrenal hubiese estado en Cuba y fuese el tabaco el árbol del bien y del mal, como afirma el citador autor inglés; y ello justificaría el arraigo y el auge del relajo entre nosotros y nuestra contumacia en el mismo. Pero aunque no fuera así, en cuestión de relajo, Cuba y los cubanos pueden sentirse orgullosos de ser aprovechadísimos discípulos de aquella tierra prodigiosa que se llamó el Paraíso Terrenal y esa incomparable pareja o dueto, de Adán y Eva.
Terminado el exordio, que como ustedes habrán visto, no tiene desperdicio, procedamos ya a realizar el estudio histórico costumbrista del nacimiento, arraigo y desenvolvimiento del relajo en Cuba.
Y como es natural, y para guardar orden y método en materia tan desordenada como es ésta, he de dividir el presente ensayo en dos partes: época colonial y época republicana: dos personas al parecer distintas y un solo relajo verdadero.
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.