Catalogado con el título de Diáspora, este poco conocido óleo del gran pintor cubano Víctor Manuel rememora la agonía vivida por los pasajeros judíos del buque Saint Louis frente al litoral habanero.
Desconocemos las circunstancias y las motivaciones precisas de este óleo, que ha permanecido siempre en colecciones privadas: ¿impulso personal o satisfacción de un encargo?
A fines de mayo de 1939, el buque alemán SS St. Louis se dispone a entrar en la bahía de La Habana. Viene con este destino desde Hamburgo, cargado con más de 900 judíos escapados de la persecución nazi. En la ciudad, algunos tienen familiares y amigos que los esperan en tierra junto a otros miembros de la comunidad hebrea. Pero el presidente cubano, Federico Laredo Bru, emite una orden especial que prohíbe al St. Louis entrar al puerto. El barco es escoltado hacia las afueras por lanchas de la policía. Al cabo de una semana, sólo una treintena de los pasajeros ha obtenido autorización de desembarco.
Una compleja trama de intereses en la que intervienen las leyes cubanas de inmigración, la correlación internacional de fuerzas, la abstención de Estados Unidos, las contradicciones internas de la política cubana, la campaña antisemita alentada en Cuba por el régimen alemán, así como el engranaje de corrupción de funcionarios locales que venden visas y permisos, convierten el asunto en un sórdido drama.
Finalmente, los judíos no son admitidos en la Isla y el 2 de junio el barco zarpa rumbo al océano, escoltado por la policía cubana. Siguen otros incidentes de la odisea: rechazados también por Estados Unidos, deben regresar a Europa central rumbo a un destino incierto. Pero, a punto de llegar a Hamburgo, se conoce que Francia, Inglaterra, Bélgica y Holanda acogen a los judíos del St. Louis...
La historiadora Margalit Bejarano ha calificado este episodio como «el portazo final en la cara de los judíos alemanes, tres meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial».
De este dramático suceso, que tuvo a La Habana como escenario principal, quedó la memoria viva de testigos o protagonistas, mucho material de archivo y los testimonios gráficos en la prensa de la época. Pero tendrá —además— un cronista inesperado: el pintor Víctor Manuel.
Es curioso que el creador de los paisajes cubanos ideales o de las melancólicas «gitanas», fuera del tiempo, haya sido atraído ocasionalmente por situaciones o personajes de la historia más reciente, de los que fue espectador y sobre los que dio versiones de primera mano, aunque a veces primarias o llenas de ingenuidad.
En ese sentido, Víctor Manuel fue rozado por las tendencias sociales que atravesaron la pintura cubana de los años 30. (Véanse, por ejemplo, el óleo titulado Desahucio, o un dibujo representando un manifestante antimachadista, o la acuarela titulada Los refugiados, por sólo citar obras de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes.)
Pero Diáspora —título con la que ha sido publicada en años recientes— es una pieza de mayores pretensiones. Desconocemos las circunstancias y las motivaciones precisas de este óleo, que ha permanecido siempre en colecciones privadas: ¿impulso personal o satisfacción de un encargo?
Lo cierto es que el paso del St. Louis por la capital cubana, la espera angustiosa y el infeliz desenlace, debieron impresionar fuertemente a Víctor Manuel, pues años después —tomándose sus licencias respecto a la precisión histórica— trasladó al lienzo sus recuerdos, llevados a la atmósfera inconfundible de su pintura.
Los testimonios del primer coleccionista de la obra y de familiares próximos, ligados además por relaciones de amistad con el pintor, no sólo permitieron identificar el tema mismo y sus inusuales protagonistas, sino que la situaron en una fecha aproximada —los años 40— y establecieron, sobre todo, su título original, que debe recuperar: Los olvidados.
En la revista Bohemia (No. 24, del 11 de junio de 1939) salió publicado un amplio reportaje de Antonio Ortega con el título «A la Habana ha llegado un barco...», que muestra imágenes de los pasajeros del St. Louis.
Diáspora (o Los olvidados) fue reproducido en su tamaño original y mostrado al público por el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, durante la presentación de Opus Habana (Vol. VII, No. 2, 2003), el 7 de noviembre de 2003. Según expresó Leal, «Víctor Manuel García ha dejado en esta obra casi desconocida, a todo color, la vibración de su espíritu sensible del sufrimiento humano, tocando el lienzo con el halo de espiritualidad y de delicada belleza que fue el signo de su talento».
El Historiador de la Ciudad agradeció a Isaac Lif, en República Dominicana, que «hubiese permitido reproducir esta obra de arte, perteneciente a su valiosa colección».
«Ella será colocada en la exposición permanente del hotel Raquel, como una contribución, no sólo a la memoria de la comunidad cubano-judía, sino también a la restauración monumental del Centro Histórico de La Habana», afirmó Leal al dejar inaugurada la exposición «Nuevo encuentro con Víctor Manuel» que —además del referido lienzo— incluía fotos del gran pintor cubano, tomadas por Chinolope.
«Atónito ante la revelación de ese óleo casi desconocido, el fotógrafo sacó a la luz —de lo profundo de su memoria— esta secuencia inédita en la que la mirada desconsolada del pintor refuerza el motivo del cuadro: la indefensión de los más débiles, de aquellos que padecen la historia, al decir de Albert Camus», manifestó por su parte Argel Calcines, editor general de Opus Habana.
Una compleja trama de intereses en la que intervienen las leyes cubanas de inmigración, la correlación internacional de fuerzas, la abstención de Estados Unidos, las contradicciones internas de la política cubana, la campaña antisemita alentada en Cuba por el régimen alemán, así como el engranaje de corrupción de funcionarios locales que venden visas y permisos, convierten el asunto en un sórdido drama.
Finalmente, los judíos no son admitidos en la Isla y el 2 de junio el barco zarpa rumbo al océano, escoltado por la policía cubana. Siguen otros incidentes de la odisea: rechazados también por Estados Unidos, deben regresar a Europa central rumbo a un destino incierto. Pero, a punto de llegar a Hamburgo, se conoce que Francia, Inglaterra, Bélgica y Holanda acogen a los judíos del St. Louis...
La historiadora Margalit Bejarano ha calificado este episodio como «el portazo final en la cara de los judíos alemanes, tres meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial».
De este dramático suceso, que tuvo a La Habana como escenario principal, quedó la memoria viva de testigos o protagonistas, mucho material de archivo y los testimonios gráficos en la prensa de la época. Pero tendrá —además— un cronista inesperado: el pintor Víctor Manuel.
Es curioso que el creador de los paisajes cubanos ideales o de las melancólicas «gitanas», fuera del tiempo, haya sido atraído ocasionalmente por situaciones o personajes de la historia más reciente, de los que fue espectador y sobre los que dio versiones de primera mano, aunque a veces primarias o llenas de ingenuidad.
En ese sentido, Víctor Manuel fue rozado por las tendencias sociales que atravesaron la pintura cubana de los años 30. (Véanse, por ejemplo, el óleo titulado Desahucio, o un dibujo representando un manifestante antimachadista, o la acuarela titulada Los refugiados, por sólo citar obras de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes.)
Pero Diáspora —título con la que ha sido publicada en años recientes— es una pieza de mayores pretensiones. Desconocemos las circunstancias y las motivaciones precisas de este óleo, que ha permanecido siempre en colecciones privadas: ¿impulso personal o satisfacción de un encargo?
Lo cierto es que el paso del St. Louis por la capital cubana, la espera angustiosa y el infeliz desenlace, debieron impresionar fuertemente a Víctor Manuel, pues años después —tomándose sus licencias respecto a la precisión histórica— trasladó al lienzo sus recuerdos, llevados a la atmósfera inconfundible de su pintura.
Los testimonios del primer coleccionista de la obra y de familiares próximos, ligados además por relaciones de amistad con el pintor, no sólo permitieron identificar el tema mismo y sus inusuales protagonistas, sino que la situaron en una fecha aproximada —los años 40— y establecieron, sobre todo, su título original, que debe recuperar: Los olvidados.
En la revista Bohemia (No. 24, del 11 de junio de 1939) salió publicado un amplio reportaje de Antonio Ortega con el título «A la Habana ha llegado un barco...», que muestra imágenes de los pasajeros del St. Louis.
Diáspora (o Los olvidados) fue reproducido en su tamaño original y mostrado al público por el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, durante la presentación de Opus Habana (Vol. VII, No. 2, 2003), el 7 de noviembre de 2003. Según expresó Leal, «Víctor Manuel García ha dejado en esta obra casi desconocida, a todo color, la vibración de su espíritu sensible del sufrimiento humano, tocando el lienzo con el halo de espiritualidad y de delicada belleza que fue el signo de su talento».
El Historiador de la Ciudad agradeció a Isaac Lif, en República Dominicana, que «hubiese permitido reproducir esta obra de arte, perteneciente a su valiosa colección».
«Ella será colocada en la exposición permanente del hotel Raquel, como una contribución, no sólo a la memoria de la comunidad cubano-judía, sino también a la restauración monumental del Centro Histórico de La Habana», afirmó Leal al dejar inaugurada la exposición «Nuevo encuentro con Víctor Manuel» que —además del referido lienzo— incluía fotos del gran pintor cubano, tomadas por Chinolope.
«Atónito ante la revelación de ese óleo casi desconocido, el fotógrafo sacó a la luz —de lo profundo de su memoria— esta secuencia inédita en la que la mirada desconsolada del pintor refuerza el motivo del cuadro: la indefensión de los más débiles, de aquellos que padecen la historia, al decir de Albert Camus», manifestó por su parte Argel Calcines, editor general de Opus Habana.