Considerado uno de los exponentes esenciales del tránsito de la mejor gráfica republicana a la del período revolucionario, Eladio Rivadulla Martínez (La Habana, 1923) falleció el lunes 28 de marzo. Premio Nacional de Diseño (2009) y Premio como Iniciador y Maestro del cartel cinematográfico cubano (2008), Rivadulla cultivó los diferentes géneros del diseño, el periodismo y la pintura durante su fecunda vida. De 1943 a 1967, creó alrededor de tres mil 500 diseños de carteles culturales y de películas producidas en América Latina, Europa, Japón y China, para 65 distribuidoras de filmes radicadas en La Habana y para el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos.

Como artista, nos dio su obra plástica —poco conocida hasta el presente— y su obra cartelística, en la que se pueden avizorar tendencias importantes del arte internacional de los sesenta como el pop art.

Las malas noticias llegan rápido, y en el lugar menos indicado. Así me llegó la muerte de Eladio Rivadulla Martínez. Se me ha ido un amigo; a Cuba, uno de sus artistas gráficos fundamentales del pasado siglo. «Yo no sé hasta qué punto no pueda decirse que un muerto es un vivo», escribió José Martí. Y lleva razón nuestro Héroe Nacional. La importancia del legado de Rivadulla para la cultura visual nacional, le confiere a su muerte condición de vida. Él es, sin duda alguna, uno de los exponentes esenciales del tránsito de la mejor gráfica republicana a la del período revolucionario.



Carteles diseñados por Rivadulla.

Desconocer esta realidad, es dejar un período importante del cartel de cine cubano sin la experiencia, por imprescindible y necesaria, de un hacer que se constituyó en el decir de nuestra mejor cartelística durante los decenios del 40 y el 50. Nada surge de la nada. La bizarría y el ímpetu creativo característico de los 60, en lo que respecta a nuestro cartel de cine y político, en no poca medida le deben a Rivadulla su correcta adecuación en lo técnico y formal a un sistema semiartesanal de impresión como la serigrafía (silkscreen).

Eladio Rivadulla al recibir el Premio Nacional de Diseño, otorgado en 2009.

Su pulso silueteó con maestría sobre la seda los rostros de nombres gloriosos del cine latinoamericano e internacional de la época, como Jorge Negrete, María Félix, Libertad Lamarque, Kirk Douglas, Clark Gable, Marilyn Monroe, entre otros. Las oficinas de la distribuidora italiana Mercurio Films, en Roma, se decoraron con las versiones cubanas de su filmografía especialmente concebidas por Rivadulla para reproducirse en serigrafía. Y, por si fuera poco, concibió y plasmó en esta técnica, la madrugada del primero de enero de 1959, el primer cartel político alusivo al triunfo de la Revolución cubana.
Él supo salvaguardar y preservar para una nueva generación de talentosos diseñadores gráficos, todo el caudal de conocimiento, oficio y arte atesorados durante más de 25 años de trabajo, en los cuales concibió alrededor de tres mil 500 carteles fílmicos. Hecho que alcanza una real trascendencia, en razón de la importancia que la serigrafía representó para la consecución del nuevo lenguaje del cartel de cine cubano y su influencia en otros medios de comunicación.
Nadie da lo que no tiene. Como artista, nos dio su obra plástica —poco conocida hasta el presente— y su obra cartelística, en la que se pueden avizorar tendencias importantes del arte internacional de los 60 como el pop art; como persona, nos dio su amistad, su permanente presencia en todo aquello que pudiera representar un estímulo para el desarrollo intelectual y profesional. Siempre fue hacia los más talentosos jóvenes desde un tiempo ya ido, pero que sólo él sabía proclamar como un tiempo insoslayable para la creación más nueva. Él nos dijo: «Aquí está lo que hice entonces, aquí está lo que tienen que hacer ahora».
Menos el desinterés, todo le interesó. Asistía a cuantas conferencias, exposiciones y presentaciones de libros llenaban las tardes del ámbito cultural capitalino. Su presencia en tales ocasiones, a veces, en compañía de su hija, la arquitecta y pintora Mercy Rivadulla, e incluso de su nieta y esposa, se hizo algo común, necesario, un verdadero tópico de costumbre para cualquier globero de los que hoy día pululan en los displays de nuestras computadoras.
Su estirpe siempre me remitió a la de los impresores del Renacimiento, que hacían su vida y su familia en torno a la prensa de imprimir, trasmitiéndole a su descendencia los secretos del novísimo arte, como si la variante de diseño aportada a una Itálica o Bodoni fuera la llave de un nuevo amanecer del mundo.
A Eladio se le recordará siempre. ¡Claro que sí! Es mi promesa… Y la de todos los que lo conocieron. A no dudar, es de los imprescindibles.

Jorge R. Bermúdez
Escritor y crítico de arte

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