El estilo de Martínez Andrés se atiene a «lo que podríamos denominar un eclecticismo dentro de tendencias plásticas modernizadas»

Importantes exponentes del patrimonio religioso habanero conservan las pinturas de Antonio Martínez Andrés, un pintor apenas conocido, incluso para los especialistas en arte cubano del siglo XX. Es el caso de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en Centro Habana; la parroquia del Carmelo y el Convento San Juan de Letrán, en el Vedado; la iglesia de San Francisco, en La Habana Vieja, y el hogar de ancianos de Santovenia, en el Cerro.
Si partimos del referente que constituye el artículo «La pintura religiosa en Cuba», escrito en la década del 60 por el padre Angel Gaztelu Gorriti, resulta significativo que, entre los pintores dedicados a esta temática entre mediados de la década del 40 y finales de los años 50 del pasado siglo, no mencione a Martínez Andrés, cuando sí hace referencia a Hipólito Hidalgo de Caviedes y Eberto Escobedo, por ejemplo.

El significado que tiene el Escapulario para la Orden de los Carmelitas es abordado por Martínez Andrés al emprender la realización de sus obras sacras más importantes en ocasión de celebrarse el VII centenario de la aparición de la Santísima Virgen a san Simón Stock, sexto general de esa organización religiosa, lo cual se supone ocurrió en Cambridge, Inglaterra, en 1250. Con ese motivo, el Papa Pío XII envió un mensaje a la Orden en 1950 que, conocido como Neminem profecto latet («nadie ignora ciertamente»), aprobó la devoción del Escapulario como signo de consagración a María. Ello debió inspirar al artista, quien se autorrepresentó en esta pintura mural de la iglesia del Carmelo, en el Vedado, junto a su esposa y dos hijas, a una de las cuales dedicó esta obra por cumplir su primer aniversario de vida.

Tras hacer un recuento de la pintura de asunto religioso en la Isla desde tiempos de la colonia, Gaztelu reconoce la ausencia por varios lustros de un interés artístico por esa temática. «El frío laicismo que implanta el nuevo Gobierno de la naciente República repercute también en el arte y la pintura, que vivirá años sin la menor preocupación religiosa»1, afirma el miembro del grupo Orígenes.
El propio mecenazgo del padre Gaztelu influyó en la realización de un tipo de arte sacro que, conocedor de las más recientes tendencias contemporáneas, debió «trabajar, sin embargo, con más modestia en sus iglesias rurales, pero quizás con más coherencia artística»2, al decir del crítico Roberto Méndez. En el caso de la parroquia de Bauta —por ejemplo— «fue respetuoso con aquellos elementos del pasado cuyo valor está sentado en la tradición; desde el punto de vista ingeniero lo fortaleció, y los actualizó desde el lado artístico, dejando actuar allí a tres artistas de la órbita de Orígenes: el escultor Alfredo Lozano, y los pintores Mariano Rodríguez y René Portocarrero»3.
Paralelamente se desarrolla otra vertiente de la pintura religiosa que, realizada también por encargo, suscita gran interés por responder a los gustos y preferencias de la amplia feligresía católica que, el 25 de diciembre de 1945, hubo de congratularse cuando el Papa Pío XII anunció la designación del primer cardenal cubano: monseñor Manuel Arteaga Betancourt, arzobispo de La Habana.
Su elevación al rango de «Príncipe de la Iglesia» propició que, entre aquel año y 1954, la capital cubana fuera sede de varios congresos, reuniones y seminarios con la presencia de eclesiásticos de otras naciones4. Ello reanimó el interés por enaltecer los espacios de culto, construyéndose nuevos templos y decorándose algunos de los ya existentes. Dentro de esa atmósfera de júbilo —«de conquista de Cuba para Cristo, según las románticas expresiones de la época y el popular himno Clarinada»—,5 puede entenderse el significado otorgado por la Orden de los Carmelitas a las celebraciones por el VII Centenario del Escapulario del Carmen, que incluyó la decoración total de su sede parroquial en La Habana.
Iniciadas en 1950, en vísperas de dicha conmemoración, esas obras estuvieron a cargo de Martínez Andrés, quien realizó las pinturas murales que hoy todavía se conservan en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, así como la de su cúpula, lamentablemente desaparecida al igual que la del frontis y algunas de sus laterales.

Escenas del Vía Crucis que, pintado por Martínez Andrés, se conserva en la iglesia del Convento San Juan de Letrán, en El Vedado.

También a este artista pertenecen las obras de la parroquia del Carmelo, terminadas en 1954 y que recrean escenas de la aparición de la Virgen María a san Simón Stock, sexto general de la Orden; de la vida de santa Teresa de Ávila —como la huida junto a su hermano para ir en busca del martirio— y otros motivos carmelitanos, como la primera misa de san Juan de la Cruz.

Antonio Martínez Andrés (Madrid, 1917-Saint Petersburg, Florida, 1965). Arriba: detalle de su pintura mural —ya desaparecida— en la cúpula de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen: una alegoría de los orígenes e historia de la Orden, resuelta a modo de apoteosis, tema característico de la iconografía barroca que glorifica a las órdenes religiosas y sus miembros más representativos. Así, junto a la Virgen del Monte Carmelo y el profeta Elías, considerado el «padre espiritual» de los carmelitas, aparecen —entre otros— santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. 

UN PINTOR ACADEMICISTA
Nacido en Madrid, el 30 de enero de 1917,  Antonio Martínez Andrés comenzó su formación pictórica en 1934 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, la cual le otorgó en 1947 una de las pensiones que, fundadas por el conde de Cartagena, permitían a los artistas españoles «ya formados y con personal renombre la ocasión de ponerse en contacto con el arte plástico o moderno de otros países».6 De ahí que se traslade a Estados Unidos para disfrutar de esa beca en la especialidad de Pintura.
Un año después expone en la Newton Gallery, situada en la 57 Avenida de Nueva York. Según una reseña aparecida en La Hora (Semanario de los estudiantes españoles), tuvo «un éxito completo, tanto de público como de crítica, con sus obras basadas las más en motivos españoles y alguna mostrando algún característico aspecto de Nueva York (...)».7
Terminada la beca en Estados Unidos, y habiendo mantenido su noviazgo con la cubana Silvia García Nava —a quien había conocido en Madrid—, el pintor decide no regresar a España y viaja a La Habana, donde inmediatamente tiene lugar su debut artístico en el Lyceum Lawn Tennis Club.
Muestra retratos, paisajes y temas de la llamada «pintura de género», que le permiten ser calificado como «todo un pintor» por Armando Maribona, profesor de la Academia de Bellas Artes (San Alejandro), y el doctor Luis de Soto, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de La Habana.
Según reseña crítica de Rafael Marquina, «Martínez Andrés está inserto plenamente en la tradición, en la escuela, en el clasicismo de la pintura española» y «se advierten evidentes en su obra (...) las huellas de sus maestros Chicharro y Benedito (...)».8
La referencia a esos dos pintores españoles representativos del cambio de siglo XIX al XX —ambos discípulos de Joaquín Sorolla—, induce a pensar que el estilo de Martínez Andrés se atiene a «lo que podríamos denominar un eclecticismo dentro de tendencias plásticas modernizadas»9, al igual que sus maestros de la Real Academia madrileña. O sea, responde a un afán de modernidad no rupturista que trató de elaborar «un nuevo academicismo desde otros valores, en los que el valor emblemático de la pintura era un contenido fundamental»10, con tal de no alejarse demasiado de los gustos del público que todavía recelaba de las tendencias vanguardistas más radicales.
Es desde esta perspectiva que puede justipreciarse su pauta estética hispanizante y, sin lugar a dudas, su gran oficio, sin el cual no hubiera podido acometer los murales religiosos que marcan su paso por La Habana, donde no se conservan —al menos expuestas— piezas suyas de carácter profano.
Al recuperar las fórmulas barrocas para representar los temas carmelitanos, el estilo de Martínez Andrés fluctuará entre la corriente «clasicista» desarrollada a partir del paradigma Velázquez y una vena expresionista que evoca a El Greco.



La devoción mariano-filial del Santo Escapulario es interpretada por Martínez Andrés en esta gran pintura mural que cubre el techo de la bóveda central de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en Centro Habana.
Consistente en dos piezas de color marrón unidas por una cuerda, esa forma reducida del hábito religioso —sostenido por un ángel con sus manos en el detalle reproducido a la derecha— tiene valor sacramental y significa la plena consagración del portador a la Virgen María para pertenecer completamente a Dios por mediación de ella, lo cual ha sido solucionado por el artista representándola a los pies de la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (paloma).
Diferentes escenas colaterales tributan radialmente hacia esa imagen central de la bóveda, reafirmando la tradición carmelitana que atribuye el rango de «promesa» al Escapulario, sobre la base de que —al ofrecer ese signo a san Simón Stock— la Virgen del Carmen profirió la frase: «quien muriere con él no padecerá el fuego del infierno». De ahí que, entre los temas representados por Martínez Andrés, aparezca El Purgatorio, con las ánimas penitentes en expiación y, luego, transitando hacia la salvación gracias a la intercesión mariana (ver extremo inferior derecho de su pintura, encima del detalle).
Con fuerte arraigo entre religiosos y laicos, el Escapulario fue bendecido en 1950 por Pío XII en su ya mencionada carta apostólica y es considerado, junto al Rosario, una de las manifestaciones más difundidas de piedad popular entre los católicos.

Mirando hacia esos maestros del pasado, sobre todo el primero, intenta apropiarse de esa tradición para dotarla de actualidad. Así se gana el beneplácito de los superiores carmelitas en la Isla, en su mayoría de origen español como él: «Dejémosle rematar su obra pictórica en nuestro templo carmelitano, y creemos con fundamento que, a la vez que él se consagra como los grandes en esta parte de América, también los Padres Carmelitas de La Habana podemos regocijarnos de haber dado a la Orden y a Cuba uno de los momentos religiosos más artísticos y seguramente más visitados».10
Para la realización de las pinturas de la iglesia del Carmen necesitó dos años, teniendo en cuenta el inicio de las labores (1950) y la fecha que plasmó el pintor junto a su firma en el lateral izquierdo del templo (1952). En 1954 acomete los murales de la parroquia de El Carmelo.
Hasta 1960 Martínez Andrés vivió en la capital cubana, de donde partió con su esposa e hijas —Silvia y Teresa— a Saint Petersburg, Florida, Estados Unidos. Allí falleció el 23 de julio de 1966. Nunca dejó de pintar.

 


1 Ángel Gaztelu: «La pintura religiosa en Cuba», en Almanaque de la Caridad, La Habana, 1965.
2,3 Roberto Méndez Martínez: «Ángel Gaztelu: edificar para la alabanza», en revista Opus Habana, Vol. VII, No. 3, 2003, p. 37.
4 La realización del Seminario Interamericano de Estudios Sociales (enero de 1946), promovido por la National Catholic Welfare Conference, y el Congreso Interamericano de Educación Católica (1954), entre otros.
5 Augusto Montenegro González: «Historiografía de la Iglesia en Cuba (1902-1952)», en Anuario de Historia de la Iglesia, Vol. XIV, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2005, p. 340.
6 «Ocho becas de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando», en La Vanguardia Española, domingo, 26 de octubre de 1947.
7Antonio Iglesias: «Un pintor español en la 57 Avenida», en La Hora, No. 13, 28 de enero de 1949.
8 Rafael Marquina: «Exposición Martínez Andrés», en periódico Información, s/f. Esta reseña aparece publicada en la sección «Vida cultural y artística».
9 Carlos Reyero y Mireia Freixa: Pintura y escultura en España, 1800-1910. Ediciones Cátedra, S.A., Madrid, 1995, p. 357.
9 Ídem, p. 375.
10 Padre Aurelio de la Virgen del Carmen: «El decorado de la Iglesia del Carmen de La Habana», en revista Aromas del Carmelo, feb-mar de 1951, p.9.

Este trabajo ha sido elaborado por Argel Calcines, editor general de Opus Habana, y Celia María González, miembro del equipo editorial de esta revista.

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