En el cruce de calles que limita, por un lado, con la Lonja del Comercio y, por otro, con el edificio Casteleiro Vizoso, se halla una columna de granito silvestre, denominada cruceiro, donada a la ciudad por el señor presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga Iribarne, como parte de las actividades asociadas al proyecto «Una presencia gallega en Cuba».
En uno de los sitios más concurridos del Centro Histórico, a un costado de la Lonja del Comercio, se yergue una columna de granito silvestre, denominada cruceiro por representar un punto de encuentro, convergencia y unión.
El crepúsculo cedía paso a la noche y la Plaza de San Francisco de Asís bullía con el alborozo de las danzas que, al ritmo de las gaitas, embriagaban a los allí presentes. Entretanto, de luces se iba cubriendo la hermosa e imponente figura del Cruceiro que un mes antes llegara al puerto habanero traído de Galicia y ahora –pleno de significados– erguíase en uno de los sitios más concurridos del Centro Histórico.
Colocada en el cruce de calles que limita, por un lado, con la Lonja del Comercio y, por otro, con el edificio Casteleiro Vizoso, esta columna de granito silvestre, denominada cruceiro por representar un punto de encuentro, convergencia y unión, fue donada a la ciudad por el señor presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga Iribarne, como parte de las actividades asociadas al proyecto «Una presencia gallega en Cuba».
La pieza, diseñada por el maestro cantero Enrique Velasco, alcanza los siete metros y medio de altura con un peso aproximado de 12 000 kilogramos, y se realizó en la Escola de Canteiros de Poio (organismo autónomo de la Diputación de Pontevedra) con la colaboración del Taller de piedra de la Escuela de Oficios Gaspar Melchor de Jovellanos (Oficina del Historiador de la Ciudad), cuyos aprendices se encargaron de su montaje.
Al considerar los pasos de la base como una sola estructura, este cruceiro se compone de siete partes, como la perfección, las notas musicales, los colores del arcoiris, el Corán, la cábala...
Su base, desarrollada en tres pasos que simbolizan la divinidad y los clavos que fijaron a Cristo en la cruz, es de forma octogonal en referencia al ocho o el infinito, además de constituir un homenaje a todas las culturas multirraciales que conviven en Cuba. A ésta sigue un dado –también de conformación octogonal– ilustrado en siete de sus caras con iconografía bíblica de la Pasión de Cristo, y la cara restante muestra el escudo de Galicia, pues es tradición señalar el nombre del donador del cruceiro. Más arriba, se ha colocado un sobredado con ornamento floral que enlaza la vara y el dado de encuentro, decorado con los mismos motivos que el sobredado.
Encima de este último se alza la vara, en este caso de tipo salomónica, donde se han tallado cuatro imágenes: Santiago, San Cristóbal, San Antonio y la Virgen de la Inmaculada. Los dos primeros por ser patronos de Cuba y de La Habana; el tercero porque, junto con San Francisco, distribuyó el verbo por América desde Cuba, y la presencia de la Virgen de la Inmaculada alude a su patronazgo en la Catedral de La Habana.
Conocida también como fuste, la vara indica el mar, el camino, el infinito..., como una semilla que se transforma en el árbol de la vida. Es éste un elemento representativo de lo que en realidad es un cruceiro: un acto de generosidad, tolerancia y agradecimiento a todo un pueblo porque, aunque es donado por una o varias personas, no se suelen guardar para sí mismos sino que al situarse en lugares públicos se ofrecen a todo el mundo.
Finalmente, a continuación de la vara, entronca el capitel ornamentado y la cruz donde se ha esculpido, por el frente, la figura de Cristo acompañado de San Francisco, que recoge la sangre en un cáliz, y, en su parte posterior, emerge una Virgen de la Piedad.
La génesis del cruceiro se vincula a las concepciones místicas emanadas de las órdenes mendicantes, sobre todo a los franciscanos, pues, a partir del siglo XIII, son ellos los artífices de su divulgación y desarrollo. Aunque en Galicia se conservan ejemplares de esta primera fase y, sobre todo, del siglo XIV, es conveniente resaltar que la mayoría de los cruceiros gallegos actuales son de factura barroca y responden a las nuevas y más amplias necesidades de culto emanadas del Concilio de Trento.
La exaltación del purgatorio y, sobre todo, la validez de las indulgencias como instrumento de remisión de las penas, convierte al cruceiro en un medio para la salvación, ya que, después de la muerte, las oraciones rezadas por los fieles se aplicarán perpetuamente en sufragio del alma de su promotor. De este modo, los cruceiros, inicialmente levantados por los franciscanos en las proximidades de los núcleos urbanos, se expanden por todo el territorio gallego en época barroca, convirtiéndose no sólo en un objeto de culto peculiar, sino también en el símbolo de la Galicia.
El culto a los antepasados constituye una íntima y casi connatural seña de identidad galaica y son los cruceiros los monumentos de arte popular que reflejan más intensamente lo enraizado que está en Galicia este sentido devocional a la memoria de los muertos, según lo atestigua su presencia en caminos, encrucijadas o puentes. A esta diversidad, establecida por el lugar en que se ubican o por su intencionalidad, hay que añadir la diferenciación emanada de su forma e iconografía. Los cruceiros se convierten también en lugares de descanso y oración en el camino de peregrinación a Santiago. Así, al bloque pétreo que sostiene la cruz, se le añade una plataforma compuesta de varias gradas de sillería cuya función es la de acoger a los cansados peregrinos.
Colocada en el cruce de calles que limita, por un lado, con la Lonja del Comercio y, por otro, con el edificio Casteleiro Vizoso, esta columna de granito silvestre, denominada cruceiro por representar un punto de encuentro, convergencia y unión, fue donada a la ciudad por el señor presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga Iribarne, como parte de las actividades asociadas al proyecto «Una presencia gallega en Cuba».
La pieza, diseñada por el maestro cantero Enrique Velasco, alcanza los siete metros y medio de altura con un peso aproximado de 12 000 kilogramos, y se realizó en la Escola de Canteiros de Poio (organismo autónomo de la Diputación de Pontevedra) con la colaboración del Taller de piedra de la Escuela de Oficios Gaspar Melchor de Jovellanos (Oficina del Historiador de la Ciudad), cuyos aprendices se encargaron de su montaje.
Al considerar los pasos de la base como una sola estructura, este cruceiro se compone de siete partes, como la perfección, las notas musicales, los colores del arcoiris, el Corán, la cábala...
Su base, desarrollada en tres pasos que simbolizan la divinidad y los clavos que fijaron a Cristo en la cruz, es de forma octogonal en referencia al ocho o el infinito, además de constituir un homenaje a todas las culturas multirraciales que conviven en Cuba. A ésta sigue un dado –también de conformación octogonal– ilustrado en siete de sus caras con iconografía bíblica de la Pasión de Cristo, y la cara restante muestra el escudo de Galicia, pues es tradición señalar el nombre del donador del cruceiro. Más arriba, se ha colocado un sobredado con ornamento floral que enlaza la vara y el dado de encuentro, decorado con los mismos motivos que el sobredado.
Encima de este último se alza la vara, en este caso de tipo salomónica, donde se han tallado cuatro imágenes: Santiago, San Cristóbal, San Antonio y la Virgen de la Inmaculada. Los dos primeros por ser patronos de Cuba y de La Habana; el tercero porque, junto con San Francisco, distribuyó el verbo por América desde Cuba, y la presencia de la Virgen de la Inmaculada alude a su patronazgo en la Catedral de La Habana.
Conocida también como fuste, la vara indica el mar, el camino, el infinito..., como una semilla que se transforma en el árbol de la vida. Es éste un elemento representativo de lo que en realidad es un cruceiro: un acto de generosidad, tolerancia y agradecimiento a todo un pueblo porque, aunque es donado por una o varias personas, no se suelen guardar para sí mismos sino que al situarse en lugares públicos se ofrecen a todo el mundo.
Finalmente, a continuación de la vara, entronca el capitel ornamentado y la cruz donde se ha esculpido, por el frente, la figura de Cristo acompañado de San Francisco, que recoge la sangre en un cáliz, y, en su parte posterior, emerge una Virgen de la Piedad.
La génesis del cruceiro se vincula a las concepciones místicas emanadas de las órdenes mendicantes, sobre todo a los franciscanos, pues, a partir del siglo XIII, son ellos los artífices de su divulgación y desarrollo. Aunque en Galicia se conservan ejemplares de esta primera fase y, sobre todo, del siglo XIV, es conveniente resaltar que la mayoría de los cruceiros gallegos actuales son de factura barroca y responden a las nuevas y más amplias necesidades de culto emanadas del Concilio de Trento.
La exaltación del purgatorio y, sobre todo, la validez de las indulgencias como instrumento de remisión de las penas, convierte al cruceiro en un medio para la salvación, ya que, después de la muerte, las oraciones rezadas por los fieles se aplicarán perpetuamente en sufragio del alma de su promotor. De este modo, los cruceiros, inicialmente levantados por los franciscanos en las proximidades de los núcleos urbanos, se expanden por todo el territorio gallego en época barroca, convirtiéndose no sólo en un objeto de culto peculiar, sino también en el símbolo de la Galicia.
El culto a los antepasados constituye una íntima y casi connatural seña de identidad galaica y son los cruceiros los monumentos de arte popular que reflejan más intensamente lo enraizado que está en Galicia este sentido devocional a la memoria de los muertos, según lo atestigua su presencia en caminos, encrucijadas o puentes. A esta diversidad, establecida por el lugar en que se ubican o por su intencionalidad, hay que añadir la diferenciación emanada de su forma e iconografía. Los cruceiros se convierten también en lugares de descanso y oración en el camino de peregrinación a Santiago. Así, al bloque pétreo que sostiene la cruz, se le añade una plataforma compuesta de varias gradas de sillería cuya función es la de acoger a los cansados peregrinos.