Con una paleta de colores intensos en la que predominan los verdes, violetas, rojos, y las más amplias degradaciones de estos tonos... el pintor José Ramón Urbay logra trasmitir distintos estados del alma.
José Ramón Urbay, con un particular estilo del paisaje –deudor de las tradiciones orientales–, recrea, partiendo de la mancha hasta llegar a los más finos trazos, lugares que desbordan espiritualidad y sirven de morada a seres angelicales.
La existencia de la naturaleza divina ha sido tema recurrente a través de la historia del arte. Así, estas preocupaciones ocupan un lugar cimero dentro del movimiento plástico cubano, en el que son asumidas disímiles posturas para penetrar tan complejo universo. La obra del joven artista José Ramón Urbay (La Habana, 1976) se inserta, desde una postura reflexiva y enriquecedora, en la línea de la indagación espiritual.
Su más reciente exposición «Guardianes» fue exhibida en la galería del Palacio de Lombillo, devenida templo para esta serie de pequeño y mediano formato de tintas sobre cartulinas. Constituye la síntesis de todo un estudio acerca de la relación que establece el hombre con el universo y sus creencias.
Urbay, con un particular estilo del paisaje –deudor de las tradiciones orientales–, recrea, partiendo de la mancha hasta llegar a los más finos trazos, lugares que desbordan espiritualidad y sirven de morada a seres angelicales. Utiliza una paleta de colores intensos con predominio de los verdes, violetas y rojos, y las más amplias degradaciones de estos tonos; en otros casos, acude a la presencia de los grises y sepias, contrastes con los cuales logra trasmitirnos distintos estados del alma. El virtuosismo de la técnica va más allá del dominio de la tinta y consigue similares transparencias con el acrílico, en lienzos que ensanchan los límites de su imaginación. En algunas ocasiones como protagonista exclusivo o destacando fuerzas de la naturaleza y, en otras, en los personajes que lo habitan, el paisaje se convierte en alegorías de preocupaciones ancestrales, y nos muestra la manera de transgredir esta mágica barrera y ver la grandeza de la creación en sí misma.
El artista dialoga sobre el origen de la existencia, la necesaria búsqueda para encontrarnos. Revela lo inapelable del estudio de las fuentes esotéricas como un recurso posible en la comprensión del ser humano. Concilia en su obra, con perfecta armonía, el plano material y astral. Reconoce la importancia de saber de dónde venimos para llegar a descubrir a dónde vamos.
«En el principio creó Dios los cielos y la tierra».
El Génesis. Capítulo 1
El Génesis. Capítulo 1
La existencia de la naturaleza divina ha sido tema recurrente a través de la historia del arte. Así, estas preocupaciones ocupan un lugar cimero dentro del movimiento plástico cubano, en el que son asumidas disímiles posturas para penetrar tan complejo universo. La obra del joven artista José Ramón Urbay (La Habana, 1976) se inserta, desde una postura reflexiva y enriquecedora, en la línea de la indagación espiritual.
Su más reciente exposición «Guardianes» fue exhibida en la galería del Palacio de Lombillo, devenida templo para esta serie de pequeño y mediano formato de tintas sobre cartulinas. Constituye la síntesis de todo un estudio acerca de la relación que establece el hombre con el universo y sus creencias.
Urbay, con un particular estilo del paisaje –deudor de las tradiciones orientales–, recrea, partiendo de la mancha hasta llegar a los más finos trazos, lugares que desbordan espiritualidad y sirven de morada a seres angelicales. Utiliza una paleta de colores intensos con predominio de los verdes, violetas y rojos, y las más amplias degradaciones de estos tonos; en otros casos, acude a la presencia de los grises y sepias, contrastes con los cuales logra trasmitirnos distintos estados del alma. El virtuosismo de la técnica va más allá del dominio de la tinta y consigue similares transparencias con el acrílico, en lienzos que ensanchan los límites de su imaginación. En algunas ocasiones como protagonista exclusivo o destacando fuerzas de la naturaleza y, en otras, en los personajes que lo habitan, el paisaje se convierte en alegorías de preocupaciones ancestrales, y nos muestra la manera de transgredir esta mágica barrera y ver la grandeza de la creación en sí misma.
El artista dialoga sobre el origen de la existencia, la necesaria búsqueda para encontrarnos. Revela lo inapelable del estudio de las fuentes esotéricas como un recurso posible en la comprensión del ser humano. Concilia en su obra, con perfecta armonía, el plano material y astral. Reconoce la importancia de saber de dónde venimos para llegar a descubrir a dónde vamos.