En el parque Rumiñahui, donde se yergue la maciza figura del héroe cañari, y a unos metros de la Casa Guayasamín, el Historiador de la Ciudad recordó los entrañables lazos existentes entre Cuba y quien llamó «el último inca viviente», Oswaldo Guayasamín.
La obra de Guayasamín resultó ser una simbiosis de sus orígenes raciales –español, negro e indio– y continentales, así como de su visión universal de la cultura.
El 19 de febrero, antes de abordar el avión que lo conduciría hacia Estados Unidos para iniciar lo que sería su último viaje, Oswaldo Guayasamín dijo: «... para mí la muerte no existe, es como el misterio del maíz, cae un grano en tierra y germina, y eso ha ocurrido por milenios, y los pueblos de América han repetido el misterio del maíz una y mil veces. No creo en la muerte, yo me he multiplicado y mi rostro se repetirá, y lo identifico en mis hijos, en mis descendientes, y en mi obra.». Estas palabras las recordó Eusebio Leal al hablar en el acto de recordación del laureado artista, «amigo de Cuba y de La Habana», fallecido el 10 de marzo.
En el parque Rumiñahui, donde se yergue la maciza figura del héroe cañari, y a unos metros de la Casa Guayasamín, el Historiador de la Ciudad recordó los entrañables lazos existentes entre Cuba y quien llamó «el último inca viviente» y, en especial, con la obra restauradora del Centro Histórico, desde los tiempos cuando apenas comenzaba la gesta constructiva.«Sus viajes periódicos a Cuba fueron siempre un aliento para nuestro trabajo, porque era poseedor de esa fuerza de carácter, de esa voluntad creadora, de ese sentido de la alegría del trabajo que sólo es un atributo de los grandes espíritus», enfatizó Leal.
Nacido en Quito en 1919, Guayasamín ya desde los seis años pintaba con soltura. En 1932, inicia sus estudios académicos en la Escuela de Bellas Artes de la capital ecuatoriana, de donde es expulsado, temporalmente, por motivos políticos. Su primera exposición, en 1942, fue un escándalo, por los temas tratados y por su reconocida condición de «mejor pintor de la escuela».
Desde entonces su éxito fue ascendente. En ese mismo año, el magnate norteamericano Nelson Rockefeller –impresionado ante los cuadros del joven artista– compra cinco de ellos, lo que le vale una beca en Estados Unidos que marca una etapa de búsquedas estéticas e ideológicas. Su arte recibe influencias tan diversas como de El Greco, Cézanne y Orozco, además de la cultura andina, africana, europea... La obra de Guayasamín resultó ser una simbiosis de sus orígenes raciales –español, negro e indio– y continentales, así como de su visión universal de la cultura.
El autor de las series «La edad de la ira», «La ternura», «Las manos»...inició su relación con Cuba en 1959; desde entonces su presencia y la de su obra fueron casi cotidianas en la Isla . La Casa Guayasamín es muestra palpable de la impronta del quiteño en nuestro entorno. La reconstrucción, desde las ruinas, de este inmueble del siglo XVIII, fue uno de sus empeños materiales y artísticos, iniciado «cuando pocos creían en eso», como recordara Leal. Buena parte de los recursos y el patrimonio para su restauración, llegaron de manos del pintor. Hoy este sitio –en el cual muchos cubanos firmaron un libro de condolencias abierto con motivo de su fallecimiento– ha pasado a formar parte de los inmuebles salvados para el patrimonio de la Humanidad.
De un empeño similar surgió el parque Rumiñahui, escenario del homenaje póstumo y, quizás, el signo más distintivo del artista en la ciudad.
En el parque Rumiñahui, donde se yergue la maciza figura del héroe cañari, y a unos metros de la Casa Guayasamín, el Historiador de la Ciudad recordó los entrañables lazos existentes entre Cuba y quien llamó «el último inca viviente» y, en especial, con la obra restauradora del Centro Histórico, desde los tiempos cuando apenas comenzaba la gesta constructiva.«Sus viajes periódicos a Cuba fueron siempre un aliento para nuestro trabajo, porque era poseedor de esa fuerza de carácter, de esa voluntad creadora, de ese sentido de la alegría del trabajo que sólo es un atributo de los grandes espíritus», enfatizó Leal.
Nacido en Quito en 1919, Guayasamín ya desde los seis años pintaba con soltura. En 1932, inicia sus estudios académicos en la Escuela de Bellas Artes de la capital ecuatoriana, de donde es expulsado, temporalmente, por motivos políticos. Su primera exposición, en 1942, fue un escándalo, por los temas tratados y por su reconocida condición de «mejor pintor de la escuela».
Desde entonces su éxito fue ascendente. En ese mismo año, el magnate norteamericano Nelson Rockefeller –impresionado ante los cuadros del joven artista– compra cinco de ellos, lo que le vale una beca en Estados Unidos que marca una etapa de búsquedas estéticas e ideológicas. Su arte recibe influencias tan diversas como de El Greco, Cézanne y Orozco, además de la cultura andina, africana, europea... La obra de Guayasamín resultó ser una simbiosis de sus orígenes raciales –español, negro e indio– y continentales, así como de su visión universal de la cultura.
El autor de las series «La edad de la ira», «La ternura», «Las manos»...inició su relación con Cuba en 1959; desde entonces su presencia y la de su obra fueron casi cotidianas en la Isla . La Casa Guayasamín es muestra palpable de la impronta del quiteño en nuestro entorno. La reconstrucción, desde las ruinas, de este inmueble del siglo XVIII, fue uno de sus empeños materiales y artísticos, iniciado «cuando pocos creían en eso», como recordara Leal. Buena parte de los recursos y el patrimonio para su restauración, llegaron de manos del pintor. Hoy este sitio –en el cual muchos cubanos firmaron un libro de condolencias abierto con motivo de su fallecimiento– ha pasado a formar parte de los inmuebles salvados para el patrimonio de la Humanidad.
De un empeño similar surgió el parque Rumiñahui, escenario del homenaje póstumo y, quizás, el signo más distintivo del artista en la ciudad.
Por: María Grant
Opus Habana