La diminuta vegetación de un mogote, le atrae tanto como la síntesis compositiva aplicada a una palma. Una suerte de hibridaciones convierte a este paisajista en un soñador o, más bien, en un lector que interpreta sus alrededores naturales en lienzos llenos de lirismo y soledades, de silencio y quietud.
Cuando los intereses de este creador hacia el paisaje se afianzaban en las búsquedas artísticas, en la obra suya apareció la comunidad de Las Terrazas, que, ubicada a orillas de un lago artificial, es la zona de Pinar del Río en la que reside desde hace tiempo.
(…) nuestra historia, que no se ha comenzado a escribir siquiera en el ámbito de las artes visuales, es en buena medida de continuidad y de conexiones que van de una época a la otra. Lo que pasa es que a veces esas conexiones no están a la vista para alguna gente, por falta de documentación y de memoria.
Antonio Eligio Fernández (Tonel)1
Bohío (1995). Acuarela sobre cartulina (35 x 40 cm). |
Han sido muchos años de experimentación con recursos plásticos que le facilitan reflejar a la naturaleza según los dictados de sus pinceles. Retratos de plena calma inspiran algo similar a este paisajista que, sin embargo, no tiene en la quietud la medida de su temperamento real.
Lleva al lienzo o a la cartulina un estado de sosiego representado, aunque existente —eso sí— en todas partes hacia donde mira, porque sus mañanas y atardeceres están descontaminados del bullicio urbano. Por consiguiente, el mundo cotidiano propio es la representación casi exacta de lo que se percibe en sus cuadros.
Cuando los intereses de este creador hacia el paisaje se afianzaban en las búsquedas artísticas, en la obra suya apareció la comunidad de Las Terrazas, que, ubicada a orillas de un lago artificial, es la zona de Pinar del Río en la que reside desde hace tiempo.
Hay una voluntad de tributo y memoria, de fidelidad con el entorno del día a día: un modo de seguir con la tradición del retratar… al paisaje.
Poco a poco, otros componentes inundarían aquellas acuarelas y pinturas primeras que serían sus
aliados en piezas posteriores.
Recién comenzaba la década de los años 90 del siglo XX cuando Lester Campa apostó por el paisaje
como una posibilidad expresiva. Nunca fue la única, pero sí el camino que le valiera la catalogación como paisajista que ha tenido hasta el día de hoy.2
Para él vino, además, el mirar y representar otros alrededores, pero sin tener a la mimesis como la opción verdadera, que fuera una concepción de décadas pasadas.
El nuevo paisajista pinareño pertenece a la «escuela » visual y emotiva de Tomás Sánchez. Trazadas
y asumidas estas coordenadas, los míticos alrededores del territorio más occidental de la geografía insular podrían tener apariencias y tratamientos bajo la estética irradiada por un maestro como Tomás, quien ha sido desde los años 80 patrón, escuela y desafío.
MOGOTES, AGUA, PALMARES, CEIBA...
Varias etapas compositivas ha tenido el pintor Lester Campa. Una de las más eficaces resultó aquella con variaciones sobre un mismo asunto o lo que es igual, el plasmar y acudir —pincel en mano— a los mogotes y al agua, como constancia de humedad; a los palmares y a la Ceiba; a la neblina y al cielo, un poco para indicar la luz del día que aparece en muchos de sus cuadros.
Como resultado de la adquisición por un coleccionista, galerista, marchand…, muchas de sus obras
no están disponibles para el gran público, por lo que sólo queda un aproximado de cuánto pintó para poder percibir —a medias— el hilo conductor de una vocación artística hacia el paisaje insular que más dice: el cercano a los hechos y sueños del artista.
Este desprendimiento que afecta cuando las imágenes quedan sin duplicar, no sólo ocurre en el caso
de Lester Campa. Es algo natural dentro de las artes visuales. Por suerte, en postales, almanaques y catálogos perduran algunos de los paisajes de Campa, muchos de cuyos originales se exhiben gozosos en paredes distantes de la geografía cubana. Aquellos impresos constituyen guías para entender y ver lo pintado.
Por ejemplo, el Museo de Arte de Pinar del Río (MAPRI) atesora un pequeño cuadro suyo: una colina
de piedra y vegetación que se alza distante en el mar.3 En sus obras, de tierra firme al agua (mínima) ha transitado este elemento natural, recurso que sella y distingue una visualidad personal.
Perteneciente al año 2001, en este cuadro el mogote funciona como reiteración en cuanto a imagen
y título individual de algunas de sus soluciones pictóricas.
Para el creador, es también cualidad, recurso de exploraciones, imagen constante para la campiña
pinareña y para toda esa paisajística de la región occidental de Cuba. Es un signo estático, que tiene vida vegetal y animal en cada uno de sus puntos: aspectos que nos pasan desapercibidos a simple vista en los cuadros del pintor. Vida tienen sus mogotes y vida de todo tipo hay en sus pinturas, que, en ocasiones, limitan con el colapso por el empleo de una antítesis como el de la existencia y la muerte. Lo sabe él, que es algo más que un pintor ecologista.
El paisaje sobreviene en Lester con una fuerza extraordinaria gracias a ese entorno cotidiano que se sitúa e impone como cualidad de primer orden. La realidad suya sencillamente aparece y, como otros artistas, casi se deja vencer por ella. Más que sus simpatías temáticovisuales, los recuerdos o visiones de este pintor de la naturaleza delatan el hábitat al que pertenece.
Casi es un axioma que, con cierto grado de fi delidad, en la obra se refl eje la geografía que está más inmediata a un pintor. Bastaría con mirar un cuadro de temática paisajística para saber de dónde es su autor, es decir, en qué lugar vive mientras pinta. Así aparecen algunos recintos naturales correspondientes a una zona en particular del país, expresados en llanuras, palmares, abundante agua, mogotes, elevaciones…
Cada época aporta nuevos comportamientos y angulaciones que agradan ya sea por cuánto encierran
o debido a razones teóricas que forjan derivaciones posibles para el paisaje. Tenemos entonces los universos del artista y los del público (especializado) que intenta adentrarse en la búsqueda de signos ascendentes.
LA PALMA SIN PENACHO
Luego de abarcar un porciento de sus creaciones, en el caso de Lester Campa resalta una muy característica: una palma deshojada, sólo visible su penacho con una luz cenital, mientras en la composición impera el color negro, que no es del todo la noche, ¿o sí?
Esta pintura de 2002 es un momento distinto por conseguir la conceptualización de una idea, que es
una cualidad que persiste en cultores del paisajismo cubano. Ha transcurrido entonces más de una década de haber comenzado a promoverse como paisajista, y Lester Campa tiene ya una nueva valía para su obra gracias a la estética del sentido de los detalles.
Habiendo demostrado ser un minimalista del palmar en sí, logra la visualización de la cubanía con
una fuerza tal, que seguirá convenciéndonos. No por gusto esa desafi ante palma solitaria obtuvo uno de los cuatro premios principales en la primera edición del Salón Nacional de Paisaje Víctor Manuel (Convento de San Francisco de Asís, La Habana, 2003).4
Dicha pieza tiene un gesto minimalista que le otorga una polisemia mayor, acentuada por la gama cromática —blanco, negro y sus matices— y la ausencia de un título.
Es la palma con un nuevo horizonte sobre la base de la síntesis. Con su sombra cargada de signifi cados, la palma es todavía permanente inquietud en el artista.
Al pasar ella a un primer plano, alcanza protagonismo y peso visuales. Varias versiones y variaciones le han salido al pintor, pero ninguna como aquélla, que aún es posible encontrar en las librerías, por haber sido portada de un significativo número de la revista Cauce (No. 3, 2005) de Pinar del Río. Y, por suerte, esta palma luminiscente integra la colección personal del pintor.
Estamos ahora en otro estadío de su obra, un hallazgo que resalta con su línea personal de lirismo y
soledades, de silencio y quietud. Y este rasgo es tal vez el más normal en el Lester paisajista. Aunque, a no dudarlo, la diminuta vegetación de un mogote que lleva al lienzo le atrae tanto como la síntesis. Sucede igual con esas hibridaciones que lo hacen ser un soñador en lugar de un copista o, más bien, un lector de sus alrededores que logra nuevas perspectivas taxonómicas para ecólogos y botánicos. Es también un cultor del verdor grato y seductor de esta isla con luz tropical.
Ceiba (1997). Acuarela sobre papel (47 x 64 cm). |
La obra de Campa ha tenido señalamientos oportunos y ocasionales,5 que constituyen pistas aproximadas de las diferentes etapas por las que ha transitado y que ayudan a entender los cambios experimentados.
Él, como pocos, exhibe el bienestar del juicio de sus contemporáneos. Junto a este pintor pinareño, en Cuba hay un amplio grupo de paisajistas que han sido protagonistas de muestras colectivas y personales. Muchas de tales exposiciones han sido apoyadas por instituciones (Fondo Cubano de Bienes Culturales, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Consejo Nacional de las Artes Plásticas…) y/o publicaciones periódicas (revistas, periódicos, sitios web).
Para saber de la obra representada por un creador es importante además contar con un soporte impreso. De conjunto con los catálogos, las revistas pueden ofrecer momentos de la creación de un artista cuando, por ejemplo, tiene lugar un salón colectivo de paisajes o una exhibición personal. Son tales fuentes, impresas o digitales, los testigos que quedan de lo acontecido en determinado instante.
En varios números de Opus Habana han quedado testimonios gráficos de excelencia, por tratarse de
una revista ilustrada de efi caz impresión. En la presente edición, Lester Campa es el pintor
invitado, por lo que parte de su poética aparece representada en estas páginas. En esta atmósfera de
reinante calma, a veces en medio de la interrelación con una vegetación suficiente, intuimos una veta de sensualidad femenina, cuando de un solo vistazo percibimos un entorno natural.
El título escogido y la disposición de ciertas elevaciones para conformar un sistema de tupida vegetación, apoyan esa majestuosidad y belleza que el creador desea resaltar u homologar con la mujer. No es de extrañar entonces que, en determinados instantes, descubramos un ansia de mostrar cualidades aparentemente etéreas. Sin embargo, están ahí, como formas inspiradas a partir de una realidad observada, estudiada y mutada.
Pero también, de cierta manera, la humedad o el agua bañan sus cuadros, a pesar del predominio de lo terrenal o lo firme. «¿Y el mar? Como en el resto de la pintura cubana es apenas una distancia, la brisa de noche, el rumor deshaciéndose en el del “arroyo de la sierra”»,6 opina el profesor Jorge R. Bermúdez.
En los cuadros de Lester existe el agua, aunque sea en voluntad de filigrana. El verdor impera en las cercanías de esa agua, natural o salada, que es la compañera (in)visible en sus telas y cartulinas y hasta una sombra oculta o una evidencia que le cede el escenario visual a la naturaleza viva.
Sus aportes fecundos, al decir del mismo Bermúdez, «se han dado en expresar sobre una tierra
cargada de sentido»,7 donde la palma tiene inclusive poderío de expresión. Ya lo sabemos, la presencia de este árbol, símbolo integral de nuestra cubanía, es una variante discursiva en este pintor.
Con mogotes o palmas, Lester se nos confirma como un paisajista de tierra firme: un pintor de soledades y sosiegos reiterados.
1 Entrevista concedida por Tonel. Véase de David Mateo: «No soy un artista del performance», en su libro Palabras al acecho. Textos introductorios de Rufo Caballero y Arturo Arango. Editorial Cauce, Pinar del Río, 2005, p. 111.
2 Aunque —según afirma el propio Lester Campa— tiene otras creaciones que le sirven «de entrenamiento y relajación, como libertad de género increíble. Son una necesidad para mi obra.
Cuando hago este tipo de búsquedas visuales, regreso al paisaje reafirmado», me ha expresado el pintor, referente a sus apenas divulgados dibujos, carboncillos, caricaturas, acuarelas y tintas…
sin vínculo alguno con la paisajística.
3 Este otro Mogote (óleo sobre tela, 30 x 22 cm) aparece reproducido en el volumen-catálogo Cien años de arte en Pinar del Río [s/d] para la muestra de igual nombre, organizada para dejar inaugurado el MAPRI en 2001. Este material contiene además los textos «La semilla del traspatio: inicio, ruptura y voces del arte en Pinar del Río» (Jorge Luis Montesino), «El paisaje: entre el riesgo y la continuidad» (Yuleina Barredo) y «De los ecos del pop a la utopía (en terreno periférico)» (Amalina Bomnin).
4 Este salón fue convocado por la habanera Galería Víctor Manuel y hasta ahora sólo ha tenido dos ediciones. En la de 2003 resultaron premiados, además de Lester Campa, los siguientes pintores: Ramón Vázquez, Diego Torres y Omar Torres López. En tanto, obtuvieron menciones los cuadros de Eduardo Estrada Roque, Orestes Larios Zaak y Gustavo Díaz Sosa.
5 Fundamentalmente con textos aparecidos en catálogos de muestras personales del pintor Campa, rubricados por Jorge R. Bermúdez, Eusebio Leal Spengler, Miguel Barnet y Mario Coyula.
6 Jorge R. Bermúdez: «Lester Campa, los derechos de la naturaleza», Artecubano, No. 3, 2001, p. 23.
7 Ídem.
Axel Li
Opus Habana
Tomado de Opus Habana, Vol. XI, no. 1, julio-octubre de 2007, pp. 36-41.
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