Con su característico humor incisivo, Roig de Leuchsenring critica lo que parece una característica intrínseca al ser cubano.
El criollo lo deja todo para mañana, o si al fin se decide a comenzar alguna obra, la deja a medias y rara vez la concluye.
Su indolencia y su apatía, de una parte, y de otra su escaso espíritu de empresa y organización, le hacen posponer indefinidamente todo trabajo de interés público y aun privado.
Se habla, se discute, se critica, se planea, pero no se ejecuta. Durante meses, y a veces años, se clama por la urgencia de la obra tal o cual; se combate duramente la actuación nula de gobernantes anteriores y la desidia de gobernantes presentes. Los técnicos dan a conocer sus opiniones, generalmente encontradas y hasta contradictorias. La discusión sobre !a forma en que debe hacerse la obra, llega a revestir caracteres de enconada cuestión personal. Técnicos y no técnicos se lanzan a la cara indirectas y diatribas de índole privada que en nada tienen que ver con el problema que se discute. Basta que Fulano recomiende la ejecución de un proyecto, para que Mengano se oponga al mismo, sin más razón que la ausencia de simpatía mutua entre ellos. Además, cada uno cree ver algún negocio oculto como finalidad única perseguida por el otro al recomendar o apoyar la obra en cuestión. Y ya que no se cree posible tomar parte en el negocio o acapararlo con la exclusiva, se ataca la obra o el proyecto. Surgen, por último, los intereses creados. Si la obra se llegara a realizar, aunque es indudable el beneficio que al país y al pueblo reportaría, lastima viejos y arraigados intereses de ciertos personajes. Y éstos ponen entonces en juego su influencia para continuar medrando a expensas del pueblo, que a la postre resulta, en todo caso, el perjudicado y el que paga los vidrios rotos en estas discusiones, intrigas y egoísmos personales.
Y así transcurren los meses y los años sin que la obra se lleve a la práctica.
No conviene olvidar que una de las razones de más peso que suelen esgrimirse para no llevar a cabo una obra, es que la idea de ejecutarla la tuvo otro gobernante u otra persona, y ante el temor de que esta o aquel se lleven la gloria de la iniciativa, es preferible dejar las cosas como están o acometer otra obra distinta, que pueda ser considerada como original idea de quien la ha proyectado.
La consecuencia de ello es que en Cuba todo esté por hacer, y si algún paciente investigador tratase de inquirir el número de obras de carácter público que desde 1902 a la fecha se han planeado, sin ejecutarse, se descubriría que suman centenares de millares.
Suele ocurrir en otros casos que se invierten gruesas sumas en el estudio de la obra y hasta llega a hacerse el presupuesto y levantarse los planos y votarse el crédito para el inicio de los trabajos, pero presupuesto y planos se apolillan o pierden y el dinero se esfuma, sin que ni siquiera se ponga la primera piedra.
Por Último, se registra también el fenómeno peculiarísimo de comenzar la obra, adelantarla y casi terminarla, pero no terminarla totalmente.
Desde luego que en estos casos se celebra, a bombo y platillos, la inauguración solemne y oficial de la obra, con discursos, guindalejos, musiquitas y ponche. Los periódicos comentan en largas informaciones, profusamente ilustradas con fotografías del acto y del edificio o monumento construidos, la maravillosa labor del funcionario que ha llevado a cabo obra tan meritoria. Para el acto inaugural se cuida de tapar discretamente con plantas o colgaduras todo aquello de la obra terminada que aún está por terminar, de manera que los concurrentes a la ceremonia se llevan la impresión de que allí no falta ni un clavo.
Pero a los pocos días, las plantas desaparecen o se marchitan, se retiran las colgaduras, y entonces se descubre que aquella solemnísima inauguración fue a manera de preestreno cinematográfico, con la agravante de que el día del estreno definitivo o conclusión completa de la obra, no llega nunca, porque ya el gobernante se ha dado el bombo suficiente, atribuyéndose la terminación de la obra, y con ello le basta para su buen nombre y popularidad; y al funcionario que le suceda le preocupa muy poco dar cima a lo que dejó inconcluso su antecesor, y se dedica a iniciar él o a dejar terminada. . . sin terminar, otra nueva obra que pueda anotarse en su haber administrativo.
Para que se vea que cuanto afirmo es pura y simple realidad y no afán costumbrista de criticarlo todo, invito a mis lectores a que me acompañen en un paseíto por La Habana, con el objeto de descubrir algunas de las muchas obras, terminadas oficialmente, que desde hace años se encuentran... sin terminar. Viajecito análogo tuvo la buena idea de hacerlo, hace poco, desde las páginas del Diario de la Marina, un habanero, el señor A. Fernández, tan curioso y parlanchín como este Curioso Parlanchín.
Empecemos por los nuevos, y realmente espléndidos, parques y paseos de la entrada del puerto. A primera vista nos parecerá que todas esas obras se encuentran terminadas, y por terminadas se dieron oficialmente no hace muchos años; pero mirando con detenimiento encontraremos que aún falta bastante por ejecutar.
La explanada donde estuvo la antigua Glorieta del Malecón se halla poco menos que en el mismo estado que cuando se iniciaron los trabajos: faltan aceras, pavimento, ornamentación. etc., etc.
Hay otra explanada junto al castillo de La Punta, que da pena verla, por el amontonamiento de materiales de construcción, piedras, adoquines, tierra y abundantísima yerba muy propia para pastos de chivos y hasta de vacas y caballos. Por cierto que en esta explanada, especie de desierto rocoso y pedroso, proyectó hace años la Secretaría de Obras Publicas, a iniciativas del Historiador de la Ciudad, colocar en artística rotonda, dos de los tres cañones históricos que sirvieron para amarrar la cadena que cerró el puerto de La Habana en 1762, cuando el asalto a nuestra capital por la armada británica. Y digo dos de los tres cañones, porque el tercero se lo tragó la tierra o el mar, o se lo llevaron a algún museo particular o lo vendieron a algún museo extranjero, como ocurrió con los dos únicos cañones de bronce de los tiempos coloniales que quedaban en el castillo de San Severino de Matanzas.
A todos los parques terminados en el malecón del puerto, les faltan los pisos y los contenes de los canteros, pues, para dar por terminada la obra e inaugurarla rápidamente, los pisos de las calles interiores de esos parques se cubrieron solamente con una capa de gravilla, que los aguaceros se han encargado de llevarse poco a poco, y los contenes de los canteros son de madera, unos, y otros ya no tienen ni aquellos listones que se pusieron para el día de la inauguracion.
A uno de esos parques le falta toda la ancha acera exterior de un lado y la calle adyacente.
La garita de la muralla marítima que allí existía y que salvó de la piqueta demoledora mi entrañable compañero el Historiador de la Ciudad, se halla convertida en un refugio, para usos no confesables de los vagos de la barrida y de transeúntes despreocupados del que dirán. Tampoco se ha colocado en esa garita la tarja de bronce, con la leyenda explicativa de la historia de aquella reliquia colonial que redactó oportunamente el referido historiador municipal.
Ni siquiera se ha salvado de esta perniciosa costumbre de dar por terminadas e inauguradas obras sin terminar el monumento al generalísimo Máximo Gómez, que aunque defectuosísima obra artística, ya que se resolvió aceptarla y pagarla —¡bien requetepagada!— lo menos que podía hacerse, en homenaje al Generalísimo, es terminarla por completo. La famosa cuadriga que figura al frente del monumento en uno que debía ser estanque, galopa en el vacío, o mejor dicho en un hoyo, sin estanque, sin agua y sin el juego de luces que figuraba en la maqueta presentada por el escultor. Y el parque que circunda el monumento, no es parque, ni na: es un campito con mucha yerba y muchas piedritas, que el que se arriesga a atravesarlo, pierde seguramente los zapatos o tiene que ir a consultarse con el pedicuro.
Por aquellos alrededores encontraremos otras obras sin terminar: el Palacio de Justicia y la Biblioteca Nacional.
Sabido es que el Palacio de Justicia iba a ser levantado en terrenos donde se encuentra, o mejor dicho, semi se encontraba, el edificio de la antigua Cárcel. Ese afán demoledor que muchos cubanos padecen, y en grado sumo algunos arquitectos y secretarios de Obras Públicas, ha caído como un ciclón acompañado de ras de mar, sobre el antiguo caserón de la Cárcel habanera. Se comenzó a derrumbar y apenas rodó por el suelo la primera piedra, ya no se pudieron contener los demoledores arquitectos de Obras Públicas, y siguieron derrumbando, derrumbando, y cuando ya contemplaron en ruinas el edificio, y el suelo cubierto de escombros, les sorprendió la mala nueva de que la parte del edificio ocupada por la Audiencia, se venía a tierra, y entonces tuvieron que dedicarse a apuntalarla, y apuntalada está, desde hace tiempo, con grave peligro para la vida de los administradores de justicia que allí habitan durante las horas de oficina. Hoy, ni hay crédito para construir el Palacio de Justicia, ni tampoco para trasladar la Audiencia a otro edificio habitable; y a última hora se ha publicado la noticia de que se van a gastar unos cuantos miles de pesos en poner en condiciones de habitabilidad la parte no derruida, donde está la Audiencia, de la antigua Cárcel. Y en resumen no tendremos ni Cárcel, ni Audiencia ni Palacio de Justicia.
En cuanto a la Biblioteca Nacional, da dolor, por no decir indignación, contemplar cómo se está arrasando con uno de los más sólidos y mejor construidos edificios de los tiempos coloniales, donde, aprovechando sus magníficas paredes exteriores, estaba proyectada construir, con planos y presupuestos, totalmente confeccionados, la Biblioteca Nacional. Dicen que allí se levantará un parque infantil y una estación de Policía. Lo seguro es que ni allí ni en ningún otro lugar de La Habana se construirá, por los actuales gobernantes, la Biblioteca Nacional, pues estos señores, según parece, no son muy aficionados a la lectura, y por lo tanto no les interesa que el pueblo tenga bibliotecas a su alcance.
Si damos un brinquito hasta la plazoleta de Albear, hallaremos que las obras allí ejecutadas y terminadas, recientemente, están. . . sin terminar.
Y lo mismo contemplaremos, en el monumento a José Miguel Gómez, en el paseo de Carlos III, en la plaza del Maine, en muchos parques y calles del Vedado y en otros mil y un lugares de esta Habana que, terminada. . . sin terminar, se quiere convertir en el centro de atracción del turismo norteamericano.
Ya que no obras nuevas, termínense, al menos, las que quedan por terminar, para que no pueda continuarse afirmando que el criollo todo lo acomete, todo lo comienza, pero no concluye nada.
Emilio Roig de Leuchsenring |