Sobre el contrabando, uno de los muchos vicios criollos, que se halla «entre las grandes fuentes de corrupción en las costumbres criollas públicas y privadas de todos los tiempos».

Provechosa y fatal fuente de ingresos, el contrabando fue tónico para la vida y agente formidable de perturbación moral.

Entre las grandes fuentes de corrupción en las costumbres criollas públicas y privadas de todos los tiempos, figura el contrabando. Este comenzó a practicarse, como uno de los medios habituales de lucro para particulares y gobernantes, puede decirse que desde los días iniciales de la colonización española en nuestra isla. Brotó, natural y lógicamente, a impulsos del monopolio comercial, mantenido por los Gobiernos metropolitanos hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Por real pragmática de 20 de enero de 1503, fue creada, para entender en los asuntos comerciales de Indias, la Casa de Contratación de Sevilla, compuesta de un administrador, un tesorero, un contador y empleados subalternos. Entre sus funciones figuraban la contrata de los armamentos y su reglamento, fijación de derrotas; recibimiento, registro y depósito de los cargamentos y mercaderías, tanto a la ida a Indias como a su regreso a Sevilla, y también respecto de los buques que salían de Cádiz y Sanlúcar para Canarias y Berbería. Conocía igualmente este tribunal de los pleitos y las reclamaciones que se suscitaban con motivo de los viajes y tráfico comerciales con todas las tierras mencionadas.
Al sistema mantenido por la Casa de Contratación de Sevilla se debió en gran parte la vida lánguida, mezquina y pobre que llevó Cuba durante las primeras épocas de la colonización, hasta poco después de la toma de La Habana por los ingleses en 1767, la cual hizo ver a los gobernantes españoles las ventajas enormes que habría de producir, tanto a la Metrópoli cano a esta colonia de Cuba, el hecho de romper las trabas comerciales hasta entonces mantenidas, y autorizar el libre comercio de la isla con los demás países del mundo; ventajas que no se lograron cabalmente hasta que, gracias a las liberales orientaciones políticas del buen rey Carlos III, se suprimió durante el gobierno de don Luis de las Casas el mejor gobernante de Cuba colonial y hasta de Cuba republicana, exceptuando, desde luego, a los actuales muy sabios y amados Altos Poderes Gobernantes el monopolio de la Casa de Contratación de Sevilla, y se decretó el comercio libre de América con Europa, estableciéndose el Real Consulado, derogándose la concesión hecha a Cádiz y multitud de impuestos que aprisionaban la industria, sin que por ello desapareciese, sin embargo el contrabando, según veremos enseguida.
El más simple examen de la historia de esta fermosa isla nos descubre que la infancia de Cuba fue una lucha tenaz y enconada de sus gobernantes y autoridades metropolitanos y municipales, unos contra otros, por el reparto y disfrute, con entera libertad y amplio provecho, de los puestos que ocupaban, de los productos del suelo y ganancias que podían obtenerse mediante la explotación del comercio legal y del contrabando; del trabajo de los indios, primero, de los esclavos africanos, después, a través de las encomiendas y repartimientos de aquéllos y de la trata y esclavitud de éstos.
El rebajamiento de las costumbres públicas cubanas en este periodo inicial de la colonización, corrió parejo con el de las costumbres privadas. Y a agudizar este ínfimo nivel moral de la población de la isla, y principalmente de La Habana, que La Habana era Cuba en realidad, entonces, contribuyeron, sin duda, como ya he anticipado, el monopolio comercial, que condujo directa y fatalmente al contrabando, y la estancia de la flota, integrada por gentes tan desprovistas de cultura y de moral como los conquistadores.
En el notable estudio realizado por el historiador cubano Rene Lufriu sobre los tiempos modernos de Cuba, en su libro de 1930 El impuliso inicial, hace resaltar éste la influencia singularísima que la flota y el contrabando tuvieron en la corrupción de las costumbres publicas y privadas de la colonia, que para él «no era siquiera colonia, hasta mediados del siglo XVIII». El contrabando, dice, «era la válvula de escape de una población oprimida por el monopolio». Y demuestra cómo por la fuerza de las cosas, el contrabando «brotó robusto del monstruoso régimen, a su sombra creció y constituyó un sistema organizado, consentido y, a veces frecuente, practicado por las autoridades. El colono, bajo la tolerancia del gobernante, se connaturalizó con el tráfico clandestino, con el ardid, el fraude, el cohecho, la transgresión, habilidosa y corruptora, de la ley, el robo consuetudinario y sin sanción al erario, aceptado y justificado por razones de suprema necesidad que disolvía la vergüenza en el hábito de acuerdo unánimes. Provechosa y fatal fuente de ingresos, el contrabando fue tónico para la vida y agente formidable de perturbación moral. Vicios permanentes de la sociedad cubana en él hallan raíz psicológica».
Tan perturbador fue para Cuba y para España el monopolio comercial, que en él debe buscarse la razón de existencia de piratas y corsarios que asolaron desde el siglo XVI los mares que bañan la isla de Cuba y sus principales puertos, a tal extremo, que Phillip Gosse en su reciente Historia de La Pirateía sostiene que «el uso que hicieron los españoles de este monopolio fue excesivamente —aunque no exclusivamente— torpe», agregando: «al igual que otras naciones en el principio de sus empresas coloniales, pretendieron la imposible tarea de impedir todo intercambio entre sus colonias y los extranjeros. España se obcecó en la creencia de que sería de mayor provecho para ella que sus colonias negociasen únicamente con la Metrópoli, a pesar de que la nación no podía proveer sino una pequeña parte de las necesidades comerciales de las colonias». Los piratas, convertidos en contrabandistas, fueron los primeros combatientes contra el monopolio comercial. La aguda restricción monopolista española en el comercio, llevó forzosamente a sus colonos de América a negociar con los piratas, comprándoles aquellos productos que España no exportaba y ellos si poseían. «Esta necesidad fundamental —dice Goss— explica el éxito de Hawkins y sus semejantes durante el segundo tercio del siglo XVI». Y los piratas, no contentos con este tráfico, llegaron a convertirse en colonos, a fin de mantener «un comercio permanente con los vecinos españoles».
Otra causa del contrabando cubano fue el insaciable afán de lucro de los colonizadores. Aventureros, en su mayor parte, que sólo venían a esta isla en busca de fortuna cuantiosa y rápida, sin reparar en medios ni procedimientos para lograrla, el contrabando les facilitaba la satisfacción de este anhelo. Y al mismo tiempo que al contrabando de mercancías, se dedicaron también al contrabando de carne humana: los indios, primero, los africanos, después, los chinos, más tarde. Aun abolidas la esclavitud y la trata, ésta siguió practicándose clandestinamente. Y el contrabando de negros esclavos proporcionó pingües ganancias a los conmilitones de la colonia, incluyendo a muchos capitanes generales que a cambio de percibir su tanto por ciento por cada esclavo que de contrabando entraba, permitían la realización de éste.
Francisco Figueras en su magnífica obra Cuba y su evolución colonial declara: «puede afirmarse que la vida mercantil de Cuba ha estado siempre cimentada sobre el contrabando, y que la necesidad de realizarlo fue siempre tan palmaria e imperiosa que el mismo clero dio repetidísimos ejemplos de ser uno de los más aprovechados cultivadores, y hasta las propias autoridades de la colonia llamadas a velar por el cumplimiento de las leyes, lejos de impedirlo y castigarlo, prefirieron casi siempre tolerarlo y aun entrar a la parte en su rendimiento y provecho. A tal grado de escándalo llegó el contrabando, ya en el siglo XIX, que el gobernador Marin, a fin de sorprender a los contrabandistas, se presentó en la Aduana de La Habana un buen día, al frente de nutrida fuerza armada».
En esto del contrabando, como en otros muchos vicios públicos criollos, la República no ha sido más que colonia superviva. Y de 1902 a la fecha el contrabando sigue practicándose, a toda máquina, por todos los puertos de la isla, con la tolerancia y complicidad de altos y pequeños funcionarios de todas clases. Y para que el ayer colonial no se diferencie en nada del hoy republicano, también se ha contrabandeado bajo la bandera de la estrella solitaria con carne humana, con los infelices y explotados trabajadores jamaiquinos y haitianos, e igualmente con los chinos.
Al contrabando presente débese, en gran parte, el déficit presupuestal que padecemos, ya que, el contrabando merma considerablemente las recaudaciones aduanales en toda la isla. Y mas listos los criollos republicanos que sus padrastros coloniales, crearon ese gran foco productor de contrabando que se conoce con el nombre de subpuertos, establecidos, puede decirse, por y para el contrabando, Por ellos entran y salen sin pagar derechos, mercancías de toda índole, anulándose prácticamente la vigilancia y fiscalización de los inspectores aduanales ante la fuerza y el poderío de las empresas que controlan esos subpuertos y de los altos funcionarios que facilitan el negocio, para mejor llenar sus bolsas, con grave perjuicio de la hacienda pública.
La corrupción administrativa, en este aspecto, ha llegado a límites inconcebibles, provocándose y hasta obligándose por funcionarios de todas categorías, a comerciantes e industriales para que contrabandeen.
Y ante este pernicioso ejemplo e incitación al vals, muchas casas comerciales e industriales se dejan mecer suavemente a impulsos de la acariciadora brisa contrabandística, y algunas de ellas viven exclusivamente gracias al contrabando, aunque a la postre resulten saqueadas por sus protectores y socios oficiales.
Comercios e industrias, han existido entre nosotros, teniéndose en cuenta al fundarlos, como base del negocio, el contrabando, pactado de antemano con poderosos funcionarios contrabandistas profesionales. Y, efectivamente, han ido viviendo mientras tuvieron vía libre para contrabandear, pero, a lo mejor, La Habana o cualquier otra población importante
de la isla, se entera de que la floreciente casa comercial e industrial X o Z está en ruina, próxima a quebrar. ¿Cómo es posible ello —se preguntan los curiosos— si el aspecto exterior del establecimiento y de sus dueños reflejaba amplia prosperidad? Pues, muy sencillo: que ya esa casa no puede seguir realizando el contrabando, porque el poderoso protector y socio perdió su poder y sus influencias gubernativas o políticas, y al desaparecer esa columna, clave de sustentación del negocio, éste vino al suelo estrepitosamente.

Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964

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