Ardua, complicada y trascendental cuestión es ésta de resolver la diferencia que existe entre la moral y lo inmoral; batallona cuestión que ha movido mil veces la pluma de literatos, pensadores y hombres de ciencia, sin que hasta el presente hayan logrado ponerse de acuerdo.
Los recientes sucesos mundiales han puesto sobre el tapete, usando vulgarísima frase, el problema del concepto de lo moral y lo inmoral.
En Cantón, las tropas nacionalistas disparan sus fusiles sin compasión contra las mujeres que llevan el pelo cortado a lo garzón, por considerarlas comunistas. (Aquí en Cuba, no hace mucho un Pater, el que no hace falta adjetivar, acusó de comunistas a los artistas nuevos, pidiendo se prohibieran las exposiciones de arte nuevo).
En París, un tribunal ha impuesto la multa de 4,000 francos a una artista, por no querer desnudarse ante ellos, a fin de comprobar una acusación que se le hacía.
Ardua, complicada y trascendental cuestión es ésta de resolver la diferencia que existe entre la moral y lo inmoral; batallona cuestión que ha movido mil veces la pluma de literatos, pensadores y hombres de ciencia, sin que hasta el presente hayan logrado ponerse de acuerdo.
¿Puede encontrarse una línea divisoria, clara y precisa, entre lo moral y lo inmoral? ¿Es posible establecer una regla general que sirva de norma para distinguir uno de otro, ambos conceptos?
A todas estas interrogaciones no podemos contestar más que negativamente.
La historia nos demuestra que el concepto de la moral ha ido variando y evolucionando, aún para una misma secta o comunidad religiosa, a medida que cambiaban los tiempos y los acontecimientos políticos y sociales.
Así tenemos el caso típico y realmente interesante de que para el pueblo de Israel, dirigido directamente por Dios, que bajaba de los cielos y daba verbalmente a Moisés las instrucciones y órdenes para el gobierno y dirección de su pueblo; para ese pueblo, repetimos, era ley, aprobada por su divino inspirador, la poligamia. Y en cambio, para la grey cristiana y católica, dirigida también —aunque no directamente, sino por mediación de sus ministros— por Dios, es pecado gravísimo la poligamia y solo recomendada y permitida la monogamia.
¿Quiere esto decir que lo moral es la monogamia y lo inmoral la poligamia, o viceversa?
No; ni micho menos.
Para lo que si nos sirve esto es como prueba palpable de que en cuestiones de moralidad o inmoralidad no se pueden sentar conclusiones absolutas.
En apoyo de esta tesis podríamos citar incontables ejemplos. Lo que para unos países es moral para otros es inmoral. Refiere un santo misionero que en distintas regiones de las riberas del Orinoco, existían tribus salvajes en las que las mujeres no dejaban que los hombres, salvo su esposo y familiares, les vieran la cara. Vestían una pequeña saya hecha de hojas de árboles que les cubría de la cintura hasta más abajo de las rodillas, y cita dicho misionero que cierta vez que entró en una choza de esos salvajes en la que había varias mujeres jóvenes y viejas, al verlo entrar de repente y sin previo aviso, todas se apresuraron, avergonzadas y ruborosas a cubrirse la cara… levantándose para ello completamente la corta saya que les servía de vestidura.
Las mismas variaciones de la moda lo prueban también. Ya hoy es permitido el enseñar completamente las piernas y brazos y dejar adivinar, más o menos provocativamente en detalles y peculiaridades, los senos.
En la Atenas de Pericles, las mujeres acudían a los baños públicos, y allí, sin velos de ninguna clase, se ofrecían, bellas y triunfadoras ante las miradas de aquel pueblo, el más grande, culto y civilizado que ha tenido la humanidad.
En cambio, hay uña anécdota famosa que nos refiere que en el siglo XVII era tan grande la austeridad que reinaba en Boston que el capitán Kimble, que vuelve a su casa después de tres años de ruda navegación, encuentra a la puerta a su mujer, y sin poderse contener, le dá un abrazo; al día siguiente tuvo que sufrir en la plaza pública dos horas de picota por la vergonzosa inconveniencia en que había incurrido y por la violación del domingo de que se había hecho culpable al abrazar públicamente a su mujer. Era aquella época en que otro puritano, vecino de Boston vistió su piano para que no se le vieran las piernas —o las patas— en su salón. No hace mucho, en Boston también, los directores de un museo, se negaron a colocar en el patio de honor una artística fuente, porque la figura principal era una mujer desnuda.
En las altas regiones y esferas del arte y la literatura es donde más interesante resulta esta controversia sobre la moral y lo inmoral y donde más rigor se suele tener por los moralizadores.
En los propios Estados Unidos ocurrió no hace mucho, que mientras en sus playas, como en casi todas las de Europa, se exhibían a la vista de todos y hasta bailaban en esa forma, cubiertas tan solo con trajes de malla ceñida y marcándoseles completamente las formas, las mujeres, se prohibiese en cambio, la exhibición del famoso cuadro Mañana de Primavera que muestra, artística y bellamente, a una joven desnuda en la playa.
Emilio Carrere cuenta una anécdota ocurrida en España, representativa dice, «de la incultura artística que reina entre el vulgo dorado que sabe leer, que tiene un título académico, pero que no se entera de lo que lee ni de lo que pasa en el mundo espiritual». Un periodiquillo publicó una novela ejemplar de don Alonso del Castillo Solórzano, aquel admirable ingenio del Siglo de Oro, autor de La Garduña de Sevilla y El Bachiller Trapaza. Pues bien, cierto Fiscal denunció la novela por inmoral e hizo comparecer como responsable al director del periódico, pidiéndole le dijera el domicilio del «señor Castillo Solórzano», para procesarlo por pornográfico. Y al contestarle el director que no lo sabía, que tal vez en el Parnaso le diesen razón, le contestó el Fiscal, molesto:
—¿Es posible que no sepa usted el domicilio de los que escriben en su periódico?
Mientras entre nosotros se tolera en los teatros, groserías y ordinarieces, se es rigurosamente severo con cualquier artístico desnudo, y mucho más en cuestión de arte plásticas y en literatura.
Ahora mismo el Secretario de Gobernación acaba de recordar a sus subalternos la obligación en que están de perseguir sin compasión la venta y circulación de libros inmorales, recogiéndolos y destruyéndolos.
¡Pobres genios españoles del Siglo de Oro, pobres frailes, amantes del buen vivir y las fembras placenteras, pobres Cervantes, Quevedo, el Arcipreste, vuestros libros, llenos de verdades dichas con toda desnudez, serán recogidos, destruidos y prohibida su circulación.
Ahora sí, que se empiece por la Biblia, que en este sentido, es la más pornográfica de todas las obras. Y no olviden ese capítulo maravilloso del «Cantar de los Cantares», en el que se habla de «una taza torneada que nunca está falta de bebida» y otras partes del cuerpo más o menos torneadas.
Pero antes de proceder a ese auto de fe, tengan presente nuestras puritanas autoridades esta opinión de Oscar Wilde:
«Un libro no es moral o inmoral. Está bien escrito o mal escrito. Eso es todo».
(Artículo de costumbre publicado en Carteles, enero de 1928).
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.
Comentarios
Suscripción de noticias RSS para comentarios de esta entrada.