Impresiones y visiones de una realidad que le tocó vivir al cronista, tenemos en este artículo costumbrista que aborda un tema relacionado con las niñas casaderas.
En nuestra sociedad, un buen partido es el marido ideal, soñado por las muchachas y ambicionado por las mamás, solo que los hay de muchas clases, según el gusto de las consumidoras.
Hace algunos años, celebró un importante diario de esta ciudad, una original encuesta entre las damas habaneras, con el objeto de averiguar por qué se casaban las mujeres. Conservo cuidadosamente todas las respuestas que se publicaron, porque ellas constituyen el más valioso documento que puede ofrecerse sobre la psicología del matrimonio. Entre más de quinientas, solamente tres o cuatro contestaron que las mujeres se casaban por amor. Todas las restantes, que formaban una mayoría abrumadora, sostenían que las hijas de Eva iban al altar: por amor a la institución misma, o por pasar de hijas de familia a señoras de su casa, o porque ese era su fin y su destino, o por buscar quien las mantuviese cuando les faltasen sus padres, o por tener un editor responsable, o por el embullo de los regalos y la casa nueva y el traje de bodas...
Como se ve, el amor quedó relegado a una excepción de la regla, a pesar de lo que digan, hipócritamente, las mamás y las niñas casaderas. No andaba, pues, tan equivocado ese viejo rascarrabias y filósofo cruel tan odiado por las mujeres, que se llama Schopenhauer.
Los hechos, además, nos lo confirman hasta la evidencia.
Hoy en día, apenas la niña cumple catorce años, se empiezan a hacer todos los preparativos para presentarla en sociedad oficialmente, pues, extra-oficialmente, desde los doce, asiste a toda clase de fiestas, da reuniones en su casa, tiene novios y ha sido por lo menos dama de honor de alguno de los doscientos mil certámenes de belleza, simpatía, gracia, etc., etc., que se celebran en nuestra capital todos los meses. (Hace medio siglo, las niñas no se dejaban ver, ni aún en las fiestas de su casa, hasta después de haber cumplido los veinte años).
Desde esos catorce críticos, la mamá no piensa en otra cosa que en ir buscándole un buen partido a su hija, pues los noviecitos que hasta ahora le ha consentido, haciendo la vista gorda, eran tan sólo un entretenimiento propio de la edad. ¡Cosas de niños!
Ahora la situación varía. Hay que ir preocupándose seriamente en el porvenir. «Aprovéchense ahora, hijas mías –le he oído exclamar a una respetable mamá– que su padre de ustedes ocupa un buen puesto, para que se vayan casando todas, porque después viene la mala y no hay quien se les arrime».
Y madre e hijas, convenientemente ataviadas según recursos, no perderán fiestas, diversiones, ni días de modas. Las crónicas se engalanarán diariamente con sus nombres, más o menos adjetivados. Es ése el período electoral de las niñas casaderas.
Hay que captarse los sufragios del pueblo.
Entre los amigos más asiduos, la mamá, con ese ojo clínico que solamente tienen ellas para tales circunstancias, se fijará en los que mayores garantías de buenos partidos ofrezcan para cada una de las hijas; y, entonces el problema se simplifica.
Levantada la pieza, todo es cuestión de buena puntería para cazarla.
Hay que atraer a la víctima con arte y habilidad, halagarlo, conquistarlo. Los cronistas darán oportunamente el chismecito, preparado por la mamá, para ver el efecto que produce en el joven. Vendrán después las indirectas sobre la necesidad de formalizar el compromiso, los cuidados y cariños de la mamá con su futuro yerno, esas mil artimañas no recopiladas todavía en obra alguna y que tal vez nosotros demos cualquier día a la publicidad, con el título de El arte de cazar marido.
Al fin, viene la petición oficial y por último, la boda... «Y después de cumplida su misión, dice la Biblia, satisfecho de su obra, descansó el Señor»...
Pero a nuestros lectores tal vez les interese saber a qué llaman las niñas casaderas y las mamás un buen partido.
En nuestra sociedad, un buen partido es el marido ideal, soñado por las muchachas y ambicionado por las mamás. Ahora, que los hay de muchas clases, según el gusto de las consumidoras.
Vamos a presentar varios de los más notables.
Éste, es el joven hijo de familia distinguida, de esas que se imponen en cualquier fiesta a que asisten, tan sólo por su apellido. Es un buen muchacho por el hecho de ser uno de los Pérez de Zenón. Bachiller o empleado de algún Banco o casa de comercio, o abogado o ingeniero con $83.33 de sueldo, pasea siempre por los salones elegantes el aire de familia... su único tesoro. Las muchachas y las mamás se lo disputan codiciosamente. ¿Sabéis lo que significa emparentar con los Pérez de Zenón? ¿La concurrencia selecta y distinguidísima, lo mejor de La Habana, que asistirá a la boda? ¿Las relaciones y amistades que adquirirán? Es un candidato ideal, un gran partido. No tiene dinero, es verdad, pero nunca se morirá de hambre; siendo uno de los Pérez de Zenón, se le han de abrir siempre todas las puertas.Se prepara la boda, y viene la primera dificultad: el muchacho no puede poner casa, sus entradas no se lo permiten. Pero todo se arregla. La mamá todo lo allana.
Los esposos irán a vivir en casa de la familia del novio o de la novia. Hoy es lo que está en moda. Se contratan varios albañiles, que, por poco costo, amplían unos de los cuartos de la casa o fabrican un cuarto alto, donde vivirán los esposos con todas las comodidades modernas, baño, servicio sanitario independiente, etc. «Los novios, dirán las crónicas, después de pasada la luna de miel, irán a ocupar un lujoso apartamento en casa de los padres de la novia».
Otro tipo de buen partido, es el joven que, de la mañana a la noche, se presenta en nuestra sociedad procedente ya del interior de la Isla o del extranjero, dueño de espléndida máquina, correctísimamente vestido por el último figurín, dejando ver su cartera repleta de billetes o su bolsa llena de oro. En seguida se da señal de «barco de gran calado a la vista». Mamás y niñas se preparan al ataque. Sin averiguar de dónde ha venido ni a dónde piensa ir, traban amistad con el joven, lo convidan a su casa, le aceptan obsequios, palcos en el teatro, paseos en automóvil. El joven se aprovecha, saca todo el partido que puede de las niñas y hasta de las mamás: da, si es necesario, palabra de matrimonio...
La comedia termina, ya burlándose el joven, descarada y justamente de las muchachas, ya resultando que es un aventurero, jugador y chantajista, que le lleva a sus futuros suegros unos cuantos miles de pesos que les pidió para invertirlos en algún fabuloso negocio, ya atrapando a alguna muchacha de dinero, que era lo que se proponía. Conozco el caso de un muchacho de estos que durante sus relaciones hizo grandes regalos a su novia, hija de un capitalista, regalos que con un módico interés le fió una casa de joyas, a cobrar cuando se casase. «Si usted no se llega a casar, le dijo el dueño del establecimiento, como la muchacha le ha de devolver los regalos, usted me entrega de nuevo las prendas y yo sólo le cobro el alquiler...»
¡Oh los buenos partidos!
Como se ve, el amor quedó relegado a una excepción de la regla, a pesar de lo que digan, hipócritamente, las mamás y las niñas casaderas. No andaba, pues, tan equivocado ese viejo rascarrabias y filósofo cruel tan odiado por las mujeres, que se llama Schopenhauer.
Los hechos, además, nos lo confirman hasta la evidencia.
Hoy en día, apenas la niña cumple catorce años, se empiezan a hacer todos los preparativos para presentarla en sociedad oficialmente, pues, extra-oficialmente, desde los doce, asiste a toda clase de fiestas, da reuniones en su casa, tiene novios y ha sido por lo menos dama de honor de alguno de los doscientos mil certámenes de belleza, simpatía, gracia, etc., etc., que se celebran en nuestra capital todos los meses. (Hace medio siglo, las niñas no se dejaban ver, ni aún en las fiestas de su casa, hasta después de haber cumplido los veinte años).
Desde esos catorce críticos, la mamá no piensa en otra cosa que en ir buscándole un buen partido a su hija, pues los noviecitos que hasta ahora le ha consentido, haciendo la vista gorda, eran tan sólo un entretenimiento propio de la edad. ¡Cosas de niños!
Ahora la situación varía. Hay que ir preocupándose seriamente en el porvenir. «Aprovéchense ahora, hijas mías –le he oído exclamar a una respetable mamá– que su padre de ustedes ocupa un buen puesto, para que se vayan casando todas, porque después viene la mala y no hay quien se les arrime».
Y madre e hijas, convenientemente ataviadas según recursos, no perderán fiestas, diversiones, ni días de modas. Las crónicas se engalanarán diariamente con sus nombres, más o menos adjetivados. Es ése el período electoral de las niñas casaderas.
Hay que captarse los sufragios del pueblo.
Entre los amigos más asiduos, la mamá, con ese ojo clínico que solamente tienen ellas para tales circunstancias, se fijará en los que mayores garantías de buenos partidos ofrezcan para cada una de las hijas; y, entonces el problema se simplifica.
Levantada la pieza, todo es cuestión de buena puntería para cazarla.
Hay que atraer a la víctima con arte y habilidad, halagarlo, conquistarlo. Los cronistas darán oportunamente el chismecito, preparado por la mamá, para ver el efecto que produce en el joven. Vendrán después las indirectas sobre la necesidad de formalizar el compromiso, los cuidados y cariños de la mamá con su futuro yerno, esas mil artimañas no recopiladas todavía en obra alguna y que tal vez nosotros demos cualquier día a la publicidad, con el título de El arte de cazar marido.
Al fin, viene la petición oficial y por último, la boda... «Y después de cumplida su misión, dice la Biblia, satisfecho de su obra, descansó el Señor»...
Pero a nuestros lectores tal vez les interese saber a qué llaman las niñas casaderas y las mamás un buen partido.
En nuestra sociedad, un buen partido es el marido ideal, soñado por las muchachas y ambicionado por las mamás. Ahora, que los hay de muchas clases, según el gusto de las consumidoras.
Vamos a presentar varios de los más notables.
Éste, es el joven hijo de familia distinguida, de esas que se imponen en cualquier fiesta a que asisten, tan sólo por su apellido. Es un buen muchacho por el hecho de ser uno de los Pérez de Zenón. Bachiller o empleado de algún Banco o casa de comercio, o abogado o ingeniero con $83.33 de sueldo, pasea siempre por los salones elegantes el aire de familia... su único tesoro. Las muchachas y las mamás se lo disputan codiciosamente. ¿Sabéis lo que significa emparentar con los Pérez de Zenón? ¿La concurrencia selecta y distinguidísima, lo mejor de La Habana, que asistirá a la boda? ¿Las relaciones y amistades que adquirirán? Es un candidato ideal, un gran partido. No tiene dinero, es verdad, pero nunca se morirá de hambre; siendo uno de los Pérez de Zenón, se le han de abrir siempre todas las puertas.Se prepara la boda, y viene la primera dificultad: el muchacho no puede poner casa, sus entradas no se lo permiten. Pero todo se arregla. La mamá todo lo allana.
Los esposos irán a vivir en casa de la familia del novio o de la novia. Hoy es lo que está en moda. Se contratan varios albañiles, que, por poco costo, amplían unos de los cuartos de la casa o fabrican un cuarto alto, donde vivirán los esposos con todas las comodidades modernas, baño, servicio sanitario independiente, etc. «Los novios, dirán las crónicas, después de pasada la luna de miel, irán a ocupar un lujoso apartamento en casa de los padres de la novia».
Otro tipo de buen partido, es el joven que, de la mañana a la noche, se presenta en nuestra sociedad procedente ya del interior de la Isla o del extranjero, dueño de espléndida máquina, correctísimamente vestido por el último figurín, dejando ver su cartera repleta de billetes o su bolsa llena de oro. En seguida se da señal de «barco de gran calado a la vista». Mamás y niñas se preparan al ataque. Sin averiguar de dónde ha venido ni a dónde piensa ir, traban amistad con el joven, lo convidan a su casa, le aceptan obsequios, palcos en el teatro, paseos en automóvil. El joven se aprovecha, saca todo el partido que puede de las niñas y hasta de las mamás: da, si es necesario, palabra de matrimonio...
La comedia termina, ya burlándose el joven, descarada y justamente de las muchachas, ya resultando que es un aventurero, jugador y chantajista, que le lleva a sus futuros suegros unos cuantos miles de pesos que les pidió para invertirlos en algún fabuloso negocio, ya atrapando a alguna muchacha de dinero, que era lo que se proponía. Conozco el caso de un muchacho de estos que durante sus relaciones hizo grandes regalos a su novia, hija de un capitalista, regalos que con un módico interés le fió una casa de joyas, a cobrar cuando se casase. «Si usted no se llega a casar, le dijo el dueño del establecimiento, como la muchacha le ha de devolver los regalos, usted me entrega de nuevo las prendas y yo sólo le cobro el alquiler...»
¡Oh los buenos partidos!
Emilio Roig de Leuchsenring
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.
Historiador de la Ciudad desde 1935 hasta su deceso en 1964.