«El rascabucheo no se queda atrás en lo de tener una gloriosa antigüedad, pues la Santa Biblia nos cita el caso de aquellos tres viejos que quisieron rascabuchear a la casta Susana cuando se estaba bañando», afirma el autor en esta crónica que vio la luz en (Gráfico, Social y Carteles), así como en el libro El caballero que ha perdido su señora, publicado en 1923.
Como todas las bellas artes, sus comienzos fueron toscos y rudimentarios. Recordemos los primeros trabajos que han llegado hasta nosotros de pintura y escultura, hechos por hombres de las épocas terciaria o cuaternaria. Es con el transcurso de los siglos que el rascabucheo, como arte también, va perfeccionándose poco a poco, hasta llegar a adquirir en nuestra época –su edad de oro– el esplendor y grandeza que hoy goza, sobre todo en Cuba, su verdadera patria, «la Italia del rascabucheo», como la llamó uno de nuestros más insignes críticos de arte.
¿Qué es el rascabucheo? Veamos el diccionario: «Rascabucheo. Acto o efecto de rascabuchear. Se dice también del arte liberal descubridor de los secretos de la naturaleza».
Como sucede siempre con los diccionarios, no están explicadas aquí las distintas acepciones de la palabra; pero consultando las obras de los más eminentes lingüistas, podemos ampliar estos conceptos. El verdadero sentido y significado del rascabucheo, más que el descubrir todos los secretos de la naturaleza, es el de descubrir los secretos físicos femeninos, y ya en esto encontramos el refinamiento a que ha llegado este arte, pues ha elegido como su fin principal lo más bello de la Naturaleza: la mujer. Ahora bien, aunque este arte en sí es puramente ocular, hay, como derivación de él, un oficio que se conoce con el mismo nombre y se practica simplemente por medio del tacto. De esto no hablaré hoy.
Billiken, escritor cubano perito en estas materias, afirmó hace años que Adán fue el primer rascabucheador del mundo. Esta afirmación es completamente falsa. Adán no podía rascabuchear lo que no estaba oculto, y Eva, según nos dice la historia, no ocultaba nada. El rascabucheo es arte complicado y sutil, gusta de refinamientos y de exquisiteces, es arte de nuestro siglo, cerebral y civilizado. Busca descubrir los secretos femeninos, pero su mayor encanto y atractivo está en no llegar a descubrirlos por completo. Se rompería entonces el encanto. Más que los ojos, es el cerebro el que actúa. ¡Oh poder inefable y embrujador del misterio! Más que el deseo de lo desconocido y determinado, nos atrae y nos sugestiona en la vida lo que, ignorado, despierta en nosotros ensueños e ilusiones. La verdad desnuda es prosaica y antiartística. Cuando fantaseamos, nos convertimos en verdaderos genios, creando a nuestro capricho y gusto todas las cosas. Si pudiera radiografiarse el cerebro de un rascabucheador en momentos de trabajo artístico, se obtendrían las más bellas imágenes de mujer. En La isla de los pingüinos, encontramos una admirable demostración de cuanto venimos exponiendo, en la aventura que ocurrió cuando trataron de vestir a las pingüinas. La más fea, vestida, arrastraba tras sí a todos los pingüinos, jóvenes y viejos, porque dice Anatole France: «para que el interés y la belleza de esa pingüina les fuese plenamente revelado, fue necesario que dejando de verla claramente con los ojos, se la representaran en la imaginación». Entre nosotros el rascabucheo se cultiva en gran escala, practicándose por todos, chicos y grandes, jóvenes y ancianos. Pero no debemos considerar solamente el sujeto activo o rascabucheante, que es el hombre, sino también el sujeto pasivo o rascabucheado, que es la mujer. Ésta contribuye a su vez, de manera directa, al mayor auge y esplendor de este arte nobilísimo. ¿Cómo? Dejándose rascabuchear, contribuyendo, con su pasividad y tolerancia, a que los hombres puedan practicar estas artísticas aficiones. Otro factor importantísimo es la moda, que ha venido, con sus mil diabólicas y fascinadoras innovaciones, a dar más facilidad, más atractivos y más encantos a las que de por sí los tienen insuperables. Díganlo, si no, esas sayas cada día más torturantemente cortas que se usan en la actualidad, esas telas transparentes, esos encajes y calados...
¿En qué sitios se practica principalmente el rascabucheo?...
En todas partes, aunque existen verdaderos centros artísticos. Voy a citar algunos de ellos:
Hay en nuestras principales avenidas, tales como Obispo y San Rafael, sitios estratégicos, en los que en ciertas horas del día, al dar el sol de manera adecuada, produce maravillosos efectos de transparencia cuando pasan las bellas hijas de Eva en el diario recorrido de tiendas. En las esquinas de las calles; al subir a los tranvías; en los teatros, a la entrada y a la salida de la concurrencia; en la Acera del Louvre, por la noche, al bajar y subir de los automóviles, las damas que acuden al Telégrafo e Inglaterra; en las iglesias, a las horas de misa, los domingos, o los jueves en la visita del Santísimo... son estos lugares que frecuentan y ocasiones que buscan los fieles de esta nueva religión de la Belleza y de la Forma.
Los balcones ofrecen, asimismo, ancho campo de experimentación. Las mujeres se colocan, tranquila y disimuladamente, como quien no quiere enterarse de lo que está sucediendo, y efectivamente, por debajo, pero mirando hacia el cielo, pasan los hombres, disimuladamente también, con una cara de inocencia y de ingenuidad que no les envidiaría una colegiala de El Corazón de Jesús. Hay muchas casas en las que los maridos o novios celosos y los padres de ideas atrasadas, han hecho colocar unas tablas feas, horrorosas. ¡Cuán pocas son las personas que saben comprender y sentir el arte!
La casi totalidad del público que acude a la playa de Marianao, durante el verano, no va a tomar fresco ni a mitigar los rigores de la canícula, sino a contemplar a las encantadores bañistas. Y hay más de un señor muy respetable que se pasa las horas y las horas sumergido hasta el cuello en el agua, pescando lo que Dios o el Diablo se sirvan depararle. ¡Cuidado con los resfriados! En los baños del Vedado, durante la temporada, raro es el día que no se ven cruzar muy cerca de la costa, botes y lanchas tripuladas por amantes del divino arte. Entre las muchachas y señoras hay entonces carreras, zambullidas, sustos y hasta desmayos...
En las casas cuyas azoteas dominan todas las colindantes, es costumbre poner sobre el muro un cajón con su correspondiente agujero, cajón que, por estar permanentemente colocado allí, no llama la atención de las vecinas, quienes, sin temor, se entregan en sus cuartos, con las ventanas y puertas abiertas, a hacerse la toilette. Mientras, resguardado y escondido tras el cajón, el rascabucheador toma cuantos bocetos desea de sus gratuitas e inocentes modelos.
Hoy en día se ha llegado al extremo de proveer a muchos automóviles de potentes focos eléctricos, giratorios en todas direcciones, que situados en la parte delantera del carro, a un lado del cristal del parabrisas, permiten alumbrar, en las tinieblas de la noche, lo alto de los balcones, las ventanas o el interior de salas y cuartos. Son la industria y los inventos modernos puestos al servicio del arte.
Infinidad de anécdotas, aventuras y sucedidos, realmente curiosos e interesantes, podría contar para hacer ver cómo se ha extendido y propagado entre nosotros el arte del rascabucheo; pero no dispongo de espacio suficiente. Me limitaré a citar un caso que publicó hace meses toda la prensa y que tuvo su epílogo en el Juzgado Correccional de la Primera Sección de esta capital.
Cierta noche fue detenido un individuo de aspecto decente, a quien se le sorprendió mirando por las persianas de una casa de la calle del Tejadillo esquina a la de la Habana. Registrado por el vigilante de posta, se le ocuparon en los bolsillos del saco unos gemelos de teatro, un berbiquí y una barrena, instrumentos todos que utilizaba este artista para el mejor desempeño de su arte. Llevado al Prescinto de Policía, se contentó con sonreír maliciosamente a las preguntas que le hizo el oficial de guardia.
El divino Pietro el Aretino no hubiera tenido, con seguridad, otro discípulo más aprovechado.