Acerca del luto, costumbre en la que el articulista es «donde mejor se revela y pone al descubierto la hipocresía, la mentira, el convencionalismo y la teatralidad que imperan en todos los actos sociales relacionados con la muerte y funerales de cualquier individuo, lo mismo pobre que rico, del "gran mundo" que de la más ínfima clase barriotera».

El luto es un anuncio, que se hace de la desgracia sufrida. Es llevar a la calle y exponer a la curiosidad y crítica de los transeúntes, el dolor, la pena y el sufrimiento de nuestro corazón.

 De las mil y una tonterías sociales, en lo que se refiere a los funerales, puede que sea la más ridícula de todas, el luto; porque es en esa costumbre dé llevar luto por la muerte de algún pariente o amigo, donde mejor se revela y pone al descubierto la hipocresía, la mentira, el convencionalismo y la teatralidad que imperan en todos los actos sociales relacionados con la muerte y funerales de cualquier individuo, lo mismo pobre que rico, del «gran mundo» que de la más ínfima clase barriotera.
Todos se ponen luto, y a lo mejor, por algún lejano pariente, que no conocen o tienen olvidado, y todos protestan del luto; sin embargo, son muy pocos los que se atreven a romper con esa fúnebre costumbre. ¿Por sentimentalismo? No. Por el «qué dirán» los demás.
¿Qué objeto tiene el luto?
Única y exclusivamente hacerle ver al público que se le ha muerto a uno algún pariente; porque nadie es capaz de sostener que para sentir la desaparición eterna de un ser querido, sea necesario vestirse de negro. El luto es un anuncio, que se hace de la desgracia sufrida. Es llevar a la calle y exponer a la curiosidad y crítica de los transeúntes, el dolor, la pena y el sufrimiento de nuestro corazón. Es un disfraz que nos ponemos para darle careta a los demás.
Todo en el luto es ridículo y todo falso.
El luto está, por lo pronto, sujeto a los caprichos de la moda; lo cual quiere decir, que de los caprichos de la moda dependerá también nuestro dolor.
Es muy curioso observar que el luto reside en la ropa exterior y no en la interior; en la de salir, no en la que usamos en la casa; en aquella que puede ser vista por el público, no en la que solo verán nuestros más íntimos familiares.
Una hija, a los pocos días de muertos su padre o su madre, o una madre que ha perdido a su hija, pueden estar muy tranquilas en el interior de su hogar, vestidas con algún traje «de casa», que no sea negro, pero si les avisan que hay visitas, correrán presurosas a ponerse ropa negra, de luto.
El luto es un dolor teatral a plazo fijo. Por los padres, tanto tiempo; por los hijos, tanto otro; y así sucesivamente, disminuyendo el tiempo, según sea más lejano el grado de parentesco con el difunto. Cuando se cumple, en cada caso, el plazo fijado por la costumbre, se declara entonces que se tiene «más aliviado el luto», o sea el dolor; y empieza el «medio luto». Mientras éste dure y se usen por tanto, vestidos de colores menos fúnebres, blanco y negro, lila, morado, blanco todo, etc., puede uno permitirse ante el público demostraciones de cierta alegría. Y cuando se cumpla el término del «medio luto», ya, entonces, como se dá por concluido oficialmente el dolor, está permitido asistir a toda clase de fiestas y revelar franca alegría y felicidad.
Este dolor a plazo fijo que el luto impone, queda confirmado, además, por los hechos, de tal modo que no son los sentimientos los que influyen sobre el luto, sino el luto sobre los sentimientos; que no se lleva luto porque se esté bajo una pena, sino que se está apenado, porque se lleva luto. Diálogos como el siguiente se oyen constantemente:
–¿Quiéres ir esta tarde al cine?– dice una amiga a otra.
–, chica,– contesta ésta– puedo todavía; acuérdate que tengo aún luto entero, pues no hace un año que se murió mamá. Si te es lo mismo, daremos unas vueltas en automóvil por el Prado. Hoy no es día de moda y como habrá poca gente, no corro tanto peligro de que me vean.
El luto, lejos de servir para recogernos más en nuestro dolor, sirve en muchísimas ocasiones para protestar contra la muerte del pariente, pero no porque el destino nos lo arrebató, porque su muerte nos obliga a llevar luto. Se reniega de la inoportunidad del fallecimiento del pariente, cuando éste muere en plena época carnavalesca o temporada de grandes fiestas o en un riguroso verano, o cuando nos acabamos de comprar algún traje costoso, que el luto impedirá usar.
En esta ridícula costumbre del luto ocurren a diario incidentes reveladores de su convencionalismo, mentira y teatralidad. Recuerdo que hace años, durante la época de carnaval; se organizó entre varias muchachas amigas, una comparsa para asistir a los paseos y bailes. Acordaron todas llevar traje idéntico, no recuerdo si de aldeana, florista, o algo por el estilo. Si sé, que el fondo del traje debía ser rosado. Una de las muchachas protestó de ese color, proponiendo que en lugar de rosa, fuera lila.
–¿Por qué– preguntaron las amigas y compañeras de comparsa carnavalesca– quieres que los trajes que llevemos sean con fondo rosado?
– yo tengo aún medio luto y no puedo llevar a los carnavales traje rosado. En cambio, el lila es propio de medio luto.
No necesita comentarios.
El luto, necesariamente está llamado a desaparecer, no porque desaparezca la tontería humana y, principalmente social, sino porque es una costumbre incómoda, que abolida, permitirá, sin trabas ya ni convencionalismos, pasar el rato alegremente aunque se nos haya muerto un pariente al que en realidad no hemos sentido.
Ya en los hombres casi es de moda no usar traje negro, como señal de luto. Lo más, se lleva al brazo o en la solapa una franja, cosas ambas tan ridículas como el propio traje, todo negro. Otros se limitan a usar corbata y zapatos de ese color, y algunos, a prescindir por completo de toda señal exterior que revele al público la desgracia y pérdida ocurridas en la familia.
Entre las mismas mujeres ya han desaparecido aquellos crespones y largas colas o rabos que pendían del sombrero y llegaban casi al suelo. Ya hoy se llevan, como «de luto» hasta trajes de color negro «con brillo», medias grises, etc.
En los entierros, apenas se ven chaqués y levitas cruzadas, sino que se va a ellos con cualquier traje, considerándose la asistencia al sepelio como demostración suficiente de pésame y condolencia al amigo que sufre la pérdida de algún pariente.
Debemos tratar de que el luto desaparezca por completo y de que lo consideremos como algo cursi, ridículo y falso.
Y aquellos que verdaderamente sienten la muerte de un pariente al que se quería y cuya desaparición les ha conmovido y la lloran y lamentan, esos no necesitan teatralizar su dolor con el luto ni anunciarlo para que el público se entere de él. A esos las basta con guardar su pena en lo más intimo del corazón, no profanándola con la exposición callejera de la misma.
Por mi parte, ruego encarecidamente a mis parientes que no se pongan luto por mí. Si quieren demostrarme que me profesaban afecto y cariño y sienten mi muerte, no vistan trajes negros. Sigan usando los que lleven a1 ocurrir mi fallecimiento, del color que sea, mientras más alegre, mejor tributo harán a mi memoria.
Es esta una de las disposiciones de última voluntad, que desearía cumplan todos mis familiares al pié de la letra.
Al hacerlo así, tal vez se crean obligados a explicar a amigos y conocidos su falta de luto por mi muerte:
–Él lo quiso así. ¡Cosas suyas! Usted sabe que tenía sus rarezas...
Pero en el fondo, sobre todo si fallezco en verano, todos mis parientes se alegrarán de que yo los haya relevado de ponerse luto. Y, aunque me juzguen un tipo extravagante y raro, a1 menos, se acordarán de mí, con cierta gratitud...

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