Este artículo, como otros del cronista, contiene informaciones del pasado cubano «sin que la fantasía haya intervenido en modo alguno en nuestra labor en la que, sin carácter novelesco alguno, sólo aspiramos a ser cronistas, a menos sí, pero también veraces y fieles, de los usos y costumbres de la sociedad cubana de antaño».

Alrededor de 1566 el progreso alcanzado por La Habana no había sido tan notable, pues según consta en el acta del cabildo de 5 de septiembre, sólo había en esta villa, exceptuando a dicho cabildo y a las autoridades, diez y nueve vecinos.

En anteriores artículos hemos ido ofreciendo a los lectores de Social, en estas que bien pudiéramos llamar crónicas retrospectivas, varios cuadros de la sociedad cubana del pasado, en sus diversos períodos, guiándonos siempre al escribir esos trabajos, por datos, papeles, documentos y periódicos de la época que pretendíamos reconstruir, y sin que la fantasía haya intervenido en modo alguno en nuestra labor en la que, sin carácter novelesco alguno, sólo aspiramos a ser cronistas, a menos sí, pero también veraces y fieles, de los usos y costumbres de la sociedad cubana de antaño.
Tócanos hoy decir algo sobre lo que fue La Habana en sus primeros días.
Fundada, como es sabido, por Diego Velázquez el 25 de julio de 1515, denominándola, en honor del primer Almirante, Villa de San Cristóbal de La Habana, ocupó, dentro de la comarca india de este nombre, primero la costa sur, en la boca del río Onicajanil, trasladándose en 1519 al sitio, que en la costa norte ocupa hoy en día.
En 1556, el entonces gobernador de la Isla, Capitán Diego de Mazariegos, cumpliendo lo dispuesto por el Rey, fijó su residencia oficial en La Habana, «por ser el lugar de reunión de las naves de todas las Indias y la llave de ellas», quedando pues, convertida desde esa fecha en capital de la Isla.
Pero, a pesar de esto, no fue muy notable que digamos, el progreso alcanzado entonces por La Habana, pues diez años después y según consta del acta del cabildo de 5 de septiembre, sólo había en La Habana, exceptuando dicho cabildo y las autoridades, diez y nueve vecinos, y eran los siguientes: «Juan de Roxas, Antonio de la Torre, Antón Recio, Francisco Hernández, Diego de Soto, Alonso Sánchez del Corral, La portuguesa, Sicilia y Susana, Un soldado, María Delgado, la de Juan Alonso, Teresa Isabel Casanga, Beatriz Nicarado, Catalina Rodríguez, Eugenia Pérez, Lucía Melena, Bartola y Quiteria».
En esas actas capitulares, publicadas en las Memorias de la Real Sociedad Económica, encontramos datos verdaderamente interesantes, que vamos a trasladar aquí.
El estado de la población en los años anteriores al citado puede saberse, en cuanto a los hombres, por las listas de elecciones de alcaldes y concejales, que se efectuaban anualmente, congregándose los electores, al son de campana, en la plaza o calle real. De esas listas aparece que en 1550 votaron 31 individuos; en 1551, 36; en 1552, 15; en 1553, 18; en 1554, 14; y en 1556 a 60, 27.
En el cabildo de 26 de junio de 1550, se mandó recoger la moneda de cuartos provincial que entonces regía y ponerle para que corriese, la marca de fuera, que era una X. En ese mismo año se prohibió, con el objeto de favorecer el arbolado de la villa, que se cortasen cedros y caobas para hacer «lerdillos y bateas y cosas de poca importancia», disponiéndose además que los rábanos se vendiesen a dos por medio, con otras disposiciones sobre la guarda y orden en la población.
El estado en que ésta se encontraba no podía ser más primitivo. En 1556 se mandó reparar las casas de tabla y guano, que servían de residencia al gobernador Diego Mazariegos, y todavía, en 1584 la capital sólo tenía cuatro calles.
En 1576 se empezó a estimular el interés privado en beneficio público, procediéndose al remate del surtimiento de aguas de la Chorrera, vendiéndose a los particulares a razón de cuatro botijas por un real. Al año siguiente, se adoptó el padrón de vara, mandando «se arreglase a la de Avila que trajo de España Juan Recio». Se fijó, además entonces, como derechos curialescos, un real, tanto por la copia o testimonio de sentencias con relación de autos, como por la citación en justicia.
Para cuidar del orden y evitar las sorpresas de piratas, todos los vecinos debían andar de día y de noche ceñidos con las armas que al efecto distribuía el cabildo. En una de las actas leemos que para aumentar las fuerzas se ordenaba que en las rondas «llevasen dos arcabuces Inés Gamboa y Alonso Sánchez Corral». Para guarnecer el Castillo de la Fuerza – según indicación hecha en 1538 por Hernando de Soto al Emperador– se compraron cuatro cañoncillos, llamados pasamuros y versos.
Hasta 1569 la villa carecía de médico y botica. Se acordó, en vista de eso, concederle privilegio exclusivo, según consta del acta del cabildo del 26 de febrero de dicho año, al Licenciado Gamarra, formándose una suscripción entre los capitulares para pagarle una cuota anual, comprometiéndose dicho Licenciado «a que las dichas tales personas, como a sus mugeres e hijos e a todos los de su casa los curará e hará sangrar dandoles en todo el mejor remedio que entendiere para su salud, e hanle de ser pagadas las medicinas que en esto gastare... e los más vecinos que se quisieren curar que no le hubieren señalado ningún partido, e los más yentes e vinientes le pagarán lo que en los tales casos se concertare». El cabildo dispuso asimismo, que mientras el Licenciado Gamarra residiese en la Villa sus vecinos «no se puedan curar con otra persona sino con él», a no ser que él concediese licencia a «otra persona Licenciado médico, cirujano, boticario o barbero».

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar