Para entretener a los lectores el articulista reproduce algunos anuncios «curiosos, ridículos o raros», que comerciantes e industriales empleaban para darle propaganda a sus productos.
Lo que se busca y persigue es la originalidad en el anuncio, de manera que llame la atención, sugestione y atraiga al público.
El anuncio constituye hoy en día la fuerza propulsora más poderosa y eficaz de la industria y el comercio, al extremo de haberse convertido en axioma el principio de que sin anuncio no es posible vender y de que cada peso gastado en anuncios produce cinco de utilidad.
No se discute, pues, hoy la necesidad o conveniencia de que comerciantes e industriales anuncien sus productos. Lo que se busca y persigue es la originalidad en el anuncio, de manera que llame la atención, sugestione y atraiga al público.
Pero, para ser original, hay que tener talento y ser experto en propagandas comerciales, más un profundo conocimiento psicológico del público comprador. Y estas cualidades no todos las tienen.
No nos hemos propuesto dar un curso sobre la ciencia y arte de las propagandas comerciales, sino entretener durante unos minutos a los lectores, ofreciéndoles diversos anuncios, curiosos, ridículos o raros, que hemos encontrado ya en los periódicos, ya al frente de tiendas.
He aquí algunas muestras:
De un periódico:
«Máquinas de coser. –mandando una peseta a M. X... calle tal número tantos, se remite inmediatamente una máquina de coser segura».
Y. X... al recibir la peseta remitía una aguja y un carretel de hilo.
«Se vende un burro, un violín y otros animales. –Dirigirse al propietario».
«Se desea pieza amueblada para señor solo, de cinco metros de largo por cuatro de ancho».
«Se vende un bull-dog. Come de todo. Muestra predilección por los niños».
«Pérez y Ca., peleteros, fabrican abrigos para señoras con sus propias pieles».
En la Sección de nodrizas de un periódico de anuncios, se leía el siguiente:
«Una joven viuda que está a punto de quitar la leche a una niña de diez meses, desea tener otro niño».
Un sastre, tenía colgado en el escaparate un pantalón de hombre con un letrero que decía:
«También se hacen chicos»
En un pueblo, al llegar la maestra recientemente nombrada, hizo pintar un letrero en la escuela, que decía:
«Escuela para niñas públicas», en vez de Escuela pública para niñas.
En la puerta de una imprenta se leía este rótulo:
«Para las necesidades urgentes que se presenten, esta imprenta se halla a la disposición del público, abierta día y noche».
En una tintorería:
«Se surce en paños menores».
En una zapatería:
«Zapatillas baratísimas para señoras de charol».
«Votas para caballeros con orejas».
«Borceguís para señoritas de cuero».
En un periódico de esta capital, apareció el siguiente reclamo:
«Llantos inoportunos... En cierta calle viven unas señoritas que todos los meses y casi a fecha fija molestan a los vecinos con sus llantos inoportunos. Si esas señoritas tomaran... no inoportunarían llorando, a sus vecinos».
En nuestra capital existía una panadería que se llamaba así:
«El segundo Corazón de Jesús reformado».
Ha habido también una bodega:
«Las segundas glorias de Pelayo».
Es frecuente encontrar anuncios extravagantes, por su mala construcción gramatical. Ya vimos los de la zapatería. Análogos a esos pueden, hallarse en cualquier tienda. Hemos leído y recordamos ahora éstos:
«Postizos para señoras de todos colores».
«Calcetines para caballeros de algodón».
Hay anuncios contraproducentes, y entre ellos, los que imperativamente quieren dar órdenes al público vg: «Entre ud. ahora», «Compre aquí», etc, que están pidiendo, como respuesta un «No me da la gana».
En cambio, los anuncios japoneses sobresalen por lo finos y ponderativos. Como muestra véanse los siguientes:
–Nuestras mercaderías son despachadas con la celeridad de un proyectil. –Nuestro papel es sólido y duro como la piel de un elefante.
–Para el embalaje nuestra casa tiene los mismos cuidados que una madre para con su tierno hijo.
–Nuestro vinagre es más áspero que la más intratable suegra.
–Los libros que nosotros escogemos son deliciosos como el canto de una hermosa virgen.
–Nuestro vino iguala en suavidad al beso de una madre.
Los norteamericanos tienen fama, y bien ganada, de batir todos los records posibles en originalidad y excentricidad anunciadora.
Véase el colmo del anuncio según cuenta un colega de allá:
Nos encontramos en Chicago, en una gran plaza pública.
En el piso primero de una casa de hermosa apariencia una ventana se abre de pronto, con tal brusquedad que los cristales saltan hechos añicos. Al mismo tiempo una mujer hermosa, que parece enloquecida, y un hombre joven se presentan en la ventana. El hombre, pálido y convulso, sujeta al antepecho rápidamente una cuerda anudada: la muchacha se monta en la barandilla, agarra la cuerda, lanza un grito y se deja deslizar por la cuerda hasta el suelo, donde de pronto se le une el galán.
Pero apenas han caído, un caballero de buena presencia, ya encanecido, con el rostro encendido de ira, se precipita a la ventana, gritando:
–¡Miserable! ¡Me has engañado! ¡Vas a morir!
Y escurriéndose por la cuerda desciende hasta los aterrorizados fugitivos y dispara sobre ellos un revólver.
La mujer parece desfallecida; el galán, con gesto torvo, se apresta a defenderla (porque las balas no han tocado a su cuerpo), y la multitud, estremecida, rodea el grupo, dispuesta a lanzarse sobre el agresor.
Pero en aquel momento emocionante cámbiase de súbito la actitud de los héroes de la espantosa escena.
Se iluminan sus rostros con una pacífica sonrisa, se enlazan sus manos amistosamente, y a una voz exclaman:
«Señoras y señores: este es el comienzo del nuevo folletín que el Diario de Chicago tendrá el gusto de ofrecer a sus lectores a partir de mañana».
Y mientras el público se queda viendo visiones, saludan ceremoniosamente y vanse...
Por último vamos a citar el anuncio que en cierto país se colocó hace años, por un desconocido, pero que en ese caso interpretaba fielmente la opinión pública, a la puerta del Congreso de Diputados o Cámara de Representantes:
«Se alquila o se vende».
¿No creen los lectores que se podrían colocar actualmente bastantes rotulitos como ese en bastantes países de Europa o América, o también este otro?:
«Cerrado por liquidación».
No se discute, pues, hoy la necesidad o conveniencia de que comerciantes e industriales anuncien sus productos. Lo que se busca y persigue es la originalidad en el anuncio, de manera que llame la atención, sugestione y atraiga al público.
Pero, para ser original, hay que tener talento y ser experto en propagandas comerciales, más un profundo conocimiento psicológico del público comprador. Y estas cualidades no todos las tienen.
No nos hemos propuesto dar un curso sobre la ciencia y arte de las propagandas comerciales, sino entretener durante unos minutos a los lectores, ofreciéndoles diversos anuncios, curiosos, ridículos o raros, que hemos encontrado ya en los periódicos, ya al frente de tiendas.
He aquí algunas muestras:
De un periódico:
«Máquinas de coser. –mandando una peseta a M. X... calle tal número tantos, se remite inmediatamente una máquina de coser segura».
Y. X... al recibir la peseta remitía una aguja y un carretel de hilo.
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«Se vende un burro, un violín y otros animales. –Dirigirse al propietario».
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«Se desea pieza amueblada para señor solo, de cinco metros de largo por cuatro de ancho».
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«Se vende un bull-dog. Come de todo. Muestra predilección por los niños».
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«Pérez y Ca., peleteros, fabrican abrigos para señoras con sus propias pieles».
En la Sección de nodrizas de un periódico de anuncios, se leía el siguiente:
«Una joven viuda que está a punto de quitar la leche a una niña de diez meses, desea tener otro niño».
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Un sastre, tenía colgado en el escaparate un pantalón de hombre con un letrero que decía:
«También se hacen chicos»
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En un pueblo, al llegar la maestra recientemente nombrada, hizo pintar un letrero en la escuela, que decía:
«Escuela para niñas públicas», en vez de Escuela pública para niñas.
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En la puerta de una imprenta se leía este rótulo:
«Para las necesidades urgentes que se presenten, esta imprenta se halla a la disposición del público, abierta día y noche».
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En una tintorería:
«Se surce en paños menores».
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En una zapatería:
«Zapatillas baratísimas para señoras de charol».
«Votas para caballeros con orejas».
«Borceguís para señoritas de cuero».
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En un periódico de esta capital, apareció el siguiente reclamo:
«Llantos inoportunos... En cierta calle viven unas señoritas que todos los meses y casi a fecha fija molestan a los vecinos con sus llantos inoportunos. Si esas señoritas tomaran... no inoportunarían llorando, a sus vecinos».
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En nuestra capital existía una panadería que se llamaba así:
«El segundo Corazón de Jesús reformado».
Ha habido también una bodega:
«Las segundas glorias de Pelayo».
Es frecuente encontrar anuncios extravagantes, por su mala construcción gramatical. Ya vimos los de la zapatería. Análogos a esos pueden, hallarse en cualquier tienda. Hemos leído y recordamos ahora éstos:
«Postizos para señoras de todos colores».
«Calcetines para caballeros de algodón».
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Hay anuncios contraproducentes, y entre ellos, los que imperativamente quieren dar órdenes al público vg: «Entre ud. ahora», «Compre aquí», etc, que están pidiendo, como respuesta un «No me da la gana».
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En cambio, los anuncios japoneses sobresalen por lo finos y ponderativos. Como muestra véanse los siguientes:
–Nuestras mercaderías son despachadas con la celeridad de un proyectil. –Nuestro papel es sólido y duro como la piel de un elefante.
–Para el embalaje nuestra casa tiene los mismos cuidados que una madre para con su tierno hijo.
–Nuestro vinagre es más áspero que la más intratable suegra.
–Los libros que nosotros escogemos son deliciosos como el canto de una hermosa virgen.
–Nuestro vino iguala en suavidad al beso de una madre.
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Los norteamericanos tienen fama, y bien ganada, de batir todos los records posibles en originalidad y excentricidad anunciadora.
Véase el colmo del anuncio según cuenta un colega de allá:
Nos encontramos en Chicago, en una gran plaza pública.
En el piso primero de una casa de hermosa apariencia una ventana se abre de pronto, con tal brusquedad que los cristales saltan hechos añicos. Al mismo tiempo una mujer hermosa, que parece enloquecida, y un hombre joven se presentan en la ventana. El hombre, pálido y convulso, sujeta al antepecho rápidamente una cuerda anudada: la muchacha se monta en la barandilla, agarra la cuerda, lanza un grito y se deja deslizar por la cuerda hasta el suelo, donde de pronto se le une el galán.
Pero apenas han caído, un caballero de buena presencia, ya encanecido, con el rostro encendido de ira, se precipita a la ventana, gritando:
–¡Miserable! ¡Me has engañado! ¡Vas a morir!
Y escurriéndose por la cuerda desciende hasta los aterrorizados fugitivos y dispara sobre ellos un revólver.
La mujer parece desfallecida; el galán, con gesto torvo, se apresta a defenderla (porque las balas no han tocado a su cuerpo), y la multitud, estremecida, rodea el grupo, dispuesta a lanzarse sobre el agresor.
Pero en aquel momento emocionante cámbiase de súbito la actitud de los héroes de la espantosa escena.
Se iluminan sus rostros con una pacífica sonrisa, se enlazan sus manos amistosamente, y a una voz exclaman:
«Señoras y señores: este es el comienzo del nuevo folletín que el Diario de Chicago tendrá el gusto de ofrecer a sus lectores a partir de mañana».
Y mientras el público se queda viendo visiones, saludan ceremoniosamente y vanse...
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Por último vamos a citar el anuncio que en cierto país se colocó hace años, por un desconocido, pero que en ese caso interpretaba fielmente la opinión pública, a la puerta del Congreso de Diputados o Cámara de Representantes:
«Se alquila o se vende».
¿No creen los lectores que se podrían colocar actualmente bastantes rotulitos como ese en bastantes países de Europa o América, o también este otro?:
«Cerrado por liquidación».