Puesta a resguardo durante los días que azotó por estos lares el huracán Ivan, esta estatua de Neptuno podría a partir de ahora venerarse, si de dicha deidad dependió que La Habana no fuera azotada por la furia de tamaño meteoro.
La reaparición del dios greco-romano en los predios del malecón habanero respondió a un genuino interés por preservar el patrimonio estatuario.
Luego de deambular por diferentes sitios de la ciudad, la fuente del dios de los mares retornó por fin en 1997 a su lugar de origen: la orilla del litoral, donde fuera erigida en 1838 con el ánimo de despedir y recibir a los marinos.
Hasta ese momento, sin tridente y con sus surtidores fuera de uso, el Neptuno de La Habana se erigía en el parque Gonzalo de Quesada (Calzada, entre C y D), en el capitalino barrio del Vedado, último de los siete lugares por los cuales transitó. Su traslado desde aquí hacia el Centro Histórico fue aprobado por la Comisión Nacional de Monumentos.
Presentaba un avanzado grado de deterioro cuando la Dirección de Arquitectura Patrimonial (Oficina del Historiador) concibió el proyecto para su rescate que, ejecutado por la Empresa de Restauración de Monumentos en el verano de ese año, logró devolverle la apariencia de recién esculpida.
La estatuilla, el pedestal, las conchas y sus bases fueron recuperados de aquella explanada, mientras que las partes que conforman el estanque se encontraron en el parque Víctor Hugo (calle 19, entre H e I), también en el Vedado, todas en pésimo estado de conservación por la falta de mantenimiento.
Talladas en blanquísimo mármol de Carrara, las piezas exigieron para su traslado un minucioso levantamiento arquitectónico, así como un cuidadoso desmontaje.
Algunas de ellas —especialmente las que conforman el pedestal y la base de las conchas— son chapas de gran peso unas, y otras macizas. En total, la fuente tiene un peso aproximado de seis toneladas.
LARGO RECORRIDO
Fue el capitán general Miguel de Tacón quien durante su gobierno (1834-1838) encargó dicha obra a Génova, Italia, para dedicarla al Comercio de La Habana. Sin embargo, no pudo verla culminada, pues sólo vino a inaugurarse en 1839 durante el mandato de su sucesor, Joaquín Ezpeleta. La fuente-estatua formaba parte de un proyecto más abarcador que, adentrado en el agua, incluía un muelle de piedra —llamado «del Comercio»— y un espigón, cuya profundidad variaba desde cuatro hasta ocho pies, según describe Eugenio Sánchez de Fuentes y Peláez en su libro Cuba monumental, Estatuaria y Epigráfica (La Habana, 1916).
La fontana se encontraba frente al Castillo de la Fuerza, al borde del litoral y circundada por un barandaje de hierro anexo al muelle. Además de una función estética, cumplía un servicio social: el derrame de agua que salía por sus tres caños servía para abastecer del preciado líquido a embarcaciones menores de la Capitanía y la Real Hacienda. Con tal propósito, próximo a dichos caños, se colocaron argollones de bronce para el amarre de las naves.
Servía, además, como lugar de esparcimiento, ya que alrededor de al fuente había seis canapés o asientos de mármol sin respaldar, idóneos para que los paseantes se sentaran a disfrutar la brisa marina en las tardes calurosas de verano.
Cuentan que al dejar inaugurado este monumento, el regidor del Ayuntamiento encargado de pronunciar el discurso oficial señaló a la estatua y, dirigiéndose al público, exclamó en un arranque de oratoria: «¡Mirad, señores, mirad ilustres conciudadanos, qué hermoso Adán, con su tenedor en la mano, corona la obra!» Discretamente advertido de que no era Adán, sino el dios de las aguas, quiso enmendar el error y agregó en tono sentencioso: «¡Bien decía yo que este Neptuno cara de profeta tiene!»
En 1871 las autoridades decidieron el traslado de la fontana debido al grave deterioro que presentaba por causa de varias averías, la peor de todas provocada el 30 de mayo de 1845 por el bergantín norteamericano «J. B. Hautington», que le destruyó algunos poyos y parte del barandaje que la circundaba.
Sánchez de Fuentes afirma que, entonces, deambuló por diferentes sitios: Alameda de Isabel II, Alameda del Prado… hasta que en virtud de un nuevo arreglo vino a parar al Parque de la Punta, donde la sorprendió en 1899 la intervención norteamericana.
En octubre de 1912 la Secretaría de Obras Públicas acordó desarmarla y guardarla en el Depósito Municipal, de donde la sacó —polvorienta y olvidada— el primer director del Museo Nacional, quien tomó el pedestal y la estatua para adornar la instalación del Maine que, situada en la planta baja de esa institución, formaba parte de una gran galería histórica.
Al cabo de dos años, el Neptuno fue trasladado por el entonces Secretario de Obras Públicas, coronel José Ramón Villalón, hacia el parque Gonzalo de Quesada, también conocido popularmente como parque «de Villalón».
RETORNO AL LITORAL
No pudo reubicarse la fuente en su sitio original: la Baliza de la Pila o Pileta de Neptuno. Utilizada en la actualidad por los prácticos del puerto para arribar al canal de la entrada de la bahía, esta estructura se encuentra en pésimo estado de conservación y no soportaría el peso del monumento que le dio nombre.
Se escogió, entonces, el primer saliente del malecón, unos cientos de metros más hacia el oeste, donde hay un grupo de pilotes de hormigón armado en óptimas condiciones, con vigas invertidas que sirven de transición entre la losa y los pilotes.
El proyecto previó la escasez de agua en la zona, instalando una caja que abastece de la misma a la fuente, mediante un sistema de recirculación con una bomba sumergida dentro del propio recipiente.Además de las instalaciones eléctricas e hidráulicas, se erigió una obra de fábrica capaz de darle la estabilidad necesaria al monumento frente a las fuerzas del viento típicas en la zona. Luego se procedió al enchape con las piezas originales, colocando finalmente la escultura del dios de los mares unida a una base hueca por donde salen los chorros de agua.
Un detalle importante a la hora de valorar el rescate de esta obra fue la solución que se le dio a la ausencia del tridente del Neptuno.
La reposición del mismo se hizo siguiendo las proporciones originales de la estatua, y requirió extrema habilidad por parte de los especialistas del taller de mármol perteneciente a la Empresa de Restauración de Monumentos, quienes lo realizaron en dos partes para facilitar su colocación y lo fijaron en el lugar con resinas epóxicas.
De esta manera, la fuente de Neptuno quedó a imagen y semejanza de aquella que, hace más de siglo y medio, otorgó —como ahora— un toque diferente a este lado del litoral, para beneplácito de quienes transitan de día y de noche por sus alrededores.
Presentaba un avanzado grado de deterioro cuando la Dirección de Arquitectura Patrimonial (Oficina del Historiador) concibió el proyecto para su rescate que, ejecutado por la Empresa de Restauración de Monumentos en el verano de ese año, logró devolverle la apariencia de recién esculpida.
La estatuilla, el pedestal, las conchas y sus bases fueron recuperados de aquella explanada, mientras que las partes que conforman el estanque se encontraron en el parque Víctor Hugo (calle 19, entre H e I), también en el Vedado, todas en pésimo estado de conservación por la falta de mantenimiento.
Talladas en blanquísimo mármol de Carrara, las piezas exigieron para su traslado un minucioso levantamiento arquitectónico, así como un cuidadoso desmontaje.
Algunas de ellas —especialmente las que conforman el pedestal y la base de las conchas— son chapas de gran peso unas, y otras macizas. En total, la fuente tiene un peso aproximado de seis toneladas.
LARGO RECORRIDO
Fue el capitán general Miguel de Tacón quien durante su gobierno (1834-1838) encargó dicha obra a Génova, Italia, para dedicarla al Comercio de La Habana. Sin embargo, no pudo verla culminada, pues sólo vino a inaugurarse en 1839 durante el mandato de su sucesor, Joaquín Ezpeleta. La fuente-estatua formaba parte de un proyecto más abarcador que, adentrado en el agua, incluía un muelle de piedra —llamado «del Comercio»— y un espigón, cuya profundidad variaba desde cuatro hasta ocho pies, según describe Eugenio Sánchez de Fuentes y Peláez en su libro Cuba monumental, Estatuaria y Epigráfica (La Habana, 1916).
La fontana se encontraba frente al Castillo de la Fuerza, al borde del litoral y circundada por un barandaje de hierro anexo al muelle. Además de una función estética, cumplía un servicio social: el derrame de agua que salía por sus tres caños servía para abastecer del preciado líquido a embarcaciones menores de la Capitanía y la Real Hacienda. Con tal propósito, próximo a dichos caños, se colocaron argollones de bronce para el amarre de las naves.
Servía, además, como lugar de esparcimiento, ya que alrededor de al fuente había seis canapés o asientos de mármol sin respaldar, idóneos para que los paseantes se sentaran a disfrutar la brisa marina en las tardes calurosas de verano.
Cuentan que al dejar inaugurado este monumento, el regidor del Ayuntamiento encargado de pronunciar el discurso oficial señaló a la estatua y, dirigiéndose al público, exclamó en un arranque de oratoria: «¡Mirad, señores, mirad ilustres conciudadanos, qué hermoso Adán, con su tenedor en la mano, corona la obra!» Discretamente advertido de que no era Adán, sino el dios de las aguas, quiso enmendar el error y agregó en tono sentencioso: «¡Bien decía yo que este Neptuno cara de profeta tiene!»
En 1871 las autoridades decidieron el traslado de la fontana debido al grave deterioro que presentaba por causa de varias averías, la peor de todas provocada el 30 de mayo de 1845 por el bergantín norteamericano «J. B. Hautington», que le destruyó algunos poyos y parte del barandaje que la circundaba.
Sánchez de Fuentes afirma que, entonces, deambuló por diferentes sitios: Alameda de Isabel II, Alameda del Prado… hasta que en virtud de un nuevo arreglo vino a parar al Parque de la Punta, donde la sorprendió en 1899 la intervención norteamericana.
En octubre de 1912 la Secretaría de Obras Públicas acordó desarmarla y guardarla en el Depósito Municipal, de donde la sacó —polvorienta y olvidada— el primer director del Museo Nacional, quien tomó el pedestal y la estatua para adornar la instalación del Maine que, situada en la planta baja de esa institución, formaba parte de una gran galería histórica.
Al cabo de dos años, el Neptuno fue trasladado por el entonces Secretario de Obras Públicas, coronel José Ramón Villalón, hacia el parque Gonzalo de Quesada, también conocido popularmente como parque «de Villalón».
RETORNO AL LITORAL
No pudo reubicarse la fuente en su sitio original: la Baliza de la Pila o Pileta de Neptuno. Utilizada en la actualidad por los prácticos del puerto para arribar al canal de la entrada de la bahía, esta estructura se encuentra en pésimo estado de conservación y no soportaría el peso del monumento que le dio nombre.
Se escogió, entonces, el primer saliente del malecón, unos cientos de metros más hacia el oeste, donde hay un grupo de pilotes de hormigón armado en óptimas condiciones, con vigas invertidas que sirven de transición entre la losa y los pilotes.
El proyecto previó la escasez de agua en la zona, instalando una caja que abastece de la misma a la fuente, mediante un sistema de recirculación con una bomba sumergida dentro del propio recipiente.Además de las instalaciones eléctricas e hidráulicas, se erigió una obra de fábrica capaz de darle la estabilidad necesaria al monumento frente a las fuerzas del viento típicas en la zona. Luego se procedió al enchape con las piezas originales, colocando finalmente la escultura del dios de los mares unida a una base hueca por donde salen los chorros de agua.
Un detalle importante a la hora de valorar el rescate de esta obra fue la solución que se le dio a la ausencia del tridente del Neptuno.
La reposición del mismo se hizo siguiendo las proporciones originales de la estatua, y requirió extrema habilidad por parte de los especialistas del taller de mármol perteneciente a la Empresa de Restauración de Monumentos, quienes lo realizaron en dos partes para facilitar su colocación y lo fijaron en el lugar con resinas epóxicas.
De esta manera, la fuente de Neptuno quedó a imagen y semejanza de aquella que, hace más de siglo y medio, otorgó —como ahora— un toque diferente a este lado del litoral, para beneplácito de quienes transitan de día y de noche por sus alrededores.