Los techos de madera, en primerísima instancia, pero también las hojas de puertas y ventanas, así como los balaustres torneados, determinaron el estilo arquitectónico en La Habana antes del presente siglo. Y todo gracias a uno de los oficios más nobles y antiguos: la carpintería de lo blanco.
Las techumbres habaneras revelan la experiencia, habilidad y refinamiento necesarios para ejercer la carpintería, un oficio traído a Cuba por los españoles.

 Si con un golpe de imaginación borráramos las techumbres habaneras, quedaríamos sorprendidos y confusos ante la pobreza resultante, sobre todo en la arquitectura de los siglos XVII y XVIII. Ningún otro elemento revela mejor cuánta experiencia, habilidad y refinamiento se necesitan para ejercer la carpintería, un oficio traído a Cuba por los españoles. Aquí encontraron abundantes maderas preciosas, las cuales trabajaron concienzudamente para conformar esas cubiertas que hoy admiramos. En ellas lo decorativo va cediendo paso a lo estructural, mas siempre con la impronta dejada por los árabes en el sur ibérico.
EL ESTILO MUDÉJAR
El arte musulmán se transfiere con relativa facilidad de la metrópoli a las colonias, porque éstas mantenían relaciones exclusivas con la región de Andalucía, donde aquél floreció en todo su esplendor. Los puertos andaluces de Sevilla y Cádiz monopolizaron por mucho tiempo el comercio con las Indias.
El término mudéjar procede del árabe mudayyan, que está registrado desde el siglo XIII y significa «aquel a quien han permito quedarse» o «gente que permanece». En realidad define la forma legal de sumisión y protección (pacto de garantía) a la cual se acogió una minoría de comunidades musulmanas en España tras ala Reconquista.
En contraposición al morisco, que optó por convertirse a la fe cristiana, el mudéjar dependía políticamente del reino católico sin tener que renunciar a su religión y costumbres musulmanas. A pesar de esta tolerancia y del amparo legal, fue tratado como ciudadano de segunda clase terminó rebelándose. Después de la toma de Granada (1492) fue expulsado del sur de España. Muchas características de los mudéjares —en tanto que minoría sometida— se repitieron en los esclavos africanos llegados a Cuba y en los libertos (negros y mulatos) que ejercían como herreros, sastres, médicos, músicos, escribanos y, por supuesto, como carpinteros.
 CARPINTERÍA DE LO BLANCO
Hacia el siglo XVI la carpintería en España descansaba sobre la actividad práctica y el traspaso de conocimientos empíricos de los maestros a los aprendices. El maestro Diego López de Arenas temía la desaparición de las artes de la carpintería de lo Blanco, como se llama a todas las modalidades del oficio relacionadas con la construcción en general, a diferencia de otras ligadas con obras agroindustriales o sanitarias (la carpintería de lo Prieto).
En 1619 López de Arenas escribió un pequeño tratado, reeditado varias veces hasta nuestros días, con el objetivo de enseñar a montar cualquier tipo de armadura o lacería. El maestro se propuso que cada artesano pudiera cortar en el taller los elementos estructurales y ornamentales, para ensamblarlos luego a pie de obra con absoluta seguridad, como un gigantesco rompecabezas de piezas que encajaran perfectamente.
Al efecto ideó un sistema basado en la proporcionalidad: todas las dimensiones guardaban relación entre sí, tanto en lo estrictamente constructivo como en lo ornamental. El carpintero debía poseer numerosos moldes y cartabones que le permitieran hacer los trazos necesarios para cortar las piezas. Sin embargo, estas valiosas herramientas de trabajo se fueron pediendo o deformando con el transcurso del tiempo, amén de que se olvidaron muchas reglas de tradición oral.
La reedición del libro en 1633 constituyó el último intento por mantener la pureza del estilo. Mas poco podía remediar López de Arenas con su tratado, pues empleó una prosa destinada sólo a los maestros del gremio y demasiado oscura apara los iniciados, como resultado, ya en la España del siglo XVIII se ejecutaban lacerías sin respetar las normas escritas.
El breve compendio de López de Arenas ha permitido, sin embargo, que los estudiosos contemporáneos recuperen aquellas antiguas reglas, y ha facilitado el acercamiento a las complicadas técnicas utilizadas por los maestros carpinteros árabes y mudéjares hast6a el siglo XVII, las cuales comenzaron desde entonces a caer en el olvido.
 EL CONVENTO ENCANTADO
Artesanos españoles y algún que otro musulmán encubierto trajeron a Cuba (y al resto de las colonias americanas) los rudimentos de ese oficio perdido, con ayuda del cual se construyeron centenares de techumbres que caracterizan —casi sin excepción— a las construcciones seglares y religiosas hasta bien entrada la primera mitad del siglo XIX.
El antiguo Convento de Santa Clara de Asís es un verdadero museo de la carpintería de lo Blanco, cuyo maestro respondía al nombre de Juan de Salas y Argüello, según lo grabado en el techo del coro alto de esta edificación habanera del siglo XVII. Se trata de una figura paradigmática del artesano de su época, capaz lo mismo de decorar un harneruelo del techo que tallar figuras o confeccionar un armario con motivos decorativos. En aquel entonces, los artífices de la madera dominaban varios oficios, por lo que resulta muy difícil establecer los límites entre los carpinteros tallistas y los escultores. Consta documentalmente que, a cambio de su labor de varios años (1638-43), Juan de Salas pidió que lo enterrarán dentro de los muros del convento, donde (por ser de estricta clausura) sólo podrían brindarse sepultura en el único lugar de acceso público: la nave de la iglesia.
Esa actitud bastaría para enaltecer el oficio, pues evidencia cuán orgulloso estaba de su propia obra, al punto de que no la cambia por monedas, sino por lo que creía más valioso: el eterno descanso en un lugar santo privilegiado, derecho del que sólo gozaban las más altas figuras seculares y eclesiásticas.
Tal parece que lo mereció, pues excavaciones arqueológicas revelaron en este sitio un enterramiento solitario con restos de un hombre de elevada estatura —seguramente un mestizo— que se aviene a la persona imaginada como maestro carpintero. A él deben pertenecer la mayoría de los alfarjes y armaduras del convento, así como el retablo mayor de su iglesia y la imagen de la Inmaculada Concepción que lo presidía.

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar