Con la presentación este jueves 18 de diciembre del poemario La pupila insomne de Rubén Martínez Villena en la homónima Biblioteca Pública del Centro Histórico de la Habana se salda una vieja deuda con los lectores cubanos y con el legado de toda una generación. Al decir de Raúl Roa García, su entrañable amigo y prologador, «la poesía de Rubén estuvo sobre todo en lo que vivió. Fue un hacedor, un creador total».

La idea de publicar sus poemas surgió entre los amigos de Rubén en agosto de 1927, después de la convalecencia hospitalaria de éste a causa de una pulmonía; sin embargo, La pupila insomne no vio la luz, pues el bardo abandonó el proyecto decepcionado por una agria polémica con Jorge Mañach.

 La generación de los años 20 y 30 de los novecientos tuvo, con sus aciertos e ineficacias, la pertinencia de hacer coincidir en espacio y causa a personalidades relevantes que imbricaban su ardiente militancia con una estatura espiritual que les permitía brillar con luz propia y unir sus destellos sin trazar el cono de una sombra. Momento histórico convulso y fundacional, hizo nacer la modernidad en una neocolonia viciada que acunó a unos pocos que salvarían, tiempo después, su declinante proyecto nacional. Uno de esos talentos que superaban la circunstancia era Rubén Martínez Villena.
Nacido en el poblado habanero de Alquízar, en 1899, y con la marca profética que le impuso el Generalísimo Máximo Gómez cuando todavía vestía pañales, Rubén adoptó la justicia y el patriotismo como ingredientes inmanentes de su existencia. Su distinción le regaló una providencia real-maravillosa: su precoz desempeño cívico fue felicitado por el mismísimo secretario de Gobernación, quien unos años después, por su obcecación y entreguismo, sumió al país en una abominable dictadura y pasaría a la historia con un epíteto que este mismo niño, ya todo un hombre, le acuñó en el cúmulo de su espumarajoso histerismo: el Asno con Garras, Gerardo Machado.
La frialdad de su aplomo escondía un espíritu volcánico, capaz de burlar una persecución en auto, hablar en un mitin sin temer a los pistoleros, escaparse del hospital a pesar del ascenso del bacilo mortífero por sus pulmones, reírse aún afiebrado de la tángana que movilizó a la tiranía bajo un torrencial aguacero. Era uno de esos elegidos que guardaba, con una curiosa alianza de amor, esperanza y temeridad,  “bajo el guante que pule el verso, —como decía José Martí— el puño que derriba al enemigo”. Cuando falleció el 16 de enero de 1934, después de liderar la gran revolución que destronó la dictadura machadista, dejó una estela que lo asentó como una de las inobjetables referencias de la lucha antiimperialista latinoamericana y, también, como una voz poética fresca, reformadora, luminosa, ineludible.
La idea de publicar sus poemas surgió entre los amigos de Rubén en agosto de 1927, después de la convalecencia hospitalaria de éste a causa de una pulmonía; sin embargo, La pupila insomne no vio la luz, pues el bardo abandonó el proyecto decepcionado por una agria polémica con Jorge Mañach. Esta rivalidad matizó toda la relación que tuvieron estas dos personalidades, hasta la muerte de Rubén. Tiempo después, en 1935, se retomó el proyecto de publicar sus poemas, con el impulso de una de sus hermanas, Judith, y del esposo de ésta, el poeta José Zacarías Tallet. El prólogo estaría a cargo de Enrique Serpa, entrañable amigo de la infancia de Martínez Villena, pero por imprevistos problemas de salud le fue imposible redactarlo. Judith pensó en Raúl Roa, que por esos años se encontraba en su exilio estadounidense, y le pidió que lo escribiera. Así surgió “Una semilla en un surco fuego” que encabezó la edición de La pupila insomne, en 1936.
Con una prosa fluida y depurada, el prólogo de Roa se acerca a los avatares de la personalidad de Rubén en las diferentes circunstancias que le tocó enfrentar. Roa ensaya una suerte de biografía novelada, en la que inserta percepciones y hechos vividos en común y referidos por otros colegas, a  partir de documentos, correspondencia familiar y recuerdos personales. Aquí comienza a intercalar, con gran equilibrio estético, escenas de la vida del protagonista con hechos económicos, políticos, sociales y culturales que dejaron su huella en el radiante espíritu de Rubén y que marcaron sus conflictos existenciales en los que “el poeta dimitía, irevocablemente, de seguir viviendo ensimismado en el verso, para volcar su vida a raudales, hasta la inmolación inclusive, en bien de los demás”. El propio título es una toma de partido en este sentido, cuando niega aquella autodefinición de Rubén que llegó a verse a sí mismo como “una semilla en un surco de mármol”.
Esta edición de 2008 toma como fuente la publicada en 1943, bajo la supervisión de la viuda de Rubén, Asela Jiménez. A pesar de no haber podido consultar la edición príncipe de 1936, mantiene gran fidelidad con ambas, en especial en cuanto a la inclusión del importantísimo prólogo de Raúl Roa y una organización cronológica que permite seguir la evolución lírica de Rubén, desde 1917 hasta 1925.
Por muchas razones, esta nueva publicación es un hecho trascendental del panorama cultural cubano actual. Sobre todo, por la unión de dos genios como Rubén Martínez Villena y Raúl Roa que ofrece la oportunidad a los más jóvenes de aquilatar la impronta de pensadores tan lúcidos y de escritores tan comprometidos con lo mejor de la cultura cubana. Asimismo, se hace honor a la talla literaria de Martínez Villena, una de las voces más renovadoras y coherentes de la literatura cubana contemporánea. Leerlo será un reto al intelecto; un acercamiento necesario a un espíritu límpido y a una referencia imprescindible.

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