Tres, dicen los chinos, es el número perfecto. Tres es también un número de suerte para la villa de San Cristóbal de La Habana, fundada tres veces, siempre a la vista de un río o de un mar, claro presagio de su marinera (ad)vocación.
Una legión de viajeros, aventureros, soldados, misioneros, grabadores, pintores, científicos y hombres de letras quedaron deslumbrados por La Habana. ¿Qué sueños por cumplir se esconden todavía tras el orgullo y el misterio de sus muros?

A Alejo Carpentier en su Centenario

«La Habana se dibuja, crece, se define,
sobre el cielo luminoso del atardecer…»
Alejo Carpentier

¿Es acaso La Habana lunar la Cuba del Ser?»
Wallace Stevens


 Una ceiba magnífica, árbol sagrado en tierras de América, en la margen oeste del puerto de Carenas, dicen que cobijó la primera misa y el primer cabildo, en una fecha que la tradición quiere el 16 de noviembre de 1519. Habaguanex, cacique indígena, prestó su gentilicio a la ciudad en embrión, villa muy pobre en sus inicios y opulenta metrópoli después, gracias a las bondades de su puerto y el ingenio de sus habitantes. Así puede leerse en las estrofas del historiador Félix de Arrate:

Mas ni aun así ha logrado desairarte:
Pues si tanto hijo tuyo sabio y fuerte
En las palestras de Minerva y Marte

te acredita y exalta, bien se advierte
Que donde han sido tantos a ilustrarte,
No he de bastar yo solo a oscurecerte
.(1)

Considerada capital de la Isla desde 1556 y declarada Ciudad por Real Cédula de Felipe II en 1592,(2) su desarrollo asociado al Sistema de Flotas fue tan vertiginoso que ya en 1663 el gobernador Francisco Dávila Orejón exclamaba jubiloso: «Oh Havana! Puerto ilustre, erario seguro, reposo de los mayores tesoros que ha visto el universo. No solo conozco lo que eres sino también lo mucho que intrínsecamente vales (…) Oh Havana!, ante tu formal grandeza célebre serás en la posteridad de los siglos».(3) En virtud de semejante elogio, corsarios y piratas la desearon y atribularon las noches y los días de sus habitantes, pero nunca fue abandonada y, siempre defendida por los lugareños, aun a costa de sus vidas, solo fue rendida una vez, en 1762, ante un adversario mayor en tropas y navíos, ayudado por la veleidad de un gobernador temeroso. Se alzó entonces el orgullo de las nobles mujeres habaneras, quedando testimonio en el lamento de la marquesa de Jústiz de Santa Ana:

¿Tú Habana capitulada?,
¿Tú en llanto?, ¿tú en exterminio?
¿Tú ya en extraño dominio?
¡Qué dolor! ¡Oh Patria amada!(4)


Lentamente, el decursar de los años y los siglos vio surgir, del trazado inicial, una ciudad amurallada y dotada del más impresionante sistema de defensas del Nuevo Mundo. Las riquezas fluían y se derramaban en su puerto, costeando palacios, iglesias y conventos, al tiempo que se creaba una identidad propia entre el bullicio de las callejuelas irregulares y desaseadas que tanto disgustaron al Barón de Humboldt, y el espectáculo multicolor de las gentes del trópico en permanente y fecunda transculturación de comidas, sabores, tambores y pregones. No en balde aseveraba Don Fernando Ortiz que: «La Habana fue, como lo ha sido siempre todo puerto marítimo muy frecuentado, famosa por sus diversiones y libertinajes, a las que se daba en sus luengas estadas la gente marinesca y advenediza de las flotas junta con los esclavos bullangueros y las mujeres de rumbo, en los bodegones de las negras mondongueras, en los garitos o tablajes puestos por generales y almirantes para la tahurería (…) Cantos, bailes y músicas fueron y vinieron de Andalucía, de América y de África, y La Habana fue el centro donde se fundían todas con mayor calor y más policromas irisaciones».(5) También hubo sangre, de esclavos y vegueros, de conspiradores y poetas, por eso cuando nos detenemos ante cualquier piedra de la ciudad― esa piedra que delata con sus conchas incrustadas que alguna vez estuvo bajo las aguas― debemos preguntar en respetuoso silencio: ¿qué sueños por cumplir se esconden todavía tras el orgullo y el misterio de sus muros?
Una legión de viajeros, aventureros, soldados, misioneros, grabadores, pintores, científicos y hombres de letras quedaron deslumbrados por la ciudad, apenas franqueaban el angosto canal de la bahía y se perdían por las callejuelas de la villa. «Hela aquí! Ella es, ella –nos dice la inquieta Condesa de Merlín personalizando a la ciudad desde su balcón habanero. Todo el mundo se mueve, todo el mundo se agita, nadie para un momento. La diafanidad de la atmósfera presta a este ruido, así como a la claridad del día, algo de incisivo, que penetra los poros, y produce una especie de escalofríos».(6)
El siglo XIX, nuestro Siglo de las Luces, vio a la capital expandirse y trascender sus ya anquilosadas murallas, y no lejos de una de ellas nacería el más universal de los cubanos, el habanero José Martí. Hijos ilustres de la villa fueron también el Padre Varela, Luz y Caballero, Manuel Sanguily y tantos otros próceres de la independencia, y también lo fueron numerosos héroes desconocidos y sin nombre. Supo La Habana colonial de la modernidad y el progreso al estilo europeo y norteamericano, expresado en los portentos del ferrocarril, los grandes paseos y teatros, la maravilla del alumbrado eléctrico, el nacimiento de la telefonía y la algarabía del juego de pelota, y también fue testigo de hechos atroces, como el fusilamiento de los estudiantes de medicina, la pavorosa política de Reconcentración de Weyler o la voladura en su bahía del acorazado Maine. Ya en la República, la metrópoli continuó creciendo con barrios elegantes y desplazamientos urbanos hacia los bordes de la misma. El «poético caserío del Vedado», como lo llamó Julián del Casal a fines del siglo XIX, devino en sector aristocrático de la capital, mientras que los humildes ocuparon los lugares vacíos de la antigua urbe abandonada, al tiempo que se densifican las tramas y narrativas urbanas. El andaluz Lorca quedó hechizado por el son de sus maracas, cornetas chinas y marimbas, y un habanero de pura cepa, Alejo Carpentier, quien la llamaría Ciudad de Las Columnas, advertiría el abigarramiento de estilos arquitectónicos y señalaría este hecho esencial: «…el aburrimiento no vive en sus calles. La calle habanera es un espectáculo perenne: teatro, caricatura, drama, comedia… Pero hay en ella materia viva, humanidad, contrastes, que pueden hacer las delicias de cualquier observador». (7)
Embellecida en los proyectos de J. C. N. Forestier o denigrada en el acto inicuo de demoler el Convento de Santo Domingo, sede de la primera Universidad, para construir en su lugar un helipuerto, la urbe sobrevive a la República, en buena medida gracias a la labor desplegada por la Oficina del Historiador y su fundador Emilio Roig de Leuchsenring, misión continuada y acrecentada por el actual historiador, el Dr. Eusebio Leal Spengler, quien junto al equipo multidisciplinario de la Oficina ha conducido por décadas, con mano maestra, la Gesta de la Restauración. Un hecho quizás premonitorio fue, a inicios de 1959, a pocos meses del Triunfo de la Revolución, que la antigua ceiba que marcaba junto al Templete el lugar fundacional, sucumbió cansada de dos siglos de injusticias. El nuevo árbol tiene hoy la misma edad del profundo proceso cultural que ha permitido el rescate y conservación de la Ciudad Antigua, con sus habitantes dentro y participantes de su salvaguarda, pues como ha dicho una lúcida intelectual cubana, Graziella Pogolotti: «Nunca podrá ser La Habana escenografía para turistas. Patrimonio de La Humanidad, tenemos que preservar sus monumentos. La sucesión de nuevos presentes asegurará la supervivencia real de su pasado, con su puerto abierto a todas las latitudes».(8)
Que así sea.



(1) José Martín Félix de Arrate: Llave del Nuevo Mundo. Antemural de las Indias Occidentales. La Habana descripta, noticias de su fundación, aumentos y estados, La Habana, Comisión Nacional Cubana de La UNESCO, 1964, p. 258.
(2) Emilio Roig de Leuchsenring, La Habana. Apuntes históricos, La Habana, Editora del Consejo Nacional de Cultura, 1963, pp. 137-138.
(3) Francisco Dávila Orejón, Excelencias del arte militar y barones ilustres, Madrid, 1663. Citado por Antonio Núñez Jiménez: «La Habana. Patrimonio Cultural de la Humanidad», Universidad de La Habana, no. 222, 1984, p. 9.
(4) Beatriz de Jústiz y Zayas Bazán: Dolorosa métrica expresión del Sitio y entrega de La Havana… Citado por Manuel Moreno Fraginals: Cuba/España, España/Cuba. Historia Común, Barcelona, Crítica, p. 128.
(5) Fernando Ortiz: La clave xilofónica de la música cubana, Habana, Tipografía Molina, 1935.
(6) Mercedes Santa Cruz y Montalvo: Condesa de Merlín, Viaje a La Habana, Habana, 1922, pp. 39 y 43.
(7) Alejo Carpentier: «Regla, la Ciudad Mágica», en Crónicas del Regreso (1940–1941), La Habana, Letras Cubanas, 1996, p. 33.
(8) Graziella Pogolotti: «En el centro de la historia», Universidad de La Habana, no. 222, 1984, p. 152.

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