Este texto de exaltado lirismo constituye un intento más por aprehender las esencias de la cubanía, sólo que mediante el torrente manifiesto de la emoción como premisa de la escritura.
La sintaxis de este texto, al parecer dictada por el ritmo de la respiración, deviene estilo inconfundible de su autor, hombre de profunda sensibilidad para quien «La Habana es un misterio que nos toca, ese alado mensaje que define…»
La Habana es un misterio que nos toca, ese alado mensaje que define; el hálito de un dios transita por sus calles, andaluza ciudad que en olas se deshace como si fuera un mar ondeante de barroco, entonces castellana porque quiso, y si mediterránea, atlántica pareja de ese Cádiz que mira desde lejos como frágiles mástiles conducen la sangre de España marinera, diré mejor de audacia y aventura, empeñada en irse para el regreso, en retornar con el secreto manjar que no será la piel quien lo disfrute, porque ya llega envuelto en delicada seda; es que recorre vida por las venas, el corazón invade, es la cadencia de un palpitar que llega a la cadera, a los hombros que mueven los ciclones, la cadencia es la clave de ese encuentro que el trópico repite con los Siglos y que un Siglo siglara en habanera, inventando del ritmo el marco estrecho, ceñido y que se abre en abanico, porque el frescor que siembra toca las raíces diversas que llegaron y que escapan. Es la habanera esencia que se esfuma, que aparenta esfumarse pero impregna, con su fragancia musical, compases: la estructura fugaz de sabrosura, el dengue y la milonga, el doble paso, triple o redoblado, cuando repite y se repite aguajirante, girante como danza en contradanza, acriollada danza. El Atlántico trópico pudiera ser un filtro, que mirando hacia debajo se nutre en Las Antillas, pero que nunca esquivará la ruta que conduce por los mares del Norte directa hacia el Origen. Ese va y viene que anida entre las olas, ese que viene y va y en olas anida, en la habanera tiene su símbolo más alto. Es que Cuba y España, aquellos tiempos; la habanera se inserta en sus entrañas, con esa naturalidad con que derrama, la entraña que es entraña sus entrañas. Aquel tejido musical no puede renunciar la estructura que lo forja, porque de elemental resulta lo complejo, y ese núcleo sostiene la cadencia, pero adentrarse puede en otros ritmos, adoptar, adaptarse en otras formas, imbricando, imbricándose tan hondo, con tan perfecta imbricación que llega a ser, en el no ser que le sumerge. Por eso la habanera es el tanguillo, el tango y la sandunga, y es por eso que, cuando el flamenco imbrica la presencia lejana, entonces, sólo entonces, se acanciona. En medio del «quejío» se acanciona.
Esta ciudad que salta de mis ojos, que los tuyos asalta, es mi ciudad amada, perla de Las Antillas pero ciudad Atlántica, con un Mediterráneo que le baña el trasero y que otros dicen fuera el mar de los Caribes, marítima ciudad en cruce de los mares, es la ciudad que Cádiz y Málaga y Madrid y Granada lanzaron a los mares y se asentó en mis playas, y de estas playas dice su canción y su ritmo, del goce de vivir y la sensualidad del goce, de la piel que quisiera tocar la piel del otro y que en su canto y danza la toca y la rechaza, melancólica y dulce como la piel del mango, roja de sangre como el mamey sagrado, fuente que es la vida, mejor del paraíso, que perdido recobra su sabor en la carne, en trascendente imagen de encendida papaya.
Si era una flauta, un arpa o pitagórica guitarra la que Orfeo tocara, por el Egeo puede que así fuera; en La Habana, mestiza del blancor más mestizo, con el fulgor más negro del otro mestizaje, se fundieron colores ibéricos y afros, que dieron otro fruto, y otro fruto fundaron, ese fruto fue Cuba y la Cuba española, España encontró el fruto que también suyo era; tierra de España, Cuba camina sin fronteras, la habanera resulta legítima en «el choti», legítima en la danza, en la canción legítima, se inmerge en el flamenco, la ópera y la zarzuela, por doquier la encontramos en Albéniz y en Falla, Debussy, Ravel y Saint-Saëns, en Lecuona y en Anckermann, en Sánchez de Fuentes, en Roig y en Bizet, desde Saumell o antes y en el son más cubano, el guaguancó y guarachas, la guajira y el aria y la canción urbana. La habanera «se cuela» como el café caliente, se cuela entre labios, se cuela por doquiera, es como invisible mensaje, ésa, la música, que penetra en el alma e inunda sus parajes, y es La Habana que llega desde sí y a sí misma, que desborda los mares y se adentra en los otros, que la tocan, la cantan, la bailan sin saberlo, o que saben y cantan y bailan, la interpretan, la gozan, sabiendo que les llega desde un puerto lejano, que es el cercano puerto que funde las Españas, el puerto de La Habana.
Esta ciudad que salta de mis ojos, que los tuyos asalta, es mi ciudad amada, perla de Las Antillas pero ciudad Atlántica, con un Mediterráneo que le baña el trasero y que otros dicen fuera el mar de los Caribes, marítima ciudad en cruce de los mares, es la ciudad que Cádiz y Málaga y Madrid y Granada lanzaron a los mares y se asentó en mis playas, y de estas playas dice su canción y su ritmo, del goce de vivir y la sensualidad del goce, de la piel que quisiera tocar la piel del otro y que en su canto y danza la toca y la rechaza, melancólica y dulce como la piel del mango, roja de sangre como el mamey sagrado, fuente que es la vida, mejor del paraíso, que perdido recobra su sabor en la carne, en trascendente imagen de encendida papaya.
Si era una flauta, un arpa o pitagórica guitarra la que Orfeo tocara, por el Egeo puede que así fuera; en La Habana, mestiza del blancor más mestizo, con el fulgor más negro del otro mestizaje, se fundieron colores ibéricos y afros, que dieron otro fruto, y otro fruto fundaron, ese fruto fue Cuba y la Cuba española, España encontró el fruto que también suyo era; tierra de España, Cuba camina sin fronteras, la habanera resulta legítima en «el choti», legítima en la danza, en la canción legítima, se inmerge en el flamenco, la ópera y la zarzuela, por doquier la encontramos en Albéniz y en Falla, Debussy, Ravel y Saint-Saëns, en Lecuona y en Anckermann, en Sánchez de Fuentes, en Roig y en Bizet, desde Saumell o antes y en el son más cubano, el guaguancó y guarachas, la guajira y el aria y la canción urbana. La habanera «se cuela» como el café caliente, se cuela entre labios, se cuela por doquiera, es como invisible mensaje, ésa, la música, que penetra en el alma e inunda sus parajes, y es La Habana que llega desde sí y a sí misma, que desborda los mares y se adentra en los otros, que la tocan, la cantan, la bailan sin saberlo, o que saben y cantan y bailan, la interpretan, la gozan, sabiendo que les llega desde un puerto lejano, que es el cercano puerto que funde las Españas, el puerto de La Habana.
Alfredo Guevara
Presidente del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano
Presidente del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano
Tomado de Opus Habana, Vol. IV, No. 1, 2000, pp. 32-33.