El retrato que el pintor sueco Herman Norman hiciera al Apóstol es recurrente en las evocaciones martianas de Federico Edelmann y Pintó, quien a través de su tío Antonio Carrillo y O’Farril, conoció a Martí en Nueva York.
Extracto del artículo que Federico Edelmann y Pintó publicó con el título de «Recuerdos de Martí» en el Diario de la Marina, el 22 de mayo de 1927. Según él mismo narra, siendo un adolescente, conoció a Martí en 1889 en Nueva York.
Entre los recuerdos más gratos que conservo del Maestro está el de haber visitado, sirviéndome él de cicerone, las primeras exposiciones importantes de pintura que vi en mi vida.
Me parece escuchar a Martí comentando los cuadros de Claude Monet, y demás impresionistas que entonces eran tan discutidos, con aquella clarividencia suya, y muchas de aquellas observaciones las he leído años más tarde en sus correspondencias, y verdaderamente asombran su perspicacia, su justeza y su buen gusto.
Debido a esta afición por la pintura, hubo de descubrir Martí en la bohemia neoyorquina a Herman Norman, pintor sueco de gran talento, a quien sirvió desde luego, como acostumbraba, y quien pintó del natural el único retrato de Martí que existe, y agradecido se lo ofreció al Maestro que lo apreciaba mucho como obra de arte.
Este pequeño retrato al óleo que lo representa sentado a su mesa de trabajo, en su histórico despacho de 120 Front St., en New York, tal como le vi la primera vez, y tal como lo describo al principio de este artículo, da una idea cabal y justa del Apóstol. Tuve la oportunidad de tratar a Norman, a quien me presentó Martí, y pude ver este retrato acabado de pintar. Más tarde lo tuve algún tiempo en mi poder y lo copié con verdadero amor para conservarlo, y cada vez que lo contemplo veo surgir las características esenciales del Maestro y casi puedo decir que siento los latidos de su alma que tan admirable y sintéticamente supo interpretar Norman.
El retrato del Maestro pintado por Norman, se encuentra en la actualidad en el Museo Martiano, y es propiedad de la señora Amelia Martí, única hermana superviviente del Apóstol, que modesta y sencilla vive hoy pobremente y completamente olvidada de los poderes públicos en la república que fundó su hermano.
Me parece escuchar a Martí comentando los cuadros de Claude Monet, y demás impresionistas que entonces eran tan discutidos, con aquella clarividencia suya, y muchas de aquellas observaciones las he leído años más tarde en sus correspondencias, y verdaderamente asombran su perspicacia, su justeza y su buen gusto.
Debido a esta afición por la pintura, hubo de descubrir Martí en la bohemia neoyorquina a Herman Norman, pintor sueco de gran talento, a quien sirvió desde luego, como acostumbraba, y quien pintó del natural el único retrato de Martí que existe, y agradecido se lo ofreció al Maestro que lo apreciaba mucho como obra de arte.
Este pequeño retrato al óleo que lo representa sentado a su mesa de trabajo, en su histórico despacho de 120 Front St., en New York, tal como le vi la primera vez, y tal como lo describo al principio de este artículo, da una idea cabal y justa del Apóstol. Tuve la oportunidad de tratar a Norman, a quien me presentó Martí, y pude ver este retrato acabado de pintar. Más tarde lo tuve algún tiempo en mi poder y lo copié con verdadero amor para conservarlo, y cada vez que lo contemplo veo surgir las características esenciales del Maestro y casi puedo decir que siento los latidos de su alma que tan admirable y sintéticamente supo interpretar Norman.
El retrato del Maestro pintado por Norman, se encuentra en la actualidad en el Museo Martiano, y es propiedad de la señora Amelia Martí, única hermana superviviente del Apóstol, que modesta y sencilla vive hoy pobremente y completamente olvidada de los poderes públicos en la república que fundó su hermano.