Nunca se había conocido tamaño despliegue de fuerzas combinadas de bomberos, agentes de orden público, marinos y soldados. Tampoco los curiosos habían sentido tal sensación de estupor al contemplar las rocosas volutas de humo negro.
Cuentan que aquella noche del 17 de mayo de 1890 caía sobre La Habana una fina llovizna. Desde las ventanas de las casonas se podía ver la luz argentina de las bombillas se derretía entre los adoquines. Aquel espectáculo mostraba una ciudad adormilada en un sábado remolón, cuyos viandantes más díscolos pasaban el rato en la temporada de zarzuelas del Teatro Tacón. El sonido de la lluvia ofrecía una musicalidad tenue y acompasada, mientras una bruma húmeda recubría la figura de un perro que ladraba a un indicio lejano. El sereno, de paso elefantiásico, perdió la somnolencia sobre la medianía de las 10, cuando creyó ver humo deslizándose bajo las puertas de aquel almacén esquinero de Mercaderes y Lamparilla que exhibía un gran letrero rotulado en rojo: Srs. Isasi y Cía. Ferretería.
Uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia habanera lo es, sin duda, el incendio acaecido durante la noche del 17 de mayo de 1890 en el almacén de Juan Isasi, ubicado en la esquina de las calles Mercaderes y Lamparilla.
Fotografía de las labores de rescate en el lugar del incendio. Publicada en el diario La Discusión se le atribuye al célebre fotógrafo cubano José Gómez de la Carrera | Imagen, también atribuida a De la Carrera, que testimonia el mar de habaneros que acudieron al sepelio de las víctimas del incendio. Obsérvese al fondo el antiguo teatro Tacón. |
La historia ha reseñado mucho este hecho, que ha servido, además, para establecer oficialmente ese día como el Día del Bombero en Cuba, en homenaje a las víctimas de ese incendio; siniestro que, debido a la negligencia del propietario de la ferretería a la que pertenecía el almacén, es recordado como el más mortífero que conoció la añeja ciudad hasta bien entrado el siglo XX. Nunca se había conocido tamaño despliegue de fuerzas combinadas de bomberos, agentes de orden público, marinos y soldados. Tampoco los curiosos habían sentido tal sensación de estupor al contemplar las rocosas volutas de humo negro.
¡¡¡Fuegoooo!!!! ¡¡¡¡Fueeeeegooo!!!! Aquel grito se propagó sobre el viento como una legión de langostas. Los callejones se despabilaron de súbito y una inquietud se elevó colonizando cada espacio de la urbe. Al vocerío, que pasaba corriendo sin rumbo fijo, se unieron las sirenas y los silbatazos de los celadores. Una llamada telefónica surcó los cables telefónicos desde la estación oficial de alarma de incendios 233, hasta el Cuartel de Bomberos del Comercio, en la calle San Ygnacio. ¡¡¡Fuegoooo!!! Las cornetas tocaban un pitazo largo y dos breves, un pitazo largo y dos breves. «Todas las unidades a la agrupación No. 2… agrupación No. 2. Incendio en el número 24 de la calle Mercaderes. Bombas Colón y Habana al frente, hacia Lamparilla… Bomba Cervantes, por Obrapía hacia Mercaderes…Que Dios nos salve».
Gastón Alvaro, integrante del Cuerpo de Bomberos del Comercio, fallecido en el siniestro | Andrés Zencoviech,Teniente Coronel del Cuerpo de Bomberos del Ayuntamiento de La Habana (Municipales) y Jefe de Sección Bomba España. También integró la lista de víctimas. |
La alarma se dio por vía telefónica y sonora entre las 10:30 y las 10:45 de la noche. En escasos minutos, la avanzada de los bomberos ya estaba desplegándose en el lugar. Todos los medios fueron destinados a la esquina de Mercaderes y Lamparilla. Los mandos de los dos cuerpos que existían en La Habana de esa época, los Bomberos del Ayuntamiento de La Habana, conocidos como Municipales, y los Bomberos del Comercio, se establecieron a lo largo de la calle Lamparilla para dirigir las operaciones. Mientras esto sucedía, el propietario de la Ferretería a la que estaba adjunta el almacén, Juan Isasi, era sacado de la cama por un correligionario que se trasladó a su casa del Vedado para avisarle. Al llegar a la altura de la intersección de las calles Mercaderes y Obrapía, Isasi pretendió pasar de incognito, pero el celador de barrio lo reconoció y lo mandó detener. Al correr la noticia de la presencia de Isasi, varios oficiales de los bomberos lo interrogaron sobre el contenido de su almacén. Ante la pregunta sobre la existencia de algún peligro, Isasi respondió, entre rígido y temeroso, que no, que podían entrar sin temores, que no había peligro.
Cuentan testigos que se escuchó una explosión estremecedora, nada comparable con la que sobrevendría acto seguido que hizo saltar los cristales de varias casas a la redonda. Los segundos subsiguientes fueron capitalizados por el desconcierto y el terror. En el lugar donde otrora se levantaba el almacén, ahora yacía un cráter que despedía grandes concentraciones de humo negro. El incendio pareció extinguirse, pero el oxígeno consumido por el estallido rápidamente fue sustituido y las lenguas de fuego volvieron por sus fueros. Tras el segundo de estupor, los bomberos y todos los que estaban allí se lanzaron al rescate de sus compañeros. Las calles estaban cubiertas por altas lomas de escombros. Para evitar herir a algún sobreviviente, no se usaron herramientas en la excavación; así que se hizo todo con las manos. Enseguida comenzaron a aparecer muertos y heridos. Entre los grupos de rescatadores emergían miembros humanos seccionados como por una gran navaja. El domingo en la tarde se logró extinguir el incendio, pero los escombros estuvieron allí todavía dos días más. La labor se hizo difícil, pues en cada paletada existía el riesgo de encontrar un cráneo aplastado, un torso chamuscado o una pierna ya invadida por los gusanos.
Esta es una de las pocas fotos que atestigua las secuelas del desastre. Aparecen miembros del Cuerpo de Bomberos del Comercio. De pie, de izquierda a derecha, Francisco Veytía, Luis Crespo y Julio Soler. Sentados, Antonio Rubio (obsérvese que posee su brazo derecho en cabestrillo),Timoteo Ordoñez, Emilio Edelman (ya recuperado de la pérdida de su brazo izquierdo) y Armando Padrón | Otra imagen de José Gómez de la Carrera, publicada en el album 71 de la serie «Bomberos Cubanos del Siglo XIX». También data de pocos meses después de la tragedia. Obsérvese las banquetas vacias, coronadas con cascos y herramientas que pertenecían a sus dueños, fallecidos en cumplimiento del deber |
Después se supo que un accidente había provocado el incendio. El empleado de guardia, un joven emigrante guipuzcoano, después de supervisar el almacén, había rozado una mesa sobre la que brillaba una lámpara de queroseno. Tiempo después de que el dependiente saliera y se acomodara en la trastienda, la lámpara cayó al suelo explayando todo su combustible. Fue él el único que cumplió condena en la Cárcel de La Habana. Entre las negligencias, la suya fue la menor. Responsabilidad total la tuvo Isasi y con una fianza de 25 mil pesos oro salió en libertad, dejó a su empresa declarada en quiebra y a miles de habaneros acusándolo de asesinato. Sí, asesinato. A pesar de que alguna prensa de la época haya obligado a la Historia a seguir la tesis de la eclosión de varios barriles de pólvora, se supo, gracias al trabajo de peritos franceses e ingleses, que la explosión fue provocada por grandes cantidades de dinamita que Isasi vendía de contrabando y cuya existencia no declaró, aún ante la inminencia de la entrada de los bomberos. Nada dijo…de haberlo hecho, se habrían salvado muchas vidas.
Las exequias de las víctimas tuvieron lugar en varias iglesias y capillas de la ciudad. El velorio de la mayoría de los bomberos encontrados tuvo lugar en el salón principal del Palacio de Gobierno, hoy Palacio de los Capitanes Generales. La tristeza y el estremecimiento hicieron mella en el espíritu de los habitantes de La Habana. Se recibían mensajes de condolencias de varios países del mundo. Incluso la Reina Isabel II envió un despacho al Gobernador y al Capitán General de la Isla. Gigantesca fue la colecta pública dedicada a los familiares de las víctimas. Pocos fueron los liceos, sociedades o clubs que no aportaran algo a la causa. Las puertas de las casas exhibían crespones negros en señal de luto. La Habana estaba silenciosa y las caras de las personas resaltaban el dolor y la ira. Un sentimiento de solidaridad emergió de ese dolor. Por un tiempo menguaron las rivalidades entre cubanos y peninsulares, alimentadas desde principios de ese año por la crisis económica que amenazaba a la metrópoli y a sus colonias.
Monumento mortuorio del Teniente Coronel del Cuerpo de Bomberos del Comercio Juan J. Musset, ubicado en el Cementerio de Colón, en la capital cubana | Pruebas arqueológicas, obtenidas de las excavaciones realizadas por un equipo del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad en 2007. Gracias a estos vestigios se ha podido asegurar que ocurrió un gran incendio en esa locación, como demuestran estos objetos metálicos tiznados |
El Arzobispado de La Habana donó una de sus parcelas en el Cementerio de La Habana para la recepción de las osamentas. Desde ese minuto se lanzaría una convocatoria para elegir el mejor proyecto de monumento para homenajear a las víctimas. Poemas, crónicas y otros trabajos periodísticos fueron publicados en honor a los valientes. El tiempo pasó, pero aquel incendio no se olvidó. Muchas cosas volvieron a su dinámica normal, aunque todavía aquel hecho laceraba el alma de los habaneros. Mucho tiempo ha pasado y aún resuenan los ecos del siniestro.
¿Cómo surgieron los bomberos en La Habana? ¿Cómo estaban organizados? ¿Cuáles fueron los incendios más famosos? ¿Es cierto que existía rivalidad entre los diversos cuerpos? ¿Cuál de esos bomberos llegó a convertirse en un glorioso mambí? ¿Los bomberos tenían algo que ver con los jóvenes de la Acera del Louvre? ¿En qué terminó la historia de Isasi? ¿Quién construyó el mausoleo que todavía se erige como el más alto en el Cementerio Colón de La Habana? Todas estas preguntas pretenden ser respondidas en los próximos capítulos.
MSc. Rodolfo Zamora Rielo
Redacción Opus Habana
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Comentarios
Muy buen artículo este que acaban de publicar. Sinceramente había oído sobre este siniestro pero no había tenido la oportunidad de leer detalles sobre el suceso. Espero que muy pronto publiquen las respuestas a las incógnitas del último párrafo.
Saludos y sigan brindando informaciones tan interesantes sobre historias de La Habana Antigua.
Ceci
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