Otrora refugio de bohemios y artistas, este lugar conserva un caudal de memoria en sus paredes, donde cada visitante acostumbra dejar constancia de su paso.
Sentados en taburetes de cuero, al compás de la plática y los acordes de la trova tradicional, viajeros de todo el mundo disfrutan aquí de platos típicos cubanos, además del aromático «mojito».
Basta desandar cien adoquines desde la Catedral y su Plaza, saliendo por la calle Empedrado, para llegar al número 207, entre Cuba y San Ignacio. Ubicada a mitad de cuadra, y no en una esquina como era costumbre, La Bodeguita del Medio debe su nombre precisamente a esta circunstancia.
Todavía en la atmósfera del ahora asediado restaurante-bar, se respira el aire mundano que le confirieron sus principales fundadores: Ángel Martínez, dueño del establecimiento; Félix (Felito) Ayón, propietario de una imprenta vecina; el linotipista Luis Alonso (Plomito); el poeta Nicolás Guillén; el periodista Mario Kuchilán...
Tal sensación evocadora comienza en el bar, que se mantiene como hace 55 años, con su viejo y pulido mostrador de caoba y sus paredes atestadas de recortes de periódicos, fotos descoloridas, afiches, pinturas, banderitas, calcomanías, firmas y grafitos ininteligibles. A esa amalgama de objetos se suma una banqueta colgada en lo alto, que era la preferida por el periodista y también fundador Leandro García.
Esta bodega de barrio comenzaría a ser diferente a partir de 1942, cuando se convirtió en la Casa Martínez. Cuatro años después se muda para un local aledaño la imprenta de Ayón, cuyos trabajadores y clientes empiezan a frecuentar el establecimiento comercial que, de un simple expendio de víveres, poco a poco deviene fonda.
El impresor se auxiliaba de Martínez para resolver dificultades cotidianas, como la falta de teléfono, por ejemplo. A veces las llamadas coincidían con las horas de comida, cuando Armenia —esposa del bodeguero— cocinaba para la familia y algunos de sus ayudantes.
«Ayón si usted quisiera almorzar alguna vez con nosotros puede hacerlo... El menú no es nada del otro mundo, pero se puede comer», dijo en cierta ocasión el dueño de la Casa. El impresor le tomó la palabra y, en lo adelante, aprovecharía diariamente esa oportunidad junto a algunos de sus allegados, entre ellos personalidades connotadas como Guillén y Kuchilán.
En la imprenta se hacían libros, folletos de propaganda, catálogos de exposiciones y, en particular el mensuario Arte y Literatura, del departamento de Cultura del Ministerio de Educación, dirigido por Raúl Roa García (1907-1982). La publicación periódica de estos materiales generaba todo un ir y venir de autores que seguían —momento a momento— el proceso de serialización de sus obras.
Cuentan que un medio día Ayón llamó por teléfono a una joven para invitarla a almorzar en la Casa Martínez. Y al indicarle que se trataba de una bodega situada a medianía de cuadra, la invitada indagó, sorprendida: «¿En el medio de la calle?, ¿cómo es eso?». Y Felito le aclaró: «Sí, la Bodeguita del Medio».
Lo que pudiera recordarse como «bautizo oficial», del establecimiento, ocurriría el 26 de abril de 1950, un domingo por la tarde, cuando Kuchilán celebraba sus cuarenta años. A los fundadores de La Bodeguita del Medio dedicó en 1959 esta décima el gran escritor y periodista venezolano Miguel Otero Silva, uno de sus clientes más asiduos en aquella época:
Martínez, Armenia, Rosa,
Kuchilán y Labrador,
Nicolás, un servidor
y «Felito» rubirosa.
La vieja guardia gloriosa
joven guardia dura y fuerte
otro año en su vaso vierte,
y con su trago en la mano,
Leandro, el hermano ausente
sonríe desde su muerte.
Entonces esa zona de la Habana Vieja era sede de casi todas las secretarías (ministerios), además de centro comercial, por lo que empleados y transeúntes requerían de un sitio para comer de manera rápida y apropiada. Y aunque ya en esa época La Bodeguita era suficientemente conocida, su quehacer era reflejado con frecuencia en la prensa escrita, tanto por Kuchilán en la sección «Babel» del vespertino Prensa Libre, como por Leandro García en la columna «Buenas Tardes» del periódico El País. Pero nada mejor que el soneto con que Nicolás Guillén reconoce las excelencias de la original fonda:
La bodeguita es ya la bodegona,
que en triunfo al aire su estandarte agita,
mas sea bodegona o bodeguita
La Habana de ella con razón blasona.
Hártase bien allí quien bien abona
plata, guano, parné, pastora, guita,
mas si no tiene un kilo y de hambre grita
no faltará cuidado a su persona.
La copa en alto, mientras Puebla entona
su canción, y Martínez precipita
marejadas de añejo, de otra zona
brindo porque la historia se repita,
y porque lo que es ya la bodegona
nunca deje de ser La Bodeguita.
Y sigue siéndolo, aun cuando el local inicial (la actual barra) se amplió hasta el fondo y los altos, en busca de mayor espacio para los comensales y los continuos visitantes que, a veces, sólo pretenden apresar —por un instante— ese acogedor y nostálgico ambiente. De las paredes cuelgan fotografías del propio Guillén, el escritor Alejo Carpentier, la bailarina Alicia Alonso; los pintores Wifredo Lam, Víctor Manuel y Mariano Rodríguez, así como los músicos Bola de Nieve, Sindo Garay, Benny Moré, Dámaso Pérez Prado, Carlos Puebla y Ñico Saquito.
Visibles están también las imágenes de personalidades foráneas que alguna vez departieron alrededor de las rústicas mesas: Errol Flyn, Nat King Cole, Ernest Hemingway, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Brigiette Bardot, Jorge Negrete, Tito Guizar, Agustín Lara, Harry Belafonte, Gabriel García Márquez...
Sentados en taburetes de cuero, al compás de la plática y los acordes de la trova tradicional, viajeros de todo el mundo disfrutan aquí de platos típicos cubanos (arroz, frijoles negros, cerdo, pollo, tasajo, dulces caseros como buñuelos, arroz con leche y pudines), además del aromático «mojito», un cóctel que —según estudiosos— data de la época colonial.
Con la frase atribuida a Hemingway : «Mi daiquirí en el Floridita, mi mojito en La Bodeguita», este último trago ha devenido símbolo del afamado sitio, y resulta casi una herejía llegar a su barra y no consumir esta mezcla de ron, agua mineral, jugo de limón, azúcar y hojas de hierbabuena.
En la actualidad, la mayoría de las personas que entran a La Bodeguita disfruta escribiendo en los ya emborronados muros una frase, o simplemente su nombre. Muchos confiesan que con esa acción sienten que contribuyen a la permanencia de este museo de la nostalgia.
Todavía en la atmósfera del ahora asediado restaurante-bar, se respira el aire mundano que le confirieron sus principales fundadores: Ángel Martínez, dueño del establecimiento; Félix (Felito) Ayón, propietario de una imprenta vecina; el linotipista Luis Alonso (Plomito); el poeta Nicolás Guillén; el periodista Mario Kuchilán...
Tal sensación evocadora comienza en el bar, que se mantiene como hace 55 años, con su viejo y pulido mostrador de caoba y sus paredes atestadas de recortes de periódicos, fotos descoloridas, afiches, pinturas, banderitas, calcomanías, firmas y grafitos ininteligibles. A esa amalgama de objetos se suma una banqueta colgada en lo alto, que era la preferida por el periodista y también fundador Leandro García.
Esta bodega de barrio comenzaría a ser diferente a partir de 1942, cuando se convirtió en la Casa Martínez. Cuatro años después se muda para un local aledaño la imprenta de Ayón, cuyos trabajadores y clientes empiezan a frecuentar el establecimiento comercial que, de un simple expendio de víveres, poco a poco deviene fonda.
El impresor se auxiliaba de Martínez para resolver dificultades cotidianas, como la falta de teléfono, por ejemplo. A veces las llamadas coincidían con las horas de comida, cuando Armenia —esposa del bodeguero— cocinaba para la familia y algunos de sus ayudantes.
«Ayón si usted quisiera almorzar alguna vez con nosotros puede hacerlo... El menú no es nada del otro mundo, pero se puede comer», dijo en cierta ocasión el dueño de la Casa. El impresor le tomó la palabra y, en lo adelante, aprovecharía diariamente esa oportunidad junto a algunos de sus allegados, entre ellos personalidades connotadas como Guillén y Kuchilán.
En la imprenta se hacían libros, folletos de propaganda, catálogos de exposiciones y, en particular el mensuario Arte y Literatura, del departamento de Cultura del Ministerio de Educación, dirigido por Raúl Roa García (1907-1982). La publicación periódica de estos materiales generaba todo un ir y venir de autores que seguían —momento a momento— el proceso de serialización de sus obras.
Cuentan que un medio día Ayón llamó por teléfono a una joven para invitarla a almorzar en la Casa Martínez. Y al indicarle que se trataba de una bodega situada a medianía de cuadra, la invitada indagó, sorprendida: «¿En el medio de la calle?, ¿cómo es eso?». Y Felito le aclaró: «Sí, la Bodeguita del Medio».
Lo que pudiera recordarse como «bautizo oficial», del establecimiento, ocurriría el 26 de abril de 1950, un domingo por la tarde, cuando Kuchilán celebraba sus cuarenta años. A los fundadores de La Bodeguita del Medio dedicó en 1959 esta décima el gran escritor y periodista venezolano Miguel Otero Silva, uno de sus clientes más asiduos en aquella época:
Martínez, Armenia, Rosa,
Kuchilán y Labrador,
Nicolás, un servidor
y «Felito» rubirosa.
La vieja guardia gloriosa
joven guardia dura y fuerte
otro año en su vaso vierte,
y con su trago en la mano,
Leandro, el hermano ausente
sonríe desde su muerte.
Entonces esa zona de la Habana Vieja era sede de casi todas las secretarías (ministerios), además de centro comercial, por lo que empleados y transeúntes requerían de un sitio para comer de manera rápida y apropiada. Y aunque ya en esa época La Bodeguita era suficientemente conocida, su quehacer era reflejado con frecuencia en la prensa escrita, tanto por Kuchilán en la sección «Babel» del vespertino Prensa Libre, como por Leandro García en la columna «Buenas Tardes» del periódico El País. Pero nada mejor que el soneto con que Nicolás Guillén reconoce las excelencias de la original fonda:
La bodeguita es ya la bodegona,
que en triunfo al aire su estandarte agita,
mas sea bodegona o bodeguita
La Habana de ella con razón blasona.
Hártase bien allí quien bien abona
plata, guano, parné, pastora, guita,
mas si no tiene un kilo y de hambre grita
no faltará cuidado a su persona.
La copa en alto, mientras Puebla entona
su canción, y Martínez precipita
marejadas de añejo, de otra zona
brindo porque la historia se repita,
y porque lo que es ya la bodegona
nunca deje de ser La Bodeguita.
Y sigue siéndolo, aun cuando el local inicial (la actual barra) se amplió hasta el fondo y los altos, en busca de mayor espacio para los comensales y los continuos visitantes que, a veces, sólo pretenden apresar —por un instante— ese acogedor y nostálgico ambiente. De las paredes cuelgan fotografías del propio Guillén, el escritor Alejo Carpentier, la bailarina Alicia Alonso; los pintores Wifredo Lam, Víctor Manuel y Mariano Rodríguez, así como los músicos Bola de Nieve, Sindo Garay, Benny Moré, Dámaso Pérez Prado, Carlos Puebla y Ñico Saquito.
Visibles están también las imágenes de personalidades foráneas que alguna vez departieron alrededor de las rústicas mesas: Errol Flyn, Nat King Cole, Ernest Hemingway, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Brigiette Bardot, Jorge Negrete, Tito Guizar, Agustín Lara, Harry Belafonte, Gabriel García Márquez...
Sentados en taburetes de cuero, al compás de la plática y los acordes de la trova tradicional, viajeros de todo el mundo disfrutan aquí de platos típicos cubanos (arroz, frijoles negros, cerdo, pollo, tasajo, dulces caseros como buñuelos, arroz con leche y pudines), además del aromático «mojito», un cóctel que —según estudiosos— data de la época colonial.
Con la frase atribuida a Hemingway : «Mi daiquirí en el Floridita, mi mojito en La Bodeguita», este último trago ha devenido símbolo del afamado sitio, y resulta casi una herejía llegar a su barra y no consumir esta mezcla de ron, agua mineral, jugo de limón, azúcar y hojas de hierbabuena.
En la actualidad, la mayoría de las personas que entran a La Bodeguita disfruta escribiendo en los ya emborronados muros una frase, o simplemente su nombre. Muchos confiesan que con esa acción sienten que contribuyen a la permanencia de este museo de la nostalgia.
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