Nuevos estudios históricos y etnográficos, unidos a las vivencias y testimonios de algunos nativos, permiten asegurar la existencia de dos momentos de impronta árabe en la cultura cubana: el hispanomorisco en los inicios de la conquista, y la llegada del gran bloque migratorio arabófono durante los siglos XIX y XX.
Acercamiento visual y etnológico a la presencia étnica del mundo árabe y su influencia en nuestra cultura, que se trasluce –entre otros elementos– en variados exponentes arquitectónicos habaneros.
Aunque mucho se ha especulado sobre la entrada de árabes en Cuba a través de la expedición de Cristóbal Colón, este hecho no ha sido verificado, si bien resulta probable que en la tripulación de las tres carabelas colombinas se hayan enrolado algunos moriscos conversos. En todo caso, sí existe testimonio documental de que ya en 1593 se realiza en la Parroquial Mayor de La Habana el bautizo de un hombre nacido en Berbería, actual Magreb africano y por entonces destino de millones de moriscos salidos de España huyendo de la persecución inquisitorial. Según consta en el Libro de Barajas de la Catedral de La Habana, el «lunes Primero de noviembre de este año el Padre Francisco Vázquez Carrión bautizó a Juan de la Cruz nuevamente convertido N.L. que [ininteligible] de las partes de África en Berbería fue su padrino el gobernador Don Juan Maldonado Barnuevo». (1)
Tres años después, la relación de esclavos llegados a La Habana en la galera «San Agustín» deja constancia del arribo de algunos procedentes del norte de África, entre ellos moriscos y berberíes, los últimos pertenecientes a un grupo no árabe autóctono de esa zona y practicantes del islamismo. Fechado en febrero de 1596, el listado —hallado por el prestigioso historiador cubano doctor César García del Pino— menciona a 45 personas con nombres musulmanes y sus ciudades de nacimiento. (2)
La diáspora morisca hacia Cuba continuó hasta mediados del siglo XVII, en tal medida que autoridades civiles y religiosas emitieron quejas sobre esa «peligrosa presencia» en La Habana. Y si bien la mayoría de los árabes llegados a costas cubanas eran esclavos, también arribaron hombres libres, o sea, moriscos conversos al cristianismo, conocidos en España como «nuevamente convertidos». En ambos casos, su irrupción en Cuba significaba una violación de la legislación oficial española, que prohibía explícitamente la entrada al Nuevo Mundo de «esclavos, y esclavas berberiscas, y otras personas libres nuevamente convertidos de moros e hijos de ellos [...] porque en tierra nueva como ésa, donde nuevamente se planta la fe, conviene se quite toda ocasión, porque no se pueda sembrar y publicar en ella la secta de Mahoma ni otra alguna en ofensa de Dios nuestro señor y perjuicio de Nuestra Santa Fe Católica...» (3)
A esa presencia morisca que, como primera vía de impronta árabe, llega a Cuba a través de la colonización española, la denominamos inmigración indirecta. Su existencia en el país se hizo menos visible de lo que probablemente era en realidad, por estar obligados sus miembros a ocultar su verdadera identidad para subsistir dentro de la sociedad colonial.
LA INMIGRACIÓN DIRECTA
Aunque quizás en el siglo XVIII entraron esporádicamente a Cuba algunas personas naturales de África del Norte y el Medio Oriente, no es hasta la década de 1870 cuando arriban con regularidad inmigrantes del etnos árabe, oriundos del territorio autónomo de Monte Líbano, la provincia de Jerusalén, el vilayato de Beirut y otras regiones político-administrativas entonces pertenecientes al Imperio Turco Otomano. (4) La crisis económica y el empobrecimiento de artesanos y campesinos árabes de esas áreas determinaron que muchos de ellos emprendieran una diáspora transoceánica que tenía como punto de mira a Estados Unidos, tras efectuar escalas en puertos europeos, a las que seguían estancias en puertos cubanos y de otras regiones de América, estas últimas muchas veces definitivas.
Un corte muestral del período 1906-1913 probaba que el 30 por ciento de los árabes que habían llegado a Cuba —bajo la denominación de sirios, árabes, turcos y egipcios— lo habían hecho desde la denominada Turquía Asiática, es decir, los territorios arabófonos de tutelaje otomano.
Las escalas más comunes en el trayecto eran Córcega (8, 95 por ciento) y España, Islas Canarias e Islas Baleares (7, 95), mientras que otros habían pasado por Puerto Rico (20, 48), México (16, 97) y Estados Unidos (11, 62 por ciento). Sólo un por ciento minoritario de los que arribaron, había estado antes en Cuba. (5)
La entrada se producía, fundamentalmente, por La Habana y Santiago de Cuba, ciudades en las cuales los inmigrantes árabes formaron una significativa infraestructura social en el ámbito del barrio, que incluyó la creación de sociedades benéficas y culturales, prensa periódica, comercios y una organizada actividad religiosa.
Ya entre 1885 y 1890 existía un discreto asentamiento en los antiguos barrios coloniales habaneros de San Nicolás, Chávez, Guadalupe y Jesús María, que tenían como nervio principal la Calzada de Monte. En los libros bautismales de la Parroquia de San Nicolás (hoy San Judas Tadeo y San Nicolás) se constata la residencia en su zona pastoral de las familias Pichara, Selemon, Gabriel, Yaponch..., provenientes en su mayoría del Líbano y algunas pocas de Palestina. (6) En Santiago de Cuba, ya en 1891 se celebran matrimonios uniétnicos entre los inmigrantes, muchos de ellos asentados en el barrio Tivoli.
Los que entraban por el puerto habanero eran registrados en el Apostadero, y luego internados en el Campamento de Inmigrantes en Triscornia (ubicado en Casablanca), donde debían someterse a exámenes médicos, comunicar el nombre de la persona que los reclamaba (generalmente un coterráneo establecido ya en Cuba) y declarar a las autoridades aduanales la casa donde residirían.
En el aspecto económico, las estadísticas aportadas por la Secretaría de Hacienda de la República de Cuba entre 1904 y 1928 vislumbran que los inmigrantes árabes no eran considerados dentro de los más depauperados, toda vez que más del 75 por ciento pagaba su propio pasaje, sin depender de otras personas; incluso, más de la mitad exhibían como condición pecuniaria una suma superior a 30 pesos, cantidad significativa en la época. Las condiciones físicas eran generalmente buenas. Se tienen indicios de que la enfermedad más común que portaban algunos era la tracomatosis, una patología visual de tipo contagioso. Otras estadísticas indican la correlación de sexos y estado civil de los inmigrantes. Entre 1906 y 1928 entraron al país 10 mil 652 varones y dos mil 427 mujeres; del total sólo tres mil 863 eran casados, y un total de nueve mil 526, solteros. Pese a ello, durante las primeras seis décadas de la inmigración predominaron en Cuba los matrimonios endogámicos, o sea, por lo general los emigrantes árabes escogían para su matrimonio a una coterránea, que en algunas ocasiones era miembro de su familia.
De las parejas que llegaban casadas, la mayoría eran matrimonios entre personas de la misma aldea, lo cual constituía una tradición ampliamente extendida. En el caso de los libaneses registrados por el Ministerio de Ultramar del Líbano a mediados del siglo XX, un 69, 5 por ciento eran parejas intraldeanas.
Esa costumbre contribuye a mantener en alguna medida la estabilidad de las colonias árabes en un primer período. Sin embargo, a partir de la primera generación de descendientes, hay una tendencia al aumento de los matrimonios con otros representantes del etnos cubano.
GAMA DE OFICIOS
A diferencia de los braceros haitianos, los indios orientales y otras inmigraciones que llegaban para trabajar en Cuba por régimen de contrato en ingenios azucareros, los levantinos ejercían de manera libre actividades mercantiles. Ya en sus propias ciudades de origen habían practicado un sinnúmero de oficios, entre los que se destacaban labrador, comerciante y jornalero.
En el caso de la inmigración libanesa —nacionalidad árabe mayoritaria en Cuba— la composición ocupacional es difícil de determinar, pues la mayoría de sus representantes aparecen registrados con la denominación étnica de turcos y sirios. Sin embargo, parece que entre ellos abundaban más los comerciantes; quizás, por ser agricultores que en su país de origen habían emigrado de las aldeas a los suburbios y ciudades, donde —al no obtener suficiente éxito— terminaron optando por la emigración trasatlántica. No es menos cierto que también un significativo número de libaneses ejerció como jornaleros, labradores y dependientes.
Por su parte, los naturales de Palestina eran los que tenían mayor representación de labradores. Entre los árabes palestinos que arribaron a Cuba en el período de 1923 y 1928, se cuentan agricultores (45 por ciento), jornaleros (33) y comerciantes (8). El resto de los oficios lo compartían impresores, estudiantes, hojalateros, marineros y zapateros, además de un grupo sin ocupación, formado por mujeres y niños (13 por ciento).
El escenario de Cuba era muy favorable al comercio. Una población devastada por intensos años de contienda bélica contra España, y una economía necesitada de nuevas fuentes de trabajo, propició el desarrollo de actividades mercantiles de menor escala. Los árabes pudieron incursionar, sin contratiempos, en la esfera de venta de productos textiles, primero, como vendedores ambulantes; luego, como propietarios de pequeñas tiendas, y finalmente, como almacenistas e importadores. Al incrementarse desde los años 20 ese tipo de faena por la llegada de judíos emigrados de Rusia y Polonia, ello generó que se bautizara inapropiadamente a sirios, libaneses y palestinos con el término de «polacos», aplicado por la población cubana a todo foráneo que desarrollaba actividades de ventas al por mayor.
Específicamente, en el comercio ambulatorio, los levantinos encontraron una opción que rivalizó con los comerciantes de origen hispánico. Esa ocupación la ejercían incluso en las ciudades-escalas, después que salían del punto de origen. Adquirían retazos de tela de la forma más barata y, aprovechando el oficio de costurería desempeñado por algunos inmigrantes, confeccionaban ropas y las vendían de casa en casa.
En fecha tan temprana como el 19 de marzo de 1883, las Actas Capitulares del Ayuntamiento habanero dan fe de la venta ambulatoria de mercancías por inmigrantes de origen árabe:
«Diose cuenta de una instancia de Dn Jorge Cattan, natural de Palestina, pidiendo se le conceda como gracia por carecer completamente de recursos para regresar a su país licencia para establecer una venta de efectos de Jerusalén por el término de un mes en la calle del Obispo número 45 y el Excmo Ayuntamiento declaró que no está en sus facultades el dispensar las contribuciones, y en tal concepto se espida la licencia al interesado si así lo deseare abonando la contribución que corresponda previa clasificación del gremio respectivo».Sin embargo, no es hasta 1899 cuando aparece registrado un comerciante levantino en las guías comerciales cubanas: Luis Azar, residente en la calle Monte número136 entre Ángeles e Indio, nativo de Jerusalén y de fe cristiana. (7) Azar administraba una sedería, que representa el segundo paso seguido por el comerciante árabe, o sea, abrir un local permanente para la venta de objetos de seda y de otros géneros, encajes, quincallería...
Entre los primeros comerciantes árabes de la capital cubana también se destacó el libanés Gabriel M. Maluf, quien en 1907 aparecía dirigiendo el almacén de artículos de seda y quincalla La Verdad, sito entonces en Egido número 7. Paralelamente, en 1909, en la ciudad de Santiago de Cuba ya se registran las firmas de «Abdala y Hadad», y «Cremati y Chediak», como importadoras de artículos de seda y dueños de quincallería.
En un análisis sobre el comportamiento de los inmigrantes árabes en la esfera ocupacional en 17 ciudades de Cuba durante el año de 1927, se observa que la tercera parte de las categorías eran cubiertas por almacenes y tiendas de tejido y sedería, junto a las tiendas de ropa hecha para caballeros. Para esta fecha, Cueto, Holguín y Santiago de Cuba secundaban a La Habana en la densidad de los comerciantes árabes. (8)
Pese a la mayoría de comerciantes presentes en la estructura ocupacional de los arabófonos cristianos y musulmanes, todo hace inferir que —desde fines del siglo XIX— jóvenes inmigrantes del Líbano, Palestina y Siria matriculan en las aulas universitarias cubanas para ejercer el periodismo, la medicina, ingeniería y otras carreras.
Entre los primeros estudiantes de medicina de procedencia árabe en el siglo XX destacan Juan B. Kourí y, posteriormente, su hermano Pedro, eminente parasitólogo nativo de Puerto Príncipe, Camagüey.
EL MOSAICO RELIGIOSO
Los árabes transportaron a Cuba, al menos nominal e individualmente, sus diversas confesiones, propias del mundo multirreligioso mesoriental. Así, por ejemplo, aproximadamente el 58 por ciento de los arribantes libaneses pertenecía a la comunidad cristiano-maronita, procedentes en su mayoría de la montaña libanesa o Monte Líbano. Otro núcleo importante fue el de los practicantes del rito griego ortodoxo. También llegaron musulmanes sunitas y chiitas, así como feligreses —aunque en exiguas cantidades— del rito griego católico, sirios católicos y drusos.
A la luz de nuevas investigaciones se ha comprobado que un total de cinco clérigos maronitas ejercieron su ministerio en La Habana. El primero que se conozca fue Mateo Noemí, quien ya ejercía en la Parroquia de San Nicolás de Bari (Centro Habana) desde noviembre de 1899. Fue sustituido por Martino Deleptani, quien ofició hasta los años 30 y tuvo gran arraigo en la colonia cristiano árabe de la barriada de Monte, e incluso en las ciudades de Sagua la Grande y Cienfuegos, donde también prestó servicios a los vecinos maronitas a principios de siglo.
Hacia fines de la década del 30, y hasta 1952, oficia en la parroquia de San Nicolás, Juan Kourí Aramouni, quizás el más relevante prelado libanés en Cuba. Este visitador apostólico participó en la colocación allí de la imagen de San Marón —patrón de los feligreses maronitas de esa iglesia, hoy denominada San Judas Tadeo y San Nicolás—, así como en la inauguración, en 1943, del panteón de la Sociedad Libanesa de La Habana, en el Cementerio de Colón. Posteriormente, los cristianos árabes de La Habana contaron con los servicios religiosos de los reverendos maronitas Juan Elías Korkemas (1952-1955) y Boutros Abi Karam (1955-1958).
Pese a esta amplitud confesional, el mosaico religioso de los inmigrantes árabes se fue desvaneciendo a la par y a tenor con el proceso de asimilación de este grupo étnico al etnos-nación cubano, hasta el punto que las generaciones de descendientes, en su mayoría, no practicaron el rito de sus ancestros. Conservan, sin embargo, algunos matices de carácter sicosocial e idiosincrático, así como ciertas costumbres culinarias, siempre que lo permitan las condiciones de su preparación.
LA HUELLA INDELEBLE
No se ha calculado con exactitud el número de cubanos descendientes de árabes, aunque estimados orales hablan de 50 mil. Constituyen un índice de su existencia los aproximadamente 600 apellidos presentes en la población cubana, herencia y vigencia de ese importante proceso migratorio.
Por supuesto, deben diferenciarse los aportes étnicos de la inmigración directa, de aquellos elementos culturales árabes que, llegados a través de la cultura hispana, están presentes en la cultura cubana, y que no dependieron necesariamente del movimiento migratorio de los dos últimos siglos.
Así, un gran número de arabismos presentes en el habla popular cubana procede de la etapa colonial primigenia por ser el lenguaje heredado de los colonizadores españoles, que —a su vez— adoptó esos vocablos de la mezcla etnocultural de ocho siglos entre árabes y peninsulares. La expresión ojalá, por ejemplo, es el derivado castellano de wa allah, típica frase musulmana que significa «quiera Dios».
La indeleble huella árabe en Cuba está siendo ahora rescatada, como una vieja deuda antillana con una importante e imperecedera civilización.
(1) Libro de barajas de la Parroquial Mayor de La Habana, Folio 35-1, Archivo de la Catedral de La Habana.
(2)García del Pino, César: Documentos para la historia colonial de Cuba. Siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1998, pp. 66-67.
(3) Citado por Rodríguez Ferrer, Miguel: Naturaleza y civilización de la grandiosa Isla de Cuba, Madrid, 1876, t. 2, pp. 485-486.
(4) Menéndez, Rigoberto: Componentes árabes en la cultura cubana, Ediciones Boloña, La Habana, 1990, p. 24.
(5) Informes de Inmigración y Movimientos de Pasajeros. Sección de Estadísticas de la Secretaría de Hacienda de la República de Cuba (1906-1914).
(6) Libros de Matrimonios de españoles. Archivo Parroquial de San Judas Tadeo y San Nicolás de Bari.
(7) Directorio Mercantil de la Isla de Cuba para el año 1900, Imprenta del Avisador Comercial, La Habana, 1899.
(8) Menéndez, Rigoberto: op.cit., p. 39.
Tres años después, la relación de esclavos llegados a La Habana en la galera «San Agustín» deja constancia del arribo de algunos procedentes del norte de África, entre ellos moriscos y berberíes, los últimos pertenecientes a un grupo no árabe autóctono de esa zona y practicantes del islamismo. Fechado en febrero de 1596, el listado —hallado por el prestigioso historiador cubano doctor César García del Pino— menciona a 45 personas con nombres musulmanes y sus ciudades de nacimiento. (2)
La diáspora morisca hacia Cuba continuó hasta mediados del siglo XVII, en tal medida que autoridades civiles y religiosas emitieron quejas sobre esa «peligrosa presencia» en La Habana. Y si bien la mayoría de los árabes llegados a costas cubanas eran esclavos, también arribaron hombres libres, o sea, moriscos conversos al cristianismo, conocidos en España como «nuevamente convertidos». En ambos casos, su irrupción en Cuba significaba una violación de la legislación oficial española, que prohibía explícitamente la entrada al Nuevo Mundo de «esclavos, y esclavas berberiscas, y otras personas libres nuevamente convertidos de moros e hijos de ellos [...] porque en tierra nueva como ésa, donde nuevamente se planta la fe, conviene se quite toda ocasión, porque no se pueda sembrar y publicar en ella la secta de Mahoma ni otra alguna en ofensa de Dios nuestro señor y perjuicio de Nuestra Santa Fe Católica...» (3)
A esa presencia morisca que, como primera vía de impronta árabe, llega a Cuba a través de la colonización española, la denominamos inmigración indirecta. Su existencia en el país se hizo menos visible de lo que probablemente era en realidad, por estar obligados sus miembros a ocultar su verdadera identidad para subsistir dentro de la sociedad colonial.
LA INMIGRACIÓN DIRECTA
Aunque quizás en el siglo XVIII entraron esporádicamente a Cuba algunas personas naturales de África del Norte y el Medio Oriente, no es hasta la década de 1870 cuando arriban con regularidad inmigrantes del etnos árabe, oriundos del territorio autónomo de Monte Líbano, la provincia de Jerusalén, el vilayato de Beirut y otras regiones político-administrativas entonces pertenecientes al Imperio Turco Otomano. (4) La crisis económica y el empobrecimiento de artesanos y campesinos árabes de esas áreas determinaron que muchos de ellos emprendieran una diáspora transoceánica que tenía como punto de mira a Estados Unidos, tras efectuar escalas en puertos europeos, a las que seguían estancias en puertos cubanos y de otras regiones de América, estas últimas muchas veces definitivas.
Un corte muestral del período 1906-1913 probaba que el 30 por ciento de los árabes que habían llegado a Cuba —bajo la denominación de sirios, árabes, turcos y egipcios— lo habían hecho desde la denominada Turquía Asiática, es decir, los territorios arabófonos de tutelaje otomano.
Las escalas más comunes en el trayecto eran Córcega (8, 95 por ciento) y España, Islas Canarias e Islas Baleares (7, 95), mientras que otros habían pasado por Puerto Rico (20, 48), México (16, 97) y Estados Unidos (11, 62 por ciento). Sólo un por ciento minoritario de los que arribaron, había estado antes en Cuba. (5)
La entrada se producía, fundamentalmente, por La Habana y Santiago de Cuba, ciudades en las cuales los inmigrantes árabes formaron una significativa infraestructura social en el ámbito del barrio, que incluyó la creación de sociedades benéficas y culturales, prensa periódica, comercios y una organizada actividad religiosa.
Ya entre 1885 y 1890 existía un discreto asentamiento en los antiguos barrios coloniales habaneros de San Nicolás, Chávez, Guadalupe y Jesús María, que tenían como nervio principal la Calzada de Monte. En los libros bautismales de la Parroquia de San Nicolás (hoy San Judas Tadeo y San Nicolás) se constata la residencia en su zona pastoral de las familias Pichara, Selemon, Gabriel, Yaponch..., provenientes en su mayoría del Líbano y algunas pocas de Palestina. (6) En Santiago de Cuba, ya en 1891 se celebran matrimonios uniétnicos entre los inmigrantes, muchos de ellos asentados en el barrio Tivoli.
Los que entraban por el puerto habanero eran registrados en el Apostadero, y luego internados en el Campamento de Inmigrantes en Triscornia (ubicado en Casablanca), donde debían someterse a exámenes médicos, comunicar el nombre de la persona que los reclamaba (generalmente un coterráneo establecido ya en Cuba) y declarar a las autoridades aduanales la casa donde residirían.
En el aspecto económico, las estadísticas aportadas por la Secretaría de Hacienda de la República de Cuba entre 1904 y 1928 vislumbran que los inmigrantes árabes no eran considerados dentro de los más depauperados, toda vez que más del 75 por ciento pagaba su propio pasaje, sin depender de otras personas; incluso, más de la mitad exhibían como condición pecuniaria una suma superior a 30 pesos, cantidad significativa en la época. Las condiciones físicas eran generalmente buenas. Se tienen indicios de que la enfermedad más común que portaban algunos era la tracomatosis, una patología visual de tipo contagioso. Otras estadísticas indican la correlación de sexos y estado civil de los inmigrantes. Entre 1906 y 1928 entraron al país 10 mil 652 varones y dos mil 427 mujeres; del total sólo tres mil 863 eran casados, y un total de nueve mil 526, solteros. Pese a ello, durante las primeras seis décadas de la inmigración predominaron en Cuba los matrimonios endogámicos, o sea, por lo general los emigrantes árabes escogían para su matrimonio a una coterránea, que en algunas ocasiones era miembro de su familia.
De las parejas que llegaban casadas, la mayoría eran matrimonios entre personas de la misma aldea, lo cual constituía una tradición ampliamente extendida. En el caso de los libaneses registrados por el Ministerio de Ultramar del Líbano a mediados del siglo XX, un 69, 5 por ciento eran parejas intraldeanas.
Esa costumbre contribuye a mantener en alguna medida la estabilidad de las colonias árabes en un primer período. Sin embargo, a partir de la primera generación de descendientes, hay una tendencia al aumento de los matrimonios con otros representantes del etnos cubano.
GAMA DE OFICIOS
A diferencia de los braceros haitianos, los indios orientales y otras inmigraciones que llegaban para trabajar en Cuba por régimen de contrato en ingenios azucareros, los levantinos ejercían de manera libre actividades mercantiles. Ya en sus propias ciudades de origen habían practicado un sinnúmero de oficios, entre los que se destacaban labrador, comerciante y jornalero.
En el caso de la inmigración libanesa —nacionalidad árabe mayoritaria en Cuba— la composición ocupacional es difícil de determinar, pues la mayoría de sus representantes aparecen registrados con la denominación étnica de turcos y sirios. Sin embargo, parece que entre ellos abundaban más los comerciantes; quizás, por ser agricultores que en su país de origen habían emigrado de las aldeas a los suburbios y ciudades, donde —al no obtener suficiente éxito— terminaron optando por la emigración trasatlántica. No es menos cierto que también un significativo número de libaneses ejerció como jornaleros, labradores y dependientes.
Por su parte, los naturales de Palestina eran los que tenían mayor representación de labradores. Entre los árabes palestinos que arribaron a Cuba en el período de 1923 y 1928, se cuentan agricultores (45 por ciento), jornaleros (33) y comerciantes (8). El resto de los oficios lo compartían impresores, estudiantes, hojalateros, marineros y zapateros, además de un grupo sin ocupación, formado por mujeres y niños (13 por ciento).
El escenario de Cuba era muy favorable al comercio. Una población devastada por intensos años de contienda bélica contra España, y una economía necesitada de nuevas fuentes de trabajo, propició el desarrollo de actividades mercantiles de menor escala. Los árabes pudieron incursionar, sin contratiempos, en la esfera de venta de productos textiles, primero, como vendedores ambulantes; luego, como propietarios de pequeñas tiendas, y finalmente, como almacenistas e importadores. Al incrementarse desde los años 20 ese tipo de faena por la llegada de judíos emigrados de Rusia y Polonia, ello generó que se bautizara inapropiadamente a sirios, libaneses y palestinos con el término de «polacos», aplicado por la población cubana a todo foráneo que desarrollaba actividades de ventas al por mayor.
Específicamente, en el comercio ambulatorio, los levantinos encontraron una opción que rivalizó con los comerciantes de origen hispánico. Esa ocupación la ejercían incluso en las ciudades-escalas, después que salían del punto de origen. Adquirían retazos de tela de la forma más barata y, aprovechando el oficio de costurería desempeñado por algunos inmigrantes, confeccionaban ropas y las vendían de casa en casa.
En fecha tan temprana como el 19 de marzo de 1883, las Actas Capitulares del Ayuntamiento habanero dan fe de la venta ambulatoria de mercancías por inmigrantes de origen árabe:
«Diose cuenta de una instancia de Dn Jorge Cattan, natural de Palestina, pidiendo se le conceda como gracia por carecer completamente de recursos para regresar a su país licencia para establecer una venta de efectos de Jerusalén por el término de un mes en la calle del Obispo número 45 y el Excmo Ayuntamiento declaró que no está en sus facultades el dispensar las contribuciones, y en tal concepto se espida la licencia al interesado si así lo deseare abonando la contribución que corresponda previa clasificación del gremio respectivo».Sin embargo, no es hasta 1899 cuando aparece registrado un comerciante levantino en las guías comerciales cubanas: Luis Azar, residente en la calle Monte número136 entre Ángeles e Indio, nativo de Jerusalén y de fe cristiana. (7) Azar administraba una sedería, que representa el segundo paso seguido por el comerciante árabe, o sea, abrir un local permanente para la venta de objetos de seda y de otros géneros, encajes, quincallería...
Entre los primeros comerciantes árabes de la capital cubana también se destacó el libanés Gabriel M. Maluf, quien en 1907 aparecía dirigiendo el almacén de artículos de seda y quincalla La Verdad, sito entonces en Egido número 7. Paralelamente, en 1909, en la ciudad de Santiago de Cuba ya se registran las firmas de «Abdala y Hadad», y «Cremati y Chediak», como importadoras de artículos de seda y dueños de quincallería.
En un análisis sobre el comportamiento de los inmigrantes árabes en la esfera ocupacional en 17 ciudades de Cuba durante el año de 1927, se observa que la tercera parte de las categorías eran cubiertas por almacenes y tiendas de tejido y sedería, junto a las tiendas de ropa hecha para caballeros. Para esta fecha, Cueto, Holguín y Santiago de Cuba secundaban a La Habana en la densidad de los comerciantes árabes. (8)
Pese a la mayoría de comerciantes presentes en la estructura ocupacional de los arabófonos cristianos y musulmanes, todo hace inferir que —desde fines del siglo XIX— jóvenes inmigrantes del Líbano, Palestina y Siria matriculan en las aulas universitarias cubanas para ejercer el periodismo, la medicina, ingeniería y otras carreras.
Entre los primeros estudiantes de medicina de procedencia árabe en el siglo XX destacan Juan B. Kourí y, posteriormente, su hermano Pedro, eminente parasitólogo nativo de Puerto Príncipe, Camagüey.
EL MOSAICO RELIGIOSO
Los árabes transportaron a Cuba, al menos nominal e individualmente, sus diversas confesiones, propias del mundo multirreligioso mesoriental. Así, por ejemplo, aproximadamente el 58 por ciento de los arribantes libaneses pertenecía a la comunidad cristiano-maronita, procedentes en su mayoría de la montaña libanesa o Monte Líbano. Otro núcleo importante fue el de los practicantes del rito griego ortodoxo. También llegaron musulmanes sunitas y chiitas, así como feligreses —aunque en exiguas cantidades— del rito griego católico, sirios católicos y drusos.
A la luz de nuevas investigaciones se ha comprobado que un total de cinco clérigos maronitas ejercieron su ministerio en La Habana. El primero que se conozca fue Mateo Noemí, quien ya ejercía en la Parroquia de San Nicolás de Bari (Centro Habana) desde noviembre de 1899. Fue sustituido por Martino Deleptani, quien ofició hasta los años 30 y tuvo gran arraigo en la colonia cristiano árabe de la barriada de Monte, e incluso en las ciudades de Sagua la Grande y Cienfuegos, donde también prestó servicios a los vecinos maronitas a principios de siglo.
Hacia fines de la década del 30, y hasta 1952, oficia en la parroquia de San Nicolás, Juan Kourí Aramouni, quizás el más relevante prelado libanés en Cuba. Este visitador apostólico participó en la colocación allí de la imagen de San Marón —patrón de los feligreses maronitas de esa iglesia, hoy denominada San Judas Tadeo y San Nicolás—, así como en la inauguración, en 1943, del panteón de la Sociedad Libanesa de La Habana, en el Cementerio de Colón. Posteriormente, los cristianos árabes de La Habana contaron con los servicios religiosos de los reverendos maronitas Juan Elías Korkemas (1952-1955) y Boutros Abi Karam (1955-1958).
Pese a esta amplitud confesional, el mosaico religioso de los inmigrantes árabes se fue desvaneciendo a la par y a tenor con el proceso de asimilación de este grupo étnico al etnos-nación cubano, hasta el punto que las generaciones de descendientes, en su mayoría, no practicaron el rito de sus ancestros. Conservan, sin embargo, algunos matices de carácter sicosocial e idiosincrático, así como ciertas costumbres culinarias, siempre que lo permitan las condiciones de su preparación.
LA HUELLA INDELEBLE
No se ha calculado con exactitud el número de cubanos descendientes de árabes, aunque estimados orales hablan de 50 mil. Constituyen un índice de su existencia los aproximadamente 600 apellidos presentes en la población cubana, herencia y vigencia de ese importante proceso migratorio.
Por supuesto, deben diferenciarse los aportes étnicos de la inmigración directa, de aquellos elementos culturales árabes que, llegados a través de la cultura hispana, están presentes en la cultura cubana, y que no dependieron necesariamente del movimiento migratorio de los dos últimos siglos.
Así, un gran número de arabismos presentes en el habla popular cubana procede de la etapa colonial primigenia por ser el lenguaje heredado de los colonizadores españoles, que —a su vez— adoptó esos vocablos de la mezcla etnocultural de ocho siglos entre árabes y peninsulares. La expresión ojalá, por ejemplo, es el derivado castellano de wa allah, típica frase musulmana que significa «quiera Dios».
La indeleble huella árabe en Cuba está siendo ahora rescatada, como una vieja deuda antillana con una importante e imperecedera civilización.
(1) Libro de barajas de la Parroquial Mayor de La Habana, Folio 35-1, Archivo de la Catedral de La Habana.
(2)García del Pino, César: Documentos para la historia colonial de Cuba. Siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1998, pp. 66-67.
(3) Citado por Rodríguez Ferrer, Miguel: Naturaleza y civilización de la grandiosa Isla de Cuba, Madrid, 1876, t. 2, pp. 485-486.
(4) Menéndez, Rigoberto: Componentes árabes en la cultura cubana, Ediciones Boloña, La Habana, 1990, p. 24.
(5) Informes de Inmigración y Movimientos de Pasajeros. Sección de Estadísticas de la Secretaría de Hacienda de la República de Cuba (1906-1914).
(6) Libros de Matrimonios de españoles. Archivo Parroquial de San Judas Tadeo y San Nicolás de Bari.
(7) Directorio Mercantil de la Isla de Cuba para el año 1900, Imprenta del Avisador Comercial, La Habana, 1899.
(8) Menéndez, Rigoberto: op.cit., p. 39.
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