Fundada el 15 de agosto de 1511 en el extremo oriental de Cuba, la villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa celebró el pasado año su medio milenio de existencia. En dicha coyuntura, y como parte del proceso de revitalización de la ciudad, se acordó devolver el esplendor a uno de sus más célebres atributos: el escudo.
Primoroso, reposando en el caballete, el cuadro luce como si estuviese recién terminado. Apenas una semana antes de que Baracoa conmemorase los 500 años de su fundación, el escudo regresó para presidir la ceremonia solemne.
Fundada el 15 de agosto de 1511 en el extremo oriental de Cuba, la villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa celebró el pasado año su medio milenio de existencia. En dicha coyuntura, y como parte del proceso de revitalización de la ciudad, se acordó devolver el esplendor a uno de sus más célebres atributos: el escudo.
De tal suerte, la pieza, que fue realizada en 1838 y evidenciaba gran deterioro, fue trasladada a la capital para su evaluación en el Gabinete de Restauración de Pintura de Caballete Juan Bautista Vermay, de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
Un exhaustivo análisis preliminar aportó la información básica sobre su estado, requisito este para iniciar la restauración. El bastidor, al parecer de pinotea, había sido atacado por xilófagos, los cuales ocasionaron graves daños, por lo que fue necesaria su sustitución por uno de cedro y cuñas.
En sentido general, la capa pictórica mostraba buena adherencia, salvo en algunas zonas como la de las roturas, donde se reconocían pequeños desprendimientos, resultado de la brusquedad que conlleva un rompimiento en la tela, lo cual provocó que se removieran los estratos de la obra. Se detectó una suciedad generalizada, producto del paso del tiempo y los efectos nocivos de los agentes antes expuestos.
También se verificó que la capa de protección del cuadro estaba «pasmada» por la acción de la humedad, dando a la obra un aspecto lechoso, desagradable a la vista. Era necesaria su eliminación durante la limpieza.
La restauración
Acomodado el cuadro encima de la mesa del restaurador, se procedió a intervenir de acuerdo con las normas establecidas para casos similares. Una vez protegido, pudo desmontarse del bastidor y limpiar su reverso con una lija «muerta», para eliminar las suciedades y pegamentos presentes que pudieran impedir una buena adherencia durante el reentelado.
Limpio el reverso, se acometió el reentelado con cera-resina. Se procuró que dicha tela, debidamente tensada, tuviese un espesor mayor que la original, de manera que pudiese dominarla. Con calor aplicado con plancha y temperatura regulada, se adhirieron ambas telas por el reverso. Posteriormente fue retirado el velado de protección y se planchó por el anverso, para lograr mejor uniformidad y adhesividad.
Este proceder devolvió resistencia y estabilidad al soporte, al igual que a los demás estratos de la pintura (base de preparación y capa pictórica), lo cual, evidentemente, aumenta la perdurabilidad de una obra en el tiempo. Asimismo, los faltantes de soporte fueron rellenados con estuco realizado con cera de abejas y blanco de España.
Sin ningún peligro, se procedió a la limpieza del cuadro. De esta forma se devolvió luminosidad a la obra, y emergieron los colores opacados por la suciedad acumulada.
Fue eliminada la tonalidad lechosa, y con esto quedó reestablecida la apariencia primigenia, lo que permitirá una mejor lectura de cada atributo. Se aplicó un primer barnizado con brocha para garantizar brillo a los colores y aislar la capa pictórica originaldel reintegro de color a realizar posteriormente, con pigmentos y barniz dammar. Finalizada esta operación se proveyó del barniz final con pistola, que funciona como capa de protección. Habían transcurrido dos meses de intensa restauración.
Renovado símbolo
Primoroso, reposando en el caballete, el cuadro luce como si estuviese recién terminado. Apenas una semana antes de que Baracoa conmemorase los 500 años de su fundación, el escudo regresó para presidir la ceremonia solemne. Con sorpresa y efusividad, como aquel día de fines de 1838, cuando se supo que la Reina había autorizado que la villa adoptara el ansiado emblema, recibieron los ciudadanos, ya lustroso, el preciado símbolo.
Una vez más, el avance de la ciencia unido a la voluntad de los hombres, permitió que este pedazo de historia de la Villa Primada y de la nación prevalezca en el tiempo.
Viviana Valdés Soto
Especialista del Gabinete de Restauración
de Pintura de Caballete (Oficina del Historiador
de La Ciudad)
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