Como una contribución a las artes industriales, puede considerarse este peculiar sistema cerámico de construcción y preservación de vidrieras.
Como una contribución a las artes industriales, puede considerarse este peculiar sistema cerámico de construcción y preservación de vidrieras.
Autores como Anita Arroyo (Las artes industriales en Cuba, 1943) y Yolanda Aguirre (Vidriería cubana, 1971) dedicaron valiosas investigaciones a tipificar el arte de la vidriería y sus orígenes y proliferación en Cuba desde la colonia hasta la etapa republicana. Sin embargo, poco sabemos sobre la manera en que muchos de esos vitrales y lucernarios fueron fabricados; si sus componentes vinieron del extranjero, ya diseñados, y solamente hubo que instalarlas, o existió una artesanía cubana autóctona.
Mientras que en la época colonial predominó el vitral de sencillas figuras geométricas, realizado con la técnica del embellotado (bastidor de madera), ya en el siglo XX prolifera el uso de vidrieras emplomadas, con un eclecticismo notorio en su estilo, caracterizado por el empleo profuso de motivos ornamentales: florales, mitológicos, religiosos... Según Arroyo, cuando aumenta la demanda de esos vitrales más figurativos por parte de la gente adinerada, aparecen las primeras casas que se dedican a la vidriería; no obstante, este arte industrial no logra desarrollarse en todo su esplendor: «Es de lamentar el estado de estancamiento, por la escasez de demanda de vidrieras de esta clase, de una industria tan hermosa y que tal grado de perfección técnica ha logrado desarrollar en nuestro país».1
Aunque Arroyo únicamente menciona, en pies de fotos, a Martí y Cía. como una de las casas dedicadas al arte de la vidriería, hay constancia de la Casa Ballesteros y Cía. (de Francisco Ballesteros con Nino Mastellari), Gino Georgia, y José Busto y Campa, entre otras. Esta última no solo cumplió pedidos para un buen número de inmuebles a lo largo del país, sino que patentó un «sistema cerámico para la construcción y preservación de lucernarios o vidrieras», el cual empleaba masilla en lugar de plomo, u otro empate metálico, para la fijación de las pequeñas láminas de vidrio.
LA CASA COMERCIAL
José Busto y Campa se inició en la década del 20 y estuvo funcionando hasta 1957, cuando falleció el artífice de los vitrales, tanto de su diseño como de la técnica para su ensamblaje. Sus únicos colaboradores fueron Olga Busto Naveiro, una de sus hijas, quien desde los 12 años participó en la elaboración de todas sus obras, y Antonio Martel Monzón, cuya función principal era la de conseguir pedidos y, una vez terminados los vitrales, hacerse cargo de su colocación.
Los catorce lucernarios que adornan el Palacio de Gobierno, en La Habana Vieja, y los dieciséis vitrales de la Iglesia de La Caridad, en Centro Habana, entre otras, son algunas de las obras representativas realizadas en ese taller. Este funcionó siempre en las dos casas donde viviera Busto, ambas en Santo Suárez. La primera en San Bernardino No. 324 (antes No. 22), entre San Julio y Durege, de la que, al perderla hipotecada en la década del 30, pasó entonces a vivir en la calle Zapotes No. 262, entre Serrano y Durege.
El oficio era complejo y escasamente remunerado, ya que había que adaptar el precio a las circunstancias de los clientes, quienes pedían concesiones y rebajas. Martel recuerda: «Antes en Cuba no se apreciaba el arte; por ejemplo, un vitral ojival de cinco metros de alto por uno y medio de ancho (…), como es el caso de los vitrales de la Iglesia de la Caridad, nos llevaba hacerlo 50 días. El material empleado nos costaba 150 pesos, y el ventanal lo vendíamos en unos 600 pesos; el trabajo era a mano, nada de maquinarias. Es decir, la diferencia entre el valor de los materiales y el precio total eran 450 pesos por la mano de obra, que dividido a partes iguales entre los tres, nos tocaba a 150 pesos per cápita cada 50 días: una miseria. El artista siempre vivía mal».2
José María Busto y Campa, artesano autodidacta, fue toda su vida un hombre humilde. Nació el 29 de julio de 1887 en Avilés, Asturias, y emigró a Cuba con el inicio del siglo XX, cuando apenas tenía la edad de 11 años. Al igual que sus hermanos, vino a trabajar con un tío que era rico comerciante y propietario de una de las tiendas habaneras más importantes de aquel entonces: La Isla de Cuba. Comían y dormían en el propio establecimiento comercial y les quedaba el domingo libre para pasear. Hasta que José María decidió independizarse y, según narra su hijo mayor, «una compañía inexistente, con un nombre seudoamericano, fue la pantalla que utilizó para establecer un sistema de ventas de telas y otras mercancías al interior de la isla, empleando el correo y el expreso como medio de transporte y nombrando agentes locales en las poblaciones de importancia».3
Este fue su modus vivendi durante algunos años, hasta que fue construida la Carretera Central y surgieron nuevas facilidades de comunicación entre las provincias y la capital. Busto tuvo que procurar otra manera de ganarse el sustento, para lo cual apeló a su escondida vocación artística: tenía como entretenimiento pintar cuadros al óleo, tomando como referencia ilustraciones de revistas y tarjetas postales. Aunque consideraba la pintura solamente como una afición, su sensibilidad para aplicar los colores sobre el lienzo, así como su habilidad para el dibujo, le reportaron una ventaja al ejercer el que fuera su oficio de por vida: la vidriería artística.
Empezó experimentando con vidrios para puertas, ventanales, tragaluces... Hacía bocetos en acuarela, que luego plasmaba sobre aquellos, empleando barnices y pigmentos franceses. Sin embargo, con el paso del tiempo, el color de esa vidriería se iba desvaneciendo, con mayor rapidez en la instalada en exteriores, y solo quedaban líneas y trazos borrosos. Entonces se propuso crear un método propio para hacer vitrales altamente figurativos sin recurrir al proceso de pigmentación o pintura al fuego. Ello implicaba renunciar a la ancestral técnica del emplomado.
SISTEMA CERÁMICO
El resultado de sus desvelos fue el «Lucernario Artístico Sistema Cerámico», técnica que Busto y Campa logró patentar en 1941 y con la que se ganó la vida hasta su muerte. Incluso hoy día, a pesar del paso del tiempo y la desidia, es posible reconocer sus «vidrieras cerámicas» por la ausencia de empates metálicos y el estilo figurativo del dibujo, cuyos detalles han sido resueltos uniendo diminutos pedazos de vidrios de distintos colores, como un mosaico. Aprisionados entre dos planchas de cristal transparente, a la manera de un emparedado o sándwich, esos trocitos de vidrio se encuentran adheridos entre sí por una masilla previamente teñida de color prusia; o sea, no hay plomo en tales uniones. Los vidrios de colores naturales eran importados de Francia, Bélgica, Inglaterra y Checoslovaquia.
Así se armaron más de mil vitrales, y, según Martel, «estaríamos más de un mes recorriendo La Habana y el interior del país, y no lograríamos verlo todo».4 Cuando una nueva capa de la sociedad cubana empieza a enriquecerse, con lo que se extiende la urbanización principalmente a zonas como el Vedado y los repartos más allá del río Almendares, Busto y Campa aprovecha la demanda. Las típicas viviendas o residencias de los nuevos ricos eran vastas, con más de una planta, amplios portales y terrazas, altas columnas y pisos de losas de gran calidad. Al pasar la puerta de entrada tenían por lo regular un hall o vestíbulo, al final del cual había una escalera hacia el segundo piso, casi siempre en forma curva, con peldaños de mármol y barandas de rebuscada herrería. Detrás de dicha escalera, en la pared del fondo, cabía un vitral de grandes dimensiones en forma de ventanal, propicio para el despliegue de cualquier imaginería: mitológica, literaria u ornamental. En este tipo de construcciones, también eran comunes las pequeñas vidrieras colocadas en puertas interiores y ventanas.
Hacia los años 30, la situación económica no era nada halagüeña para ningún negocio, y menos para la vidriería artística, que a fin de cuentas era un lujo. Transcurrían largos períodos entre un pedido y otro, por lo que Busto tuvo que ampliar sus horizontes, dedicándose también al embellecimiento de baños con azulejería y otros accesorios. Supervisaba la implementación de sus propios diseños, grabándolos en vidrios o colocando pisos de mármol, entre otros soportes. Al parecer, estas alternativas no fueron suficientes, ya que por estas fechas perdió la vivienda de la calle San Bernandino.
Y cuando hubo algún despunte económico, aunque aumentó la construcción de viviendas, ya se trataba de edificios de apartamentos o casas de puntal bajo, por lo que los grandes ventanales tuvieron menos demanda. La vidriería se redujo a las puertas interiores y las ventanas, estas últimas más figurativas en los cuartos de baño. La antigua residencia de Juan Delgado, No. 364, esquina a Vista Alegre, hoy Sala del Tribunal Municipal de 10 de Octubre, conserva todavía varios de esos vitrales en sus puertas y ventanas: las habitaciones tienen copiosos adornos florales, mientras que en el baño hay paisajes marítimos, entre los cuales destaca la figura de un galeón, rica en detalles y colores.
Busto y Campa se desvió hacia el sector comercial, en el que aún prevalecía la tendencia a decorar establecimientos mercantiles y oficinas con vitrales de gran formato. Son los casos de los antiguos Laboratorios OM (actualmente Empresa Mathisa), en Ayestarán No. 196, en el Cerro, y el restaurante Toledo, en Barcelona y Águila, Centro Habana. Asimismo, incursionó en el ámbito religioso, aprovechando la proliferación de templos, donde tradicionalmente eran instaladas grandes vidrieras. Son suyos los vitrales de la capilla del Colegio Nuestra Sra. de Lourdes (actualmente gimnasio del INDER), en Saco y Santa Catalina, Santo Suárez; la Iglesia Metodista de Cuba, en Industria y Virtudes, y la Iglesia de La Caridad, ambas en Centro Habana. Algunas de esas vidrieras ya no existen, o necesitan ser restaurados.
Según el hijo del artífice, «quien desee tener una idea perfecta de las creaciones de José Busto en este campo artístico-religioso, no tiene más que contemplar los dieciséis vitrales que exornan la Iglesia de La Caridad. Son todos bellísimos y presentan la inmensa dificultad de tener figuras en abundancia. En ellos se ha logrado una brillante y maravillosa combinación de cristales que hacen que la obra que figura en ese templo cristiano pueda considerarse un monumento al arte y a la paciencia».4
Tras el fallecimiento del creador de la «vidriería cerámica», su técnica no tuvo continuadores, pero sus vitrales pueden ser encontrados a lo largo del país; la mayoría, en La Habana. Prácticamente anónimos, pues no acostumbraba a firmarlos, pocos han sido restaurados. Sin embargo, se conservan como el sello distintivo de su autor, aun después de más de medio siglo de haber sido concebidos.
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1Anita Arroyo: Las Artes Industriales en Cuba, Cultural, S.A., La Habana, 1943.
2 Manuel Pereira:«El sueño de cristal», revista Cuba Internacional, La Habana, febrero de 1971, p. 56.
3,4 Jorge Busto: «José Busto Campa y el Vitral Cubano». Inédito, La Habana, 1959.
Guillermina Ares Valdés
Fundadora del Centro de Información para la Prensa en Cuba