La nieta de Winston Churchill visitó nuestro país hace unos años para estudiar mejor los nexos de su abuelo con Cuba. En 1895 estuvo por primera vez aquí Churchill y tardaría más de medio siglo en regresar a la Isla: el 1 de febrero de 1946, en compañía de Lady Churchill y su hija Sarah, disfrutó una semana de paseo, natación y pintura.
Con 21 años llegó a La Habana en noviembre de 1895 y zarpó al mes siguiente. Para la prensa estadounidense comentó sobre la guerra en Cuba de aquellos días: «Creo que el fin de la misma será la intervención de los Estados Unidos como conciliador».

La relación de Winston Churchill con Cuba es obvia debido a los miles de fotografías que lo muestran con su compañero inseparable: un habano Romeo y Julieta. Sin embargo, tuvo nexos menos conocidos con la Isla y serán éstos los que su nieta, Celia Sandys, buscará afanosamente cuando arribe a Cuba dentro de unos meses. Autora y conferencista en el ámbito internacional, su primer libro, From Winston with Love and Kisses, la consolidó como una autoridad reconocida sobre los años mozos de su abuelo. A éste siguió Churchill Wanted Dead or Alive, un relato best seller de sus hazañas durante la Guerra Anglo-Bóer a fines del siglo XIX. Su próximo libro abordará los viajes de Churchill al exterior que, con excepción de sus excursiones en edad escolar a Francia, se iniciaron con su llegada a Cuba.
 Elegido por un célebre regimiento de caballería –«Los Cuartos Húsares»–, el emprendedor joven Winston Churchill inmediatamente buscó la acción. Prestar servicios en la guerra, dijo, «era la reluciente puerta hacia la distinción. Tanto los caballeros ancianos como las damas jóvenes se encantan con el afortunado poseedor». No obstante, el ejército británico estaba prácticamente en paz y Churchill comprendió que necesitaría dirigir su mirada hacia otro sitio y adoptar medidas extraordinarias si deseaba satisfacer su ambición inmediata.
Cuba fue el nuevo blanco. La dilatada campaña entre los independentistas y las fuerzas del gobierno español continuaba. En Gran Bretaña, los oficiales de «Los Cuartos Húsares» estaban a punto de tomar su largo descanso de invierno para ir de caza y disfrutar de la vida social londinense. Churchill creyó preferible viajar a Cuba, y su solicitud para vacacionar en la Isla causó cierta consternación en los círculos militares británicos que vieron connotaciones políticas en esta relación, aunque el joven se uniría a las fuerzas españolas solamente como observador y no como combatiente. La persistencia churchiliana, ya en evidencia a los veinte años, pronto superó las objeciones oficiales. A través de vínculos familiares, en la persona del embajador británico en España, se abrió el camino hacia Cuba con una carta de presentación dirigida al Capitán General español.
Junto a otro oficial, Churchill llegó a La Habana en noviembre de 1895. «La ciudad y el puerto mostraban una vista magnífica en todos los sentidos», escribió. «Fumamos varios puros y presentamos nuestras credenciales ante las autoridades». Todo se dispuso como deseaban. Durante un viaje en tren, los jóvenes oficiales se pusieron al tanto de la situación con el Capitán General que se encontraba en un recorrido de inspección. Un viaje más lejano en tren y barco los llevó a Sancti Spiritus donde se reunieron con el General Valdés. Vinculados a su cuartel durante dos semanas, cabalgaron con su columna en el área de Arroyo Blanco y Jicotea en la que observaron una actividad notable. El treinta de noviembre, día de su veintiún cumpleaños, Churchill estuvo en contacto con el fuego por primera vez. Una bala falló pasando a sólo un pie de su cabeza y matando al caballo que seguía al suyo. Acerca de esto escribió: «Comencé a adoptar una posición más analítica de nuestra empresa que la que había tenido hasta el momento».
Aunque estaba asociado a las fuerzas españolas, que lo presentaban con la primera de sus numerosas medallas, sus simpatías se dirigían a los rebeldes. Hubiera sido impolítico ser descortés con sus anfitriones si escribía su parecer en un periódico británico; sin embargo, en su despacho final al diario, expresó candorosamente sus puntos de vista. Lo que se necesitaba, escribió, era una Cuba «libre y próspera» bajo «una administración patriótica que abriera sus puertas al comercio con el mundo, que cambiara los habanos por el algodón de Lancashire y el azúcar de Matanzas por los aceros de Sheffield».
Churchill zarpó de La Habana en la segunda semana de diciembre. En una entrevista ante la prensa estadounidense comentó sobre la campaña en Cuba: «Creo que el fin de la misma será la intervención de los Estados Unidos como conciliador». Fue una declaración notablemente preclara para un teniente de veintiún años. Tres años después, Cuba lograría la independencia de España al concluir la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana.
Tardaría más de medio siglo en regresar a Cuba, el primero de febrero de 1946. En compañía de Lady Churchill y su hija Sarah, disfrutó una semana de paseo, natación y pintura.
Celia Sandys, durante las investigaciones para su último libro, desenterró una gran cantidad de nuevos materiales gracias a la búsqueda y las charlas con los descendientes de aquellos que conocieron a su abuelo en Sudáfrica hace cien años. Cuando Churchill se hizo famoso, las personas recordaron haberlo conocido o visto. Rememoraron historias sobre él y se las trasmitieron a sus hijos y nietos. Su nieta espera tener la misma experiencia cuando le siga los pasos para su próximo libro y posee la certeza que habrá relatos sobre este gran hombre en Cuba.
Si alguien puede contar anécdotas sobre la estancia de Churchill en Cuba, por favor anótelas con nombre, dirección y teléfono incluidos y envíelas a la redacción de Opus Habana.

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