Este inmueble debe esencialmente su atractivo a un detalle en su fachada que ha perdurado como señal de una antigua tradición: el recorrido del Vía Crucis que se iniciaba en la Orden Tercera de San Francisco de Asís y, tras doblar en la calle de los Oficios, se remontaba por la calle de Amargura hasta la plazuela del Cristo del Buen Viaje.
La cruz verde, original reliquia del cristianismo y que forma parte de la historia de San Cristóbal de La Habana, posee también semejanza con la Cruz de Lorena enarbolada por los franceses libres como símbolo de libertad.
La calle Cruz Verde, hoy Amargura, es conocida por este nombre desde hace casi tres siglos y enlaza las plazas de San Francisco y el Cristo en la Habana Vieja.
Otras dos de las primeras siete villas fundadas por Diego Velázquez de Cuéllar, San Salvador de Bayamo y Trinidad, así como la habanera Asunción de Guanabacoa, presentan arterias con nombres similares desde la época colonial.
El Atlas cubano con planos de 1841 da fe que, en Bayamo, la calle Cruz Verde –actualmente Carlos Manuel de Céspedes– arrancaba en la Plaza de la Iglesia Parroquial Mayor y concluía en el barranco de San Juan, en las afueras de la ciudad. En Trinidad, la calle homónima, que aún conserva el nombre original, posee una longitud de ocho cuadras entre las denominadas del Rosario y San José.
El plano topográfico de Guanabacoa de 1850 informa que la calle Cruz Verde –hoy Juan Bruno Zayas– llega por el sur hasta San Joaquín y, más allá todavía por la de la Gloria, finalizando en el extremo norte por la línea del tranvía que se dirigía a Regla.
EL INMUEBLE
El inmueble que adoptó el nombre de La Cruz Verde en la otrora Habana intramural, estaba situado en el barrio de San Francisco y, en la actualidad, se encuentra marcado con los números 251 al 255 de la calle Mercaderes –acera Este– esquina a Amargura. Completan esa manzana las arterias nombradas San Salvador de Horta (Teniente Rey) y Calle de los Oficios, considerada esta última la más antigua de la ciudad.
La noticia más remota sobre los propietarios de los terrenos de esta edificación la obtuvo Yamilé Lugueras González en el año 2000 para su investigación histórica de inmueble contiguo a éste. Con fecha 24 de enero de 1761, se consigna en el libro 11, folio 346 vuelto, de la Antigua Anotaduría de Hipotecas (Archivo Nacional de Cuba) que la entonces casa que en la actualidad ocupa el restaurante Mesón de la Flota –Mercaderes 257, antes 31 y en un inicio 17– lindaba con una edificación de altos sin numeración, propiedad de los herederos del señor Juan Francisco de Zequeira y Ramallo.
Entre los sucesores-dueños de estos terrenos, tres de ellos obtuvieron el título de condes de Lagunillas. A partir de 1775 se le otorgó esta distinción nobiliaria al nombrado Felipe José de Zequeira y León, entregada luego al segundo y tercer condes: Juan de Zequeira Palma-Beloso y Juan Francisco de Zequeira Rodríguez de Acosta, respectivamente.
La esposa de este último, la condesa-viuda María de los Ángeles de Cárdenas y Pedroso, vendió en 1821 parte del predio –marcado con el número 16– a la señora Isabel Duarte. La parte esquinera, conocida ya en esa época como Casa de la Cruz Verde, continuó como propiedad de la condesa María de los Ángeles hasta 1843 cuando la adquirió el señor Miguel Duarte. Al año siguiente tuvo otro dueño, José de Silva, quien, antes de fallecer en 1872, testó a favor de su esposa, la señora Loreto Bertemati Bonací de Silva.
En 1878, las familias poseyentes de estos terrenos acordaron dividir el condominio establecido sobre esta posesión. De esta manera, la parte correspondiente al área esquinera quedó inscrita como finca 2633 y marcada con el número 29 (hoy día, 253), y el resto se asentó como 2632, con el número 29 ½ (255 en la actualidad).
La Casa de la Cruz Verde, que estaba en manos de Loreto Bertemati, fue adquirida en noviembre de 1880 por María de Regla Sañudo Rebollo para sus tres hijos: Lizardo, María Teresa y María de las Mercedes Muñoz Sañudo. Esta última se casó con el general del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo, de cuya unión concibieron cuatro hijos, uno de los cuales resultó ser la poetisa Dulce María Loynaz Muñoz (1902-1997).
En 1919, tras el fallecimiento de María Teresa Muñoz Sañudo, su parte de la propiedad fue heredada por sus tres hijos: Teresa, Fernando y Manuel Aranda Muñoz, los cuales de común acuerdo traspasaron su derecho hereditario a la abuela materna, María de Regla Sañudo Rebollo.
La última referencia del Registro de la Propiedad, fechada en agosto de 1923, consigna como dueños de estos terrenos a María de Regla Sañudo Rebollo y sus descendientes.
En diálogo con vecinos del inmueble pudimos conocer que esta casa en los años 70 del siglo XX dejó de ser bodega, pues hasta esa fecha se había destinado para tal función. En lo adelante no sería ocupado el espacio habitacional para ninguna otra actividad comercial o doméstica. Tiempo después, el deterioro de la planta alta ocasionó la demolición definitiva de esta edificación del siglo XVIII. (Véase más adelante la cronología histórico-comercial de este inmueble).
El terreno en su totalidad esperó por el proceso reedificador, que incluyó la edificación contigua por la calle Mercaderes marcada con el número 255, estableciéndose en ésta un garaje de estacionamiento para autos.
Ahora, los altos de la Casa de la Cruz Verde se usan como vivienda y en los bajos aledaños existe un garaje de Cuba-Petróleo (CUPET).
VÍA CRUCIS
Desde sus orígenes, en el siglo XVIII, dicha edificación consta de dos plantas, destacándose el balcón corrido con barandaje de hierro, del cual se conservaron solamente los apoyos. Su nivel inferior se dedicó a comercio, y los altos, a vivienda. Pero lo más notable, y que ha llegado hasta nuestros días, es la parte de su fachada que exhibe una sugerente cruz de madera (cedro) pintada en verde, con un soporte en piedra tallada, colocada en la esquina en forma achaflanada. Esta cruz se relaciona con las celebraciones del Vía Crucis, procesión católica que reproduce el martirio de Jesús desde la salida de la casa de Pilatos hasta el Calvario. Impulsada por los padres franciscanos, quienes quedaron a cargo de los Santos Lugares en Palestina desde el siglo XIII, esta devoción se propagó en Europa y América, de ahí que las más antiguas villas y ciudades cubanas guarden el recuerdo de una calle de la Amargura o, bien, de la Cruz o de las Cruces.
Según señala el destacado investigador Carlos Venegas Fornias, aunque desde fines del siglo XVI, La Habana contaba con un importante programa urbano para la realización del Vía Crucis –pues ya se había erigido el Humilladero, con su cruz y calvario fundidos en una misma señal–, «no sería hasta 1640 cuando el ritual adquirió un planeamiento urbano más complejo y expresivo».1
Cada viernes de cuaresma, esta procesión partía de la Capilla de la Santa Veracruz (o de la Orden Tercera de San Francisco de Asís), situada en Oficios esquina a Churruca, y subía por la calle de la Amargura hasta el Humilladero, donde –por iniciativa de los franciscanos– fue erigida una plazuela con una ermita contigua: la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje.
Así, las esquinas de esa significativa calle fueron tomando los nombres de las 14 estaciones y sus respectivas imágenes, entre las que puede mencionarse –además de la Cruz Verde (en la intersección con la calle Mercaderes)– el Cristo del Zapato (Cuba) y las Mujeres Piadosas (Aguacate).
A esta tradición religiosa se añade que, durante esos días previos a la Semana Santa, los devotos imploraban de rodillas o rezaban sus plegarias al Señor frente a esas cruces, en especial por las noches, después de cerradas las iglesias.
La costumbre de persignarse al pasar frente a la Cruz Verde en la intersección de las calles Amargura y Mercaderes continuó para algunas personas hasta bien entrado el siglo XX.
De acuerdo con una comunicación personal del investigador e historiador Pedro Herrera, el último recorrido del Vía Crucis en la capital cubana durante esa centuria tuvo lugar en 1961.
No sería hasta el Viernes Santo correspondiente al 25 de marzo de 2005, que salió nuevamente esta procesión de los fieles católicos desde la casa sede de la congregación de San Salvador de Santa Brígida y Madre Isabel, frente a la antigua edificación de la Orden Tercera de San Francisco de Asís, primigenio punto de partida de esta celebración. Ese día fue recuperado el histórico recorrido por las calles Oficios y Amargura del Centro Histórico habanero.
Con anterioridad, esta celebración religiosa había tenido otra interrupción: se ha referido que en 1808 el Obispo don Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa dictó su prohibición.
De acuerdo con el artículo «El Convento de San Francisco», del arquitecto Luis Bay Sevilla, con el tiempo desaparecerían las otras cruces habaneras. «Años después [a 1808] se retiraron las distintas cruces que existían en dicha calle, quedando sólo la que aún es conocida por la Cruz Verde, en la esquina de Mercaderes, que fue colocada allí únicamente por ser la calle de la Amargura por la que cruzaba el Vía Crucis, a pesar de existir algunas leyendas en relación con la colocación de la cruz en aquel lugar».2 De modo que se le consideraba una singular reliquia del cristianismo dentro de la rica historia habanera.
Poco tiempo después, el periódico El Mundo publicó un breve e interesante artículo que delineaba la significación de ese símbolo cristiano que continuaba empotrado en una de las fachadas de la antigua ciudad: «Dos siglos y 3 años tiene de instalada en La Habana la última de las cruces verdes». Se comentaba –entre otros detalles– que en 1740 fue colocada esta cruz verde, y que la idea de denominarla así «surgió precisamente por la que hoy se ve en la calle Amargura, en el edificio que ocupa una bodega, que fue la primera y resulta ser la última de esas cruces; y así fue cómo surgieron otras: en Villegas, Compostela y otros lugares de La Habana Vieja se colocaron más de cincuenta».3
Suponemos que tal cifra respondía incluso a hechos similares como el descrito en otra parte del texto, en que se nos habla de la existencia de cierta cruz verde que «sirvió en 1848 para perpetuar la muerte de una joven». Estaba ubicada en el mismo centro de la antigua plazoleta de San Agustín –dice Celso T. Montenegro–, «ya desaparecida y de la cual sólo queda una pequeña faja de terreno, que da frente a la iglesia de San Francisco». Y agrega que exactamente donde estaba una fuente fue colocada «cubierta de una urna de madera».
También se añade que el hermano de la Orden Tercera de San Francisco, don Miguel de Castro Palomino y Borroto, tenía una particular devoción, prueba de esto es que del 1740 al 1750 llegó a costear la duodécima estación del Vía Crucis. Él la «adornaba con una alfombra, dos candelabros de plata y un cuadro de Jesús Crucificado?». En tanto, la erigida en memoria de las Piadosas Mujeres «entre las Cruces Verdes fue la más venerada y la más respetada entre las mujeres...»
La cruz verde, original reliquia del cristianismo y que forma parte de la historia de San Cristóbal de La Habana, posee también semejanza con la Cruz de Lorena enarbolada por los franceses libres como símbolo de libertad. Tiene ella su antecedente simbólico en la que se halla desde el siglo XIII en Caravaca, localidad española de Murcia, exactamente en el Templo de la Santa Cruz. Allí se exhibe este objeto venerado, al que se le atribuyen propiedades curativas y de poderes sobrenaturales durante las tormentas. En algunas regiones americanas, como Brasil, esta cruz está asociada al ritual de Santa Catalina, patrona de los ganaderos.
En los terrenos de la desaparecida Iglesia Parroquial Mayor, parte de los cuales se utilizaron para construir el Palacio de los Capitanes Generales –hoy Museo de la Ciudad–, durante las excavaciones arqueológicas de salvamento realizadas entre 1968 y 1969, fue encontrada una pequeña cruz de doble brazo –conocida por cruz patriarcal– que puede ser admirada en una de las vitrinas dedicada a la Sala Parroquial en el mencionado museo habanero.
Recientemente, el cronista oficial de Caravaca José Antonio Melgares Guerrero comentaba en un artículo que, según sus estudios sobre la presencia en la capital cubana de la cruz de esa región española, «tres son los lugares donde se exhibe esta iconografía caravaqueña»: en la fachada del actual Museo del Chocolate, en la parte superior de la antigua capilla de la Orden Tercera del Convento de San Francisco de Asís y en el Museo de la Ciudad.
El autor considera que el conocimiento y devoción por esta cruz se debió a los frailes franciscanos «durante la época de la cristianización del Nuevo Mundo, a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII». Incluso, deja entrever la posibilidad de su existencia en otras partes del país. Y para ello refiere el hallazgo fortuito en 1955 de una diminuta cruz de este tipo –a manera de crucifijo– en una de las playas de Varadero (Matanzas) por el cubano Luis Vázquez Díaz. 4 Otra singular simbología asociada a esta doble cruz desigual la podemos observar en emisiones postales de diversos países, entre los cuales podemos citar a Cuba, Francia y España. En nuestro país, entre 1928 y 1958, circulaban esas estampillas con un carácter benéfico. Las ganancias de su venta supuestamente eran destinadas a la protección de la infancia contra la tuberculosis y la construcción de hospitales para niños. A partir de 1959, fueron suprimidas dichas emisiones por el Estado cubano, el cual asumió el costo de la salud pública para todos los ciudadanos en general.
En 1996 la Cruz Verde habanera fue sometida a un proceso de restauración, que incluyó el cambio de una parte de la madera de cedro, pues se encontraba en mal estado. También se le incorporó una capa de barniz intemperie o marino con polvo verde, aplicándosele nuevamente en 2003.
Aunque no hemos encontrado referencias sobre el por qué del color verde de esta cruz –todavía hoy a la vista de los transeúntes que pasan por Mercaderes y Amargura–, podemos compartir un criterio al respecto, basado en la interpretación publicada en el catálogo español Patrimonio cultural de las cofradías sobre la simbología de los colores en Semana Santa.
En este material se apunta que la coloración verde está asociada a la esperanza, la iniciación espiritual y el triunfo de la vida sobre la muerte.
1 Carlos Venegas Fornias: «El Vía Crucis, patrimonio intangible de las primeras ciudades cubanas», Revolución y Cultura, No. 4, 2005, p. 45.
2 Luis Bay Sevilla: «El Convento de San Francisco», Arquitectura, La Habana, año IX, No. 92, marzo, 1941, p. 102. [El subrayado es nuestro.]
3 Celso T. Montenegro: «Dos siglos y 3 años tiene de instalada en La Habana la última de las cruces verdes», El Mundo, La Habana, año XL, No. 13386, 11 de julio de 1943, p. 12. [Las siguientes citas corresponden a este artículo periodístico.]
4 José Antonio Melgares Guerrero: «La Cruz de Caravaca en Cuba I», El Faro, España, 24 de enero de 2006, p. 26.
Arrate, José Martín Félix de: Cuba llave del Nuevo Mundo. Antemural de las Indias Occidentales. Imprenta y Librería de Andrés Pego, La Habana, T. I, 1876.
Bay Sevilla, Luis: «El Convento de San Francisco», Arquitectura, La Habana, año IX, No. 92, marzo, 1941, pp. 87-106.
Castell Hernández, María del R.: «Casa de la Cruz Verde». Dirección de Arquitectura Patrimonial de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, 2000. (Inédito).
Catálogo Patrimonio Cultural de las Cofradías. Imprenta San Pablo, España, 1999.
Finca Urbana No. 2633. Archivo del Registro de la Propiedad del Norte de Ciudad de La Habana. Registro No. 5, 18 de enero de 1889-3 de agosto de 1923.
Fondo Gobierno Superior Civil, legajo 1307, expediente 50821, año 1812.
Fondos de la Antigua Anotaduría de Hipotecas. Archivo Nacional de Cuba, 2 de abril de 1690-4 de julio de 1879.
Oramas, Ada: «La Casa de la Cruz Verde», Tribuna de La Habana, año IV, No. 158, 3 de julio de 1983, p. 4.
Pérez-Beato, Manuel: La Habana Antigua. Apuntes históricos. Impresores Seoane, Fernández y Ca., La Habana, 1936.
Roig de Leuchsenring, Emilio: La Habana. Apuntes históricos, segunda edición, Consejo Nacional de Cultura y Oficina del Historiador, T. II, 1963.
Vázquez Rodríguez, José, Jorge Fernández Vázquez y Leopoldo Tápanes Méndez: «El Vía Crucis de la calle Amargura». (Inédito).
Otras dos de las primeras siete villas fundadas por Diego Velázquez de Cuéllar, San Salvador de Bayamo y Trinidad, así como la habanera Asunción de Guanabacoa, presentan arterias con nombres similares desde la época colonial.
El Atlas cubano con planos de 1841 da fe que, en Bayamo, la calle Cruz Verde –actualmente Carlos Manuel de Céspedes– arrancaba en la Plaza de la Iglesia Parroquial Mayor y concluía en el barranco de San Juan, en las afueras de la ciudad. En Trinidad, la calle homónima, que aún conserva el nombre original, posee una longitud de ocho cuadras entre las denominadas del Rosario y San José.
El plano topográfico de Guanabacoa de 1850 informa que la calle Cruz Verde –hoy Juan Bruno Zayas– llega por el sur hasta San Joaquín y, más allá todavía por la de la Gloria, finalizando en el extremo norte por la línea del tranvía que se dirigía a Regla.
EL INMUEBLE
El inmueble que adoptó el nombre de La Cruz Verde en la otrora Habana intramural, estaba situado en el barrio de San Francisco y, en la actualidad, se encuentra marcado con los números 251 al 255 de la calle Mercaderes –acera Este– esquina a Amargura. Completan esa manzana las arterias nombradas San Salvador de Horta (Teniente Rey) y Calle de los Oficios, considerada esta última la más antigua de la ciudad.
La noticia más remota sobre los propietarios de los terrenos de esta edificación la obtuvo Yamilé Lugueras González en el año 2000 para su investigación histórica de inmueble contiguo a éste. Con fecha 24 de enero de 1761, se consigna en el libro 11, folio 346 vuelto, de la Antigua Anotaduría de Hipotecas (Archivo Nacional de Cuba) que la entonces casa que en la actualidad ocupa el restaurante Mesón de la Flota –Mercaderes 257, antes 31 y en un inicio 17– lindaba con una edificación de altos sin numeración, propiedad de los herederos del señor Juan Francisco de Zequeira y Ramallo.
Entre los sucesores-dueños de estos terrenos, tres de ellos obtuvieron el título de condes de Lagunillas. A partir de 1775 se le otorgó esta distinción nobiliaria al nombrado Felipe José de Zequeira y León, entregada luego al segundo y tercer condes: Juan de Zequeira Palma-Beloso y Juan Francisco de Zequeira Rodríguez de Acosta, respectivamente.
La esposa de este último, la condesa-viuda María de los Ángeles de Cárdenas y Pedroso, vendió en 1821 parte del predio –marcado con el número 16– a la señora Isabel Duarte. La parte esquinera, conocida ya en esa época como Casa de la Cruz Verde, continuó como propiedad de la condesa María de los Ángeles hasta 1843 cuando la adquirió el señor Miguel Duarte. Al año siguiente tuvo otro dueño, José de Silva, quien, antes de fallecer en 1872, testó a favor de su esposa, la señora Loreto Bertemati Bonací de Silva.
En 1878, las familias poseyentes de estos terrenos acordaron dividir el condominio establecido sobre esta posesión. De esta manera, la parte correspondiente al área esquinera quedó inscrita como finca 2633 y marcada con el número 29 (hoy día, 253), y el resto se asentó como 2632, con el número 29 ½ (255 en la actualidad).
La Casa de la Cruz Verde, que estaba en manos de Loreto Bertemati, fue adquirida en noviembre de 1880 por María de Regla Sañudo Rebollo para sus tres hijos: Lizardo, María Teresa y María de las Mercedes Muñoz Sañudo. Esta última se casó con el general del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo, de cuya unión concibieron cuatro hijos, uno de los cuales resultó ser la poetisa Dulce María Loynaz Muñoz (1902-1997).
En 1919, tras el fallecimiento de María Teresa Muñoz Sañudo, su parte de la propiedad fue heredada por sus tres hijos: Teresa, Fernando y Manuel Aranda Muñoz, los cuales de común acuerdo traspasaron su derecho hereditario a la abuela materna, María de Regla Sañudo Rebollo.
La última referencia del Registro de la Propiedad, fechada en agosto de 1923, consigna como dueños de estos terrenos a María de Regla Sañudo Rebollo y sus descendientes.
En diálogo con vecinos del inmueble pudimos conocer que esta casa en los años 70 del siglo XX dejó de ser bodega, pues hasta esa fecha se había destinado para tal función. En lo adelante no sería ocupado el espacio habitacional para ninguna otra actividad comercial o doméstica. Tiempo después, el deterioro de la planta alta ocasionó la demolición definitiva de esta edificación del siglo XVIII. (Véase más adelante la cronología histórico-comercial de este inmueble).
El terreno en su totalidad esperó por el proceso reedificador, que incluyó la edificación contigua por la calle Mercaderes marcada con el número 255, estableciéndose en ésta un garaje de estacionamiento para autos.
Ahora, los altos de la Casa de la Cruz Verde se usan como vivienda y en los bajos aledaños existe un garaje de Cuba-Petróleo (CUPET).
VÍA CRUCIS
Desde sus orígenes, en el siglo XVIII, dicha edificación consta de dos plantas, destacándose el balcón corrido con barandaje de hierro, del cual se conservaron solamente los apoyos. Su nivel inferior se dedicó a comercio, y los altos, a vivienda. Pero lo más notable, y que ha llegado hasta nuestros días, es la parte de su fachada que exhibe una sugerente cruz de madera (cedro) pintada en verde, con un soporte en piedra tallada, colocada en la esquina en forma achaflanada. Esta cruz se relaciona con las celebraciones del Vía Crucis, procesión católica que reproduce el martirio de Jesús desde la salida de la casa de Pilatos hasta el Calvario. Impulsada por los padres franciscanos, quienes quedaron a cargo de los Santos Lugares en Palestina desde el siglo XIII, esta devoción se propagó en Europa y América, de ahí que las más antiguas villas y ciudades cubanas guarden el recuerdo de una calle de la Amargura o, bien, de la Cruz o de las Cruces.
Según señala el destacado investigador Carlos Venegas Fornias, aunque desde fines del siglo XVI, La Habana contaba con un importante programa urbano para la realización del Vía Crucis –pues ya se había erigido el Humilladero, con su cruz y calvario fundidos en una misma señal–, «no sería hasta 1640 cuando el ritual adquirió un planeamiento urbano más complejo y expresivo».1
Cada viernes de cuaresma, esta procesión partía de la Capilla de la Santa Veracruz (o de la Orden Tercera de San Francisco de Asís), situada en Oficios esquina a Churruca, y subía por la calle de la Amargura hasta el Humilladero, donde –por iniciativa de los franciscanos– fue erigida una plazuela con una ermita contigua: la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje.
Así, las esquinas de esa significativa calle fueron tomando los nombres de las 14 estaciones y sus respectivas imágenes, entre las que puede mencionarse –además de la Cruz Verde (en la intersección con la calle Mercaderes)– el Cristo del Zapato (Cuba) y las Mujeres Piadosas (Aguacate).
A esta tradición religiosa se añade que, durante esos días previos a la Semana Santa, los devotos imploraban de rodillas o rezaban sus plegarias al Señor frente a esas cruces, en especial por las noches, después de cerradas las iglesias.
La costumbre de persignarse al pasar frente a la Cruz Verde en la intersección de las calles Amargura y Mercaderes continuó para algunas personas hasta bien entrado el siglo XX.
De acuerdo con una comunicación personal del investigador e historiador Pedro Herrera, el último recorrido del Vía Crucis en la capital cubana durante esa centuria tuvo lugar en 1961.
No sería hasta el Viernes Santo correspondiente al 25 de marzo de 2005, que salió nuevamente esta procesión de los fieles católicos desde la casa sede de la congregación de San Salvador de Santa Brígida y Madre Isabel, frente a la antigua edificación de la Orden Tercera de San Francisco de Asís, primigenio punto de partida de esta celebración. Ese día fue recuperado el histórico recorrido por las calles Oficios y Amargura del Centro Histórico habanero.
Con anterioridad, esta celebración religiosa había tenido otra interrupción: se ha referido que en 1808 el Obispo don Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa dictó su prohibición.
De acuerdo con el artículo «El Convento de San Francisco», del arquitecto Luis Bay Sevilla, con el tiempo desaparecerían las otras cruces habaneras. «Años después [a 1808] se retiraron las distintas cruces que existían en dicha calle, quedando sólo la que aún es conocida por la Cruz Verde, en la esquina de Mercaderes, que fue colocada allí únicamente por ser la calle de la Amargura por la que cruzaba el Vía Crucis, a pesar de existir algunas leyendas en relación con la colocación de la cruz en aquel lugar».2 De modo que se le consideraba una singular reliquia del cristianismo dentro de la rica historia habanera.
Poco tiempo después, el periódico El Mundo publicó un breve e interesante artículo que delineaba la significación de ese símbolo cristiano que continuaba empotrado en una de las fachadas de la antigua ciudad: «Dos siglos y 3 años tiene de instalada en La Habana la última de las cruces verdes». Se comentaba –entre otros detalles– que en 1740 fue colocada esta cruz verde, y que la idea de denominarla así «surgió precisamente por la que hoy se ve en la calle Amargura, en el edificio que ocupa una bodega, que fue la primera y resulta ser la última de esas cruces; y así fue cómo surgieron otras: en Villegas, Compostela y otros lugares de La Habana Vieja se colocaron más de cincuenta».3
Suponemos que tal cifra respondía incluso a hechos similares como el descrito en otra parte del texto, en que se nos habla de la existencia de cierta cruz verde que «sirvió en 1848 para perpetuar la muerte de una joven». Estaba ubicada en el mismo centro de la antigua plazoleta de San Agustín –dice Celso T. Montenegro–, «ya desaparecida y de la cual sólo queda una pequeña faja de terreno, que da frente a la iglesia de San Francisco». Y agrega que exactamente donde estaba una fuente fue colocada «cubierta de una urna de madera».
También se añade que el hermano de la Orden Tercera de San Francisco, don Miguel de Castro Palomino y Borroto, tenía una particular devoción, prueba de esto es que del 1740 al 1750 llegó a costear la duodécima estación del Vía Crucis. Él la «adornaba con una alfombra, dos candelabros de plata y un cuadro de Jesús Crucificado?». En tanto, la erigida en memoria de las Piadosas Mujeres «entre las Cruces Verdes fue la más venerada y la más respetada entre las mujeres...»
La cruz verde, original reliquia del cristianismo y que forma parte de la historia de San Cristóbal de La Habana, posee también semejanza con la Cruz de Lorena enarbolada por los franceses libres como símbolo de libertad. Tiene ella su antecedente simbólico en la que se halla desde el siglo XIII en Caravaca, localidad española de Murcia, exactamente en el Templo de la Santa Cruz. Allí se exhibe este objeto venerado, al que se le atribuyen propiedades curativas y de poderes sobrenaturales durante las tormentas. En algunas regiones americanas, como Brasil, esta cruz está asociada al ritual de Santa Catalina, patrona de los ganaderos.
En los terrenos de la desaparecida Iglesia Parroquial Mayor, parte de los cuales se utilizaron para construir el Palacio de los Capitanes Generales –hoy Museo de la Ciudad–, durante las excavaciones arqueológicas de salvamento realizadas entre 1968 y 1969, fue encontrada una pequeña cruz de doble brazo –conocida por cruz patriarcal– que puede ser admirada en una de las vitrinas dedicada a la Sala Parroquial en el mencionado museo habanero.
Recientemente, el cronista oficial de Caravaca José Antonio Melgares Guerrero comentaba en un artículo que, según sus estudios sobre la presencia en la capital cubana de la cruz de esa región española, «tres son los lugares donde se exhibe esta iconografía caravaqueña»: en la fachada del actual Museo del Chocolate, en la parte superior de la antigua capilla de la Orden Tercera del Convento de San Francisco de Asís y en el Museo de la Ciudad.
El autor considera que el conocimiento y devoción por esta cruz se debió a los frailes franciscanos «durante la época de la cristianización del Nuevo Mundo, a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII». Incluso, deja entrever la posibilidad de su existencia en otras partes del país. Y para ello refiere el hallazgo fortuito en 1955 de una diminuta cruz de este tipo –a manera de crucifijo– en una de las playas de Varadero (Matanzas) por el cubano Luis Vázquez Díaz. 4 Otra singular simbología asociada a esta doble cruz desigual la podemos observar en emisiones postales de diversos países, entre los cuales podemos citar a Cuba, Francia y España. En nuestro país, entre 1928 y 1958, circulaban esas estampillas con un carácter benéfico. Las ganancias de su venta supuestamente eran destinadas a la protección de la infancia contra la tuberculosis y la construcción de hospitales para niños. A partir de 1959, fueron suprimidas dichas emisiones por el Estado cubano, el cual asumió el costo de la salud pública para todos los ciudadanos en general.
En 1996 la Cruz Verde habanera fue sometida a un proceso de restauración, que incluyó el cambio de una parte de la madera de cedro, pues se encontraba en mal estado. También se le incorporó una capa de barniz intemperie o marino con polvo verde, aplicándosele nuevamente en 2003.
Aunque no hemos encontrado referencias sobre el por qué del color verde de esta cruz –todavía hoy a la vista de los transeúntes que pasan por Mercaderes y Amargura–, podemos compartir un criterio al respecto, basado en la interpretación publicada en el catálogo español Patrimonio cultural de las cofradías sobre la simbología de los colores en Semana Santa.
En este material se apunta que la coloración verde está asociada a la esperanza, la iniciación espiritual y el triunfo de la vida sobre la muerte.
1 Carlos Venegas Fornias: «El Vía Crucis, patrimonio intangible de las primeras ciudades cubanas», Revolución y Cultura, No. 4, 2005, p. 45.
2 Luis Bay Sevilla: «El Convento de San Francisco», Arquitectura, La Habana, año IX, No. 92, marzo, 1941, p. 102. [El subrayado es nuestro.]
3 Celso T. Montenegro: «Dos siglos y 3 años tiene de instalada en La Habana la última de las cruces verdes», El Mundo, La Habana, año XL, No. 13386, 11 de julio de 1943, p. 12. [Las siguientes citas corresponden a este artículo periodístico.]
4 José Antonio Melgares Guerrero: «La Cruz de Caravaca en Cuba I», El Faro, España, 24 de enero de 2006, p. 26.
Arrate, José Martín Félix de: Cuba llave del Nuevo Mundo. Antemural de las Indias Occidentales. Imprenta y Librería de Andrés Pego, La Habana, T. I, 1876.
Bay Sevilla, Luis: «El Convento de San Francisco», Arquitectura, La Habana, año IX, No. 92, marzo, 1941, pp. 87-106.
Castell Hernández, María del R.: «Casa de la Cruz Verde». Dirección de Arquitectura Patrimonial de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, 2000. (Inédito).
Catálogo Patrimonio Cultural de las Cofradías. Imprenta San Pablo, España, 1999.
Finca Urbana No. 2633. Archivo del Registro de la Propiedad del Norte de Ciudad de La Habana. Registro No. 5, 18 de enero de 1889-3 de agosto de 1923.
Fondo Gobierno Superior Civil, legajo 1307, expediente 50821, año 1812.
Fondos de la Antigua Anotaduría de Hipotecas. Archivo Nacional de Cuba, 2 de abril de 1690-4 de julio de 1879.
Oramas, Ada: «La Casa de la Cruz Verde», Tribuna de La Habana, año IV, No. 158, 3 de julio de 1983, p. 4.
Pérez-Beato, Manuel: La Habana Antigua. Apuntes históricos. Impresores Seoane, Fernández y Ca., La Habana, 1936.
Roig de Leuchsenring, Emilio: La Habana. Apuntes históricos, segunda edición, Consejo Nacional de Cultura y Oficina del Historiador, T. II, 1963.
Vázquez Rodríguez, José, Jorge Fernández Vázquez y Leopoldo Tápanes Méndez: «El Vía Crucis de la calle Amargura». (Inédito).