Proyectista integral, entre los mejores cultivadores de las corrientes eclécticas historicistas que proliferaron en la arquitectura cubana durante las tres primeras décadas del siglo XX.
«Heredero de un romanticismo decimonónico, su aspiración de buscar las raíces ancestrales la volcó en la cultura maya que floreció en Yucatán, y tomó su escultura como modelo o réplica exótica, empleando sus elementos en algunas de sus obras».
Cuando se nombra a Félix Cabarrocas (1887-1961), la mayoría de los expertos o el público en general vinculado a la cultura lo relaciona inexorablemente con la firma Govantes y Cabarrocas, presente de alguna manera en numerosas obras constructivas y conmemorativas que marcaron la imagen de la ciudad capital de Cuba hasta el presente. Numerosas publicaciones e investigaciones así lo atestiguan. Sin embargo, bajo ese reconocimiento quedan ocultas facetas importantes de su personalidad, ya que pudiera calificarse como un artista integral, concepto opacado por el de excelente proyectista de arquitectura.
El haber trabajado en el Capitolio Nacional es para muchos su mayor mérito, aunque, sin llegar a la escala monumental de esta, otras muchas obras nos transmiten sus dotes creativas de gran sensibilidad para las artes plásticas, en especial para la escultura. Cultivó, como era usual en la primera mitad del siglo XX, especialmente en las tres primeras décadas, todas las corrientes eclécticas historicistas con raíces clásicas europeas, el Art Deco importado de Norteamérica y el neocolonial cubano, inspirado en los elementos propios de la época colonial.
Heredero de un romanticismo decimonónico, su aspiración de buscar las raíces ancestrales la volcó en la cultura maya que floreció en Yucatán, y tomó su escultura como modelo o réplica exótica, empleando sus elementos en algunas de sus obras. Su personalidad profesional era tan versátil que resolvía con éxito cualquier pedido que se le hiciera dentro de aquel «carnaval de estilos» que señalara Carpentier, como propio de las primeras décadas republicanas. Prefería vestir siempre formalmente con un lazo en vez de corbata. Después de la Primera Guerra Mundial se compró un barco de salvamento el cual transformó en un yate y bautizó con el nombre Canímar, homónimo del río de Matanzas.
Félix Cabarrocas fue quién encontró el mapa antiguo donde aparece el nombre del río Guaybaque, seguramente en honor al cacique indio que vivió en ese lugar. Más adelante, le puso así a la finca familiar, que se transformó popularmente en Bueyvaca (que algunos escriben separado), al igual que sucedió con el del río. De ahí viene la denominación de la conocida playa matancera Bueyvaquita. Los paseos en barco por el Canímar son recuerdos imborrables en la mente de su sobrino David Cabarrrocas, a quien entrevisté para esta semblanza.
Entre los proyectos quizás menos conocidos de Félix quedan sus participaciones en algunos certámenes. Por ejemplo, en el del Sanatorio Antituberculoso de Topes de Collantes, en Trinidad, que fuera ganado con primer premio por los arquitectos Miguel Ãngel Moenck Peralta y Enrique Luis Varela; hubo segundo y tercer premios, de acuerdo con las bases del concurso, pero por la calidad reconocida por el jurado se otorgó un cuarto premio al proyecto presentado por la firma Govantes y Cabarrocas. Otros en los que participó fueron el de la Academia de Artes y Letras, la Academia de Historia y el del Ateneo, que se tenían como unos de los principales proyectos celebrados en Cuba.
De su participación en las actividades del gremio da fe una información aparecida en la sección Notas, Noticias y Comentarios de la revista Arquitectura, (noviembre 1917, vol. 1, no 5, pág. 34): «Félix Cabarrocas que embarcó a fines del mes pasado rumbo a España, uno de los directores y propietarios de esta revista, en un almuerzo en la fresca terraza de El Carabanchel», donde aparece entre los asistentes, junto a su hermano José Cabarrocas. A Félix le nombran con el diminutivo Felillo.
Cabarrocas tuvo un extremo cuidado ético en nunca presentarse y firmar como arquitecto ningún plano o publicación. Por ejemplo, en el proyecto de plataforma para el Monumento a las víctimas del Maine, se identifica como autor del mismo. Rechazó, por no creer merecerlo, el título Honoris Causa que la Universidad de La Habana le propuso.
En conversaciones con su sobrino David, quien es también arquitecto, pude ratificar algunos aspectos sobre Félix, entre ellos que vivía en la casa de su padre (M entre 21 y 23, en El Vedado), la cual había diseñado. Tuvo su oficina en los altos del teatro Payret por muchos años, hasta que, al final, la mudó para el segundo piso de una vivienda de esquina sureste, en 5ta y 2, en El Vedado. En la oficina de los altos del teatro Payret, David recuerda de niño jugar con carritos de yeso que eran elementos móviles de grandes maquetas del mismo material con las que estudiaba opciones de un proyecto.
Tanto Félix como José, el padre de David, vivieron su infancia en una casona quemada por los españoles durante la Guerra de Independencia, en el sitio del litoral matancero conocido por Guaybaque, cuyo nombre —como ya vimos— él precisó históricamente. Fue en ese lugar donde luego Félix levantó su «castillo», un refugio en forma de torre de piedra en vista, en un paraje espectacular. Una escalera interior permite la circulación vertical hacia abajo, a una cueva intervenida también por Félix, con salida a la ensenada y playa cercanas. Hacia arriba conduce a las habitaciones con espléndidas vistas. En este castillo se conserva una escultura en piedra, obra de Félix, con la influencia maya señalada. Esta construcción fuera de época, da idea de la fantasía que podía desarrollar el artista, motivado por una idea, un paisaje, un mensaje...
El mismo David Cabarrocas me entregó copia de un raro dibujo de un proyecto para la sede del Chicago Tribune Newspaper, realizado en 1922, en el que Félix maneja los recursos historicistas sin perder la oportunidad de enfatizar la verticalidad de un rascacielos, como sería frecuente en la época, y que recibió el premio de Honorable Mention. Otro proyecto poco divulgado es también de los años 20, de una edificación llamada Edificio Corporativo, en el Paseo del Prado de La Habana, que nunca se construyó, pero fue un adelanto de lo que mucho más tarde conoceríamos como edificio de propiedad horizontal y que ofrecía toda una infraestructura para resolver las necesidades de los residentes.
El pensamiento de Félix Cabarrocas podría resumirse en varias frases asumidas por su sobrino: «Para que una obra de arquitectura fuera bella, tenía que ser como la naturaleza, ordenada y que luciera estable. El veía toda obra moderna caprichosa y sin sentido estético como algo temporal que pasaría de moda». Recordaba las pirámides de Egipto, y, por otro lado, admiraba, especialmente, la arquitectura maya.
El primero de mayo de 1961, como un capricho del destino, el cortejo fúnebre que conducía hacia la Necrópolis de Colón, los restos de Félix Cabarrocas, fallecido dos días antes, se detuvo frente al Monumento a las víctimas del Maine, diseñado por él, cuando se procedía a la eliminación del águila de bronce que lo remataba.
El espíritu audaz, el singular intelecto del artista que fue, ya no volvería a realizarse con su obra, pero dejó su huella en La Habana que tanto amó.
Daniel Taboada
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Imagen superior:Proyecto para el Monumento a las víctimas del Maine, con el cual Félix Cabarrocas y Moisés de Huerta ganaron el proyecto internacional convocado a tal efecto. Imagen izquierda: Fotografía de Félix Cabarrocas Ayala. Imagen derecha: Palacete de Juan Pedro Baró y Catalina Lasa (1927). Actualmente Casa de la Amistad. |
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