Hasta finales del mes de diciembre estará a disposición del público la exposición «Huellas sobre la ciudad, una mujer que pinta» de Ileana Mulet, en el Castillo de la Real Fuerza. La exhibición constituye un homenaje al 197 aniversario de la villa de San Cristóbal de La Habana y trata principalmente el tema urbano. Durante el acto inaugural de la muestra —16 de noviembre— tuvo lugar varias actividades, como la actuación de Beatriz Márquez, Premio Nacional de Música 2015, quien interpretó los clásicos de la música tradicional cubana: Como fue de Ernesto Duarte Brito e Y tú que has hecho de Eusebio Delfín.

«Su obra, caracterizada por el apego y recreación de la imagen, deja plasmada la reinvención de la ciudad de La Habana y los retratos de seres comunes, como los que deambulan por cualquier latitud del orbe. No hay palabras que puedan describir un cuadro de lleana Mulet, hay que verlo».

La ciudad se extravió dentro de un lienzo

Volar alto en noche oscura me llevará al cielo pasando las cúpulas de extrañas iglesias habaneras.
Ileana Mulet

La relación entre poesía y pintura se pierde en el tiempo hasta llegar a la Grecia clásica. Los sabios de aquella tierra, fundadora de la tradición cultural de occidente, conocieron de los lazos que existen entre ambas artes. Ut pictura poesis («como la pintura así es la poesía»), dijo Horacio, y también Aristóteles reflexionó sobre las conexiones entre ambas formas de lirismo. Ileana Mulet, seguidora de este pensamiento, lo conoce y hace buen uso de esa sapiencia.
En su obra, lo barroco se une a lo surrealista para darnos una visión mágica de la realidad. En esa mística descansa su poesía visual. Cuando el talento está por medio, como es el caso, esta combinación de afluentes provoca una extraordinaria capacidad expresiva.
Sensual, fantasiosa, llena de ideas y de amor por la vida y por el arte, Ileana Mulet ha pintado con entrega y frenesí durante poco más de tres décadas. Su obra, caracterizada por el apego y recreación de la imagen, deja plasmada la reinvención de la ciudad de La Habana y los retratos de seres comunes, como los que deambulan por cualquier latitud del orbe. No hay palabras que puedan describir un cuadro de lleana Mulet, hay que verlo.
Como han advertido otros especialistas, es transparente la raíz chagaliana en su estética visual, pero solo hasta ahí llega la influencia que se aprecia como una referencia sutil, un ligero toque de los aprendizajes asumidos. Porque ciertamente, la pintura de nuestra artista no se parece a la de nadie más, en todo caso, es un fiel reflejo de su rica personalidad: sincera, verbosa, atractiva. Ella es un temperamento firme, delicada sensibilidad, madre amantísima, mujer.
El carácter antillano reluce en su pincel, no se trata nunca de un estilo europeo, en sus piezas se respira lo caribeño, insular y criollo. Sus ciudades giran en torno a los techos tejados y las cúpulas de iglesias, sus mujeres son Evas sexuadas y voluptuosas o mujeres ángeles, como ella las llama en sus poemas. Su imaginario todo brota de una sensibilidad surrealizante, pura, auténtica. Lo poético no se busca, está inserto en los dones del artista, no puede ser forzado, está o no está, y en el caso de la obra pictórica que nos ocupa, la baña de principio a fin. Las metáforas de la artista vuelan alto, nimban sobre su Habana particular creando una magia propia que también se encuentra en sus poemas. Podría asegurar que la lírica escrita es continuidad de la pintada, y viceversa, ambas se re- troalimentan. En los dos sentidos se mueve su mística.
Ileana Mulet conoce bien que el diálogo entre espacio y tiempo es esencial para gestar imágenes y que ver es sinónimo de imaginar. Sabe también que el conocimiento del arte es de orden espiritual. En sus cuadros parece que todos los relojes se han detenido para que lo amoroso domine el espacio. Su obra nos sorprende porque ella pintó sorprendida, como dijo Octavio Paz de la pintura de Remedios Varo.
Fascinada por las paredes llagadas por el tiempo, por las arquitecturas imposibles y añejas, sus lienzos son sencillas inscripciones de amor, juegos admirativos por La Habana y sus habitantes, declamaciones por el cuerpo como lenguaje de sensaciones y deseo. En sus cuadros habita la libertad, la libertad estética y la del espíritu. Como todo artista auténtico ha labrado su obra con sus propias herramientas, no se las ha pedido prestadas a nadie. Hay también mucho de una mirada que se detuvo en la infancia, no metamorfoseada por los años, sino preservada como un talismán: la mirada de la niña que fue y sigue siendo.
En esta muestra, la artista ha preferido pintar la ciudad con su mar aledaño, casas cimbreantes y árboles que fijan el paisaje, transparencias servandianas y hermosos atardeceres otoñales. Todo se tiñe de una coloración tenue, como es usual en su obra, una ciudad con su insularidad mojada por el mar, el mismo mar que nos separa y nos une con los continentes.
Estos cuadros enriquecen la obra de la artista, se ofrecen a los habaneros y a los visitantes de la ciudad. La Habana está ahí, puede caminarse, admirarse o sufrirse, sus habitantes saben que es motivo de dolor y que pronto renacerá de sus piedras, como lo ha hecho La Habana Vieja, salvada por un hombre y sus desvelos. Ileana quiere unirse a Eusebio Leal y, a dúo, sostenerla desde su pintura amorosa.
Hoy la ciudad se pierde dentro de sus lienzos, como en una famosa leyenda del lejano oriente, mañana regresará transformada por nuestra mirada. Contemplemos este empeño con gusto y con respeto, agradezcamos a la artista su permanente entrega al arte y su franca devoción habanera.


Rafael Acosta de Arriba,
crítico de arte.

 Imágenes superior e inferior: Exposición «Huellas sobre la ciudad, una mujer que pinta» de Ileana Mulet en las verjas exteriores del Castillo de la Real Fuerza y en la sala transitoria de la institución. Imagen izquierda: La artista visual Ileana Mulet junto a la cantante Beatriz Márquez.
(Fotos: Alexis Rodríguez)

 

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