Desde el 20 de mayo los visitantes del Centro Histórico de la Ciudad pueden apreciar, en el Museo Castillo de la Real Fuerza, los modelos de navíos Rayo, Santísima Trinidad, Bahama y Príncipe de Asturias, realizados por los modelistas navales y hermanos Bouza Miranda.
En un sencillo y emotivo acto se rememoró el histórico lazo que hermana las naciones de España y Cuba, con especial sentido para las tradiciones navales, pues durante siglos el mar ha sido un noble puente entre las necesarias relaciones, primero condicionadas por la verticalidad entre metrópoli y colonia, en la actualidad basada en la fraternidad y el respeto mutuo. Así quedó ratificado con el gesto de la embajada de España de donar al Museo Castillo de la Real Fuerza, cuatro modelos navales que rinden tributo a los excelentes navíos que se construían en La Habana con participación decisiva en importantes confrontaciones bélicas bajo los requerimientos de servicio de la Real Armada española.
Momento de la presentación de los modelos navales, gesto que agradeció Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad. ( foto Jorge Echeverría). |
En un aparte, el Historiador de la Ciudad convidó a los visitantes a pasar a la Sala siete y disfrutar de los últimos trabajos que se realizan en el imponente modelo, a escala 1:25, del navío Santísima Trinidad. El momento fue propicio para dar a conocer que en la reciente visita del buque escuela de la Armada española, el bergantín goleta Juan Sebastián de Elcano, se le solicitó a su capitán que realizase ingentes esfuerzos y no desmayara en la empresa de realizar acciones de prospección arqueológica submarina para obtener al menos un fragmento de madera del mayor bajel de la era de velas que reposa en las cercanías de Cádiz. La pieza rescatada del pecio se exhibiría en el propio Museo Castillo de la Real Fuerza.
Modelos de navíos a escala 1:200, en primer plano el Santísima Trinidad, peculiar por sus galones rojos. |
Fénix habanero en Trafalgar.
La histórica hostilidad entre las potencias europeas refrendada en el escenario marítimo propició una nueva declaratoria de guerra a Gran Bretaña, el 12 de diciembre de 1804. Con la firma, el 5 de enero de 1805, de un acuerdo de cooperación entre España y Francia, los primeros accedían a brindar apoyo naval a Napoleón Bonaparte en sus viejos anhelos de invadir suelo inglés. Napoleón conocía la excelente preparación de las flotas inglesas desde la confrontación conocida como la Batalla del Nilo, en la que el almirante inglés Horacio Nelson destruyó en agosto de 1798, la flota francesa comandada por el insignia de Bonaparte, L’Orient, un navío de 120 piezas de artillería.
La estrategia napoleónica consistía en reunir la flota francesa del Mediterráneo con la española de Cádiz, y bajo el mando de Villeneuve sitiar las posesiones británicas en las Indias Occidentales, forzar a la escuadra inglesa a dejar el Canal de la Mancha y marchar hacia el Caribe, momento que sería aprovechado por los aliados para apoderarse del canal con la ayuda de las flotas de Ferrol, Rochefort y Brest, para posteriormente permitir el paso de las fuerzas de desembarco integradas por unos 160 mil hombres.
La Batalla de Trafalgar ocurrió el 21 de octubre de 1805 y significó el fin como potencia naval para la Real Armada y la suprecía absoluta de la Royal Navy. |
La retirada hacia el puerto de Cádiz, en pura especulación, le permitió a Napoleón permanecer en el poder, pues incierto se presentaba el resultado de una contienda en suelo inglés, donde la Grande Armée se hubiera encontrado a bordo de los navíos franco españoles, momento propicio para las fuerzas austriacas y rusas, las cuales preparaban una ofensiva contra el imperio del Corso, a la postre derrotadas en Austerlitz.
Surta en el puerto de Cádiz, la escuadra aliada veía con el paso de las jornadas como la Royal Navy consolidaba férreos bloqueos a las posiciones de Francia y España en Cartagena, Tolón y Cádiz, esta última plaza más comprometida, pues dos leyendas de los océanos acechaban con sus bauprés a manera de espadas, el almirante Horacio Nelson y el Vicealmirante Collinwood.
A pesar de las objeciones, entre ellas las del héroe brigadier Churruca, comandante del navío San Juan Nepomuceno; el día 19 de octubre Villeneuve ordenó finalmente la salida de puerto, acción que se retrazó hasta el mediodía de la jornada siguiente dada la escasez de viento.
El almirante francés había caído en desgracia ante los ojos de su emperador por el revés sufrido en Finisterre, a lo que Napoleón respondió con el nombramiento de Rosily como sustituto de Villeneuve, cuya única oportunidad era revertir la situación, aunque significara la sepultura marina para buena parte de sus navíos y dotación.
La escuadra combinada se componía de 33 navíos, 18 franceses con la insignia de Villeneuve en el Bucentaure (80 cañones), y 15 españoles comandados por Gravina abordo del Príncipe de Asturias (118), además de cinco fragatas y dos bergantines. Se decidió establecer dos formaciones, la primera de batalla con tres divisiones: la vanguardia comandada por Álava con insignia en el Santa Ana (120), en el centro Villeneuve y en la retaguardia el Formidable (80) insignia de Dumanoir. La segunda sería de observación y reserva, mandada por Gravina en dos divisiones, una a cargo del propio Gravina y la otra por Magon con insignia en el Algeciras (74).
Entre los navíos de la armada española se encontraban cuatro realizados en el Real Arsenal de La Habana: San Pedro (Rayo, 1749-1805), Santísima Trinidad (1769-1805), San Cristóbal (Bahama, 1780-1805) y Príncipe de Asturias (1794-1817).
El Santísima Trinidad, insignia de Baltasar Hidalgo de Cisneros, tenía como comandante al brigadier Javier Uriarte y Borja, por capitán a Ignacio de Olaeta y tercero al mando, al capitán de fragata José Sartorio. Navegaba con el puesto 12 en la línea de navíos que encabezaba el Bucentaure y cerraba el Heros (74).
En la madrugada del 21 de octubre, a la altura del Cabo de Trafalgar, la escuadra británica, compuesta por 27 bajeles, avistó el objetivo enemigo. Nelson inmediatamente dió la orden de formar dos columnas paralelas, la norte sería comandada por él a bordo del Victory (100) y la sur a cargo de Collingwood con insignia en el Royal Sovereign (100); mientras la escuadra aliada actuaba con torpeza y quedaba desordenada en una sola línea, similar a lo ocurrido en San Vicente. La clara intención de los británicos era la de perjudicar a los aliados con la nube de humo que se extendería a sotavento producto del intenso accionar de la artillería.
Collingwood fue el primero en penetrar la línea franco-española entre los bajeles Santa Ana y Fougueux, Nelson intentó lo mismo entre el Santísima Trinidad y el Bucentaure, pero una maniobra del Escorial de los Mares se lo impidió, al cerrarle el paso y abrir fuego contra el insignia del almirante inglés, que en el acto sufrió 50 bajas, entre ellas el capitán Charles Adair. El Victory logró rebasar el Bucentaure y el Redoutable, sin embargo quedó a estribor del Trinidad que continuó el feroz castigo de plomo. El Escorial de los Mares sufrió los embates del Prince, Neptune, Leviatán, África y el Conqueror, al tiempo que perdía el trinquete, mayor y mesana, cuyos restos aparecían esparcidos por la cubierta con retazos de jarcias y velas, en su empeño de acabar con el Victory la artillería se repartía entre los cuatros bajeles y a otros que se acercaban a su rango de fuego, proporcionándole serios daños, pues su artillería a pesar de estar abatida desde diferentes ángulos continuaba tronando. La tripulación fue diezmada, incluyendo los oficiales que caían uno tras otro, producto de la nube de astillas que se suscitaban por el interminable cañoneo. La metralla, el impacto de las balas sobre la tablazón y la caída de los elementos de la arboladura cegaron la vida de muchos de sus tripulantes a la vez que dejaba incapacitados a otros. Para entonces el insignia francés Bucentaure y el Redoutable no presentaban batalla, rendidos ante el castigo de la artillería británica.
Por su parte el Príncipe de Asturias en los inicios presentó batalla contra Defiance y Revenge, a los que se sumaron el Thunderer, Poliphemus y Drednought. La evidente superioridad del fuego inglés obligó al bajel español, desarbolado y sin gobierno, a solicitar el auxilio de una fragata que lo remolcó; a bordo el vicealmirante Gravina yacía gravemente herido.
El Rayo, en la vanguardia de la formación en línea, ante la inactividad en su posición debió girar y acudir al centro, núcleo de la batalla, donde recibió un despiadado rociado de plomo que a la postre lo precipitó a las profundidades en Arenas Gordas, en las cercanías al puerto de Cádiz.
El Bahama no corrió mejor suerte, a pesar de su posición menos vulnerable al formar parte de la escuadra de observación, pues experimentó el asedio de dos centenas de bocas de fuego enemigas, con triste desenlace ante la muerte del contralmirante Alcalá Galiano y el naufragio del bajel deshecho a la lumbre de agua y sentenciado por el mal tiempo desatado con posterioridad a la confrontación naval.
El comandante Javier Uriarte y Borja, único oficial aun en condiciones de tomar decisiones, aunque herido también, le comunicó la situación a Baltasar Hidalgo de Cisneros. Las órdenes fueron de no rendirse y presentar batalla hasta perecer, sin embargo el final era inevitable, una bandera británica era alzada en manos de un hombre, pues en la cubierta rasa del Santísima Trinidad no existía puntal donde izarla, minutos antes los oficiales ingleses habían tenido que bajar a la enfermería en busca de la espada del oficial español que yacía aun aturdido producto a una contusión en el cráneo. Haciendo agua y con su estructura deshecha vio los intentos del capitán Richard Grindall a bordo del Prince para lograr salvar la joya más preciada en los mares de esos tiempos.
Todo esfuerzo fue en vano, incluso la ayuda brindada por el Neptune, que al menos pudo evacuar un considerable número de heridos que recibían asistencia médica en la atestada enfermería del coloso español, además fueron conducidos los oficiales Cisneros, Uriarte y Riquelme, los que posteriormente serian entrevistados, de manera cortes y respetuosa de acuerdo con su status militar, por el vicealmirante Collingwood en la fragata Euryalus. El día 24 de octubre, los ingleses tuvieron que resignarse a ver como el Santísima Trinidad se precipitaba a las profundidades marinas a la altura de Punta de Camarinal, en la cercanía a la costa de Cádiz. Las acciones de evacuación de la tripulación del Santísima Trinidad y del propio navío se tornaron más complejas debido al mal tiempo que se desató posterior al desenlace de la batalla, tal como había vaticinado Churruca.
Trafalgar, el último gran conflicto naval de la era de velas, evidenció la superioridad de los navíos ingleses sobre los franceses y españoles, así como sus tripulaciones en preparación, coordinación y eficaz empleo de la artillería. La escuadra aliada sufrió la perdida de 19 navíos y seis mil bajas, mientras los británicos sufrieron averías en 11 de sus bajeles y la mitad de las bajas de los aliados. Con respecto al Santísima Trinidad, el jefe de escuadra Baltasar Hidalgo de Cisneros en el informe del 31 de octubre de 1805, dirigido a Gravina, contabilizó 300 hombres muertos desde el inicio del combate; entre ellos se incluían cinco oficiales, a los que se añaden los heridos: general Hidalgo de Cisneros, comandante Uriarte, el segundo capitán de navío Ignacio de Olaeta, y 14 oficiales más, incluyendo una elevada cifra entre la tripulación y guarnición, que perecieron posteriormente a causa de sus heridas. Por su parte, el 5 de noviembre, Antonio Escaño, militar de gran trayectoria en la marina española le comunicó a Godoy la cantidad de 205 muertos y 103 heridos; de los 1048 hombres que llevaba a bordo el Santísima Trinidad.
Trafalgar repercutió en el final de la Armada Española; sin embargo, otras fueron las causas de la debacle, pues posterior a la batalla, en 1806, todavía contaba con 228 bajeles, de ellos 42 navíos y 30 fragatas. La deficiente política implementada desde su arribo al trono por Carlos IV; las gestas independentistas suscitadas en América que precisaba el envió de tropas y recursos, a la vez que cortaba los suministros de caudales provenientes de estas tierras rumbo a la Península; los bajos niveles de construcción naval en los arsenales españoles; el claro dominio marítimo de la Royal Navy, fueron problemas que venían lacerando la Armada y que influyó en el mal estado o falta de carena de sus bajeles y la mala preparación de las guarniciones en Trafalgar. Desaparecida España como potencia naval, Inglaterra veía como se desvanecían las intenciones de los aliados de invadir su territorio a la vez que consolidaba su comercio, con el pleno dominio de los mares.
Una exhaustiva síntesis histórica sobre el Santísima Trinidad fue presentada por este autor en seis capítulos en nuestro semanario digital, disponible en la actualidad en la Web. En cambio sobre el Rayo y el Bahama se contrae la deuda de abordarlo en futuros trabajos, en el animo de rendir necesario tributo y justipreciar la excelencia y majestuosidad de los bajeles que en idos tiempos fuero aserrados en la sierra hidráulica y arbolados en la machina del Real Arsenal de La Habana, el Fénix de la Real Armada; por el momento icemos el pabellón y naveguemos a toda vela en el Príncipe de Asturias.
Un príncipe bien marinero.
El Príncipe de Asturias (1794) fue un navío de línea con 112 piezas de artillería botados en la última fase de esplendor del Real Arsenal de La Habana. Correspondiente a la serie Santa Ana: Mejicano, Conde de Regla, Salvador del Mundo, Reina Maria Luisa, San Carlos, San Hermenegildo, Príncipe de Asturias y Santa Ana, estos ocho bajeles fueron construidos según los planos del ingeniero de la Real Armada española, José Romero y Fernández de Landa.
Romero de Landa por sus importantes aportes a la ingeniería naval inscribió su nombre en la historia de la construcción de bajeles de todos los tiempos. |
Autor del Reglamento de maderas necesarias para la fábrica de los baxeles del Rey; diseñó los planos de su primera fragata de 34 cañones, Santa Casilda en 1783, mientras un año después hacia lo propio con el ya mencionado San Ildefonso. Sus consustanciales aportes a la armada naval española estuvieron dados en los bajeles de 112 piezas de artillería y tres puentes de la serie Santa Ana; los San Ildefonsinos de 74 cañones; tres bajeles de 64 y seis fragatas con 34 bocas de fuego.
El Príncipe de Asturias construido en el astillero habanero fue terminado el 28 de enero de 1794. Poseía una eslora de 56,14 metros; manga de 15,5; calado de 7,37 y capaz de desplazar 2 308 toneladas. En los inicios de sus servicios fue utilizado como navío escolta de riquezas llevadas a la Corona provenientes de regiones distantes, como el 17 de mayo de 1795 cuando arribó a Cádiz en compañía del San Pedro Apóstol. Dos años después cumplimentó la misma labor bajo el mando del teniente general José de Córdova.
El 5 de octubre de 1796 tiene lugar la declaración de guerra de España a Inglaterra. El primero de febrero de 1797, la formación en la que navegaba el Príncipe de Asturias fue sorprendida por un mal tiempo, lo que obligó a cambiar el rumbo a San Vicente dada la fuerza de los vientos. El día de San Valentín los 27 bajeles ibéricos fueron sorprendidos por las fuerzas del almirante John Jervis, el cual había seguido de cerca todos los movimientos de la flota de José de Córdova. El 14 de febrero amaneció con niebla y escasa visibilidad, por su parte las fuerzas inglesas navegan hacia el sur cuando las fragatas de la avanzada avistaron los bajeles españoles, Córdova intentó formar a la escuadra dispersa por el embate de los vientos, logrando tan solo realizar dos formaciones, mientras Jervis dispuso sus 15 navíos en una sola columna.
El oficial británico embistió a toda vela la brecha en la formación ibérica, para impedir que se agruparan, a la vez que empleaba la totalidad de las piezas de artillería situadas a babor y estribor. Con los baupreses ingleses encima, Córdova ordenó con desesperación formar en línea sin el orden debido. En un primer momento quedaron expuestos el Príncipe de Asturias y Conde de Regla ambos de 112 cañones y el Oriente de 74 piezas de artillería que sufrieron la despiadada descarga de las baterías británicas. Jervis tuvo la posibilidad de aniquilar los ocho navíos separados del segundo y mayor grupo pero decidió ofrecer combate a este último más numeroso y situado a barlovento, pues podía quedar atrapado entre dos fuegos.
No solo Jervis pensaba así, pues era la única posibilidad de Córdova de revertir la desfavorable situación que le aguardaba. Para esfumar la esperanza del oficial español, Horacio Nelson abandonó la formación con su navío HMS Captain de 74 cañones secundado por el Diadem y Excellent de 64 y 74 bocas de fuego respectivamente con dirección a la cabeza de la fuerza española formada por el Santísima Trinidad, insignia de Córdova con 130 piezas de artillería; San José, de 112; Salvador del Mundo, de 112; Mejicano, de 112; San Nicolás, de 80; San Isidro, de 74.
Solo el Santísima Trinidad hubo de soportar las bocanadas del Captain, Cullodem, Blenhein; y cuando los británicos habían apresado cuatro bajeles, decidieron que el quinto fuese el Escorial de los Mares, sumándose al asedio el Orion e Irresistible; los ingleses habían aprendido la lección, la única manera de someter al Santísima Trinidad era mediante un asedio conjunto de un poder de fuego que superaba cuatro veces al de sus baterías, 556 piezas de artillería contra un solo navío el Santísima Trinidad que resistió durante cinco horas hasta ser socorrido por el Pelayo, Príncipe de Asturias, Conde de Regla, San Francisco de Paula y San Fermín, suficiente poder de fuego para hacer desistir de sus intenciones a los británicos.
Su participación en la memorable batalla de Trafalgar fue discreta, recordemos que la escuadra aliada hispano francesa poco pudo hacer frente al consolidado poderío de la Royal Navy. El Príncipe de Asturias, insignia del teniente general Federico Gravina sufrió en la contienda 110 heridos y media centena de muertos. Su obra muerta fue terriblemente castigada por las piezas de artillería británicas por lo que fue necesario remolcarlo desde la fragata Thémis, pues quedó sin gobierno y totalmente desarbolado.
Posterior a Trafalgar participó en la Guerra de Independencia Española con la captura de los navíos franceses Heros, Neptuno, Algeciras, Vainqueur y Plutón. En septiembre de 1810 fue destinado al resguardo del puerto de La Habana en compañía del Santa Ana. La deficiente política naval que imperó en España posterior a 1805 atentó contra los ya escasos recursos destinados a las carenas de los bajeles, reguladas cada dos años, por lo que 1814 producto a deficiencias en las labores de calafateo resultó no apto para la navegación; en 1817 se autorizó su venta, para el desguace, por parte de las autoridades de la marina.
Fernando Padilla
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