La cerámica es un elemento cronodiagnóstico y portador de información tecnológica, artística cultural e histórica, ha motivado la atención por parte de especialistas en la materia, atención que, a nuestro juicio, es insuficiente aunque existan importantes y meritorios intentos de generalización y seriación.

Introducción
Indiscutiblemente, el más importante de los elementos materiales componente de los antrosoles en los contextos históricos de La Habana Intramuros es, sin dudas, la cerámica. Esto se debe, entre otros factores, a las características físicas de los ceramios, que los convierte en elemento perdurable, incluso en los agresivos sitios arqueológicos sumergidos.
Por otra parte, su tremendo valor como elemento cronodiagnóstico y portador de información tecnológica, artística cultural e histórica, ha motivado la atención por parte de especialistas en la materia, atención que, a nuestro juicio, es insuficiente aunque existan importantes y meritorios intentos de generalización y seriación.
Hace más de treinta años que la cerámica española viene sirviendo de faro para los arqueólogos que en distintas épocas, hemos intentado acercarnos a la complejidad de los contextos arqueológicos habaneros. Recordamos perfectamente el horror que experimentaba cuando limpiábamos de tierra un fragmento de cerámica y se mantenía mudo a nuestras preguntas, sobre todo con tanta información impresa en sus colores y diseños.
Poco a poco hemos intentado adentrarnos en sus secretos. La presencia de una vasija en una letrina habanera nos ha permitido cruzar el Atlántico, navegando en antiguos y míticos galeones, sortear la barra de San Lucas hasta desembarcar en la Torre del Oro, cruzar el río Guadalquivir y adentrarnos en el sevillano barrio de Triana hasta tocar con nuestras propias manos los dedos de aquellos ceramistas y decoradores mientras moldeaban con sus dedos e instrumentos los códigos que nos permitirían, casi 500 años después, acceder a una ínfima parte de la historia del Nuevo
Mundo.
Contexto histórico
En Europa, la alfarería se había desarrollado ya antes del siglo XIII como una actividad artesanal y gremial. Sin embargo, a finales de la decimoctava centuria, y bajo los efectos de la revolución industrial, la alfarería tuvo un momento de máximo esplendor, sobre todo tras la aparición de lo que conocemos como loza, un producto en el que confluyeron los anhelos de monarcas y la genialidad de alquimistas, teniendo en Inglaterra y Francia los dos centros productores más importantes.
La prosperidad de España dependió, en gran medida, de los beneficios obtenidos de sus colonias americanas. A partir del siglo XVI se estableció un rígido monopolio comercial para asegurar un control efectivo sobre ellas, lo que imposibilitaba el tráfico legal con otros países que no fuera la Metrópoli.
Para ello, la reina Isabel estableció en el año 1503 la Casa de Contratación de Sevilla, donde habrían de traerse todas las mercancías para el comercio entre España y América, lo mismo las que fuesen que las que viniesen de los territorios recién descubiertos, hasta que en por Real Cédula del 8 de mayo de 1717, se trasladó a Cádiz esta Casa de Contratación, para evitar las dificultades de la navegación por el Guadalquivir.
Las regulaciones que restringían el aprovisionamiento de las colonias del Nuevo Mundo para Sevilla y Cádiz, trajo como consecuencia que éstas áreas actuasen como conductos a través de los cuales las mercancías españolas viajaban hasta las Américas. El costo del transporte interno dentro de España, así como el poder económico de los mercaderes en Sevilla, garantizaron que la mayor parte de las exportaciones de cerámica proviniesen de la zona que circunda a Sevilla
Existía en Triana, pueblo en las afueras de Sevilla, una próspera industria de ceramios al menos desde el siglo XII. El comienzo del siglo XVI marcó también la presencia de alfareros italianos en Sevilla, lo que inclusive propició la transición de la tradición de cerámica de influencia musulmana o mudéjar hacia una renacentista italiana.
Innovaciones y evoluciones estilísticas tuvieron lugar además en los siglos XVII y XVIII en otras regiones de España, como sucede con Talavera de la Reina y Cataluña. Las influencias de esos centros se incorporaron a la cerámica sevillana, y de allí se propagó al Nuevo Mundo, siendo La Habana un punto casi obligado.
Las severas limitaciones comerciales propiciaron el contrabando en gran escala durante todo el período colonial, lo cual fue una vía ilegal común para el arribo de volúmenes considerables de mercancías extranjeras y la vía de escape al rígido monopolio comercial español.
En 1561 quedó establecido el sistema anual de flotas con navíos de guerra que escoltaban a los barcos mercantes y los protegían de los ataques de los barcos piratas que desde el siglo XVI y hasta el XVIII constituyeron un grave peligro para la navegación y el tráfico comercial.
Para esta fecha ya La Habana se consolidaba como el eje del comercio caribeño, pues era donde los componentes de las Flotas se daban cita, buscando protección común en su viaje a través del Atlántico, hasta que en el año 1778 se abolió dicho sistema de flotas.
El último cuarto del siglo XVIII fue el mejor período del gobierno colonial en Cuba. El temor a perder la Isla, después de haber perdido y recobrado La Habana de manos inglesas, trajo a Cuba reformas económicas, lo que unido a sucesos exteriores favorables para ella, dieron al desarrollo de la Isla un impulso extraordinario en comparación con el de siglos anteriores.
Una de las principales disposiciones de la metrópoli que contribuyeron a la aceleración de ese desarrollo fue el Reglamento para el Comercio Libre de España a Indias (todos los puertos españoles podían comerciar libremente con los puertos americanos), dictado por Carlos III el 12 de octubre de 1778.
Con estas reformas se introdujeron la exención de impuestos y reducción de contribuciones, además de permitir que Nueva España (México), Nueva Granada (Colombia), Guatemala, Perú y La Plata participaran en un comercio recíproco. Sin embargo, las mercancías de Nueva España y Nueva Granada se encontraban en el Caribe antes de esa época como resultado de la redistribución de los productos de flota y situado (subsidio gubernamental anual) en La Habana; donde los convoys cada año eran inspeccionados.
Por su parte, Fernando VII en 1818, dictó el Decreto de Libre Comercio con los Extranjeros, el que legalizó y dio forma permanente a algo que se venía haciendo desde mucho antes a través del contrabando. A partir de ese momento, entraron al país una gran cantidad de lozas procedentes, fundamentalmente, de Inglaterra, situación que se puede corroborar con los hallazgos pertenecientes a contextos arqueológicos del siglo XIX.
A lo largo de estos años de presencia hispana en Cuba, y en particular en La Habana, se puede rastrear, sin género de dudas, la presencia de la cerámica de forma constante; independientemente a las modas y tipologías dominantes, afirmación que no puede emitirse de similares facturadas en otros países.
Referencias documentales.
La llegada de los europeos al Nuevo Mundo marcó un importante hito en la distribución y comercialización de la cerámica española, que recibía múltiples influencias tecnológicas pero sobre todo estéticas.
El conocimiento práctico de las cualidades de diferentes clases de cerámica y técnicas decorativas, fue implantado exitosamente en el incipiente mercado americano, donde se proscribieron las similares autóctonas como parte del proteccionismo que disfrutaría los productos manufacturados llevados desde España.
La presencia de la cerámica en los embarques está avalada por la naturaleza misma del mensaje utilitario a bordo de los buques que hacían la travesía trasatlántica. En principio, las nacientes colonias debieron depender en gran medida de los recursos elaborados en la metrópoli, pero ya en algunos listados de cargas para mediados del siglo XVI encontramos noticias sobre la importancia y papel de la alfarería.
Una de las primeras referencias documentales que hemos localizado sobre las exportaciones de cerámica hacia el Nuevo Mundo se encuentra asentada en una Real
Cédula emitida el 28 de julio de 1527 a los oficiales de la isla Española para que paguen el pasaje hasta ella a fray Alonso de Espinar, comisario de la Orden de San Francisco en las Indias, y a los 40 frailes de su Orden, que los provean de los mantenimientos necesarios, dándoles, entre otras cosas, cuatro docenas de platos, cuatro de escudillas, doce jarros, dos mil cartillas para enseñar y cuatro docenas de imágenes, pagándoles el flete de todo lo que lleven, y ordenándoles que repartan a los dichos religiosos en tres navíos, recomendándoles que les den buen tratamiento.
Aunque se trata de uno de los informes documentales más antiguos que hemos podido localizar, es sostenible la afirmación de que en las bodegas de muchos barcos viajaron ceramios en fechas más tempranas, y que la alfarería se mantuvo como parte de las mercancías de España exportadas a América, incluso en las etapas en que la cerámica elaborada en Nueva España, por citar un ejemplo, dominaba el mercado habanero.
Otra forma de verificar la afluencia de alfarería al Nuevo Mundo es la relacionada con los contenedores necesarios para transportar productos tan importantes como aceite, vino, e incluso agua, imprescindibles para la salud del personal de a bordo y de las colonias.
Así, tenemos otra Real cédula, esta fechada en el año 1549 y emitida a los oficiales reales de Tierra Firme, a petición de Sebastián Rodríguez, en nombre de Jorge Cataño, vecino de Sevilla, el cual ha expuesto que envió una nao suya cargada de sus propias mercaderías en conserva de la armada de que fue por capitán Diego López de las Roelas, y entre dichas mercaderías cargó mil seiscientas botijas peruleras para agua y cebada, cincuenta quintales de brea y dos barriles de queso, que por ir para proveimiento de la dicha nao no registró, y que por ello a su llegada se lo requisaron.
A lo largo de los años es posible encontrar en fondos documentales este tipo de información, que de alguna forma, abunda sobre lo que ya sabemos: la presencia de la cerámica española en los contextos arqueológicos americanos y habaneros, toda vez que San Cristóbal, en este sentido, nunca constituyó una excepción.
Por último, y cuando apenas el Sistema de Flotas quedaba oficialmente instaurado, encontramos una Carta fechada el 24 de marzo de 1564 en Madrid, en la que se patentiza el acuerdo entre Consejo de Indias y los oficiales de la Casa de la Casa de la Contratación para que pagaran a Fray Diego de Salamanca lo que dio a los arrieros que llevaban sus libros y vestuarios, concierten con el maestre del navío en que ha de ir la loza que lleva Fray Diego de Salamanca, el flete hasta el puerto de Veracruz.

(Artículo publicado en: Revista de Arqueología del siglo XXI. Año XXV, # 274. MC
Ediciones, Madrid, 2004).

Lisette Roura Alvarez y
Carlos Alberto Hernández Oliva
,
arqueólogos.

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