«Opus Habana se ha convertido, a lo largo de los últimos diez años, en una revista ilustrada con características que le otorgan un lugar particular en la historia de las publicaciones periódicas de nuestra ciudad, de nuestro país», afirma en este artículo la reconocida profesora, ensayista y crítica de arte.
Opus Habana se ha convertido, a lo largo de los últimos diez años, en una revista ilustrada con características que le otorgan un lugar particular en la historia de las publicaciones periódicas de nuestra ciudad, de nuestro país.
Cuando Opus Habana me entrevistó no hace mucho (No. 1, 2005), una de las preguntas hacía referencia a una frase de un anterior texto mío sobre Orígenes, en el cual yo llamaba la atención sobre sus portadas –tema específico de mis palabras de entonces–, realizadas por los artistas más relevantes de la década del cuarenta del pasado siglo: Mariano, Portocarrero, Peláez, Lam, entre otros. Y proseguía la indagación de Opus: ¿cómo ve hoy nuestras portadas? Quisiera ahora, cuando cumple su primera década de rica existencia, ampliar lo que entonces respondí: «(...) Opus Habana ya es esa galería [de arte], dedicada, por añadidura, a la producción cubana del momento (...)» De hecho, Opus Habana se ha convertido, a lo largo de los últimos diez años, en una revista ilustrada con características que le otorgan un lugar particular en la historia de las publicaciones periódicas de nuestra ciudad, de nuestro país. Visualmente de alta calidad, cumple el cometido de instruir desde el inicio, el cual es un claro llamado de atención. Fotografía e impresión reúnen cualidades poco frecuentes, potenciadas ambas por una concepción clara y atractiva del diseño.
Incitan, no sólo por su belleza e interés intrínseco, sino asimismo por su colocación hábil e inteligente. La comunicación se logra, pues, a partir de un primer con tacto, y prosigue por medio de una diagramación inteligente que nos conduce con claridad a lo largo de un recorrido lógico y agradable a la vez.
La portada da la entrada, al reproducir una pieza inédita de un artista vigente en las artes plásticas cubanas. La pintura constituye el corpus mayoritario, complementado por ejemplos de sus variantes técnicas –dibujo, grabado, etc.–, y de la fotografía (Chinolope) y la escultura (Pepe Rafart). Cada una de estas piezas es solicitada por la redacción, su original exhibido a partir del lanzamiento del número correspondiente de la revista, para entonces pasar a engrosar la colección permanente de la Oficina del Historiador. Diría que no es ésta la única iniciativa promocionadota de nuestras artes plásticas llevada a cabo por Eusebio Leal y su equipo de la Oficina: a los diversos museos especializados, se suman varias galerías y talleres-estudio que han convertido al Centro Histórico de la capital en uno de los ejes irradiadores de nuestra actual producción artística. Debo añadir otras dos características que distinguen a las obras reproducidas en las portadas. En primer lugar, la entrega correspondiente de la revista incluye, además de algunas reseñas sobre exposiciones relevantes abiertas durante el período de tiempo abarcado por el número, un trabajo en torno a la trayectoria del/de la artista cuya obra se muestra en la portada. Este texto se ve acompañado por ilustraciones a todo color, las cuales coadyuvan a aprehender mejor la obra creadora del artista protagónico del número en cuestión. Por otra parte, la escogida de artistas a los cuales se les ha solicitado obra, obedece a un amplio espectro de selección, tanto desde el punto de vista generacional como estilístico.
Así, junto a creadores de larga ejecutoria, como Adigio Benítez, Ever Fonseca, Sosabravo y Manuel Mendive, se pueden disfrutar las entregas de Carlos Guzmán y Leslie Sardiñas, pasando por Nelson Domínguez, Eduardo Roca (Choco) o Roberto Fabelo (mencionados solo como botones de muestra), para disfrutar de un amplio abanico de las diversas promociones que se han sucedido en la panorámica de nuestras artes visuales de las últimas cuatro décadas.
Desde un punto de vista muy personal (pienso en estudios míos precedentes), hay, hasta hoy, portadas con ejemplos de cinco creadoras con mundos visuales bien diferenciados. De «La mujer pájaro» (título del trabajo sobre la obra de Zaida del Río que acompaña esa entrega de la publicación y hace alusión al dibujo de la portada), a la composición característica de Flora Fong; del paisaje urbano de Ileana Mulet, a «una visión personal del silencio», de Elsa Mora o «el ingenuo pretexto de una mujer» que desarrolla Alicia Leal, se nos ofrece un abanico de las creaciones originales de estas artistas, las cuales evidencian la apertura de criterio selectivo en la selección de obras para la portada y el trabajo correspondiente, que generalmente deviene una entrevista a la artista representada.
Al detenerme en estos cinco ejemplos, aprovecho para subrayar esa amplitud de estilos que constituye una de las más salientes características de esta galería sucesiva. Baste recordar algunos ejemplos basados en temáticas reiteradas. La imagen de la mujer, por ejemplo, tema secular del arte llamado occidental (para ceñirnos a nuestro ámbito particular), recibe diversas miradas en las portadas de las cuales ha sido el tema específico. La cabeza del torso alado de la mujer presenta su perfil al emerger del caracol que lo corona mientras fija su mirada en un ave cuyas plumas ponen una nota de color en la composición: esta figura, pienso, ya ha cobrado una vida que deviene tradicional en la imaginería plástica cubana a través del dibujo y la pintura de Roberto Fabelo.
Otro tanto ocurre con las mujeres con cabeza de ave tan trabajadas por Zaida del Río; aun otro rostro femenino, bien diferenciado de los mencionados, se corona con mariposas, reloj y trazos de elementos complementarios en las «fantasías» de Carlos Guzmán. Por su parte, Adagio Benítez coloca una mujer erguida como parte de una de sus papiroflexias, llenas de elementos fantasiosos; Alicia Leal, por último, ubica un desnudo de mujer en un ámbito marino, en el cual uno de los peces rememora un tanto al cisne de Leda.
Otro tema muy actual en la pintura moderna hace referencia a diversos tipos de paisaje. En la colección de esta galería sucesiva de Opus Habana hay, hasta ahora, tres versiones de paisajes que reconocemos como nuestros. La visión de la ciudad de Ileana Mulet contrasta con el bohío y la palma que desde hace más de siglo y medio pueblan pinturas y litografías de nuestra plástica, y hoy se hacen presentes en la obra/portada de Águedo Alonso.
También tradicional, mas en una creadora combinatoria, es la vidriería característica de los mediopuntos y paravanes coloniales escogida por Chinolope para lograr una composición pletórica de colorido y brillantez.
Otros contrastes pueden establecerse entre el rico colorido de la pieza de Cosme Proenza y la composición en blanco y negro de José Luis Fariñas. La nitidez de las formas y el juego de luces y sombras de los objetos expresivamente colocados por Montoto constituyen un marcado contraste con la personal mitología que adquiere forma en los seres pintados por Mendive o, en otra dirección, con los jigües de Fonseca. Estas obras tienen todas un componente esencial de imaginación creadora; en otras obras, el elemento de fantasía, alusiva en ocasiones a expresiones dominantes en otras épocas, ocupará el lugar protagónico: tales son los casos de las piezas de Rubén Alpízar, Ángel Ramírez o Vicente R. Bonachea. Acercamientos a figuras históricas están presentes en las obras de Bejarano, cuyo Martí entrelaza diversas alusiones simbólicas del Maestro, quien también influirá en una versión muy personal de Pedro Pablo Oliva. Ejemplos con formas ya devenidas personales constituyen los aportes de Sosabravo, Choco, López Oliva y García Peña.
Se nos ha regalado, pues, una galería con piezas reveladoras de un amplio espectro dentro de la producción plástica viva en nuestro país. Opus Habana se llama la galería; la tenemos siempre presente, podemos hacer nuestra propia –y cambiante– combinatoria de obras, mientras ella crece y se multiplica con cada entrega de la publicación. Le debemos gratitud por proporcionarnos placer y enriquecimiento.
Incitan, no sólo por su belleza e interés intrínseco, sino asimismo por su colocación hábil e inteligente. La comunicación se logra, pues, a partir de un primer con tacto, y prosigue por medio de una diagramación inteligente que nos conduce con claridad a lo largo de un recorrido lógico y agradable a la vez.
La portada da la entrada, al reproducir una pieza inédita de un artista vigente en las artes plásticas cubanas. La pintura constituye el corpus mayoritario, complementado por ejemplos de sus variantes técnicas –dibujo, grabado, etc.–, y de la fotografía (Chinolope) y la escultura (Pepe Rafart). Cada una de estas piezas es solicitada por la redacción, su original exhibido a partir del lanzamiento del número correspondiente de la revista, para entonces pasar a engrosar la colección permanente de la Oficina del Historiador. Diría que no es ésta la única iniciativa promocionadota de nuestras artes plásticas llevada a cabo por Eusebio Leal y su equipo de la Oficina: a los diversos museos especializados, se suman varias galerías y talleres-estudio que han convertido al Centro Histórico de la capital en uno de los ejes irradiadores de nuestra actual producción artística. Debo añadir otras dos características que distinguen a las obras reproducidas en las portadas. En primer lugar, la entrega correspondiente de la revista incluye, además de algunas reseñas sobre exposiciones relevantes abiertas durante el período de tiempo abarcado por el número, un trabajo en torno a la trayectoria del/de la artista cuya obra se muestra en la portada. Este texto se ve acompañado por ilustraciones a todo color, las cuales coadyuvan a aprehender mejor la obra creadora del artista protagónico del número en cuestión. Por otra parte, la escogida de artistas a los cuales se les ha solicitado obra, obedece a un amplio espectro de selección, tanto desde el punto de vista generacional como estilístico.
Así, junto a creadores de larga ejecutoria, como Adigio Benítez, Ever Fonseca, Sosabravo y Manuel Mendive, se pueden disfrutar las entregas de Carlos Guzmán y Leslie Sardiñas, pasando por Nelson Domínguez, Eduardo Roca (Choco) o Roberto Fabelo (mencionados solo como botones de muestra), para disfrutar de un amplio abanico de las diversas promociones que se han sucedido en la panorámica de nuestras artes visuales de las últimas cuatro décadas.
Desde un punto de vista muy personal (pienso en estudios míos precedentes), hay, hasta hoy, portadas con ejemplos de cinco creadoras con mundos visuales bien diferenciados. De «La mujer pájaro» (título del trabajo sobre la obra de Zaida del Río que acompaña esa entrega de la publicación y hace alusión al dibujo de la portada), a la composición característica de Flora Fong; del paisaje urbano de Ileana Mulet, a «una visión personal del silencio», de Elsa Mora o «el ingenuo pretexto de una mujer» que desarrolla Alicia Leal, se nos ofrece un abanico de las creaciones originales de estas artistas, las cuales evidencian la apertura de criterio selectivo en la selección de obras para la portada y el trabajo correspondiente, que generalmente deviene una entrevista a la artista representada.
Al detenerme en estos cinco ejemplos, aprovecho para subrayar esa amplitud de estilos que constituye una de las más salientes características de esta galería sucesiva. Baste recordar algunos ejemplos basados en temáticas reiteradas. La imagen de la mujer, por ejemplo, tema secular del arte llamado occidental (para ceñirnos a nuestro ámbito particular), recibe diversas miradas en las portadas de las cuales ha sido el tema específico. La cabeza del torso alado de la mujer presenta su perfil al emerger del caracol que lo corona mientras fija su mirada en un ave cuyas plumas ponen una nota de color en la composición: esta figura, pienso, ya ha cobrado una vida que deviene tradicional en la imaginería plástica cubana a través del dibujo y la pintura de Roberto Fabelo.
Otro tanto ocurre con las mujeres con cabeza de ave tan trabajadas por Zaida del Río; aun otro rostro femenino, bien diferenciado de los mencionados, se corona con mariposas, reloj y trazos de elementos complementarios en las «fantasías» de Carlos Guzmán. Por su parte, Adagio Benítez coloca una mujer erguida como parte de una de sus papiroflexias, llenas de elementos fantasiosos; Alicia Leal, por último, ubica un desnudo de mujer en un ámbito marino, en el cual uno de los peces rememora un tanto al cisne de Leda.
Otro tema muy actual en la pintura moderna hace referencia a diversos tipos de paisaje. En la colección de esta galería sucesiva de Opus Habana hay, hasta ahora, tres versiones de paisajes que reconocemos como nuestros. La visión de la ciudad de Ileana Mulet contrasta con el bohío y la palma que desde hace más de siglo y medio pueblan pinturas y litografías de nuestra plástica, y hoy se hacen presentes en la obra/portada de Águedo Alonso.
También tradicional, mas en una creadora combinatoria, es la vidriería característica de los mediopuntos y paravanes coloniales escogida por Chinolope para lograr una composición pletórica de colorido y brillantez.
Otros contrastes pueden establecerse entre el rico colorido de la pieza de Cosme Proenza y la composición en blanco y negro de José Luis Fariñas. La nitidez de las formas y el juego de luces y sombras de los objetos expresivamente colocados por Montoto constituyen un marcado contraste con la personal mitología que adquiere forma en los seres pintados por Mendive o, en otra dirección, con los jigües de Fonseca. Estas obras tienen todas un componente esencial de imaginación creadora; en otras obras, el elemento de fantasía, alusiva en ocasiones a expresiones dominantes en otras épocas, ocupará el lugar protagónico: tales son los casos de las piezas de Rubén Alpízar, Ángel Ramírez o Vicente R. Bonachea. Acercamientos a figuras históricas están presentes en las obras de Bejarano, cuyo Martí entrelaza diversas alusiones simbólicas del Maestro, quien también influirá en una versión muy personal de Pedro Pablo Oliva. Ejemplos con formas ya devenidas personales constituyen los aportes de Sosabravo, Choco, López Oliva y García Peña.
Se nos ha regalado, pues, una galería con piezas reveladoras de un amplio espectro dentro de la producción plástica viva en nuestro país. Opus Habana se llama la galería; la tenemos siempre presente, podemos hacer nuestra propia –y cambiante– combinatoria de obras, mientras ella crece y se multiplica con cada entrega de la publicación. Le debemos gratitud por proporcionarnos placer y enriquecimiento.