Interesado en revalorizar la impronta dejada por la cultura irlandesa en Cuba, el hotel Palacio O’Farrill se inspira en el recuerdo de la familia que habitó esta mansión neoclásica.
Restaurada por la Oficina del Historiador de la Ciudad, esta edificación de grado patrimonial I comenzó las operaciones como hotel el 15 de noviembre de 2002, en vísperas del 483 aniversario de la fundación de la capital cubana.

A unas cuadras de la bahía de La Habana, en la zona antigua de la ciudad, se da fe del renacimiento de una mansión neoclásica: el denominado hotel Palacio O’Farrill, donde los huéspedes pueden elegir para hospedarse habitaciones reanimadas con la atmósfera de los siglos XVIII, XIX y XX, además de conocer sobre la cultura irlandesa y los antiguos propietarios de este inmueble, ubicado en la intersección de las calles Cuba y Chacón.
Restaurada por la Oficina del Historiador de la Ciudad, esta edificación de grado patrimonial I comenzó las operaciones como hotel el 15 de noviembre de 2002, en vísperas del 483 aniversario de la fundación de la capital cubana.
Perteneciente a la Compañía Habaguanex S. A., el nombre de esta instalación proviene de su primer propietario: Ricardo O’Farrill y O’Daly, cuya familia era oriunda del condado irlandés de Longford.
Vinculado al negocio del tráfico de esclavos, con varios ingenios azucareros en Cuba, este rico comerciante llegó en 1715 a La Habana, en la que consolidó una próspera familia que se destacó en la administración, la economía y el desarrollo cultural del país, además de distinguirse por los títulos nobiliarios alcanzados.
El actual hotel Palacio O’Farrill fue construido a partir de tres casas compradas por uno de sus descendientes: Rafael O’Farrill, pero no llegó a estar concluido hasta 1832 gracias a José Ricardo O’Farrill y O’Farrill, bisnieto de don Ricardo.
Este edificio es representativo de la arquitectura neoclásica que, en boga durante el primer tercio del siglo XIX en Cuba, se caracteriza por el tratamiento de formas clásicas más o menos puras. No obstante, el esquema funcional del inmueble se deriva de fórmulas de la centuria anterior, al cumplir los requisitos de una mansión señorial urbana: piso bajo para el portero, las cocheras, los establos, las letrinas y, en algunos casos, los almacenes y espacios comerciales; los entresuelos, para oficinas y alguna servidumbre de confianza, y el piso alto, para aposentos, salas, comedor, cocina y servicios generales.
En 1878, tras no poder pagar una deuda contraída con la Caja de Ahorro de La Habana, se dicta auto de remate de la casa de los O’Farrill. A partir de ese momento, en la edificación radicaron varias instituciones.
Así, en las dos últimas décadas del siglo XIX estuvo el Registro de Propiedad, y a principios de 1900 se ubicaron –de manera conjunta– el Tribunal Supremo y su Fiscalía, la Secretaria de Justicia e Instrucción pública, y el Colegio de Abogados.
Cuando en los años 40 del pasado siglo XX se añadió el último nivel, junto a un nada atractivo lucernario, ocuparon ese espacio el Fondo Especial de Obras Públicas y la sección de la Secretaría de Hacienda encargada del registro de vehículos automotores, cuyas oficinas radicaron aquí hasta después de 1959. En el momento de ser intervenido por la Oficina del Historiador de la Ciudad, se utilizaba como albergue temporal de personas.

PRESENCIA IRLANDESA
En La Habana hay otra mansión, casi idéntica, que también perpetúa la memoria de los O’Farrill. Situada en la esquina de las calles Habana y Chacón, en sus inicios perteneció a los herederos del brigadier José Ricardo O’Farrill y Herrera; posteriormente fue adquirida por la iglesia católica y, en la actualidad, es sede del Arzobispado de La Habana.
Por su parte, en el hotel conviven la huella indeleble de los O’Farrill y elementos recreados de la cultura irlandesa. Varios de sus locales actuales han sido bautizados con apelativos alegóricos al país norteño.
Un ejemplo es el salón Longford, donde se puede apreciar el árbol genealógico de dicha familia, sus títulos nobiliarios y miembros más relevantes. Este espacio se alquila para diversos propósitos y es uno de los sitios más distintivos del hotel.
Ambientado con fotos de los descendientes de los O’Farrill, el pequeño lobby Hibernia (o Ierme) rememora el nombre por el cual los escritores de la antigüedad clásica de Grecia y Roma conocían a Irlanda.
El snack bar Chico O’Farrill, llamado así en honor al músico más famoso de la familia y uno de los fundadores del jazz afrocubano o latino, es un sitio pensado para los amantes de este género musical, quienes pueden escuchar composiciones emblemáticas, grabadas o en vivo.
Resulta ideal para disfrutar de un ambiente íntimo y degustar ofertas ligeras y coctelería variada.
La galería de arte 1903, donde se exponen muestras de pintores contemporáneos cubanos, lleva tal nombre, ya que ese año Juan Ramón O’Farrill fundó la escuela municipal de música.
Siendo alcalde de La Habana, en 1901 había convertido en civil la –hasta entonces militar– banda municipal de música, lo cual constituyó un hecho relevante para el desarrollo de esta manifestación cultural en Cuba y, sobre todo, un paso decisivo para las futuras bandas de concierto.
Bajo el lema: «Añoranza de un recuerdo», la tienda Aromas Intramuros rememora –una vez más– a la familia O’Farrill con su colección de souvenires, incluidas cuatro esencias naturales: Esencias de Loreto, para la mujer O’Farrill; Bouquet O’Farrill, para el hombre O’Farrill; Brisas de la bahía, y Aguas de La Catedral.
Presentadas en frascos manufacturados a la usanza colonial, todas se identifican con un collarín explicativo y se embalan en bolsas de papel ecológico.
Atravesando el acogedor patio interior coronado por el ahora vistoso lucernario, entramos al restaurante Don Ricardo, llamado así en honor al primer miembro de la familia que llegó a Cuba.
Su carta menú oferta –en exclusiva– recetas de la cocina irlandesa, así como novedosas combinaciones de carnes con salsas de frutas y guarniciones de vegetales.
También en la planta baja se encuentra el antiguo aljibe de la casa, sitio visitable por el buen estado de conservación en que se halla y cuyo mayor atractivo es una cruz estucada en la pared del fondo, preservada en perfecto estado.
Expuestos en dos vitrinas del lobby, pueden apreciarse los hallazgos arqueológicos efectuados en el inmueble durante su período de restauración. Es una interesante colección de objetos de uso cotidiano pertenecientes a las familias que, siglos atrás, habitaron la casa.
Interesado en revalorizar la impronta dejada por la cultura irlandesa en Cuba, el hotel Palacio O’Farrill realiza cada año el Festival de San Patricio, patrono de Irlanda, cuya festividad tradicional se celebra el 17 de marzo.
Este acontecimiento cultural, sin precedentes en Cuba, comprende variadas actividades, incluidas conferencias, exposiciones artísticas, clases de baile, conciertos de jazz, muestras de cine irlandés, venta de discos, lanzamientos de libros, recorridos temáticos por el Centro Histórico de la capital...
TRES SIGLOS
Los visitantes que seleccionan el hotel Palacio O’Farrill para alojarse, se sorprenden cuando al llegar les preguntan: «¿En qué siglo desea usted hospedarse?»
La primera reacción del turista es de asombro. Luego viene la explicación necesaria. Y es que este hotel posee ese sello distintivo: cada uno de sus niveles y habitaciones recrea, por su arquitectura y diseño, un siglo diferente.
En la antigua planta donde habitaba la servidumbre doméstica –el mezanine o entresuelo– se hallan once habitaciones que recuerdan la atmósfera del siglo XVIII: los pisos que semejan el barro, los techos de madera, la tenue iluminación, el mobiliario, la tapicería, la lencería, la reproducción de grabados antiguos en las paredes...
Si se sube al segundo nivel por la espléndida escalera de mármol –cuyos coronamientos esféricos de latón fueron hechos y donados por el artista español Antonio Grediaga– se hace notoria la majestuosidad del neoclásico cubano en el gran puntal, los techos, la amplitud de los pasillos con su piso original, las monumentales puertas... Sus diez dormitorios están decorados con fotografías correspondientes al siglo XIX.
La tercera planta, que fuera añadida al inmueble en el siglo XX, cuenta con una estructura más cercana a la modernidad. Aunque de puntal más bajo y no tan espaciosas, las habitaciones de este piso tienen igual confort y resultan pintorescas, con sus balcones que invitan a conocer la parte más antigua de la urbe cubana. La persianería francesa y una embellotada marquetería rematan este último nivel.
Por el valor patrimonial del inmueble, se trató de recuperar la mayor cantidad posible de elementos originales, lo que le confiere un encanto adicional al hotel, además de cumplir con los complementos de servicio y confort modernos que requiere un hospedaje de nuestro siglo.

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